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Jul 30, 2015 - Juan Melgar HuizapolIítica Juan Melgar Ilustración de Raúl Virgen Edición PDF Huizapolítica Prólogo

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Juan Melgar HuizapolIítica Juan Melgar Ilustración de Raúl Virgen Edición PDF Huizapolítica Prólogo J uan Melgar nació en

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el norte de Baja California Sur, para ser más exactos, entre San Ignacio y Santa Rosalía. Anduvo por ahí mientras crecía y

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El Boleo terminaba sus actividades en un ambiente de desempleo, protestas y éxodo con el que Santa Rosalía cumplía su

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destino manifiesto de enclave minero y San Ignacio se extendía hacia los médanos del Pacífico Norte. Un periplo infantil

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que formaría parte de las imágenes que intuimos en sus relatos. Sus lecturas tempranas de aventuras, de héroes y villanos, de indios y vaqueros, de caballeros y bellacos, de espías y traidores, transformaron aquellos paisajes en desiertos árabes de camellos y lámparas maravillosas; la costa, en los bravos mares donde aboyaba de vez en cuando Moby Dick; las minas, en La Ciudadela del Doctor Cronin, también lo aproximaron a legiones de personajes pueblerinos que se

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sintetizan, hoy, en los asistentes asiduos a Los 7 Pilares. Son personajes y personalidades que Melgar fue recogiendo

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después, por analogías y comparaciones en sus andanzas de por aquí y por allá, a veces por Sudamérica de aventón;

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otras, a Europa todo pagado; en ocasiones como corresponsal, otras, en calidad de ilegal. Tal amplia visión atada a una

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interminable curiosidad enciclopédica, provee a Melgar de un lenguaje universal al que integra con precisión la querencia peninsular. De los primeros sudcalifornianos que saltaron «La Cortina de Cholla», es miembro de una de las generaciones más inquietas, que se alejaron del regionalismo ramplón y excluyente de la época; que desde el DF vivieron momentos cruciales en la vida del país; que pasaron por los dogmas juveniles y el desprecio por el estado de cosas que Melgar ahora, de adulto sensato y razonable, ha encontrado en esta manera de ejercitar la pluma —intensa y cotidiana— en el diarismo, para recordar con ironía, con sorna y mala leche, aquellas sagradas creencias que sostenían las verdades del mundo y hasta daban a los sostenedores ínfulas de intelectuales. Una travesía de itinerarios indefinidos y anarcos, pero Melgar encontró enseguida el tono que distingue a los escritores con independencia de cofradías y de poderes —quiero decir, los escritores verdaderos—, que no se proponen memorias o evocaciones de sentimientos o demostraciones pedagógicas: una actitud de feroz alegría, de bravía truculencia, de realismo pícaro y antiheróico, con la autoironía despiadada que se manifiesta naturalmente cuando se vive en la presencia continua del exilio en patio propio; tampoco se propone profetizar

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Elton Hui (https://myslide.es/documents/eltonhui.html) Documents

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en plaza ajena. Se nota en sus textos: huye tanto de la cerrazón como de los lugares comunes; tanto de lo políticamente correcto como de la vulgaridad; tanto de esos que todo lo saben como de los poderosos, sin duda los peores especímenes

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El Parara —sospechoso de constituir su alter ego— como el huraño que clama en el desierto, paulatinamente fue

Hui portfolio (https://myslide.es/career/huiportfolio.html)

acompañado y cediendo la voz a El Bolas, El Juntabotes, El Carambullo Bill o La Doñita que se convirtieron en

Career

en la fauna que alimenta las briagas y no tan ingenuas cuitas que recoge día con día en Los 7 Pilares. Lo que empezó con

protagonistas, en tertulianos sedientos que despotrican contra las artimañas del poder, la petulancia de los poderosos y sus ridículas maneras de mostrar las riquezas inexplicables. Pero el Viejo Chamán sonorense, siempre prudente y circunspecto aplaca las iras con una suave y sabia reflexión, una frase lapidaria o un latinajo que nadie comprendió. Otras veces, serenos aluden a nuestra nueva clase política, las andanzas de nuestros próceres, las misiones y los jesuitas, las calles de Madrid o las viejas glorias de El Esterito. A Melgar no hay que creerle mucho. Sus textos, si bien es cierto relatan crónicas cotidianas y parecen efectos especiales a vuelapluma, en un tiempo le dio por husmear en la intimidad del alma sudcaliforniana con cierto método; no sería un Descartes en busca de recursos; tampoco un Doctor Freud en profundas reflexiones acerca del inconsciente del coterráneo; mucho menos el intelectual estirado en busca de ser inmortalizado en una cita bibliográfica, pero así, sin marco teórico de por Juan Melgar medio, en sus textos sueltos ha colocado ante

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Con hui (https://myslide.es/documents/conhui.html) Documents

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efectos, al que llaman sudcalifornidad. Además de su rico humor, al haber sabido encontrar el modelo justo del género,

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sabe que su manera de escribir no le gustará a los celosos custodios de la oleografía oficial —lo que efectivamente ha

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nuestra mirada cómplice ese universo vago y difuso, que se percibe como campo magnético del que sólo se ven sus

ocurrido—, las invocaciones de los cultos populares, un ejemplo de cómo escribir con objetividad rigurosa: entorno, diálogos y acción. Pero, sobre todas las cosas, es Melgar el que está plasmado en sus crónicas, nutriéndose de vivencias y escenarios, de objetos y personas; reflejos de las poses de una sociedad, sus tics unas veces llamados valores y otras tradiciones, que ha descrito y aplicado en estos pequeños extractos geniales. De la mano de «los sin voz», de la sal de la tierra, Melgar lleva al lector a instalarse en un rincón de Los 7 Pilares, en una prolongación de la literatura costumbrista de los escritores biológicamente anteriores, bien dotado como ellos de pensamiento y lenguaje —vacunado de cualquier tentación de sacerdocio solemne— pero con la experiencia obtenida en el guionismo de radio y televisión que le ha

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Hui dooooooo (https://myslide.es/documents/huidooooooo.html) Documents

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proporcionado una asombrosa maestría en la descripción del proceso anímico y verosimilitud en el lenguaje necesario, tanto en la descripción exteriorizada como en las conversaciones. Es especialmente interesante la solución del requisito de la trama-intriga que exige al lector en cada uno de sus textos. Desde ese centro informal del pensamiento cotidiano —Los 7 Pilares—, nos presenta parte de su trabajo; toda una celebración por el placer de hacer realidad una idea que ha llevado candente en el alma por mucho tiempo; en el que ha puesto su instinto poético a disposición de las gentes y las piedras, de la canción y el muro. Arturo Meza Huizapolítica Advertencia E ste preámbulo jamás fue solicitado por el autor, sino exigido a éste por sus creaturas, quienes me eligieron para hablar en sus nombres, que deben quedar limpios. ¿Atípico?

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Pues cómo no, si los textos que le siguen lo son. De difícil clasificación entre los géneros periodísticos, con un poco de

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buena voluntad considérelos usted como colaboraciones malintenciondas o como artículos literarios a vuelapluma... y a

Aujourd hui (https://myslide.es/spiritual/aujourdhui.html)

otra cosa. Para qué hacerse mala sangre con zuatas naderías, que para ellas el autor se pinta solo. Se ufana, el hombrecillo, de ser cronista de banalidades y relator de trivialidades, a las que incorpora algunas dosis de mala leche y otras mañas retozonas propias de por estos rumbos. El resultado es este conjunto de trazos que pretenden ser trozos de

Spiritual

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vida insular, rescatados sin control de calidad ni criterio alguno, de los periódicos diarios y semanarios en los que ha venido participando como columnero francotirador, yo diría que con escasa fortuna . Con la confianza que me da el haber sido una

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incorporarse al periodismo sudcaliforniano con las tales cápsulas. Él dirá que ellas son resultado de una especie de patente

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de corso para lanzarse al abordaje, a placer y a mansalva, sobre las instituciones más sagradas del Olimpo regional, pero

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de sus creaturas más cercanas, puedo afirmar que conozco parte de las motivaciones que impulsaron a este tipo a

yo digo que no es más que el gusto que le tiene a dejar correr las palabras en absoluta libertad (y sin concierto alguno) para que se reúnan a como caigan: al-ai-se-va. Si así no fuera, ¿cómo entender entonces tal cúmulo de insensateces salidas de un ente que afirma haber estudiado —algunas semanas, creo— en la UNAM? Así es de que (sic) no me venga el Melgar con ésas. Lo suyo es la divagación, la digresión y la reiteración machacona de ciertos tópicos y actitudes que según él retratan al californio del sur y al ambiente en que éste se menea. A veces, como el asno flautista de la fábula, pone el dedo en el sitio correcto y habrá que concederle puntos por ello. Pero no demasiados: la vanagloria es enfermedad peligrosa, sobre todo entre esa fauna de pezuña hendida que conforma el gremio de los periodistas. Nada pues, de crítico juguetón

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Peuyeum Hui (https://myslide.es/documents/peuyeumhui.html) Documents

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pero amargoso, ni de tirador emboscado a lo que se menee, o de molesto zancudo en la orejota del caballejo estatal, como le gustaría ser considerado. El joven vejete es apenas relator de inmediateces, veedor de situaciones ordinarias, cotidianas y simples, aderezadas con juicios de muy relativo valor. Desde este observatorio impar que ha sido Los 7 Pilares, el cronicante ojea situaciones, etiqueta actitudes, clasifica modos y pone a despotricar a los personajes que al sórdido aguaje acudimos a espantar calores, capotear ventosas collas o a sortear malquerencias varias. A él, como a muchas de sus creaturas, eso que llaman moral, buenas maneras y bandos de policía y buen gobierno se le atoran; qué le vamos a hacer. En su favor debo anotar que el sujeto no es machista ni fundamentalista ni militante de partido político o secta religiosa alguna. A fe mía que este bato no es más que un inadaptado que se entretiene fusilando o inventando historietas y personajes, sugeridos apenas mediante un trazo breve y reseco (como el ambiente en que sobreviven), sin compromiso

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Con hui (https://myslide.es/documents/conhui-5585e573c1d49.html) Documents

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histórico alguno y con escaso ánimo de denuncia para provocar indignaciones. Más bien le apuesta a la carrilla y al malsano pero catártico despelleje del prójimo que propicia la plática cómplice y grupal que se da en el citado aguaje. ¿Se nota? Me cae bien el sujeto por solidario y anarco, aunque no voy a negar que en ocasiones ha llegado a sacarme el tapón con sus reiteradas necedades. Quedan pues advertidos, en nombre y representación de mis compañeros de página e

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Politica (https://myslide.es/documents/politica55844fa009db0.html)

infortunio, que nuestra responsabilidad sobre lo que el autor nos hace decir es limitada. En eso quedamos, pues. La Doñita.

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Juan Melgar Capítulo uno Huizapolítica Collage de Aníbal Angulo Huizapolítica Capítulo uno Huizapolítica De revoluciones

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y órbitas « He visto y vivido tantas revoluciones y movimientos armados en pos del poder político, que me asombra el no haberme desencantado totalmente de ellos. Como que me queda la carcomita de que a lo mejor esta revolución es la buena; la que habrá de transformar la injusta sociedad y dar a los justos lo que merecen a cambio de su trabajo, de los impuestos que pagan y de la riqueza que generan: educación gratuita, seguridad social, atención médica, vacaciones pagadas, seguro de vida, seguro de desempleo, espacios para la diversión y disfrute de la cultura...” Así, con ese aire de esperanzada desesperanza habla El Viejo Chamán yaqui al resto de la cofradía en Los 7 Pilares. Su voz de bajo

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profundísimo rebota en los pilares de la ramada antes de llegar a sus destinatarios: El Bolas, La Doñita, Carambuyo Bill, El Parara, El Juntabotes y una docena más de miembros distinguidos del bajo mundo porteño que al aguaje se arriman a capotear collas y a embriagarse de paso con forjadas o con discursos, a veces optimistas. El del brujo de la Pimería está

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no tiene equivalente en el idioma, pero anduve de pateperro por otros rumbos y combatí junto a hombres que buscaban su

politica (https://myslide.es/documents/politica558493f498dda.html)

instauración. A la democracia aprendí a amarla sin conocer sus frutos y así fracasé en La Comuna de París y en México y

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hoy entre dos aguas: —Nací en una sociedad tribal dominada por un Consejo de Ancianos, en la que la palabra democracia

en Rusia y en la Guerra Civil española y en Guatemala y en Cuba y en Grecia y de nuevo en el Mayo parisino, para perder otra vez en La Moneda, con Allende... A veces pienso que la democracia verdadera es una utopía, como el anarquismo aquel de Prouhdon, Bakunin, Kropotkin... Pero algo dentro de mí se enciende cuando veo a otros hermanos combatir por el ideal democrático, discutir, organizarse, conspirar y arengar al resto para tomar al cielo por asalto, convencidos de la necesidad de luchar contra la opresión, por la libertad y para alcanzar la felicidad ahora, en esta generación. ¿Ando errado, hermanitos? La masa de lumpemproletarios que escuchan la voz de piedras rodantes del anciano yaqui niegan con la cabeza, genuinamente emocionados con la íntima queja de este curtido guerrillero de la libertad, como animándolo a continuar con el discurso, que empezó a ser hilvanado a propósito de la fecha en que los mexicanos festejan el inicio de una revolución traicionada desde su origen. — Nomás falta que ande yo chueco desde endenantes, y tenga que vencer la urticaria que me producen los partidos políticos (sobre todo los que se autonombran revolucionarios), afiliarme a uno y desde ahí soltar mandarriazos al sistema... ¿Servirá? Conociéndolo, la perrada vuelve a mover la cabeza de izquierda a derecha, un gesto que hace sonreír agradecido al Viejo Chamán, un francotirador de pura sangre, de esos que la humanidad necesita para seguir creyendo en sí como fuerza evolutiva; de aquellos que no tienen fachada ni ínfulas de redentores sino de teporochos; título que se ganan día a día, forjada a forjada, en ese antro de perdición que se hace llamar Los 7 Pilares, corazón del puerto, nervio de la isla y orgullo del Pacífico noroccidental; todo ello dicho sea sin ánimo de exagerar. Juan Melgar De pasamontañas y suicidas “¡Nadie se mueva! –grita el encapuchado desde el centro de la ramada. Con ambas manos sostiene aperingado un fusil de asalto AK 47 y lo mueve con lentitud en círculo, encañonando por turno a los sorprendejos parroquianos que han caído esa tarde calurosa por Los 7 Pilares buscando sosiego, paz y refugio a la calor asesina que se abate sobre los habitantes del puerto, sin distingos de clase. —¿Y ora? –dice La Doñita al encapuchado— ¿qué vientos te empujaron a este sitio? Porque si va en serio lo del asalto, se me figura que te equivocaste de sucursal. El barrio de los bancos está algo retiradito de por estos rumbos. — ¡Nadie se mueva! –insiste el enmascarado, aunque ahora con voz menos firme y dando miraditas de ganchete en derredor para encarar luego a esta ojiverde ama de casa, medio bragada y confianzuda, que no ha dejado de dar besitos a su forjada, muy quitada de la pena y sin susto alguno. —Sí, sí... Ya te escuchamos. Nadie se mueve, ¿y ora? Los parroquianos empiezan a perderle el respeto al asaltante aquél. Como siempre en situaciones parecidas, las miraditas de complicidad y las sonrisillas de conejo van ganando a la tensión inicial. El hombre del pasamontañas siente que el golpe de mano de entrada perdió efecto: el factor sorpresa se fue por el caño y él empieza a transpirar a chorros... El silencio se apodera del aguaje cuando el hombrete inclina el cañón de su Cuerno de Chivo y cae de rodillas en el centro mismo de aquella astrosa ramada. Un río de sollozos dolorido y triste le sacude el cuerpo. La dama de los verdes ojos se acerca y toma suavemente el fusil de asalto que ha caído para entregarlo al Ultramarinero (única autoridad civil reconocida en aquel antro). —Ya, ya, no chille... Ya pasó... Todo va a salir bien –le dice, como ha visto que recitan los personajes en las series de la tele en casos como el presente —. A ver, palomilla, ayúdenme a levantar a nuestro amigo en desgracia, porque parece que las piernas no le responden. Ahora, amiguito, déle un sorbo a este elíxir, para que se componga... Así, con cuidado, sin mojar más el pasamontañas, que de por sí... Cuando el clandestino personaje aquél deja de moquear y ha bebido unos tragos de la amargura que le tendió la musa de los descamisados, suelta presión: —Discúlpenme, por favor... Yo no quería asustarlos ni nada, pero es que la necesidad me empujó... Me encontré el riflote éste en los basureros, y se me ocurrió lo del asalto... Este changarro fue el primero que se me atravesó y, pues ya ven... que ni para esto sirvo. De aquí me voy a buscar el mezquite más gordo y le doy fin a esta vida inútil, de hambres y ahora de ridículos, como el que acabo de hacer. No tiene caso. La pena del frustrado delincuente conmueve al infelizaje, que se ve retratado en las tribulaciones del maitro, ahora posible suicida. Como también quieren evitar que aumente la estadística de los que huyen de este mundo por la puerta de servicio, se dan a consolarlo y a repetir la frase aquella de La Doñita: “Todo estará bien” le dicen, y no falta uno que lo convenza de que mejor venda el Cuerno de Chivo en el mercado negro, se compre una tina galvanizada y vaya a vender tacos de marlin por estas calles de Dios. Sale aquel hombrecillo de Los 7 Pilares por la madrugada, rejuvenecido, ebrio y con ganas de vivir. Nunca se quitó el pasamontañas. ¿No sería...? Huizapolítica De políticos y reto “Para ser político profesional hay que ser cínico, conchudo, desmemoriado, mentiroso, temerario, desobligado, argüendero, ambicioso, traicionero, vaquetón, lángaro, nalgasprontas, correveydile, irresponsable, amarranavajas, lameculos, cursi, apantallapendejos, picapleitos, presumido y mamón” – declara Carambuyo Bill ante sus pares en la logia de mayor abolengo en el puerto, ese aguaje semiclandestino al que acude cada día un mayor número de subempleados, teporochos y catarrines, empujados por dos fenómenos: la perréz económica que a todos trae juidos y la tolerancia que en aquella ramada se respira. Todo mundo puede opinar sobre el tema que sea en Los 7 Pilares, sin que se le reprima ni se le haga menos; porque en ese altar de la palabra libre no hay cacique ni Big Brother ni línea ni Proyecto que avasalle la sagrada opinión de cada maitro que, cuando toma la palabra, es escuchado con respeto, y más si dice algo interesante, novedoso o humorístico. En ninguna de las tres clasificaciones encaja el rosario de insultos que el fronterizo ha dejado caer sobre los lomos de los sufridos políticos, pero el infelizaje lo deja hablar, pues es hombre respetado entre la tribu por sus viajes, lecturas y puntadas. —Los tengo aborrecidos –insiste el Bill— porque no es cierto que ejerzan el “arte de gobernar pueblos”, sino de aplastarlos, expoliarlos, machacarlos, exprimirlos y sangrarlos. ¿Para qué? se preguntarán ustedes, compas, hermanos míos. ¿Por el placer de hacernos sufrir? ¿Para enriquecerse? ¿Para demostrarnos su poder? ¿Por morbo sádico? ¿Por aburrimiento? Cada político tiene sus motivaciones, pero todos nos hacen morder el polvo. Son egoístas, fatuos, pendencieros, engreídos, abusivos, transas, convenencieros, rencorosos, crueles, malmodientos en privado y sonrientes en público, ruines, pagados de sí, prepotentes, sangrones, afectados, neuróticos, insensibles, peleoneros, incultos, persecutores y tiránicos cuando llegan al poder. La daga que trae clavada Carambuyo es de antología. La raza lo intuye y lo deja que se desboque, que suelte veneno, que respire por la herida y que libere presión. Ya le pasará, suponen. Pero el hombre anda realmente enyerbado y sigue con la viada: —Si alguno de ustedes, hermanitos, duda de la veracidad de cuanto aquí he dicho, lo reto a que me dé un nombre; un solo nombre de un político moderno en el poder, local, nacional o universal, al que no le cuadren los calificativos que les acabo de hacer. Si me lo dicen —y ninguno de los aquí presentes lo objeta— las forjadas de esta tarde y noche son de mi absoluta responsabilidad. ¡Nombres! Las escasas neuronas de la perrada empiezan a recorrer biografías, hechos históricos, recientes y pasados... Los minutos pasan y nadie se atreve; nadie arriesga un nombre, pues todos los posibles tienen sus pecadillos, hasta que la voz ronca del Chamán se hace oír desde el fondo de la ramada: —Mohandas Karamchand Gandhi, llamado “Mahatma” o Alma Grande; político indio; padre de la desobediencia civil, de la resistencia pasiva, de la no violencia... Nadie objeta. La intervención del brujo de la Alta Pimería logra que los descamisados beban a costas de Carambuyo y, de pasadita, que este amargado se reconcilie con los políticos, esa fauna en peligro de expansión. Juan Melgar De la Casa y del resto Hay festejo en Los 7 Pilares. Por nadie sabe qué acuerdo o decisión de quién, el día 19 de noviembre de cada año se colocan manteles largos en el aguaje y la tribu de pelafustanes engalanan sus cuerpecitos con ropa adecuada para cuando “repican recio”. El Ultramarinero, patrón del semiclandestino bebedero, ha echado la casa por la ventana: colocó cadenas de papel de china entre las vigas de palma negra del techo; distribuyó amoroso varias carretilladas de oloroso aserrín sobre el áspero suelo de la ramada, y las tres hieleras rebosan de ventrudas ampollas opalinas en el centro mismo del ágora, donde el infelizaje puede de ellas echar mano sin medida ni clemencia ni costo alguno. La Casa invita a sus hijos predilectos, regresándoles algo de la plusvalía que han generado a este silencioso, discreto Ultra que hoy ceba los depósitos, calienta la botana en el rudo fogón de adobe y atiende, chiquea a su grey. La

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masa de muertosdehambre endomingados en martes bulle platicadora, ríe, se apapacha y felicita por el placer de ser y estar en este templo de libertinaje ideológico en el que a nadie se le prohibe decir lo que se le antoje y acusar a quien le plazca de lo que sea —con pruebas o sin ellas—, pues en eso estriba (dicen los muy vagos) la libertad plena. Entretenidos están en la chorcha aquellos maleantes cuando entra al local un bato que jamás ha sido bien visto por la perrada, por sangrón y creído. Se hace el silencio cuando el pesado aquél avanza hacia la hielera madre y aferra una ampolla, que destapa para beber sin ruido, como hacen los ladrones y, sin eructar como debiera, según mandan los cánones, dice a todos: —Me encanta visitarlos. Son ustedes unos miserables, pero me caen bien. Me acojo a la regla que les impide hacerme callar o echarme a patadas del local. Deberían invitar más seguido a sus celebraciones a gente como yo: valiente, preparada para el debate y sin pelos en la lengua. Este lugar es una mierda. No me explico cómo El Proyecto permite que aquí se sigan dando reuniones conspirativas, en las que se hablan pestes del supremo gobierno, se ríe de la Iglesia, se duda del Ejército y se hace escarnio de las instituciones más sagradas para el californio bien nacido, como son la familia, la sangre europea de sus colonizadores originales, el culto a la masculinidad sin fisuras, y el 3 de Mayo de 1535 como fecha fundacional de este universo amurallado que es la sudcalifornidad... Por esos rumbos anda el discurso provocador del licenciado éste, cuando alguien entre la masa anónima, allá por el cuarto pilar, suelta cuatro como besitos de cachora y dos discretos, apagados ¡úchale, ¡úchale... Y El Guante y El Jandor, los dos perros de rancho aquerenciados en el aguaje, se lanzan sobre el impertinente, que ha de salir al arroyo y enfilar hacia el Cerro Atravesado dando gritos despavoridos, con ambos animalitos de Dios sacudiéndole las perneras y el fondillo de los lustrosos pantalones, con las carcajadas hirientes del infelizaje como fondo musical. La tropelada despavorida del enfadoso aquél no se apaga todavía, cuando el espíritu de camaradería y relajo vuelve a establecerse en este Hyde Park chollero que es Los 7 Pilares, un sitio ciertamente respetado en el bajo mundo porteño. Huizapolítica De análisis y ruta «¿Política? ¿Cultura? ¿Cuál de ellas va a salvarnos del hambre, la insalubridad, las enfermedades de la pobreza, el atraso? Los sudcalifornianos no nos hemos sentado a discutir el punto» —dirá absolutamente ebrio El Parara esa tarde augusta, en la fresca del corredor de Los 7 Pilares, ante la habitual cofradía de macuarros, ebria también. —Y no me salgan con que sólo va a salvarnos el trabajo, porque su concurso se da por descontado; pero es necesario saber por qué se trabaja, para buscar qué satisfactores y en qué actividades productivas. Según los pesimistas, aquí hace demasiado calor; estamos alejados del resto del planeta y no tenemos el agua necesaria para industrializarnos, razón por la que estamos condenados a vender el paisaje agreste a través de la industria más rentable y lógica: el turismo. ¿Voy bien? —Va usted mal —aclara Carambuyo Bill— porque el turismo ensucia el ambiente natural. Los hoteles cabeños consumen enormes volúmenes de agua y producen grandes montones de mierda, además de que propician la golfería de los muchachos y la putería de las muchachas, la drogadicción, el alcoholismo y todo lo que este licuado de ingredientes fatales produce: crimen, inseguridad, violencia... Por esas veredas camina el turismo. —¿Y el ecoturismo? —apunta tímida La Doñita. —Nooo, Doñita —contesta el Bill con un tonito de enfado. El modelo de desarrollo turístico en el que estamos enganchados no tiene reversa. Así como crece San Lucas (a lo bestia), sin planeación ni servicios para el infelizaje, así va a seguir. El turismo es un animal desbocado que ya se comió a Acapulco, a Cancún, a Ixtapa-Zihuatanejo, a Vallarta y a San Lucas, para seguir con San José, Todos Santos, Mulegé... El ecoturismo no pasa de ser una buena idea, nomás. —La geografía y el clima son importantes; no determinantes —señala El Parara con voz suave, concentrado en la gozosa tarea de destapar, como hotentote, una panzuda con los dientes. Saco a discusión el tema por una nota de Andrés Oppenheimer (Reforma 1/08/2000) que empieza así: «Cuenta la leyenda que un artista chileno allá en los Cuarenta hizo la siguiente propuesta: ¿Por qué no vendemos este país y nos compramos algo más chiquito, pero más cerca de París?»... Fin de la cita. Qué puntada. Vamos a salir del subdesarrollo, creo yo, con la cultura como herramienta, con la educación como ariete para irrumpir en niveles de vida disfrutables, que nos permitan a todos gozar del arte, el deporte o el dulce no hacer nada sólo posible cuando no te preocupa lo que vas a comer mañana y pasado mañana y siempre. Empieza a gustarme (¿cómo es posible?) la cultura del trabajo y el ahorro que anima a los regiomontanos, que para eso de generar riqueza se las lonchan. Pienso que los sudcas podemos embarcarnos en una aventura así: trabajo, ahorro, previsión, empuje, inversión, dinamismo... —Maestro —dice Carambuyo— a usted le están haciendo daño los cursos de liderazgo del Rector de la UABCS. ¿No será que coquetea con el poder que se anuncia? Se me hace que ya lo convenció El Juntabotes o algún foxista buscador de talentos para que se integre al cortejo de los paladines que pasa bajo los arcos triunfales, rumbo a Palacio. Imagínese, nomás, tirándose ese dinámico rollo en la plazuela de San Ignacio, a la salida de misa. ¿Qué cree usted que va a pensar aquella gente, finalmente representativa de nuestro modito de ver el mundo y la vida? No lo van a apedrear, porque no tiene caso. Los sudcas queremos el disfrute de la cosa, pero ¡hoy, hoy! y no mañana, en ese futuro que se alarga y jamás llega, como sucedió en los países del socialismo real. —Entonces, lo que nos salvará de la mediocridad y la inanición será la política —asegura ufano El Juntabotes. Yo también leí al Openjaimer mentado, el que afirma que no importan las culturas, sino las políticas de cada país. Cita, para probar su dicho, un texto de muchachos de Harvard: «En los años cuarenta se decía que Chile nunca saldría adelante porque tenía una clase empresarial clientelista, que se pasaba el día jugando al polo. Ahora todo mundo dice que la clase empresarial chilena es un modelo de creatividad. ¿Qué pasó? Esos mismos jugadores de polo se bajaron de sus caballos y empezaron a Juan Melgar exportar, apenas se produjo una apertura económica». Así, la política puede cambiar una cultura y salvarla de sí misma. Cambiaron su cultura los coreanos del sur, como los chilenos, y también los cubanos que se fueron a dominar Miami... ¿Por qué no cambiaríamos nosotros esta cultura de la güeva y del ai se vá? Así concluye El Juntabotes su perorata, que suena como a llamado al alma del californio primigenio; como a convocatoria espiritual para emprender la larga marcha hacia el horizonte histórico. El resto del infelizaje despatarrado de cualquier manera en aquel aguaje panochero-pero-conestilo se queda pensativo. El Jeque del Reciclaje siente que los ha impresionado su verbo, logrando acariciar (sin eufemismos) las más íntimas fibras de su... Pero no. Todos hacen cuentas acerca de la cantidad que, previo referéndum, pueden pedir los sudcalifornianos, a quien se deje, por esta islota, para comprarse algo más chiquito, pero más cerca de Disneylandia. Huizapolítica De diestros y siniestros Hasta no hace mucho, ser zurdo era algo pecaminoso, malo, equivocado, torcido. ¿Cuántas historias refieren la persecución familiar y social contra los zurdos, esos tipos (y tipas) malhechos, a los que es necesario corregir, por su bien? Alguien dijo que el domingo 13 de agosto es el Día Internacional de los Zurdos, y que habría celebración de festividades al respecto en todo el mundo. Si esto es cierto o no, da pie, al menos, para la reflexión acerca de esos hombres y mujeres que —dicen los neurólogos— pueden mover sus músculos milésimas de segundos más rápido que los diestros, esos otros derechos que derivan su nombre de destreza y de habilidad para hacer su trabajo. (El colmo: que un diestro cirujano sea zurdo). De dónde, de qué maldito y zurdo ángulo sacaba el Bicho Romero aquel retorcido gancho con el que encestaba el balón de basket en nueve de cada diez intentos, nos lo preguntábamos todos, con envidia. Lo mismo habrán hecho los frustrados bateadores yanquis cuando se enfrentaban al Gordo Valenzuela, ese zurdo que puso en el mapa del deporte a un pueblucho llamado Etchohuaquila. Aquél es el lado amable de la zurdera. La cara sórdida y oscura (¿siniestra?) la han esculpido los reatazos, las palizas, las quemaduras y la larga lista de castigos infamantes que los zurdos que en la historia han sido han debido soportar de sus padres y maestros, ignorantes y brutales, decididos a sacarlos del error, de la equivocación «antinatural» en la que han caído: ¡Con ésa no; con la otra! ¡No sea bruta, mija: con la derecha, como la gente de razón! En un universo diseñado por derechos y para derechos, el calvario empieza desde el primer agarre de la sonaja y sigue con la cuchara y el lápiz, para continuar toda una historia de dificultades con los instrumentos, las máquinas, la vida. ¿En política? Parece ser que diestros, duchos, son aquellos que saben saltar de una posición a otra en el mapa ideológico, para aterrizar en la ubicuidad. Antes, allá por aquellas épocas románticas era fácil colocarse junto a los derechosos: Francisco Franco, Azcárraga, Díaz Ordaz; o al lado de los zurdos: Allende, Revueltas, el Ché... Todo resultaba más sencillo. Hoy, los panistas se asumen no como derecha, sino como centro. Y Fox, su campeón, afirma que entre el atinado centro y la izquierda, él (su gobierno) andará por el 4.5, o sea. Ha cambiado bastante este asunto de la ubicación ideológica: ¿De izquierda o de derecha? Aquella preocupación que quitaba el sueño a tantos jóvenes de los años 60 y 70, parece no incomodar demasiado a los muchachos actuales. Era angustia existencial la que a algún mozo asaltaba cuando en la oscuridad de la pensión defeña, o en su litera de la Casa del Estudiante despertaba sudando con la pesadilla: ¡Uta, soñé que estaba en una asamblea, con el Roco, el Camarada, y toda la palomilla, y que se sometía a votación si nos regíamos en la organización por el centralismo democrático leninista, o por el centralismo centralizado estalinista...! ¡Y que ganaba el estalinismo! ¡Uta, que gacho! ¡Es la derecha dentro de la izquierda! La izquierda tenía subdivisiones, líneas directas hacia la toma del poder y hasta atajos y veredas no ortodoxos, a diferencia de la derecha, que era monolítica, de una pieza: no había más ruta que la de ellos, y no caminaban hacia Dios y el poder terrenal en compañía de izquierdosos de mierda, inoculados por la enfermedad infantil y ¡lo peor, lo imperdonable: el ateísmo rojo! La diferencia es hoy notable: Jorgito Castañeda le sopla travesuras en la orejita izquierda a Fox (y ambos ríen). La izquierda y la derecha conviven hermanadas por el ideal (?). Y en el plano chollero pasa igual: neoperredistas que apenas endenantes eran atinados y derechosos priistas, se llevan de piquete de costillas con jacobinos y montañeses (de montaña, en la Revolución Francesa, no...) aproximados por la connivencia en un partido que fundaron priistas medio izquierdosos que... Ahí muere. A poco no es de risa ver en la tele al joven dirigente del PRD en el municipio paceño, sudar, Juan Melgar enfrentado a las definiciones ideológicas con las que jamás tuvo que lidiar cuando

(apenas ayer, diría Unamuno) era dirigente juvenil priista. Y lo peor: frente a éste su líder, en las bases del partido, revolviéndose incómodos, agüitados, podemos adivinar a los viejos militantes, los líderes naturales de una izquierda que jamás ha podido alcanzar y ejercer el poder político para... este... para... Volvamos mejor a la zurdera original: ser zurdo, vivir como zurdo es duro, pero satisfactorio, porque implica vivir enfrentado al desafío cotidiano de ser diferente y de vencer las dificultades que impone una sociedad de diestros. Aristóteles decía que era de buena suerte encontrarte con un zurdo cualquier día de la semana, excepto el martes. Ahora que si de fusilar/hacer frases se trata, se antoja que si Dios hubiera existido, habría sido zurdo. Huizapolítica De canícula y algidez El maitro aquél ilustraba al infelizaje en Los 7 Pilares: “Este no es ya calor a secas; es quemazón con adjetivos: calor sofocante, abrasador, infernal, pesado, a plomo, mercurial, ígneo, espantoso, achicharrante, freidor, apendejante y –como diría un campesino tamaulipeco: canicular. “¿De dónde le viene lo canicular a este hirviente caldo en el que los sudcalifornianos nos cocinamos len-ta-men-te de unos días para acá? Un viaje al diccionario aclara que canícula es “perrita” en latín, y así llamaban los antiguos romanos a la estrella (Sirio) que se levanta con el Sol por estas fechas (de fines de julio a fines de agosto) en que la temperatura aumenta hasta rebasar los insufribles 40 grados. “Si las condiciones climatológicas no han cambiado mucho desde que a César le dio por probar el ambiente de las Galias, significa entonces que nos esperan otras cinco semanas de chamusquina, sofocación y pálpito; panorama poco halagüeño, si los hay. “Ahora que, si vamos a seguir con el rosario de lugares comunes, lo bueno es que el sol sale para todos y como o todos coludos o todos rabones, mucho calor entre muchos toca a menos, porque/ —Bájele, maitro: pare su tren —corta, brusco, El Parara — no haga telenovelas con la calor. El único calor que rifa en estas arideces es el que genera, no el sol rojo de nuestros maoístas corazones, sino el negro sol de Tezcatlipoca... Ese de los rayitos gruesos, morenos y medio mal acomodados, ése de los petroglifos, el que protege, acoge y da esplendor a los que ganaron. A los otros, los que se equivocaron de proyecto, a ésos – concluye el gurú con insidia y pésima leche— a ésos no los calienta ni el sol. Así que ¿cuál calor? El frío va a durarles no los cuarenta días de canícula, sino todo el sexenio, menos los ciento y tantos días transcurridos. Nomás. Luego de dejarnos caer su aritmética fresca sobre los lomos, el neofilósofo de barrio marginal nos olvida para avanzar con paso desparpajado y ebrio hacia una de las múltiples salidas del ultramarinos que es su templo, ese aguaje ínfimo conocido en el bajo mundo porteño como Los 7 Pilares. Juan Melgar De huizapolítica y retruécanos «Espinoso asunto éste, el de la cultura sudcaliforniana» —dice, a la llegadita, el Carambuyo Bill, pero nadie parpadea en Los 7 Pilares. Será la calor, porque nadie entiende hacia dónde enfoca sus baterías, de suyo venenosas. Debe agregar datos: —Porque nos lacera, nos lastima y hiere, el huizapol que todos llevamos entre pecho y espalda debiera salir y mostrarse, sin rubor alguno. La tribu sigue sin comprender y Carambuyo vuelve a la carga: —Qué: ¿no somos acaso, los hombres, entes huizapolíticos? El huizapolismo es un estado de ánimo, una actitud, un modo de ver el mundo. Seco, amarillo y esferoidal son sólo tres formas de ver un huizapol. Lo espinoso, lo picudo (su esencia) es una percepción dérmico-política, —explica el Bill. Es El Parara el primero en recoger el reto y el que responde: —La huizapolítica llegó para amacharse. Por más garnuchos, sacudidas y jaloneos que El Príncipe le propine, ésta seguirá aferrada a sus calcetines. Los últimos californios, los serranos del espinazo peninsular, son sabios: usan huizapolainas. Animado por el sesgo que empieza a tomar la oratoria, El Bolas, joven arrojado de El Calandrio y primerizo en el arte del retruécano, lanza su dardo: —Falló la autoridá a la hora de sacarle el Huizapol a Cultura: mandaron huizapolicías, por aquello de que un clavo saca otro clavo, pero olvidaron que dos espinas de punta, nada se hacen. Se calienta la raza y empiezan los espontáneos a lanzarse al ruedo. El Juntabotes arriesga una oración: —No quiso, el Secretario General de Gobierno, entrar en huizapolémica alguna frente a los medios de información convocados por el culturero, pues dióse cuenta que la huizapolar actitud lo llevaría ¡clavado! A la confrontación. Picado, Carambuyo interviene: —Negándose a ser chivo expiatorio, cabeza de turco y aun pávido návido (en julio), el Huizapol se amachó y clavó sus picas en Flandes. —Esta no es —aclaró El Parara— una huizapología de la defenestración consumada, pero al cómico pitayero le hacía falta airearse, salir y refrescárnosla (la vida), pues como funcionario cultural estaba huizapoltronándose, acercándose peligrosamente a la solemnidad... Cuando vino el vendaval y nos lo alevantó. —Según el diccionario, huizapolución no es contaminación, sino eyaculación precoz (del sexenio) —aventuró la Doñita, con sapiencia huizapoliándrica. Por la forma de quitarse los huizapoles (y las espuelas) se conoce al huizapolítico avezado —sentenció El Juntabotes, animado por el aplauso que rubrica la intervención de la ñora. —Epílogo del cuento —quiere finalizar Carambuyo: «...Desde entonces El Príncipe se negó a recibir flores hasta de la prensa, pues se volvió alérgico al huizapólen». Las carcajadas de los descamisados aumentan al escuchar la moraleja del guía del peladaje: —Cuando las huizapolifacéticas acciones gubernamentales se huizapolarizan y se huizapolitizan, queda un recurso: reír. La voz cavernosa del viejo chamán yaqui hace callar a todos: —»Mientras la rueda que empuja el burro que mueve la carreta siga girando... El viento no podrá mover la montaña». Nadie comprende la huizapoliédrica filosofía zen del anciano, pero consideran que es un buen cierre del tema, y brindan por ello bebiendo como huizapolacos, como huizapolifemos. Uff. Huizapolítica De apariciones y milagrería «Es tan milagrosa la virgencita —afirma enternecida La Doñita— que en todos lados se aparece, tal vez para recordarnos que debemos portarnos bien, temerle a Dios y tratar a los demás como queramos ser tratados. ¿No creen?» La cáfila de rufianes que pueblan aquel aguaje de pésima muerte conocido mundialmente como Los 7 Pilares tienen poco que argumentar al respecto, pero aprecian a la dama y le dan por su lado. El Bolas, joven descreído aunque respetuoso de El Calandrio, le da piola: —Oiga Doñita: ¿serán la misma virgencita la de Guadalupe y la de Fátima y la Del Pilar y la de Los Remedios y la Virgen María? —¡Claro que sí! Es la misma madre de Jesús, que fue concebido sin pecar y que murió en la cruz. Pero en cada pueblo recibe otros nombres, porque... porque... ¡yo qué sé! Pero es muy milagrosa, eso sí. Los mexicanos le rendimos culto a la nuestra, la Morenita del Tepeyac/ —Los mexicanos somos unos mitoteros y noveleros —afirma El Parara— allá por las mitad del siglo anterior, algún vago que iba a pie rumbo al Coromuel observó que, entre el monte, por donde hoy está el CAPFCE, un torote parecía reproducir la imagen del Cristo crucificado, y el chisme corrió por todo el puerto. Una mancha de maitros y doñitas hacían viaje a diario para encontrarle la forma al mentado Cristo y prenderle veladoras, hasta que alguien (dicen que el mismísimo cura de la Catedral) le hizo al torote una nocturna visita, lo tumbó a hachazos y se acabó el asunto. —A la virgencita le da por aparecerse en los lugares más raros —advierte El Bolas—. ¿Han visto? Se aparece en paredes salitrosas, en banquetas húmedas, en comales y hasta ¡en tortillas de harina! ¿Cómo ven? La última aparición (aún no consignada por Televisa) la hizo allá por El Baturi: un cirgüelo chicuelón y no muy gordo tiene grabada una virgencita así, medio estilizada y en bajorrelieve. Los habitantes del ejido cercano le prenden veladoras y le rezan. Los jacobinos que nunca faltan dicen que es una mordida de vaca, unos; otros no menos iconoclastas afirman que el óvalo en el cirgüelo no es más que la cicatriz de un reversazo dado por el carro de un maitro borracho, de esos que hay. Nadie ha documentado sus milagros, pero todos coinciden en afirmar que «es muy milagrosa», sí. —No es la virgen la milagrosa —sentencia El Parara— sino El Baturi mismo. ¿No apareció y desapareció allí mismo, sin dejar rastro, un avión Caravelle de retroimpulso, como de 60 metros, y con varias toneladas de coca que alguien guardó? Si ello no es un verdadero milagro, no sé qué lo será. Como ninguno de los pelafustanes presentes desea tener líos con el narco, con la PGR o con las Fuerzas Armadas, todo mundo continúa bebiendo de las forjadas en cauteloso silencio. Más vale. Juan Melgar De mantarrayas y pejeleones “Ellos se defienden de sus atacantes con ponzoña. Son seres pacíficos, generalmente dedicados a no hacer nada. Se la pasan tumbados en el fondo, en perpetuo reposo, pero si te los tropiezas o los hostilizas o los toreas, cucándolos... entonces te pican, muerden o atropellan y ofenden sin piedad; y sufres las consecuencias” —advierte a su público El Viejo Chamán yaqui. —¿De quiénes habla, brujo? ¿De los políticos... o de los periodistas? –pregunta Carambuyo Bill con la mueca peleonera tras la que esconde su sonrisa. —No, mijito –responde el anciano de la Pimería, serio, sin dar muestra de haber pescado el sarcasmo —, hablaba yo de los animales ponzoñosos de la mar. Los de tierra son otra historia: más ofensivos todavía; corrompen y pudren el pedazo que muerden. La raza que recala por Los 7 Pilares a capotear calores y venganzas se acomoda de cualquier manera —pero siempre en la cercanía de las hieleras— para seguir el hilo de la plática que el anciano yaqui ha empezado a hilvanar con su ronca voz de contrabajo: — Hay seres cuyo ataque es mortal de necesidad: la serpiente de mar, por ejemplo. Dicen que su veneno es más poderoso que el de la cascabel cuatronarices... Pero por aquí hay pocona; donde abunda es por este rumbo (señala hacia el suroeste) por donde está la Gran Barrera de Coral. Lo que sí hay mucho por aquí es el lopón o pejepiedra o pejeleón, y la mantarraya... Estos animalitos están echados en los fondos, medrando, y si uno se les atraviesa y los pisa, pues lo pican. El anciano hace una pausa, se agacha pensativo mientras saca un Delicados sin filtro y lo prende con teatral parsimonia. La perrada, silenciosa, espera más datos, que el Chamán sólo habrá de soltar hasta que algún comedido pone una forjada en su garra derecha. Dos, tres, cuatro pajuelazos después, continúa: —Conocí buzos perleros endurecidos por los años de chinga; yaquis hermanos míos capaces de aguantar un flechazo en el costillar sin pujar, que lloraban como chamaquitos de pecho cuando los llegó a picar una mantarraya asina, mira: asina de chiquita... Tres días de calenturas, vómitos y dolor encabronado no se le desean a nadie; ni a un diputado mañoso, de esos que hay. — ¿Y los lopones? –quiere saber El Bolas, joven inquisitivo de El Calandrio. — También son de temer. la ponzoña la traen en las espinas del espinazo... y son una que otra, ora lo verás. El lopón también es conocido como pejepiedra y como pejeleón: coloradoso, feyesón él; poco agraciado, y eso sí, muy dañoso y ofensivo cuando le buscas

ruido... —¿Sigue hablando de animalitos de la mar..? O de políticos en ejercicio... Porque esa descripción que acaba de hacer –interviene de nuevo Carambuyo, el fronterizo— me recuerda, me parece el vivo retrato de quien despacha en/ Las carcajadas del infelizaje no dejan escuchar el nombre en cuestión. ¿No se habrá referido a...? No, no es de creerse. Cae la noche sobre el puerto. La luna de octubre es plata sobre las aguas de la bahía. En Los 7 Pilares, el aguaje más permisivo y libertario en esta margen del Pacífico, la chorcha habrá de continuar hasta la amanecida. Huizapolítica De malpuestos y limpias Alrededor de El Bolas, joven desesperado de El Calandrio, la señora aquella traza un círculo de cenizas, justo en medio de la ramada que el bajo mundo porteño conoce como Los 7 Pilares, sitio de lo más libertario al que el infelizaje porteño acude en busca de consuelo a los sofocones que un verano y un Proyecto en retirada les deja, inclemente. El Bolas ha tenido que recurrir a la “limpia” porque no ve la suya desde hace rato: los cobradores de Copel, de Electra, de Mueblería Ramos y de Fonacot juegan panguingue bajo la benjamina que está frente a su casa; su mujer amenaza con dejarlo porque no le da ni para el gasto ni para nada, pues la diabetes lo trae de encargo; su hijo mayor está necio en entrar a las juventudes priistas y los perros callejeros lo mean sin recato... Por ello es que está esta tarde al centro del aguaje, parado en medio del círculo de ceniza y cubierto por una sábana, mientras una doña ceba las brasas del anafre con incienso al tiempo que azota al Bolas por todos lados con varas de romerillo, ruda y albahaca, repitiendo palabras rituales que ninguno entre los reunidos entiende, por más atención que le ponen al asunto. El punto culminante llega cuando la bruja saca un huevo de gallina de Guinea del morral y lo va pasando en espiral desde los tobillos hasta la coronilla del Orgullo de El Calandrio, para luego, con teatral movimiento, romperlo. Un murmullo de admiración recibe a la masa negra y peluda que brota de entre las cáscaras blancas. —Aquí está la maldad, la malaria, el malpuesto que el hombre traiba – afirma con voz tipluda la maga, que enseña a la tribu aquella babosa pelambre representativa de la salación y suerte perra que El Bolas se cargaba, pero que a partir de ya, ha empezado a ser cosa del pasado inmediato. De un salto, el prohombre ya sanado avienta la sábana y sale del círculo para dirigirse con paso seguro hacia las hieleras, donde con voz firme, de hombre nuevo, ordena al Ultramarinero que destape las necesarias para proveer a cada uno de los parroquianos que han sido testigos del milagro: del antes y el después de un sudcaliforniano entero, brioso, decidor y con un nuevo brillo en la mirada. —¿Cómo la ve con su colega, amigo Chamán? –pregunta Carambuyo Bill al anciano de la Alta Pimería, que ha observado el ritual de la bruja con mirada indescifrable, lejana y desapasionada. — Hay magia para todos los gustos – responde cauteloso el anciano yaqui—. Si al Bolitas le gusta que le hagan trucos y le representen su aura en forma vil, allá él. Hubiera pedido ayuda y aquí le organizamos una terapia de grupo, de la que habría salido más alivianado que con la “limpia” de mi colega, y además, de pilón, ebrio y jacarandoso. Pero, cada quién –concluye. La bruja recoge su parafernalia: sábana, ramas de olor, anafe con carbón y la ceniza regada, para luego caerle al Bolas con la cuenta, que éste cubre sin chistar. “Tal como están las cosas –piensa el aliviado en voz alta— no es conveniente quedarle a deber a nadie que tenga pacto con fuerzas oscuras, que forme parte del narco o que sea amigo de Leonel”. Juan Melgar De La Misión Imposible (Al alimón con Arturo Meza) Sucedió apenas esta mañana en La Misión, rancho de abolengo ubicado a la vera del a veces torrencial arroyo de Santiago: dos grupos políticos antagónicos habían acordado hacer las paces «para trabajar unidos a favor de Sudcalifornia, sin egoísmos ni bajas pasiones que entorpecen la buena marcha de la política» (según la filtración que nunca falta). Llegaron las suburban relucientes conducidas por los propios altos personajes («Nada de choferes, guaruras, y demás fauna de acompañamiento», habría sido la consigna). Alrededor de larga mesa de palochino, sentáronse El Gobernador y el ex; uno de cada cabecera, con el Secretario General, el de Desarrollo, Finanzas, y los demás, cada uno frente a su ex respectivo. Tras las cortesías de rigor, tomó la palaba el Gobernador Constitucional y esto dijo: «Basta de enfrentamientos estériles. Nuestro pueblo exige cordura, trabajo, responsabilidad. Propóngoles esto: que nos dejen trabajar. Queremos sacar a Sudcalifornia del atraso en que los políticos (ustedes y nosotros) la hemos arrinconado con nuestra ceguera, flojera e importamadrismo secular; desde el Visitador Gálvez en 1769, hasta la administración mercadista en 1999. Con todo respeto, Memo, muchos negocios se hicieron en tu sexenio (con tu venia o sin ella), por funcionarios que tenían sueldos decorosos para hacer política, no para enriquecerse en el cargo. Queremos que eso se termine. Queremos contar con el apoyo y hasta con el consejo de los mejores entre ustedes. Nuestros paisanos esperan eso de nosotros, de ustedes; de la clase política. ¿Qué opinan?» Silencio generalizado. Estupor que se convierte en júbilo: una ovación rubrica la breve pieza oratoria del Ejecutivo. El exejecutivo, sonriente, felicitó al gobernador en funciones, para luego decir: «Tiene usted razón señor Gobernador. Le fallamos a nuestra gente. Quien no es humano, no yerra. Traicionamos así la confianza en nosotros depositada. Pero, de cara a las próximas elecciones, queremos ser una oposición leal. El PRI puede perder otra vez, si no corregimos nuestra actitud. Tienen ustedes, además, en el ing. Cárdenas, un magnífico candidato a la presidencia... de ahí nuestra preocupación por fortalecer al partido que nos cobijó (como a usted, en otro tiempo) y por recuperar la confianza de los votantes. Creemos —por lo demás— que es vital cerrar el paso del fascismo corrientón representado por Fox. Hagamos política de altura, de frente... ¡Saquémosla del lodo!» Y así por el estilo. Abrazos, felicitaciones, propósitos de honradez y trabajo fueron la tónica. Habían hablado los jefes, poniendo el ejemplo; faltaban los demás. La mesa estaba puesta; roto el turrón y las respectivas lanzas. Como una escena sacada del Palacio de Minería: el CGH de un lado y las autoridades universitarias del otro, así se colocó el insólito grupo. Ambas cabeceras ocupadas por el ex y el actual gobernador y... cara a cara, tete a tete: Rodimiro frente a Ortega Salgado, Druk frente a Navarro, Aníbal frente a Conde... cada uno de los ex y actuales funcionarios, se aprestaron a hacer lo suyo. Eléctricas miradas de asentimiento —procedentes de cada cabecera— recorrieron sus respectivas huestes. La jerarquía se impuso y fueron los secretarios generales quienes siguieron la tónica impuesta por lo que hoy empiezan a llamar La Cumbre de La Misión. Amaya y Ortega en un alarde de cortesía se cedieron —al mismo tiempo— la palabra —momento que provocó una leve hilaridad en la amistosa reunión. Finalmente fue Ortega quien inició su alocución: «Ustedes saben que la posición de secretario general es de mucho sacrificio; que la obligación suprema es cuidarle las espaldas al jefe y yo actué en consecuencia. Me enlodaron y a veces trapearon conmigo, y todo lo soporté por respeto a la institución gubernamental y por la preservación de la estabilidad política de los sudcalifornianos. Lo demás, son cosas de la política y, por mi parte, no hay ningún resentimiento». Casi daba por terminada su intervención cuando volvió a tomar la palabra: ... «Ah, el Huizapolítica incendio del archivo fue real. Lo juro. Un lamentable descuido... Gracias por haber retirado la denuncia». Un halo de humildad se posó sobre su cabeza y se le rodaron dos furtivas lágrimas. Rodimiro, visiblemente turbado por la actitud de su antecesor, batalló para articular vocablo. Tragó saliva, se limpió algunas perlas de sudor de las sienes y dijo: «Mi buen Chor... perdón, Lic. Ortega: entiendo perfectamente sus tribulaciones. En esta posición es difícil quedar bien con Dios y con el diablo. Ciertamente, somos receptores de todo golpe al Ejecutivo y a veces hay que golpear. Se dice que a ti, —disculpa que, como en los viejos tiempos, te tutee— se te pasó la mano con frecuencia. Yo no lo creo así; son situaciones duras, y a veces, hay que ser duros, ...Ah...por lo del archivo no te preocupes; ni falta nos hizo. Por lo demás, no fue un perdón, simplemente llegamos a la conclusión que obraste con total honradez en el ejercicio de tu responsabilidad. No encontramos nada que te incrimine». Dicho lo anterior, el piso del recinto de La Cumbre de La Misión se empezaba a llenar, cual tupida nevada, de pequeños trozos de limaduras de asperezas. Un fuerte apretón de manos rubricó las últimas palabras de Amaya, cuya turbación se convirtió en sonrisa afable y bonachona. Tocaba el turno a los responsables del dinero: el señor Navarro se adelantó al exrector. «Usted más que nadie sabe, Maestro. —Dime Chuy, atajó Druk— así es, Chuy, cuando se maneja dinero, como pasó con tu gestión en la UABCS, se abren unos huecos para tapar otros, y eso parece un desvío, cuando no son más que esfuerzos denodados por servir, con pasión, a Sudcalifornia». Luego vino el turno del M en C Jesús, que expuso las lamentables confusiones que orillaron — un bufetillo de contadores— al gobierno actual a creer que los exfuncionarios habían hecho mal uso de los bienes del pueblo. Enseguida, se tocaron los temas de familiares en el gobierno cuya conclusión —en disertaciones sobre la sociología familiar sudcaliforniana, a cargo de los asesores Juventino Cota y Raúl Carrillo— fue que: «La familia es la familia», algo así como: «El que tenga cochis que los encierre y el que no, pues no». La agenda, de manera cordial y comprensiva se fue desahogando en completa armonía y todo terminó en abrazos, felicitaciones y buenos deseos para el 2000, con el fondo magnífico del rancho que ha vivido mejores tiempos, la música de Los Huizapoles y una oportuna paloma pitahayera que surcó el aire. Una foto tumultánea junto a las hornillas de mármol fue el último acto. De allí, cada cual en su Suburban enfiló, satisfecho, el camino hacia la deslumbrante capital. Sólo polvo quedó tras de los vehículos; un fino polvo que, poco a poco, fue aclarando el panorama. Ahora todo era más transparente en el luminoso futuro de Baja California Sur. Juan Melgar De diabluras y calamidades «Que el Diablo no existe, acaba de decir el jesuita Enrique Maza» —informa El Parara a la raza reunida en Los 7 pilares, lugar de tragos, trasgos y filosofía (en ese orden), concurrido por conspicuos representantes del peladaje paceño. «Yo creo que este jesuita anda endemoniado y desencaminado. ¿Cómo de que no? Hay incontables pruebas de la existencia del Angel Caído. Y no en las escrituras, sino en esta vida, la cotidiana. A donde volteemos podremos encontrar sus manifestaciones. Quién sino Él aconsejó al señor Obispo a renegar de la caridad y humildad cristianas de todo buen pastor de almas, para vivir en la abundancia que ostenta, sólo comparable con la de un capo del narco. Que el Demonio anda suelto en estas elecciones priistas ¿quién puede dudarlo? Miren nomás el infernal cochinero que se traen malacostumbrado a la gente a la democracia, y malacostumbrándose ellos a dirimir sus diferencias con (cierta) civilidad. ¡Claro que el Chamuco está entre nosotros! Si no, ¿quién le redacta la nota roja al doctor Villarreal?

¿Quién le sopla en la orejita a Rocío Maceda? ¿No es Satanás mismo quien sugiere a los diputados sus proyectos de ley y encamina y couchea las cantinflescas discusiones en El Congreso? Luzbel está desatado. Recorre los pasillos de Palacio dando alaridos y trinchando las carnes de quienes no están en cuerpo y alma con El Proyecto: los tímidos, los blandos, los no comprometidos con la revolución que marcha, pisando lodo y escarcha... ¿No es acaso el Malo quien hizo que el candidato Bush a la presidencia yanqui no recordara los nombres de los líderes de Pakistán, India, Chechenia y Taiwán, preguntados por un reportero? Porque el buen George los sabía, los sabía, pero un demonio se interpuso, y le hizo quedar en ridículo. Lucifer no duerme: redacta horrendas columnas en los diarios (y en los semanarios); se mete con la vida privada de los inocentes y nada dice de la pública actuación de los que se llevaron el dinero y de los que se lo siguen llevando. No fue un seráfico policía de Jalisco, sino Belcebú en persona quien apaleó brutalmente al dirigente de El Barzón, ¿no creen? ¿A quién sino al Moñoño se le ocurrió aumentar el predial y disminuir las horas de venta de los fríos caldos embotellados que hacen menos infeliz la existencia de nosotros, los parias, los descamisados que alquilamos nuestra marxiana fuerza de trabajo, camaradas de la gleba, plebeya sangre de mi sangre?» Con la boca ardiéndole como el infierno y seco el tragamáiz, el filósofo de barrio concluye, arrebata una cápsula opalina y se enjuaga el gañote con demoníaco arte. El resto de los oficiantes se la hubo de persignar 666 veces. Huizapolítica De gobernadores, munícipes y grilla La collita no se anima a soplar sobre el puerto. El infelizaje, de todas maneras, busca refugio en Los 7 Pilares, no vaya a ser que los vientazos se suelten y agarren a todos en la calle, sin chamarra y con el ánimo medio desvencijado a causa de los problemas económicos que a todos, sin excepción, afectan. —Ya ven cómo hasta los gobernadores andan buscando completar el chivo –señala El Bolas, joven comunicativo de El Calandrio— pues los recortes que les ha hecho Fox traen a todos medio enchilados. Y a quién no, si un adeudito de 40 mil millones de pesos como que ya calienta, ¿no? Salvo El Juntabotes —hombre de empresa que cotiza en la Bolsa de Valores— ninguno entre los descamisados tiene la más puta idea de lo que representa una cantidad como esa: 40 mil millones de pesos; pero todos pujan asintiendo, dándole razón al Orgullo de El Calandrio respecto de su folclórica apreciación. —Va a ver cómo van a terminar sacándole los billetes al Fox, con su asociación, club, sindicato, pandilla, conferencia de gobernadores o como se llame –sentencia La Doñita—. ¿Y vieron? Nuestro gobernador ahí anda, en Chihuahua, echándole candela al asunto, y ofreciendo a La Paz como próxima sede de la reunión de mandatarios estatales inconformes, en noviembre... ¿No nos irá a meter en camisa de once varas? Porque sin deberla ni temerla, a los sudcalifornianos podrían hacernos pagar el pato/ —No le saque, Doñita –ataja El Juntabotes— Leonel ya dijo que los gobernadores inconformes “no le apuestan al pleito con nadie, y mucho menos con el Presidente”, por eso van a buscar acuerdos más allá del debate a corto plazo. —Como es medio arrebatado –aclara el ama de casa— pensé que andaría echando brava y... como que... ¿no? — No pasa nada. Ya pasaron los tiempos en que el presidente arqueaba la ceja y los gobernadores temblaban –aclara Carambuyo Bill— y esto se lo debemos al triunfo de Fox, que cavó la tumba del presidencialismo arbitrario, posible sólo porque la dictadura de un partido así lo determinaba. La Conferencia Nacional de Gobernadores (del PRI y el PRD) constituye un factor de equilibrio. Va a dialogar con el Presidente y con los legisladores. Algo bueno debe salir de todo eso. — Pues los presidentes municipales andan también reunidos en Monterrey, buscándole salidas a sus broncas de desarrollo –informa El Juntabotes— que son también bastante pesadas: agua, electricidad, basura, seguridad, servicios... ¿Se imaginan? El Alcalde de Guadalajara y el de Tijuana, sentaditos junto al de San Salvador El Seco, Puebla, y el de Yalalag, Oaxaca. Qué cuadro surrealista: trajes ingleses y lavandas francesas junto a pantalones de dril, paliacates y sudor. Viva México. La tribu sonríe ante el escenario pintado por el Zar del Aluminio de Reúso. Los únicos serios, circunspectos, desconfiados y anarcos, que no opinan ni participan en el mitote, son El Parara y El Viejo Chamán yaqui, atejonados allá, por el último pilar de la ramada que cobija a lo mejorcito de cada casa en el puerto. Juan Melgar De amistad y desaire Arrinconados por los vientos otoñales en Los 7 Pilares, los maitros, teporochos, catarrines, macuarros, clochard y desempleados varios que forman la clientela habitual en el antro de peor reputación para las buenas conciencias del puerto, están entretenidos en su pasatiempo favorito: socializar la forjada, cuando llega al semiclandestino aguaje El Juntabotes, hombre de empresa que es un nudo de contradicciones, pues siendo millonario en dólares y con empresas que cotizan en la Bolsa de La Gran Manzana, desdeña la compañía de la gente bonita del jet set internacional y prefiere el agrio aroma a trasudores que despide la perrada en esta mísera ramada ubicada en el culo del planeta, pero eso sí, “a la diestra mano de las Indias” y muy cerca de ya saben dónde. No viene solo el Zar de los Cilindros Apachurrados: lo acompaña un bato bien plantado, con botas charoleadas y cinturón piteado, sonriente y saludador, que a todos da la mano preguntándoles muy interesado cómo están y cómo anda la familia y todo lo demás que la gente educada o los políticos desean saber –sin quererlo realmente— acerca del sujeto que tienen enfrente. Todos responden lo de siempre: “Pueh aquí...” “Ai la llevamoh...” “No me quejo...” “Mah o menoh...” En su calidad de anfitrión, el Jeque de los Botes Apachurrados ordena al Ultramarinero que destape las de rigor y las reparta entre la raza, al tiempo que él toma posición de dominio del escenario, compone el pecho y se lanza: — Hermanos: tengo el honor de ser Amigo desde antes de que se inventara aquello de los “Amigos de...” ¿se acuerdan? Y hoy el Amigo cumple la promesa que me hiciera en campaña: la de visitar este puerto en plan de camarada, de compa, sin guaruras ni prensa acarreada de la que lleva a sus giras... De incógnito, como quien dice. Tiene ganas de ponerse hasta atrás en compañía de gente neta, para que le digamos la verdad acerca de su gestión. Los medios de información lo traen tan mareado y juido que ya no les cree. Si tantito se equivoca en un apellido y dice Borgues por Borges, no se lo acaban, insinuando que jamás ha leído otro libro que no sea La Biblia o El Vendedor más Grande del Mundo... Yo le prometí que ustedes le dirían la verdad acerca de su actuación, porque en este aguaje rueda la palabra libre y está prohibido prohibir. Averaver: quién va a ser el primero en felicitar al Amigo por su gestión patriótica al frente de los destinos y las riendas... Quién quiere abrazarlo efusivo y decirle al oído cuánto se le quiere en esta isla arrinconada en el Pacífico... Quién va a palmearle los lomos en son de reconocimiento a sus esfuerzos patrióticos... ¿Quién? ¿Quién? Los cabecitas negras no reaccionan como de ellos se esperaría, dada la circunstancia. Ninguno entre ellos ve siquiera al visitante, o al oficioso anfitrión. Con la cabeza agachada, todos se concentran en el gollete o en los textos del periódico que envuelve su ampolla ámbar, como si quisieran poseer en esos instantes el don de la invisibilidad. Una como pena ajena los embarga. Nadie habla, nadie respinga. El ágora de los sin tierra ni tarjeta de crédito continúa silenciosa, minutos después, cuando El Juntabotes y su Amigo la han abandonado, agüitados, y se han perdido, cabizbajos, este 21 de noviembre por la calle polvosa que baja hacia el Malecón. Qué oso. Huizapolítica De recordaciones y sacrificios «Hay fechas que los mexicanos guardamos, escondemos, mantenemos ocultas frente a los reflectores. Esto que pareceía una incongruencia, no lo es si recordamos que una excelente forma de ocultar algo es mantenerlo donde menos se le busque: frente a tu nariz —dice El Parara a sus pares en Los 7 Pilares, aguaje con nombradía pero sin renombre, a juicio de las autoridades de Turismo. —Hoy es 13 de septiembre —sigue diciendo— el Mes de la Patria, según afirman los locutores y conductores de radio y tele, en apoyo a las campañas orquestadas en algún apartado cubil de Los Pinos o de Palacio dedicado a la comunicación, y nosotros les seguimos el juego: Mes de la Patria, de la Independencia, del Grito aquél del curita criollo pero liberal; calvo pero galán; intelectual pero hombre de acción; el principal entre los héroes que nos dieron patria. De lo que pasó aquel 13 de septiembre — insiste— nos acordamos, pero como que a medias: Como renuevos cuyos aliños/ un cierzo helado marchita en flor/ así cayeron los héroes niños/ ante las balas del invasor... ¿Qué invasor? ¿Tienen nombre los invasores, es decir, nacionalidad? se preguntará algún imprudente, de esos que hay. ¡Shhhht!, —habrá de decirle algún bienintencionado guardián del sentimiento patrio— ¡dejémoslo así; no tiene caso enturbiar las buenas relaciones entre vecinos, ni el destino del TLC y la aldea global! Si el curato de Dolores se cimbró con el grito de ¡Vamos a matar gachupines!, y en la batalla por Chapultepec se habrá escuchado a los cadetes maldecir entre disparo y puñalada: ¡Muérete gringo son of a bitch! O a algún artillero al momento de disparar la culebrina cargada de metralla: ¡Chúpenso esto yanquis hijos de la jijurria!.. actualmente, silenciados los cañones y con nuestros presidentes hablando un inglés de buenos vecinos, señalar a los güeros de al lado como los que nos rompieron el hocico y otros lugares en Padierna, Cerro del Borrego y Molino del rey para terminar de rompernos el alma en Chapultepec, es, parece, de mal gusto. Será que no queremos hacerle mucha propaganda a una guerra en la que no ganamos una sola batalla. A los alemanes les fue de la trompada con los yanquis en la segunda guerra mundial y mírenlos: con una economía boyante. ¿Y los japoneses? Los gringos los hicieron pomada con dos bombas atómicas de pilón, y ¿dónde andan? En los cuernos de la luna, como potencia millonaria. Moraleja: si quieres hacerte socio del Club de Los 7 poderosos, pierde una guerra con los Estados Unidos y exígeles un Plan Marshal para recuperarte, ¿no? —A lo mejor es lo que Fox anda negociando con los vecinos: un Plan Marshal retroactivo a 1848 —dice La Doñita. ¿Se imaginan cuánto nos tocaría nomás por intereses moratorios? Habría que cobrarles los Niños Héroes, el Batallón de San Patricio y todas las barbaridades que hicieron en la capital para acabar con los francotiradores y guerrilleros... —No, Doñita —aclara el gurú de los descamisados—, era broma. No es asunto de cobrar facturas históricas, sino de decir vino al vino y pan al pan. Recordemos la perdida batalla de Chapultepec como un capítulo más de una guerra de agresión no buscada por nosotros y sí por Estados Unidos, una nación que no pierde su beligerante actitud porque cree, como entonces, en su Destino Manifiesto. —¿Cuál es entonces el problema? —protesta la dama, algo chirrisca. —Que el 13 de septiembre debiera ser para nosotros lo que es la supuesta degollina de El Álamo para los tejanos, un grito franco de

combate. ¿Qué tal un «¡Recuerden Chapultepec!» —declara, envalentonado, El Bolas. —Andan mal, hijos —sentencia el Viejo Chamán yaqui. Hay sabiduría en recordar con prudencia las batallas y guerras perdidas. Hay que ser generosos, siempre. No hay guerras santas. El rencor socava. Es preferible ver a Fox hablando su inglés comercial en La Casa Blanca, que a unos aún no nacidos níños héroes desangrándose en los campos de batalla. Adiós al pasado. Que sea el futuro el que nos mueva, y todos en paz. Nadie osa argumentar contra el verbo del patriarca yaqui. Como en ocasiones similares, en Los 7 Pilares se brinda con mesura por la nación recuperada y por los sacrificios de tantos héroes. Es el Mes de la Patria. Sea. Juan Melgar De poder y joder Insiste el pájaro carpintero en su canto enjundioso, áspero y estridente, al tiempo que golpea con el pico el rugoso tronco del mango en busca de gusanos, allí, en el patio mismo de Los 7 Pilares. La manga de desempleados se espanta los zancudos y el bochorno destemplado de un otoño atípico por veraniego. Entre manotazo y maldición, los integrantes de la tribu de malvivientes que en el aguaje varan se cuentan los últimos chismes, que van de los recientes, lustrosos cuernos que estrena un alto personaje, hasta el enfrentamiento soterrado (pero a muerte súbita) que sostienen funcionarios del Proyecto en busca de acomodo, forzando el enroque que los traslade de la actual asesoría a la Dirección General de algún instituto o, en un descuido fatal, a la Siberia de todos tan temida, por argüenderos. —¿Por qué le sacarán al congelador? –se pregunta Carambuyo Bill, el fronterizo—. No es un mal sitio. Desde allí pueden dedicar tiempo y energías a su jale favorito: la intriga palaciega, el comentario malaleche, el señalamiento jodedor, el dedo que malquista con El Jefe, volviendo al señalado enemigo personal... —Pero sin cheque quincenal –aclara El Bolas— ni cortesías en hoteles de Los Cabos, ni viáticos, ni boletos de avión a Cancún, ni/ —Eso sería antes –informa La Doñita— porque desde que la Coalición Democrática y del Trabajo sacó al PRI de Palacio, la ética política es guía segura de las conductas de nuestros próceres en el poder: salarios justos, adecuados a su responsabilidad y sacrificio (que es grande). Nadie roba. No hay quien utilice el puesto para medrar. Los parientes, si están en la nómina es porque lo merecen. Nadie abusa ya del puesto, que es de sacrificio y servicio a la comunidad. Debemos estar agradecidos: nos tocó vivir el cambio de estilo personal de gobernar, en el país y en la isla. El anciano régimen era corrupto, patrimonialista, antidemocrático, abusivo e insensible, allá y acá. Hoy todo ha cambiado: la vida es hermosa, los pajaritos cantan... Los maitros reunidos en el ultramarinos menos light del Pacífico oyen a esta ama de casa, la ven y luego voltean a verse con las cejas arqueadas y la barbilla recogida contra el pecho, preguntándose si la ñora habla en serio, convencida de las bondades del Proyecto, o ironiza. Con ella nunca se sabe. De lo que sí pueden estar seguros es que la calor se mantiene, como el vuelo zuato de los zancudos y el canto destemplado del carpintero que picotea rencoroso el áspero tronco del mango, como si fuera manda. Y como si fuera manda, todos beben. Huizapolítica De entomología y poder La transformación de gusano en crisálida y de ésta en mariposa es uno de los grandiosos fenómenos que la madrecita Naturaleza realiza porque sí; no para deslumbrarnos, aunque a fin de cuentas lo haga. Hay otro ser, pero este social, que realiza similar metamorfosis, pero con mayor grado de dificultad: el político gusanillo, que se refugia en su crisálida cuando los golpes menudean porque los tiempos cambiaron, deviene mariposa por un golpe de suerte (el amigo de la infancia que llega al sitial por todos tan querido) y vuela grácil, orgullosa durante un sexenio, si sigue las reglas que el amigo de la infancia (hoy jefe), le dicta durante cada uno de los un mil 825 días del mandato. «Hoy estás; mañana podrías no estar», reza la frase que el políticomariposa escucha cada día de labios de ese pequeño grillito que desde el hombro le aconseja y couchea, como a Pinocho. Aquella certeza se graba en su corteza cerebral y le obliga a actuar, cotidianamente, como si fuese el último día del sexenio y, como la hormiguita previsora de la fábula, va haciendo guardaditos para cuando los fríos del desempleo lleguen. No quiere ser un político-cigarra (¿existen?) que ande por esas oficinas de Dios causando lástimas; pidiendo apoyos logísticos a los políticos-hormiguita con cuenta bancaria en Las Caimán y departamento de lujo en texanas islas; suplicándoles un pequeño huesito para roer... una comisión... un trabajito sucio contra equis, y griega o zeta... ¡Lo que caiga! Si las verdaderas mariposas cumplen el ciclo de metamorfosis una sola vez en su corta vida, los políticos-insectos son prolíficos. Pueden cambiar también de un estadio a otro, sin transición: de mariposa a gusano, de crisálida a gusano, de mariposa a crisálida, de crisálida a mariposa y todas las combinaciones posibles, repitiéndolas hasta el fin de sus días. La metamorfosis más socorrida en el gremio político-entomológico es sin embargo, la de gusano a gusano. ¿No es una maravilla? Juan Melgar De Navidad y lloros La cuesta de enero se prolongó hasta noviembre, y no parece que habrá de concluir en diciembre, a juicio de los sagaces analistas que recalan en este aguaje semiclandestino bautizado no se sabe por quién ni porqué, como Los 7 Pilares, aunque otros agudos investigadores (comisionados por Gobernación) consideran que “tal vez” el nombrecito obedece a que la ramada es sostenida por ese cabalístico número de columnas. Lo que sea. El caso es que el infelizaje reunido a la vera de las añosas hieleras anda con el espíritu fruncido, pues... —Diciembre está a la vuelta de la esquina –informa El Bolas— y los plebes ya empezaron a moler con lo del arbolito/ — ¿A ti también te transaron con tus ahorros en ese banco? –desea saber Carambuyo Bill, el fronterizo. — El de Navidá –aclara el Orgullo de El Calandrio— y lo peor es que lo quieren “Douglas”; es decir, frondoso, pero elegante, oloroso, importado y carísimo, como todo lo que se vende en esta época/ — ¿La de Leonel? –pregunta de nuevo Carambuyo. — La de Navidá –vuelve a aclarar el Orgullo de Sudcalifornia, que no parece interesado en los malabares de pésima leche que intenta el Bill a sus costillas—. ¿No sería mejor que nos olvidáramos todos de los festejos decembrinos? Si Cristo nació el 25 en Belén hace dos milenios, no veo por qué tenemos qué festejarlo comprándoles juguetes y mugre y media a los niños, a la vieja, a los abuelos y hasta al vecino gandalla. ¿No podríamos hacer, el mero 24, una cenita sencilla pero agradable con la familia, rezar unas oraciones, cantar, bailar, echarnos unos traguitos celebratorios y retirarnos a dormir en santa paz, para soñar con Galilea, Salma, Penélope...y chirrín? ¿Por qué tenemos que empezar a gastar lo que no tenemos desde que diciembre arranca, con lucecitas para la fachada de la casa y para el arbolito, piñatas, sidra, preposadas, posadas y demás jelengues? No veo el motivo. — El capitalismo es así, Bolas –dice La Doñita, ama de casa tan alivianada como prudente—. Los Estados Unidos son hoy una potencia porque sus ciudadanos son, antes que nada, consumidores. Entre guerras, el consumo es la base de su economía. A sus trabajadores los patrones les pagan bien para que bien consuman. A cualquier chango le otorgan crédito... Bueno, eso es lo que dicen los que saben— se cubre La Doñita. — Pues bajo tales condiciones, no me opongo – aclara El Bolas—. Pero con estos minisalarios; sin créditos; con las maquiladoras retirándose sin pagar; Rofomex reventada; el Supremo Gobierno convertido en vendedor de terrenos para sacar el chivo y amacizar las elecciones que se acercan... ¿Cómo? El capitalismo de Fox es tan primitivo e ineficaz como el que anima al Proyecto local. No hay esperanza para nosotros, los que sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo para vender. El panorama está tan espantoso, que hasta el Monte de Piedad anda quebrando, porque la raza no tiene ni qué empeñar, y las almas están devaluadas: al Diablo no le interesan. De ese tenor andan los ánimos en el aguaje más reputado de la isla. Escaso pan y deficiente, carísimo circo. Así no. Huizapolítica De Espaldas Doradas y ficción Cruzan la frontera de California —de norte a sur— para trabajar como ilegales en México: les llaman Espaldas Doradas. Sajones, caucásicos, de origen irlandés o italiano, son estadounidenses o canadienses que cruzan la línea por Tijuana como turistas, para convertirse un día después, en Los Cabos, en mano de obra calificada: electricistas, plomeros, carpinteros, ingenieros y, el colmo, prestadores de servicios turísticos. Esto podría ser la introducción a un reportaje, si lo hasta aquí dicho fuese cierto y no sólo verosímil. Si hubiese un pueblo llamado Los Cabos, finisterra de una isla llamada Antigua California Mexicana. Pero no es así. Por fortuna. Porque los mexicanos tenemos memoria histórica. Jamás permitiríamos que el rapto de la Alta California se repitiese. ¿Recuerdan? México empezó a perder aquel territorio, el más rico del planeta, desde antes de ser México, cuando era todavía el Virreinato de la Nueva España. Empezó a perder la Alta California cuando dejó pasar las oleadas de gringos que en tropel se lanzaban a conquistar el american dream: tener el pacífico como última frontera en el far west. Así llegaron cazadores, peleteros, vaqueros, comerciantes, pistoleros, granjeros, balleneros, mineros y aventureros de diversa facha. México, mejor dicho Nueva España, había empezado a perder aquel paraíso cuando el virrey envió a la Alta California al primero de una larga lista de gobernadores insensibles, prepotentes, rapaces o incapaces, uno tras otro... Pero esa es otra historia: la Historia. Volvamos al presente, a Los Cabos, a un pueblo que no existe, en una mítica isla llamada Antigua California, pueblo al que no llegan trabajadores ilegales disfrazados de turistas a quitarles oportunidades a los nativos, porque los mexicanos tenemos memoria y leyes y respeto por nuestra inteligencia. ¿Cómo volveríamos a tropezarnos con la misma estúpida piedra? Juan Melgar De enroques y culpa «¿En qué habré fallado? ¿Cuáles fueron las reglas que violé? No puede ser... Yo sentía que la estaba haciendo. Verán: si entregaba obra en San Bartolo, Bahía Tortugas o Tembabichi, jamás olvidaba mencionar que era un logro del Jefe, que así se preocupaba por el destino y la suerte de los pobladores de San Bartolo, Bahía Tortugas o Tembabichi. Jamás hice movimiento alguno sin tenerlo al tanto (ya ven cómo es: quiere tener todos los hilos en la mano) y tampoco le dejé las manos sueltas a mi gente para que hicieran negocio al amparo de... El caso es que fui cuidadoso. Nada de nada. Y también lo fui cuidándole la espalda a los alacranes, las víboras y coralillos, y hasta del animal de pezuña que tanta lata da en los medios. Es cierto, Él nos había advertido que no le soltáramos ni una nada a nadie y, en general, así lo hice; pero no faltó por ahí un amigo al que si el carro, que si el boleto de avión... Cosas menores... No creo que por eso haya sido ¿no? El caso es que, ya ven, me enrocó y puso en mi lugar a mi enemigo de toda la vida. Bueno, no es cierto: empezamos a malquistarnos cuando ambos enfocamos las baterías hacia el mismo objetivo. Antes, nos llevábamos bien. Desde la barrera, los toros no se ven tan fieros. Qué fácil resulta para los chupatintas

de siempre hablar de dignidad y de renuncia. Los quisiera ver alejándose del poder (luego de casi un año de ejercerlo), sin hacer gestos. A todo se acostumbra uno, menos a la falta de halagos; al trato preferencial en todos lados; al chofer; al celular; a la sonrisa grácil ¿fácil? de las edecanes; al me mandas luego la cuenta; al apapacho sonoro y sonriente de los vencedores, los que sí apoyamos al Jefe y nos la rifamos con él desde endenantes. Por eso es que acepto disciplinado y agradecido la nueva responsabilidad que me ha sido conferida. Los que me pusieron en mal con el Jefe, algún día van a ser descubiertos, y mi lealtad premiada. Mientras, ahí, pian pianito, voy a serguir sirviéndole, adivinando sus quereres y necesidades, desde un puesto menor a mis merecimientos, claro, pero todavía dentro de la jugada y el set. No dejo, pese a todo, de preguntarme desde hace días, ¿en qué habré fallado? ¿Cuáles fueron las reglas que violé?» Huizapolítica De oportunismo y oportunidad La oportunidad es la esencia de la tarea política. Un programa de acción tiene su momento apropiado en el que encaja, cuando es oportuno. En la oportunidad participan convicciones sociales y políticas entrañables, así como adhesiones ideológicas que llegan al sacrificio. En el oportunismo, por el contrario, sólo imperan las circunstancias, especialmente las de egoísmo personal. Una mala lectura napoleónica de El Principe hace que de la frase de Maquiavelo: Si logra con acierto su fin, se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo, los oportunistas extraigan su máxima de oro: Triunfa siempre, aun por el peor medio, y te darán siempre la razón. El oportunismo y su protagonista, el oportunista, forman parte importante del quehacer político y de nuestra picaresca social. Miembros distinguidos y hasta dirigentes de un partido político que se van a otro para recibir merecimientos que el primero les negó, son no sólo no criticados, sino aplaudidos y premiados. El oportunista es trepador por convicción y gusto. Se encarama sobre sus valedores para alcanzar un objetivo determinado y, conseguido éste, prescinde de aquellos que usó como escalones, llegando incluso a traicionarlos, sin dolor y sin remordimientos... faltaba más. Para elevarse, el oportunista utiliza instituciones y fuerzas con las que discrepa y a veces hasta desprecia, porque... le creen (se asume como timador refinado, inteligente; no puede sino menospreciar a quien en él confió). La actividad política del oportunista es inmediatista y pragmática. Las convicciones ideológicas profundas constituyen un refinamiento que no va con su personalidad, aunque en ocasiones, cuando lo considera necesario por cuestiones de imagen, puede dar cátedra pública de compromiso con las causas más sentidas de la sociedad y luego festinar en privado la actuación. El político oportunista como actor, es una sombra que huye de su autor para convertirse en su dueño. Cuando el oportunista cae en desgracia, su sombra sigue actuando en las calles, en los mercados, en los mentideros públicos, queriendo hacer creer que es creído o, cuando menos, respetado. Pero sólo es sombra vana. Juan Melgar De poder y humildad “Si algo me revienta es que me salgan a cada rato con el lugar común de que El poder corrompe; y el poder absoluto... Son patéticos esos seudopensadores de banqueta, empeñados en dar consejos que nadie les pide. ¿De dónde sacan la idea estúpida de que los gobernantes necesitamos su ayuda para conducir el rebaño? Si así fuera, no estaríamos sentados en el lugar en que estamos. El ejercicio del poder implica capacidad; mucha capacidad, y carácter, mucho carácter ¿Conocen a un conductor de voluntades, a un líder, que no posea tales atributos? Una cosa es tener un cuerpo de asesores con los cuales normar tu criterio y escuchar otras opiniones, pero la decisión la tomas tú (“En la soledad de tu despacho” diría el cursi de López Portillo). Ni me he corrompido ni me he envanecido ni me he llenado del caldo flaco con el que se atragantan los imbéciles. Sigo siendo el mismo hombre de rancho que fui cuando estudié en la universidad; la misma gente sencilla que puede convivir con la rancherada en una carneasada y unas tacuachadas parejeras un domingo, y al día siguiente desayunar con el embajador de Francia o acompañar a la directora de Conaculta al palco en Bellas Artes... Pero ultimadamente, lo que yo quiero decir es que no “se me ha subido” ni tantito el que mis paisanos me hayan escogido para representarlos y para sacarlos del agujero en que los tuvieron aquellos bandidos, un sexenio tras otro. Ya les he demostrado cómo se gobierna; cómo se ejerce el presupuesto; cómo se sacan las partidas y cómo se distribuyen entre los más necesitados. No soy yo el que lo dice nomás: lo dice toditita la gente; me lo repiten a diario los más inteligentes de mi equipo. Porque eso sí: me he rodeado de hombres y mujeres capaces, secretarios sacrificados, que me adivinan el pensamiento. (Claro que también les retribuyo con largueza; pero estoy seguro de que lo harían de todos modos; con pago o sin él). ¿Por qué la insistencia de los que están fuera del Proyecto en recordarme que estoy llegando (“ya”) a la mitad del sexenato? Voy a gobernar con mano firme hasta el último día, en atención al ordenamiento constitucional y al deseo de mis mandantes, que fue ése: gobernar hasta el final. Creo que no lo hago tan mal. ¡Qué digo! Ni me está la humildad: soy el mejor gobernante que han tenido. Aquí, desde esta península alejada de la mano de Dios (¿a qué horas empiezan a llegar los demás de la APEC?) puedo decírselo a mi otro yo, sin tapujos y sin que me tiemble la voz, porque sólo los hombres sabios, los hombres justos, los mejores, tenemos derecho a confesárnoslo, cada día, viendo al espejo: hice lo que pude (y no fue poco). La historia va a juzgarme bien. Insisto: sigo siendo el mismo hombre, sencillo, del campo; el mismo de siempre. Qué equivocados estaban aquellos que pensaron que un gerente de la Pepsi no podría dirigir este país ”. Huizapolítica De cadenas y milagrería «Esta carta-cadena debe, queridos hermanos, dar la vuelta al mundo y propiciar milagros. Con ella deben hacer 29 copias y repartirlas en los siguientes 10 días. A cambio recibirán una prueba de la Virgen, por muy (sic) imposible que sea. El Presidente de Brasil recibió la carta; la llamó basura y fue depuesto 13 días después. El Presidente de Estados Unidos, por el contrario, faxeó sus 29 copias a los amigos y al día siguiente conoció a Mónica Lewinsky en la Sala Oval. (No se adelante a sacar conclusiones; imagínese si no la hubiese contestado). En plena campaña por la gubernatura de Sudcalifornia un candidato recibió la carta, mandó hacer 29 copias y las envió a sus 29 destinatarios. La Virgen lo premió evitándole que se sacara el tigre en la rifa. Su adversario se carcajeó y rio mucho de la cadena, y ya ven. A un rector estaban por hacerle una auditoría en la universidad, cuando recibió la carta-cadena. Se aplicó y de puño y letra (austero que es) se dio a la tarea de copiar las consabidas 29; él mismo las repartió y unos días después, él era quien practicaba auditoría a sus examigos. A un teatrero ruso le llegó la cadena y en vez de sacarle copias y mandarlas a Chernobyl o a Vladivostok como era de esperarse, utilizó el reverso para mandar un duro regaño a una subsecretaria de gobierno, y el pobre fue regresado a Siberia, donde le espera un verano tan crudo como su carta. Esta cartita es sagrada. Por favor no te burles de ella. Si la recibes y la repartes antes de que concluya el actual régimen, tendrás una sorpresa muy grande». Por de pronto, hermanos, yo ya cumplí; y con creces. ¿Cuál es el tiraje de este diario? Juan Melgar De Benito y amistad «Soy uno de los miles Amigos de Benito que en esta tierra viven y sueñan con su ejemplo de político ejemplar, paradigmático» —declara rotundo, con voz trémula de recitador pueblerino, el Guardián Efímero de las Costumbres del Clan, o sea, El Parara, teporocho de discurso fácil y a veces amable, como el trato que le dispensan sus compas y cómplices en Los 7 Pilares, aguaje de la más pura cepa californiana, desde las Sergas de aquel valeroso joven llamado Esplandián, hasta estos días, tan carentes de héroes. El resto de la canalla porteña ahí reunida brinca sorprendido ante la declaración del Gurú de los Sin Tierra, por el fuerte olor a apoyo con destape prematuro que del discurso emana, y esperan cautelosos a que el líder moral del peladaje se explique, se justifique. —Verdadero líder, conductor de hombres y guía de pueblos — continúa diciendo— humilde como el que más, pues sus ojos vieron la luz primera en una sierra apartada, alejada de la capital del estado, y no se diga de la capital de la república. Aquella convivencia infantil con la majestad de las montañas coronadas por las nubes que les arriman los aires del Pacífico y por la fría atmósfera que baña sus profundas gargantas y sus mesetas, habrá templado el espíritu de nuestro amigo Benito para enfrentar las asechanzas que encontró en la gran ciudad y luego en los fatigosos estudios universitarios que le permitirían obtener la licenciatura en la profesión liberal que le apasionó, porque le posibilitaba para servir a su gente, a los necesitados. Político probo y eficaz, encuentra en la honrada medianía del servidor público la paz espiritual que a los hombres de bien acompaña, adornándoles. Ser «Amigo de Benito» es un honor, un orgullo que todo californio debe mostrar a los demás, esperando que aquellos sigan su ejemplo y abracen sin temor ni temblor alguno su causa, pues es lo menos que de todo buen ciudadano se espera. —¿Quién —concluye Parara, algo teatral— que no sea un mocho oscurantista y retrógrada (en estos tiempos de necesaria definición ideológica), negaría ser uno más de los Amigos de Benito... Juárez? Una salva de aplausos rubrica la pieza oratoria (un tanto decimonónica, habrá que reconocer) del menos dañado entre los catarrines y desempleados que las collas empujan hacia el ágora menos pretenciosa del noroeste: Los 7 Pilares. Huizapolítica De liberación y frentes Hay por estos rumbos, como en la viña del Señor, de todo. Habrá quienes sientan suyo el pacto que nos une a la federación, y quienes deseen repudiarlo, para: ¿ingresar a otro, vecino? ¿Instaurar la república autónoma de Sudcalifornia? Anda por ahí, circulando, un papel volante redactado un poco a la carrera, que dice: «Sudcaliforniano, unete (sic) al FSL», que no es sino el Frente Sudcaliforniano de Liberación. Parece anécdota de una película inglesa de humor ácido; broma del día de los inocentes o puntada de un grupo de compadres que una tarde, al puntón y mientras se hace la sopa en una jugada de dominó, uno de ellos dice, animado: —¿Vamos formando el Frente Sudcaliforniano de Liberación? ¡Juega! —habrán dicho los demás. El menos achispado del grupúsculo se habrá interrogado en voz alta: —¿Y de quién o de qué vamos a liberarnos? ¿Del gobierno burgués actual? ¿Del imperialismo yanqui? ¿Vamos acaso a liberar nuestra mente para volar, etéreos, en el ideal? —Yo propongo que nos liberemos de... (dudando) pues... de la Federación ¿no? —¡De acuerdo! Pero eso sí: sin violencias y dentro de la Constitución —tartajeará el pacifista de la cofradía, siempre convencido de las bondades del diálogo y la concertación (en ese orden). Así, con la frescura cómplice que propicia la farra y el estar entre amigos; con la camaradería que nace de la mutua afición por el juego inocente de las 28 fichas punteadas; con la euforia que provoca el haberle ahorcado dos mulas al zuato del compadre que se ubica a la derecha; con todo ello como motivación, cualquiera se anima

a formar un frente de liberación o de opresión o ecléctico. Faltaba más. Que ni se le ocurra a la autoridad competente (que las hay) intervenir en este asunto para investigar las motivaciones más profundas y los objetivos perseguidos por el FSL. Ellos ya lo exponen con claridad meridiana en su libelo: van a liberarnos. Así sea. Juan Melgar De democracia y juegos En el fragor del combate, el dedo flamígero señala a los malos. La voz tonante del Júpiter en campaña fulmina a los funcionarios corruptos. El fruncido ceño del líder permite adivinar cárcel para los transgresores y el advenimiento del imperio de la ley y el orden, en una Arcadia hecha posible por la sola voluntad del hoy candidato y mañana mandatario o legislador. Son más atractivos para la masa de votantes los candidatos en campaña. Entonces, todo es fácil para todos. Los aspirantes al cargo sólo deben prometer que harán cambios para mejorar, y los votantes potenciales sólo deben creer que les creen. Es parte de un juego llamado elecciones, que se inscribe en otro llamado democracia, que se ha venido practicando entre nosotros desde la Independencia, aunque con escasa fortuna. Que nadie se atreva a acusarnos de impacientes, pero ya necesitábamos creer en las elecciones y en sus instituciones de vigilancia. Ahora nos falta aprender a creer en los candidatos y en sus promesas, una asignatura aún pendiente, en México y en Sudcalifornia. Si antes llegamos a pensar que la alternancia en el poder garantizaba a la ciudadanía triunfos automáticos sobre la corrupción, ya pudimos constatar que no es así. Nunca dudamos de la honestidad del hijo del Tata Lázaro, pero Cárdenas no acabó con la corrupción, ni con la inseguridad de las calles defeñas, asuntos que fueron eje y causa de su triunfo electoral. Nada espectacular en la vida socioeconómica de Sudcalifornia ha ocurrido en los meses transcurridos desde que la oposición tomó las riendas en un recambio por el que los sudcalifornianos votaron alegres y esperanzados. Será que hay que dar tiempo al tiempo. Será que debemos ser intransigentes en este asunto de exigir resultados a los políticos, del signo que sean. Será que el proyecto leonelista es de lenta cocción. ¿Qué será? Huizapolítica De lamentos y conclusión Llega cada ejemplar a Los 7 Pilares. Cuando más entretenida está la perrada en su ocupación favorita –este dulce hacer nada— no falta un zuato que llegue a hacerlos pensar boberías, tontejadas y una que otra intrascendencia de esas de escaso calibre. El llegado tiene finta de gringo, pero habla como ranchero sudca, con leperadas, malcriadezas, frases cortadas y sin pronunciar las “eses” finales (ni las intermedias, pue); pero para efectos de precisión, vamos a darle una peinada a su fraseo, que iría más o menos así: —Somos como la fregada, nosotros... ¿Cómo pasan ustedes a creer que siendo la nación más poderosa de la tierra, unos cuántos talibanes de Al Qaeda nos han puesto a parir? Bush anda de repunante, pero no da una; la Condoleeze, igual que el negro de la Defensa: muy sacalepunta los dos, tratando de justificar la guerra contra Sadam el iraquí, pero ni la ONU ni los europeos los avalan, y su política exterior va de mal en peor... ¿Por qué nadie nos quiere? ¿Qué hemos hecho para merecer el odio de los demás? Somos democráticos; creemos en Dios y en el trabajo honrado; hemos sostenido y mantenido el derecho a la libertad del individuo frente al Estado; luchamos contra las tiranías donde quiera que éstas se den; hemos peleado ya varias guerras en defensa del Mundo Libre... ¿Qué tenemos que hacer los americanos para que nos quieran? La tribu ha sido tomada por sorpresa. Todos voltean a verse las jetas como diciendo ¿y ora? Haciéndose los desentendidos, siguen dando sorbitos a sus forjadas y abanicándose como si tal cosa. El yanqui vuelve a llorar: — ¿Qué país ha dado más premios Nobel? La ONU no existiera, de no ser por nosotros. ¿Y Hollywwod, y Woody Allen y los hot dog y Marilyn Monroe y Hemmingway y Roosevelt y Broadway y el vino de California y el beisbol y el Tazón de las Rosas y Jack London y las hamburguesas y El Ciudadano Kane y Yellowstone Park y el Osito Teddy y los carros Ford y Disneylandia y Jane Fonda y/ — Ya, mijo –ataja El Viejo Chamán yaqui— para, detén tu rosario... Ordena primero al Ultramarinero aquí presente que sirva la ronda de rigor. ¿Listo? Mira chamacón: tu pueblo ha hecho grandes cosas por la Humanidad: combatieron a Hitler; reconstruyeron Europa con su Plan Marshall y hasta inventaron las barras de chocolate. Pero también tienen sus travesuras: Hiroshima y Nagasaki, los granjeros racistas, Veracruz, el senador Macarthy, Chapultepec, la Ley Simpson-Rodino, Mulegé... Pero eso sería lo de menos. A los pueblos del resto del mundo nos revienta su arrogancia; actitud de la que hace poquito, cuando les tumbaron el World Trade Center, nos dio una muestra su presidente: “Están con nosotros o contra nosotros”, dijo el Bush. La arrogancia, la prepotencia, los pierde. — ¡Ah, bueno; sólo que sea por eso! –replica el gringo, encogiéndose de hombros y lanzando a la bola de malvivientes una mueca torcida que quiere ser sonrisa. La tribu le festeja el cínico gracejo y bebe a su salud y a sus costillas hasta el amanecer. “No hay que hacerse mala sangre con recriminaciones extemporáneas”, han de pensar. Juan Melgar De disidencias y congruencias “Soy un disidente y lo seré hasta la muerte” –declara enfático el hombre aquél luego de trasegar dos forjadas en compañía de la raza que acostumbra refugiarse de las inclemencias climáticas y políticas en Los 7 Pilares, aguaje de pésima reputación entre las buenas conciencias del Puerto. Antes de dar a conocer su sintético credo político (“Soy un disidente...”) el de la voz –que ha tenido a bien disparar los bebestibles— ha ilustrado a los descamisados con su biografía, en la que las marchas, plantones, mantas y consignas constituyen la escenografía habitual. ¿Ocupación? –le pregunta La Doñita, muy en plan de encuestadora—“Luchador social” –responde ufano el encuestado, lo que provoca una que otra sonrisilla entre los cabecitas negras. ¿Adscripción? Es decir: ¿dónde cobra, mi amigo? –inquiere la de los ojos color ajenjo. “En la SEP” –responde con ojitos entrecerrados, entre desconfiadón y retador. Como su respuesta no provoca reacción alguna, el ahora ubicado profe sigue dando sus generales y haciendo recuento de glorias pasadas: —Soy producto de las luchas contra el charrismo sindical. Me enfrenté al joven Jonguitud y a toda la runfla de enanos que han desfilado por el sindicato más numeroso del continente, incluído aquel paisano, Beto Miranda, que no peló chango alguno a nalgadas, y a la Elba Esther, que sigue mangoneando y haciendo de las suyas en el SNTE. El país ha cambiado, pero los profes seguimos igual de amolados, aguantando un sindicalismo corrupto, que se unce al gobierno, del signo que sea, y traiciona nuestras reivindicaciones. —Es que el corporativismo jala parejito, de izquierda y de derecha –le hace ver El Parara—. A Fox (un “disidente” del PAN), le conviene tener al SNTE de aliado y le hace ojitos a su “líder moral”, una doña vaquetona que nada tiene de tonteja y que se deja querer, aunque sea dirigente nacional del PRI. —Y eso se refleja aquí en la isla de manera curiosa –dice El Bolas, joven informado de El Calandrio— pues aunque aquella doña jala con el “panista” Fox, apoya aquí al líder sindical priista que presiona al perredista Secretario de Educación, un antiguo disidente (como usté, maitro), que ahora defiende a la patronal, que Revolucionaria y todo, sigue siendo patronal, y no suelta un aumento salarial ni de faul... — Eso es lo que me subleva –salta rencoroso el luchador— la traición, el olvido de la causa... — Y qué: a poco preferiría tener en la SEP a un licenciado insensible –quiere saber La Doñita— en vez de un profe sindicalista probado, que puede ayudar a su gremio porque lo conoce. Se me hace que no han meditado bien el punto, ustedes los disidentes, y debieran hacerlo, ¿no? Porque, —la verdad—, si a usted, disidente probado y sin fisuras, un gobierno revolucionario de a deveras le ofrece un puesto en su gabinete para que pruebe sus ganas de servir a la humanidad... ¿va a rechazarlo? ¿No es por el poder político por lo que luchan los disidentes? Su Secretario podría estar en esa situación, y ustedes lo traen juido. Ya suéltenlo, ¿no? El disidente por obligación moral calla, ante la lógica de La Doñita. El resto de la cofradía también. Qué remedio. Huizapolítica De aguas y amnesia Está lloviéndonos. El intransitivo verbo empezó a mojarnos cuerpo y ánima. Con este chipichipi que más se acerca a equipata decembrina que a chubasco veraniego de los que a veces se nos tornan ciclones, con nombres engañosamente femeninos y trayectorias más erráticas que el comportamiento de la Bolsa o de los bienintencionados planes de desarrollo. La llovizna empezó el fin de semana anterior. Empapó el solar, lavó la cerúlea superficie de los cardones, diluyó la sal que nos aqueja de endenantes, y calló la boca a más de un quejumbroso malintencionado de esos que hay, a los que no contenta ni la posible unidad de la disidencia alrededor de Fox, Cárdenas o Muñozledo; ni la visita de copetudos funcionarios de la UNESCO; ni la inminente venta de otro sector del Cerro de la Calavera; ni la chamba adicional del gobernador sudcaliforniano como coordinador cardenista en el noroeste; ni la actitud policíaca de quien preside el Congreso, ni nada. Las aguas celestiales con su cauda de bendiciones parecieron lavarle el genio a estos gruñones gratuitos. La maravilla cíclica que propicia la maduración de las ciruelas del monte y la eclosión roja o blanquísima de las pitayas hizo el milagro: por un rato, sus críticas al sistema que propició el cambio van a amainar. Van a cesar los lloriqueos por la aplicación puntual de la sentencia: «A los de este proyecto, lo que pidan; a los otros, ni el saludo». Si continúa el cielo humedeciéndonos los ijares del alma colectiva, a los inconformes por sistema se les resbalará la noticia de que el combate electoral será entre rudos (Fox vs Madrazo) y no entre técnicos (Cárdenas vs Labastida). ¿A quién podrá importarle demasiado el destino histórico de la nación, si el curso del arroyo de Las Pachitas se vuelve perenne? Juan Melgar De federalismo y carácter Hay tres gobernadores, dos subsecretarios y un presidente municipal en la mesa, rodeando al conductor, y dos munícipes más en pantalla, enlazados vía satélite, en Línea de Fuego, programa de tele que puede ser hasta divertido si gozas la berrinchuda conducción de Ruíz Healy. No es diversión lo que El Parara busca. Le jala la presencia de su gobernador, acompañado del panista nuevoleonés Canales Clariond y del priista oaxaqueño José Murat. Frente a ellos, Santiago Levy, subsecretario de Egresos de Hacienda; Baca Rivera, director de Fedealismo de Gobernación y José Luis Durán, alcalde panista de Naucalpan. Demasiado ansioso por participar —piensa el gurú, algo preocupado. Cálmate, le aconseja a distancia. (Ahora resulta que le preocupa aquella imagen. ¿De cuándo a acá?). Quieras que no, le incomoda la posibilidad de que el paisano no la arme en la discusión con aquellos lobos: Murat es grillo correteado; Canales se las come ardiendo; Levy es uno de los geniecillos de Zedillo... Cae el primer gol en contra: le llaman Gobernador de Baja California, una equivocación tan frecuente en los medios, que nos empuja a aclarar molestos, con la sensibilidad chollera muy a flor de piel. Él subraya

(frente a la mirada irónico/fregativa del conductor) que es Sur, y que la otra entidad debiera ser Norte, para evitar la confusión. Desaprovecha el foro para empezar a picar piedra nacional buscando el cambio de nombre: California, Antigua California o, de perdida, Sudcalifornia. Más allá del intrascendente autogol, sigue la preocupación: el tema es federalismo. ¿Qué giro va a darle al asunto? Impaciente, se deja ir: «No es asunto de más o menos dinero para estados, sino de atribuciones; de una redifinición de competencias fiscales, sobre todo.» Bien. «En la medida que seamos mejores gobernantes locales, haremos avanzaar al federalismo hacia la democracia.» Mejor. «El programa llamado Progresa es centralista y excluyente. Los estados y municipios no opinan, no deciden.» Más o menos. Las opiniones del resto los retratan: Levy es aplicado: define las tesis gradualistas de los tecnócratas. Murat se queja del centralismo, pero desde el centralismo de su priismo tradicional y rupestre. Canales Clariond promueve las ideas panistas/regias del esfuerzo individual que no atiende a los apoyos de la federación. Los alcaldes opositores de Acapulco y Naucalpan muestran dotes de panelistas, pero hasta ahí. Visto lo anterior y dada la circunstancia —acota El Parara— podemos concluir que El Ejecutivo de por estos rumbos se portó dignamente, pues presentó tesis muy sentidas de por acá, respecto del federalismo, aunque a ratos le haya brotado lo peleonero, lo enojón, lo impaciente, lo arrebatado... Sediento por el esfuerzo que representa andar de angustiado consejero de príncipes sobrados que no requieren consejos, el ahora aprendíz de Maquiavelo tomó a dos manos un frasco forjado con ternura paceña por el oficiante del ultramarinos y dejó que la amargura le resbalara fríamente por el gañote, limpiándole las asperezas del alma. Huizapolítica De inspiración y estrechez Hay dos clases de seres humanos: los felices y los estreñidos, díjose El Parara, fusilándole el aforismo a algún pensador inteligente y atinado cuyo nombre no pudo recordar (¿Alzheimer?). Habrá sido, tal vez, una frase afortunada en alguna película gringa del género negro, o... El caso es que es estreñimiento mental traía perplejo al paladín del infelizaje ballenero y no daba una. ¿Cómo obligas a un cerebro apocado, aflojerado y estrecho, a parir un buen tema de conversación con la palomilla de Los 7 Pilares? Cuando el occipucio se colapsa y la inspiración no llega —rumiaba— recurre uno al expediente de buscar la declaración rabiosa de algún poeta ecologista y pum, zas... listo; se acabó el problema. Pero apenas ayer salí del paso con ese tema. Habrá que pensar en otra salida. Pesaroso, el tercermundista ideólogo de los descamisados vaga sin rumbo por el puerto, del Esterito al Pedregal, de aquí al Santuario, La 8 de Octubre, La Vaquilla y el Centro, mientras busca tema para su disertación... ¿Y qué tal si comento con la raza los zipizapes habidos entre los funcionarios que quieren la nominación a...? No. Eso a nadie le importa ¿o sí? Mejor los invito a reflexionar acerca de lo logrado por la administración estatal en diez meses de trabajo... Tampoco. Abordar temas positivos, de análisis responsable, podrá ser muy necesario socialmente, pero para eso están los periodistas serios, analíticos, que aquí abundan. Lo nuestro es el comentario torcidón y malaleche pero lucidor, para consumo interno de la plebe en el ultramarinos. ¿El clima? ¿Las tolvaneras? ¿El pollo que cruzó la carretera? ¿La sequía? La sed... No: ¡la cruda!, esa angustia que paraliza y quiebra el espíritu; que vuelve turbia la transmisión de impulsos entre las neuronas que quedan... La que sofoca, reseca el gañote y provoca ñáñaras y latidos transversos justo aquí, en el plexo, hasta que el caldo fresco se desliza por el tobogán del tragadero y baña, balsámico, las paredes calenturientas y viscosas del esófago para restablecer el Cosmos interior... Ese es el tema —concluye— con la ventaja adicional de que tienes en el aguaje el material didáctico idóneo y un público especializado, atento, interesado y con singular experiencia. ¿Cómo no lo pensé antes? Es que hay días así: flojos, sin sustancia, vacíos, en los que hasta los diputados (nuestros mejores hombres) tradicionalmente imponentes y férreos, se manifiestan impotentes y etéreos, sin ánimo alguno para la pendencia. —Vamos, Sancho —le dice animoso a su alter ego— a casa, a la compañía vivificante de nuestros pares. Y el a veces socrático moscorrón que zumba, enfadoso, sobre la coronilla del caballejo estatal; el ahora estreñido cronista de lo intrascendente, enfila hacia el centro geográfico y anímico del puerto, donde Los 7 Pilares. Juan Melgar De Jubileo y jubilación «Jubileo es el nombre con el que los judíos designan a una fiesta que celebraban cada 50 años. Entre los católicos es una indulgencia plenaria que el Papa concede en ciertas ocasiones. Tal vez jubiloso porque todo parece indicar que va a llegar vivo al año dos mil, el Papa, que no puede jubilarse; es decir, alegrarse al cesar la obligación de trabajar, decretó un jubileo para este fin de siglo y de milenio. Con ello, los católicos reciben el perdón por sus pecados a través de aquella indulgencia o benevolencia plenaria mencionada....» Todo el párrafo fue asestado de corridito por El Parara a la crudísima concurrencia que esa ventosa tarde decembrina había llegado a curársela en Los 7 Pilares. Los excesos en el beber y el beber, (comunes en estos días) tenían a la concurrencia algo pálida y tembeleque, estragada, maltrecha y maloliente; razón por la que el discurso pararesco fue recibido con cierto lánguido desinterés. —¡Ah... Malandrines! Bien se ve que no estáis interesados en la liturgia apostólica y romana. Nótase que las festividades religiosas éstas no hacen mella en sus corazones. Habrán notado, sin embargo, que a la entrada de Catedral se ha colocado un arco modernista de metal... Debo confesar que ignoro sus funciones, pero supongo que todo pecador que cruce, debidamente arrepentido de sus malas acciones, alcanza, por el solo tránsito, el perdón divino. Atontejados por la crudísima resaca que nublaba sus ya escasas neuronas, los miembros del peladaje, esta vez, de plano, no acataban: miraban, sin ver, al maestro, con actitud de zombies de Sahuayo. El gurú debió dispararles una ronda antes de dejarlos entretenidos en el ritual de acariciar las forjadas y besarlas, por turno. Se alejó de su grey con estas cavilaciones: si pasar bajo el arco recién levantado frente a Catedral deja al hombre (y mujer) libre de pecado... ¿Cuántas pasadas tendrán que dar los integrantes de la clase política para quedar limpios? Ya veo al Gobernador y a los ex pasando y volviendo a pasar por el tal arco... Algunos de sus funcionarios tendrían que agarrarse del marco y dar vueltas como hélices por varios minutos... y ni así. Y a todo esto (pensó), ¿habrán pedido permiso las autoridades religiosas al INAH que comanda Jorge Amao para transformar el inmueble que es patrimonio cultural de los sudcalifornianos? Seguro que sí; porque ellos saben que hay que dar al César lo que del César es, y... Así le siguió el hombre, por la calle Revolución, meditando sobre júbilos, jubilaciones, jubileos... Huizapolítica De levedad y vanidad No es un personaje en busca de autor, sino de pintor. Le gustan los retratos, pero sobre todo los autorretratos, y sus críticos juran que tiene orgasmos frente al espejo... ¿será? «El cinismo y el doble lenguaje han sustituido a la ética política en la cúpula perredista» dijo recientemente con la misma voz áspera con la que puso patas arriba la Cámara de Diputados en su momento cumbre, y con la voz que juró defender al partido que hoy critica. Aunque no tiene precio porque afirma contar con una «honestidad a toda prueba», si a usted se le ocurriera la peregrina idea de comprarlo, haría un negociazo pagando por él su valor en el mercado, para revenderlo en lo que él dice valer. Compara al PRD con el sistema solar, «que gira alrededor de un astro» llamado Cuauhtémoc, «ese político sin ideas ni consistencia, que se alimenta con las sobras de la ideología» que el disidente construyó para el partido ahora huérfano, a raíz de su partida. «La gente no me ve como un político común; me ve como un estadista... y creo que lo soy» afirma este hombrecillo dominado también por la vanidad y por un egocentrismo sólo comparable con el desde su hace poco tiempo archienemigo: Cuauhtémoc, o con el de algún personaje de novela latinoamericana: «Yo, el supremo», por ejemplo. Considera que «Cuauhtémoc es el ejemplo del político sin ideas, pero con asesores» que le hacen la talacha ideológica; «y como quienes hicimos la ideología del PRD ya nos fuimos, no le queda sino repetirnos», acusa el tránsfuga. «Yo no soy como ellos y tú lo sabes. He dedicado toda mi vida, desde mi adolescencia, a formarme para gobernar este país y tengo la capacidad para hacerlo. No tengo un centavo; además, tengo una línea muy clara», señala sin rubor quien abandonó el PRI para formar un partido, el PRD, que hoy abandona para irse al PARM, que ya abandonará para irse al... Tiemblan y retiemblan los mofletes rubicundos de este que se atropella por responder al interrogatorio que le hace Pancho Garfias, de Excélsior. Sigue siendo el mismo político sobrado aquél que décadas atrás dirigió al PRI, que fue secretario del Trabajo, de Educación y embajador de México en la ONU. En todas las trincheras ha combatido este prohombre incomprendido, y en todas sale derrotado por su ego. Tal vez se equivocó la cigüeña: debió haberlo dejado en Buenos Aires. Allá, seguramente habría despedazado a Menem. Que no se confien sus enemigos porque él es «un ganador», podría darles un susto desde su más reciente trinchera, el PARM. Juan Melgar De líneas y líneas La línea es a los políticos lo que el papel pautado a los músicos: vía sobre la que bordan, trazan y desarrollan su actividad. La pregunta cotidiana del político al Gran Jefe sexenal es siempre: ¿Cuál es la línea? Sin una respuesta (que es orden) no actúan jamás; no podrían. Se los impide la vieja costumbre de esperar la indicación, la luz verde que señala: no hay problema, sigue. Cuando el político es funcionario del Ejecutivo, este fenómeno de la línea se da por ley. El que no pide, espera o acata línea, está perdido o a punto de echarse a perder y no se ha dado cuenta que es cadáver insepulto. Ningún secretario, subsecretario, asesor, director o jefe que deseee seguir en la pelea puede ignorar que su capacidad de decisión está limitada en extremo por eso que llaman «línea» Pero cuando el político navega en aguas del Legislativo, del Judicial, de algún partido o del municipio, no hay, no debiera haber, línea que lo ate, salvo a su poder, a la ley, a sus principios partidarios, a su conciencia o a su gente. Otras líneas hay, por algunos utilizadas para acceder a estados de euforia artificial, que sin el auxilio de aquellas no alcanzarían. Las blancas líneas se tornan telaraña que atrapa, aísla, destruye y quiebra la voluntad de sus consumidores aspirantes. ¿Caen en ellas políticos? Dicen que sí. Y dicen también que esa la puerta de servicio para ingresar al maloliente y oscuro inframundo donde otros jefes deciden y trazan las líneas de la narcopolítica. Una situación lleva a la otra. Hay pues, de líneas a líneas. Esta pequeña crónica de lo intrascendente iba a ser destinada a aplaudir y a apoyar las líneas divisorias que el alcalde paceño ha mandado trazar, todos los días, para ayudarnos a conducir nuestras máquinas y nuestros instintos por las calles pavimentadas del puerto, pera la digresión impuso su línea. Ahí habrá de quedar para otra ocasión en que haya menos interferencia. Huizapolítica De poder y liviandad «Ustedes no tienen que estar cumpliéndole nada a la

gente; son legisladores, no pendejos, ¿está claro?», dijo el gobernador a los diputados que le reclamaban el despotismo de los miembros de su gabinete. «Quiero advertirles que se dejen de chingaderas con los alcaldes (...) déjenles las manos sueltas; aquí tenemos que garantizar el triunfo de Labastida», exigió el gobenador a los representantes populares. Ante los insultos, el líder de los diputados se encabritó, y dijo así con inspirado acento: «Momento señor Gobernador; hasta este momento soy el Líder de la Gran Comisión del Congreso del Estado, y no permito que falte usted al respeto a los legisladores, y si usted nos falta al respeto, pues entonces usted también puede irse a chingar a su madre, ¿está claro?», exclamó el líder. «¡Eso está por verse, pendejo de mierda!», gritó fuera de control el Mandatario, quien de inmediato ordenó que cambiaran de líder, lo que se concretó en el acto. «El que no esté de acuerdo, a la chingada, (y) de una vez empezamos a sacar todos los trapitos al sol» advirtió el Ejecutivo a los diputados, según nota publicada ayer por el diario Reforma. Que a nadie asuste el grosero, áspero, burdo lenguaje de estos hombres que hacen de la política su ocupación principal. Total, así nos las gastamos por estos resecos rumbos. Pero que a todos asuste e indigne lo que está detrás de las palabras: un desprecio absoluto por la división de poderes, que se convierte en la antidemocracia absoluta. ¿Alguien confiaría las riendas del estado a un barbaján de ese tamaño? (y no por malhablado, insisto). Bueno, pues «alguien» se equivocó designándolo y vea usted, oiga usted, piense usted en los resultados. Chiapas, ese bello país por el que no pasó la revolución ni el reparto agrario ni la seguridad social, es tierra de caciques de la peor clase, de la cual el gobernador Roberto Albores Guillén es representativo. Chiapas es también y por fortuna, tierra de generosos protectores de indígenas; de profundos poetas; de novelistas y cuenteros geniales, así como de guerrilleros impares que no se plantean la toma del poder. ¿Todo en Chiapas es México? Juan Melgar De líderes y confianza Este Cuauhtémoc se las trae con eso de la impopularidad. Por más que se esfuerza por caernos bien, por lograr de nuestra parte un voto a favor suyo y del grupo del que es representativo, abanderado, líder... no lo logra. Pero ni tantito así. ¿Qué será? ¿Por qué hay tipos que se nos atraviesan? Hígados completos. Será que no saben sonreír con los ojos, con un gesto abierto, simpático, y sólo alcanzan a gesticular una mueca más falsa que la promesa de un demagogo contumaz, y tan fea como la cruda. Su manejo de imagen es un fracaso. Desdeñó tanto y tan frecuentemente a los medios, que hoy que Cuauhtémoc necesita de ellos para hacer crecer su figura ante los mexicanos, no hay respuesta eficaz. No se puede ir por ahí impunemente con cara de palo o de yo no fui, y esperar que los demás te quieran, te respeten, crean lo que les dices. Un rostro duro, adusto, como el de Cuauhtémoc, mueve a quienes lo ven al rechazo sin más trámite. Hubo una época feliz en la que sus acciones, sus magníficas actuaciones públicas, nos hicieron ovacionarlo y pensar a todos que por fin, después de tantos años de sequía, de atonía y de falta de liderazgo, el país tenía un auténtico hombre de punta, un hombre con sprit de corp, capaz de conducir el accionar de los mexicanos en el concierto internacional. Todos nos equivocamos: Cuauhtémoc no es lo que pensábamos. O tal vez porque la televisión nos lo ponía enfrente, luciéndose, esperamos de él demasiado. Los líderes no se improvisan. Ahora que lo sabemos, no volveremos a confiar en su genio definidor, que es, a fin de cuentas sólo un mal genio, peleonero, agresivo, gandallísimo, prepotente, provocador y burlesco. ¿A quién se le ocurre confiar el destino, la gloria de la nación, en los gestos obscenos y en los pies de un mequetrefe como Cuauhtémoc Blanco? Huizapolítica De caballos y divagación Un blanco caballo erguido sobre sus patas traseras levanta el remo delantero derecho y, con el largo cuello estirado al cielo, relincha. Se debe suponer que dolorido, pues el rictus de su poderosa quijada así parece subrayarlo. ¿Qué mensaje quiso enviarnos el artista que vació esta escultura en yeso? Lo que él capturó en su creación ¿tiene valor en esta época? La obra está ubicada al costado de uno de los andadores cercanos a la cafetería de la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Es producto del rescate que la UABCS hiciera, cuando Dante Salgado era motor de las actividades culturales en esa que sigue siendo la casa de estudios por excelencia y para la excelencia. El caballejo mentado es obra de un escultor ruso que nos trajo la resaca provocada por el quiebre del socialismo real en los territorios antes dominados por la URSS. Arrumbada con otras en la Casa de la Cultura paceña, fue restaurada y colocada en este sitio, donde propicia la reflexión de quienes transitan por el rumbo o se apoltronan en el comedor universitario para engañar al hambre o para practicar la añeja tradición sudca de comer gente. Necia, la estatua insiste en el relincho. ¿Babieca? ¿Bucéfalo? ¿Rocinante? No; es el jamelgo que el profeta Picasso plasmó en su Guernica para mostrarnos en el sufrimiento equino, una imagen adelantada y breve de la barbarie que ensangrentaría a Europa en los años siguientes. El bombardeo sobre Guernica era apenas botón de muestra de lo que vendría. Aquí en el andador universitario, el rocín vascuence debería olvidar los sufrimentos. Se antoja que si estira un poco más el cuello podrá triscar, ramonear las verdes hojas del laurel indiano (¿benjamina?) que lo protegen de este solecito veraniego y sexenal que se ha dejado sentir pegándonos con toda la mano. Ya, ¿no? Juan Melgar De economía y contradicciones «Están tocados los habitantes del primer mundo» —señala amargoso El Parara (entre trago, buche y correntada del también amargo líquido) al muertodehambraje que busca refugio en Los 7 Pilares. Tras una pausa efectista destinada a anzuelear la atención de sus cofrades, el gurú del pobrerío sigue con su idea: — hay una ciudad californiana que dos veces por año, lanza un cohete al espacio con pequeñas cápsulas que contienen cenizas de cadáveres, destinadas a orbitar el planeta durante un siglo. Una señito alemana que viajó especialmente a Vandenberg, California, para encapsular las cenizas de su retoño, muerto en un accidente, dice, muy oronda: a mi hijo le encantaba observar el espacio: por eso le pagamos su último viaje, que será sideral... ¿Cómo les quedó? Vivimos un mundo perro; saturado de contradicciones. La más alta tecnología del planeta, al alcance de unos cuantos ricachos insensibles, es empleada para enfriar cadáveres y guardarlos para cuando haya cura a los males que los sacaron de circulación; o, como en este caso, para enviar cenizas a ensuciar la estratosfera. Mientras, diez millones de indígenas mexicanos engañan al moñoño que les roe la tripa cada mañana de su breve existencia con unos granos de maíz y algún caldo de sabandijas, cuando Dios provee. Y no me salgan ustedes con que nuestra sudcaliforniana jodidez también cuenta; en el sur y sureste mexicano la necesidad es de a deveras, de vida o muerte. El silencio en Los 7 Pilares dura varios tragos. Lo rompe el Chamán yaqui (poco afecto al parloteo) que esta vez dice: —La riqueza de los países ricos ha venido siendo chupada durante siglos a los países pobres: nos pagan miserablemente nuestros productos; nos venden cara su basura. No estaba esa tarde en el aguaje porteño ningún economista doctorado por Yale para acusar al brujo yaqui de simplista y de rupestre (andarían en Davos), y eso le valió. Huizapolítica De humor y malhumor «Nooo... Cómo creen. Así es él. Le gustan las bromas; éso es todo» —aclaró El Parara a los reunidos en el ultramarinos, y como no vio caras de convencimiento se siguió de largo, como si le hubiesen pagado por la gratuita defensa. «¿Se acuerdan cuando pidió cerveza en vaso para que pareciera Sidral?.. O cuando dijo en Sonora que no le gustaban los pueblos chillones... O... ¿Ven? Le gusta la vacilada, el gracejo, pero es poco carismático; eso sí. Si lo pensamos un rato podrá decirse aún más: no tiene aura, ángel, duende, ese «algo» difícil de definir que da sustento a los políticos, a los líderes religiosos, a los conductores de hombres. Y es que llegó al cargo por azar. Una, dos balas percutidas en Lomas Taurinas por un revólver brasileño, sacaron de escena al candidato que contendería por su partido a la presidencia y él fue nombrado candidato emergente. ¿Por qué él? Ningún politólogo ha respondido con certeza a la interrogante que, en su momento, millones de mexicanos nos hicimos. Un analista cínico por necesidad (no hay capacidad) responderá a lo yanqui, con otra pregunta: ¿Y por qué no? Aunque con mayores repercusiones, esa habrá sido también la pregunta que los sufragantes se hicieron, segundos antes de emitir su voto por el oscuro exsecretario: ¿y por qué no? El resultado lo estamos viendo desde hace 5 años. Que es un fenómeno, pocos lo podrán negar. Sin carisma alguno, derrotó a candidatos que lo aventajaban holgadamente en ese renglón. Es algo similar a ganar una jugosa mano de póker a dos experimentados talladores, con un mísero par de cuatros. Ahora que habrá que reconocer que, si enojón no la hace, en plan de broma es un plomo. Sus asesores de imagen han de sufrir horrores cuando el Doctor se levanta con vena humorística. No hay que fabricar, pues, una tormenta de su exabrupto más reciente, cuando obligó a callar al maestro jubilado que reclamaba atención como damnificado en Veracruz. Algo traía atravesado, y allí lo soltó. Hay quienes se muestran indignados ante el despropósito, que no humilló al jubilado, sino que exhibió al mandatario (que, lo que sea de cada quién, se mandó) De los males, el menor. Su buen humor es tan charrasco, que muchos lo prefieren enojado. Pero no lo estaba, palomilla; fue broma... Así se las gasta él». Como en El brindis del bohemio, El Parara calló, y pareció que en el ambiente, flotaba inmensamente un asunto de honor y de... Juan Melgar De alcaldadas y honras Los resultados de la auditoría a la administración gubernamental anterior oscila entre el parto de los montes y una alcaldada del Gobernador, en un intento por cumplir promesas de campaña. La acción es similar a aquella otra, cuando prometió ajustarle cuentas al alcalde anterior por los pésimos manejos de la cosa pública en el municipio, y, denuncia penal y todo, jamás properó el ajuste. Será que estas auditorías (¿quién las practica; Druk?) pretenden sólo hacer las veces de espadas que penden sobre cabezas enemigas (no adversarias) para, por un lado, intentar algo de circo distractor hacia un público grueso que clama por la sangre de alguno de los funcionarios que se enriquecieron en el puesto, y, por otro, ensayar el antiguo truco político de mantenerlos expectantes, nerviosos y a la defensiva, sin tiempo ni ánimo para maquinar travesuras. Si tales fueron los objetivos del Gobernador: dar circo y ensayar el truco reventador de enemigos que enloda parejo, la acción podrá funcionarle a corto plazo, como las reacciones. Si la intención fue dar escarmiento aleccionador hacia su propio equipo; fortalecer las instituciones e instalar el estado de derecho, los incrédulos y malpensados de siempre diremos que la acción tiene más el dulce sabor del licor del que gustan beber los vencedores: la venganza. Ningún cuerdo se atrevería a negar

que en el mercadismo hubo negocios al amparo del puesto; ¿cuándo no? Pero exhibir al exgobernador con sus colaboradores cercanos, mencionando sus nombres sin hacer distingos entre ellos y subrayando que hay irregularidades tales como cheques a nombre de algunos, nada prueba; sólo enloda el buen nombre de quienes nada debieran temer en sociedades que se rigen por leyes. ¿Qué ciudadano consciente no desea que sus mandatarios sean honrados, y castigados los sinvergüenza? No fue pues el hecho, sino el modo, rubricado con un no volveré a tocar el asunto, lo que mueve a suspicacia. «La bronca —dirá El Parara— es que el golpe a la honra de los no culpables (ya no hay inocentes) fue asestado, y palo dado ni Dios lo etcétera; a menos que el etcétera reivindicador lo intente el Dios mismo, honrándose. Algo dificil de prever en esta administración, dado el carácter y el estilo personal de gobernar del mandatario nuestro. Mis ojos lo vieran», sentencia soñador el prudentísimo filósofo de barrio, antes de retratarse frente a las hieleras en las que se guarda el caldo tonificante que refresca y hace olvidar todo: partos montunos y alcaldadas incluidos. Huizapolítica De horarios y diarios Para Mario Tavares Moyrón, de Springfield BCS Ayer fue un día singular. De esos que un Bart Simpson chollero consignaría para la historia de lo trascendente: «Querido diario: hoy me levanté algo confundido. ¿Qué hora es? Mi reloj biológico me indica que debo bajar ambos pies de la cama y hacer tierra; abrir los ojos (los dos) tallar el lagañero chinguiñoso que los nubla, incorporarme y reptar hacia el baño para hacer lo debido donde es menester. ¿Luego? Bañar mi reducto carnal, el edificio do habita mi ánima y tallar todos los rinconcitos con amoroso afecto, para presentarme luego, rechinando de etcétera, donde mis padres desayunan y se comunican con tiernos gruñidos... ¿Qué sucede? Nadie en la cocina. Nadie en la sala. Nadie en ningún lado. ¿La bomba de neutrones? ¡Soy el último habitante del estado! Como Charlton Heston en la escena final de El planeta de los simios estoy a punto de caer de rodillas para, mesándome el cabello a dos manos, exclamar: ¡Malditos! ¡lo hicieron! (o algo así). Pero me contengo, pues nunca he podido entender si Heston recriminaba la destrucción de Nueva York y del planeta a «los malditos comunistas» o la achacaba a los Halcones del Pentágono. Absolutamente perplejo ante mi soledad absoluta, medito acerca de las ventajas que me acarrea el hecho de ser el único habitante de La Paz: al fin podré tomarme una soda en la Terraza del Perla sin escuchar la cháchara disfrazada de chisme político de los dinosaurios que allí se reúnen... Como único habitante de Sudcalifornia, podré reprogramar las televisoras: nada de videntes colombianos en el 10, ni de entrevistadores enfadosos en el 8, ni de noticiarios maratónicos, ni de anuncios comerciales zuatos. Sólo cine de aventuras, clásicos juveniles de Verne, London o Salgari, aderezados con buen cine erótico y documentales del Discovery... Habrá verdadera paz aquí: nada de traileros haciendo sonar sus escapes en cada esquina; a volar los júniores sobre picapes llantudos quemando tacón en arrancones y con la Banda del Recodo a toda madre y a todo volumen... ¡Ahhh! Queridísimo diario: meditaba, refocilándome, acerca de las posibilidades que se abrían a mi futuro inmediato: al fín podría echar anzuelo desde el muelle de Petróleos, en Punta Prieta (libre de humo, por lo demás); pondría maquinitas de video en el ahora vacío domo del H Congreso... Pensaba, digo, en todo ello, cuando el reloj despertador de mi mamá sonó en su recámara y sus chanclas empezaron a arrastrarse, con ella dentro, hacia el baño. Entonces recordé el asunto: «Retrase esta noche una hora su reloj; acaba el horario de verano» había dicho el locutor gritón y bigotudo de ¡...y cuaaándo regreseémos...! Algo había pasado con mi tiempo. Alguien me había escamoteado una hora de mi vida. Algún oscuro burócrata kafkiano se reía, en algún lugar de alguna subsecretaría. Además, ¿cómo no lo pensé antes, Diario estúpido? Ayer era domingo: no habría clases; ni las habrá hoy lunes, porque somos una raza puentera... Y tampoco mañana, día de los únicos seres fieles, los Fieles Difuntos» Juan Melgar De universitarios y ejemplo «Hay dos tipos de universitarios: los que abren sus puertas al conocimiento, la investigación, el arte, y los que colocan barricadas para que nada pase; ni el vientecillo de la libertad siquiera» —declamó poético El Parara, extrañamente sobrio—. Dos tipos hay de universitarios: los que lanzan sus neuronas hacia lo universal, y los que se atascan en el dogma representado por la fe religiosa o por la cerrazón política que les ordena desconfiar de quienes no piensan como ellos. Proclives a la violencia, los dogmáticos gozan la inminencia de la sangre. Se exaltan los fanáticos ante la próxima cruzada en la que los infieles serán enviados a pagar culpas, y gozan los cerrados ante la revolución que viene, en la que los reaccionarios conservas serán inmolados en el altar del cambio y la revuelta. La sociedad actual cobija a unos y otros, pero se niega a predicar con el ejemplo. Produce, por el contrario, políticos rapaces, insensibles, demagogos; jueces venales; sacerdotes impíos, ávidos de riqueza; maestros abúlicos; policías crueles; médicos irresponsables; militares zánganos que lastiman a los débiles; periodistas corruptos; comerciantes abusivos; industriales explotadores; burócratas perezosos; clasemedieros que son cantera del narco; obreros y campesinos enajenados por el futbol y alcoholizados por/» —¡Cálmate¡ ¡Yaaa...! ¡Bájale Maese! ¡Uuuuh...! Por primera vez en la historia de Los 7 pilares, el filósofo del infelizaje y sus causas perdidas era abucheado por sus fans. —¡Camaradas! Disculpen... Me excedí. Retiro lo de alcoholizados, pero permitan a éste su hermano concluir: ¿con qué cara pedimos cordura a los estudiantes acelerados? No estamos siendo consecuentes» Necesitado de combustible para ser fiel a su espejo diario, el Señor de las Calles escupió ruidosamente el mal sabor del discurso y se enjuagó los belfos como sólo él sabe hacerlo. Todos dieron la bienvenida al hijo pródigo. Huizapolítica De proyectos y búsqueda Estamos los sudcalifornianos, desde que somos estado, metidos en una búsqueda: la de construir el andamiaje de la patria chica que queremos. ¿Es esto posible? ¿Se puede diseñar el solar conforme a un plan? Si configuramos los rieles de su economía... ¿incidimos en el resto de su ser social? Parece haber asuntos que rebasan nuestras posibilidades de planeación. Los soviéticos pretendieron construir el paraíso socialista que daría a cada quién según su necesidad y terminaron creando una casta de burócratas que parasitó a la clase que decía representar y en nombre de la cual gobernó con el terror. La revolución cubana quiso dejar de ser el congal del imperialismo yanqui, pero las putas siguen trabajando en el malecón habanero, aunque Cuba sea una potencia mundial en medicina, educación y deporte. (Aclaración: la de las güilas es una profesión que debemos respetar, aunque no la ejerzamos). Los planes de desarrollo pueden ser un buen material para campañas políticas y hasta para que los gobiernos justifiquen su accionar organizado, coherente y previsible durante un sexenio, pero no constituyen un proyecto colectivo, común, de vida social, en el que se combinan desarrollo económico con justa distribución de la riqueza, paz social, armonía con el entorno y disfrute masivo de los bienes culturales. ¿Entonces? No hay recetas. Cada pueblo debe encontrar sus propias vías sin vulnerar el pacto que los une con sus iguales. Las claves de ese antiguo enigma pudieran tal vez ser develadas por los mejores entre nosotros: los poetas. Necesitamos un proyecto Nacional más humilde aconsejaba Octavio Paz. A la versión porfirista de patria (pomposa, millonaria) López Velarde le oponía otra, más íntima y modesta, pero más preciosa. Por esta ruta deberemos transitar, quizá, en la búsqueda de la Sudcalifornia que queremos. Juan Melgar De retenes, cebollas y peste Alto total. Disculpe las molestias que esto le cause, encienda su luz interior. Así dicen que dice el letrero que algún general mandó pintar en Guerrero Negro, a un costado del aguilón de hierro que señala los límites entre las dos Californias mexicanas. Le hacen caso al letrero: los 40 pasajeros del autobús tienen que encender su luz interior para tratar de entender por qué los soldados los tratan como delincuentes. ¿Hay estado de sitio en el país? Parecería que sí. ¿Quién le dá a los militares el derecho de impedir el libre tránsito que está consagrado como derecho constitucional? Los pasajeros son narcos, traficantes, malvivientes, ciudadanos de cuarta, infrahumanos, desde que llegan al retén. Dejan de serlo cuando los soldados, armados para el combate, les dicen que pueden continuar. En el retén siguiente la película vuelve a empezar y los subciudadanos deberán volver filosóficamente a encender sus luces interiores y resignarse al maltrato. Persigue a los viajeros que se alejan por el chapopote que cruza El Vizcaíno el tufo que emana del cerro de blancas cebollas que se pudren a un costado de la casamata en la que un soldado acaricia su Fusil Ametrallador Pesado, aburrido tal vez por la falta de acción. Son las cebollas que acompañaban al cargamento de mota transportado en los camiones de un senador panista. Los viajeros vejados juran que lo que apesta en el paralelo 28º no son sólo las cebollas. Huizapolítica De mentiras y detección Asunto peligroso éste de querer separar lo falso de lo verdadero. Poco recomendable la actitud ésa de pretender ponerle fronteras a lo veraz y a lo no tanto. ¿Quién juzga? ¿Quién se anima a pontificar acerca de las piadosas actitudes que a veces nos impulsan a tejer medias verdades? Hay quienes son capaces de convertirse en jueces de conductas ajenas. Qué valor. Qué fortaleza de ánimo. Qué confianza en el propio valimiento. Imagínese usted, caro lector, manipulando el despreciable detector de cuasiverdades; poniéndolo a punto antes de colocar los electrodos en un presidente municipal sudoroso, para luego dispararle con voz meliflua: —¿Qué pasó con los treinta millones que estarían destinados al tratamiento de aguas negras? Piénsese untándole vaselina en la sien al gerente de SAPA para conectarle el chupón postrero antes de interrogarlo a bocajarro de este modo: —Lo de que el líquido que se desperdicia por fugas es signo de riqueza acuátil fue ¿broma de buen gusto? ¿Cortina de humo para darte tiempo a pensar una respuesta inteligible? ¿Plan de trabajo trienal? o qué. Véase, ciudadana, apretando los correajes alrededor de las pilosas muñecas del prematuramente canoso funcionario de segundo nivel al tiempo que le suelta, suavecito, adivinándole la cruda que fríe su redonda humanidad: —Entre cotidiano acuerdo y acuerdo; entre análisis y análisis del caso... ¿Qué te tomas, mijito? Ubíquese tras la infernal máquina que desnuda intenciones colocando el temible casquete plagado de alambres en la coronilla de Muñozledo y diciéndole sin respirar: —A quiénes vas a nombrar secretarios luego de ganar las elecciones presidenciales como candidato el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana? ¿A priistas? ¿A perredistas? ¿A parmistas? ¿A muñozledistas? ¿A un licuado de todos ellos? ¿A ninguno...? ¿Te ungirás Emperador? Plántese decidido frente al monseñor Norberto Rivera Carrera; enchúfele los electrodos donde sea menester y deslícele la temida interrogante: —¿Crees —de veras— en Dios? Las respuestas de cada uno de los sometidos a la detección inquistorial del

demoníaco aparatejo podrán resultar previsibles, obvias. Los sobresaltos de la máquina... quiensabe. Juan Melgar De coletos e invitación Sra. Ofelia Medina En algún lugar de San Cristóbal de Las Casas Chiapas, México. Enterados de la declaración de nongratitud hecha en su contra por los llamados verdaderos coletos, incluídos el Gobernador y el Presidente Municipal, los sudcalifornianos de El Sudcaliforniano por mi conducto, piden a usted que no haga mucho caso de la grosería fascistoide de aquellos bárbaros que pretenden echarla del estado. Nosotros estaremos encantados de recibirla en estas latitudes bastante menos húmedas que las de la Lacandonia y el Soconusco, pero tan mexicanas como aquéllas. Podrá usted negarse a visitarnos argumentando que por este desértico edén no cabalga ningún heroico y romántico guerrillero de fin de milenio como el Sup Marcos, pero qué caray; faltaba más: le conseguimos uno. A lo mejor no tan interesante, y con menor dominio literario de las guerras mediáticas que el Sup; y sin pasamontañas, porque aquí el calor hace innecesaria aquella cinematográfica e incómoda prenda; pero eso sí, el sup que le proporcionaríamos tendría la escenografía y casi todo lo necesario para dar la batalla, excepto: a) Verdaderos coletos. Nuestros coletos no son de a deveras, (y ni siquiera son coletos), aunque hay quienes cumplen ese papel de clase social racista y desdeñosa del infelizaje, que llama guajacos o cuchiviriachis a los jornaleros agrícolas que vienen a hacer el trabajo duro en el campo sudcaliforniano, b) Selva. Andamos escasos de verdura, pero podemos ofrecer cardonales como refugio temporal del movimiento insurreccional. c) Montaña. La única más o menos decente que tenemos es la Sierra de La Laguna, y su uso está restringido por ser Reserva de la Biosfera. La cima, además, es propiedad particular de un antiguo revolucionario de por estos rumbos, y eso provocaría un conflicto de intereses. Mejor no le movemos. d) Condiciones. Con tal de vernos en sus ojos y en su sonrisa, doña Ofelia, somos capaces de acelerar las condiciones objetivas y subjetivas de que hablan los manuales. Total, ya entrados en materia, ¿quién dice que no se etcétera? Quedamos, pues, en espera de su respuesta para afinar detalles acerca de lo no previsto. En eso quedamos. atentamente Los sudcalifornianos Huizapolítica De retenes y razones Al Comité de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas le preocupa la creciente intervención de los militares en la sociedad mexicana, donde realizan actividades propias de la policía. Exprésele usted aquella preocupación a un teniente o a un sargento armado de fusil de asalto, en un retén carretero. Dígale —de manera comedida — que no está conforme con la revisión y el cachondeo al que lo somete en ese páramo. Explíquele que usted desea ser un buen ciudadano (aunque a veces no lo logre totalmente) y que se opone a que la Constitución sea violada por los uniformados en ese operativo. Niéguese a aceptar las razones que el soldado esgrime: «es por su bien de usté» «estamos para protegerlos de los narcos» «buscamos armas de nuestro uso exclusivo» «son órdenes de la superioridá» «nosotros cumplimos órdenes, solamente» y, el colmo, una razón que parece carrilla de la más pura cepa sudcaliforniana: «no le va a doler» (aprenden rápido). Explíquele, en suma, que usted conoce sus derechos; que transitó con buen éxito por las clases de civismo explicadas con paciencia por su querida maestra Tana Peláez en la escuela Melchor Ocampo. Aclárele al militar que se expone (el militar) a ser sancionado por un juez civil al impedir que un ciudadano (usted) transite por donde se le hinche su real gana, y espere la reacción, que puede ser: a) una mirada glacial; b) un pujido ininteligible; c) una mirada torva, seguida del ininteligible pujido, y la exhibición ostensible del fusil, que en el actuar castrense hace las veces de última razón... antes de la revisión humillante. Al Comité de Derechos Humanos de la ONU le preocupa la actitud del Ejército Mexicano. Debiera preocuparnos también a nosotros, porque el mantenimiento del orden dentro del territorio del país es asunto único de las autoridades civiles. Eso, al menos, es lo que dice la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, un documento respetable. Por todos, toditititos. Juan Melgar De comparecencia y serpientes Las expectativas acerca de la comparecencia se cumplieron: los cuatro políticos se presentaron a sí mismos como lo que son, aunque algunos hayan querido que los viésemos como lo que pretenden ser. Comparecer es presentarse alguien en un sitio a donde es llamado para realizar un acto legal. Nada más dentro de la legalidad (y la necesidad) que ese presentar-se que los cuatro priistas hicieron de sus personas. El Roque, el correcto, el debatidor, el insistente en hacernos conocer el monto de los gastos publicitarios (que no propagandísticos) de los más adelantados; El Roque, que en Sudcalifornia no pinta en la pelea más que otro invisible, imposible, impensable, inservible, aunque infaltable en el escenario político mexicano de las últimas dos décadas: El Bartlett. Las rispideces se presentaron donde se preveían, entre los punteros de siempre, desde que se les dio el Santiago: El Madrazo y El Labastida. (El Roque, El Bartlett y El Madrazo han andado de patiños y lurios en programas televisados cómicos —con El Ramones— y dieron pie al tuteo y al irrespeto de cualquier... escribidor). No se aguantó El Madrazo. Sabedor de que para un político chinampo es preferible la técnica tabernaria que aconseja madrugar golpeando, hostilizando al adversario con actitudes provocadoras porque eso es lo que ha levantado su imagen de porro, abrió el debate con un apellidazo contra el peligroso: El Labastida. Se brincó la prohibición expresa de alusiones directas y se desnudó, impúdico. Del bigote hacia abajo su pretendida sonrisa pícara es mueca; de la naríz hacia arriba dos cuencas turbias nos previenen de lo que espera al país si los priistas lo dejan pasar a la siguiente ronda (y si los panistas hacen lo propio con su candidato). El Labastida puede ser muro de contención ante el fascismo corrientón que desde ese horizonte cercano ya, nos amenaza, electoral y pacífico, como se dio en la Alemania de los años treinta, en que se incubó el huevo de la serpiente. No está de más prevenir. En política no hay situaciones ni políticos inocuos. Huizapolítica De mitos y campaña Como en las estampitas. Las masas fanatizadas de mexicanos/guadalupanos, seguirán al prócer Fox a la reconquista de su destino histórico, porque el líder moral ondea vehemente un lienzo que ha servido para todo, hasta para justificar la ausencia de propuestas del prócer en campaña por la asunción a la gran silla. Esa parece ser la apuesta que sus mercadotécnicos expertos hacen al poner en manos de Vicente el estandarte de la Virgen de Guadalupe. Lo hizo Hidalgo y ya ven: casi gana. Aunque fue un cura retobado y relapso, protector de indios y medio comunista, la Iglesia mexicana que en su momento lo condenó y excomulgó, hoy olvida el asunto y opina que su émulo, Fox, también tiene derecho a utilizar en beneficio de su imagen, la de Guadalupe, siempre y cuándo no tenga intenciones ocultas. El candidato panista por su parte, deslenguado, desbozalado, sin pelo alguno de tonto ni en la lengua, aclara: No soy dogmático, soy pragmático. No tengo ideología, hago política. No soy caudillo, haga equipo. No soy timorato ni tengo atole en las venas. No tengo enredos ideológicos, —insiste. El dueño del otrora orgulloso Partido (de) Acción Nacional no se anda con chiquitas a la hora de hacer su autoretrato: Soy mejor que Cuauhtémoc. Ando sobrado porque quiero llegar a la presidencia, y voy a llegar. Así andaba, sobrado, el demente aquél, chaparrito pero engallado y decidor, que ganó unas elecciones en Alemania, allá por los años treinta. El mundo entero no ha podido reponerse de la barbarie que desató Adolfo Hitler con su política pragmática y sin enredos ideológicos. En Italia también hizo carrera —por la misma época— otro gallo de plumaje similar: Benito Mussolini. Tampoco hay buen recuerdo de su paso por la política. Mañana, cuando se cumplan 60 años de existencia del PAN como partido, ese organismo entrega cuentas mochas a su militancia pues, a despecho de su dirigencia tradicional, se ha visto obligado a ungir como su candidato a la presidencia de la república al único que se registró: Fox. No anda en busca de aprobaciones de la Secretaría de Gobernación este engallado candidato, pero ¿qué tal del alto clero? El Arcipreste de la Basílica ya le dio su bendición por el uso del estandarte religioso: Se vale. Hidalgo y Zapata lo usaron. Así se hace la historia. En México todo mundo se acoge a la Virgencita de Guadalupe y él (Fox) está dando a entender que es un católico y creyente mexicano. Está buscando que voten por él. Sin mediar la explicación del Arcipreste, jamás hubiésemos entendido las motivaciones íntimas de Fox al enarbolar esta nueva tesis política sintetizada en un estandarte. Gracias por ello, Arcipreste, desde el fondo mismo de nuestros guadalupanos corazones. Juan Melgar De neonazis y madrazos Estamos aprendiendo a vivir la democracia, saliendo apenas de esa especie de limbo previo en el que los caudillos de la Revolución nos encapsularon para que no quemáramos adrenalina en las elecciones, esperando resultados. No hay ya padrecito tutelar que escoja por los mexicanos, desde Palacio, al mejor entre los posibles. Hay que buscarlo entre la oferta que satura los medios con anuncios-basura o con propaganda plana, desabrida, inverosímil. Si por estas fechas usted duda, se interroga, analiza personajes e historias, los neonazis mexicanos no; ellos ya escogieron candidato. La semana pasada se reunieron en Guadalajara en un congreso nacional y, levantando el brazo derecho con la palma de la mano hacia abajo, sintieron en sus pechos el vivo calor del recuerdo de su fuehrer, lanzaron al mundo sus ¡heil! Estentóreos. Luego, más relajados, confesaron que les gusta Madrazo y acordaron dar su voto por él, pues su padre, dicen, «tuvo una posición cercana a la del general Perón en Argentina, por lo que el hijo posiblemente rescate algunas ideas valiosas de justicia social». Curiosos estos discípulos de Hitler. Muchos observadores externos habrían jurado que sus posiciones ideológicas estarían más cercanas al bragado Fox, un neopanista con facha de peleonero, pero no. Resulta que quien llena las expectativas de estos adoradores de la cruz gamada, de las antorchas y los hornos crematorios, es el tabasqueño de conspicuo apellido. Este junior anduvo recientemente por el rumbo y no perdió oportunidad para dejarnos caer la tan sobada como apócrifa cita de don Alonso Quijano: «Los perros ladran; es que caminamos» —dijo, y se quedó tan ufano como si él mismo la hubiese acuñado. No pierde ocasión este precandidato para restregarnos su juego de palabras; para hacernos ver que él si está dispuesto a meternos en el callejón donde su apellido puede abandonar el plano de la posibilidad y trocarse en dura realidad. Los neonazis ya lo entendieron. Huizapolítica De curules y aspiración No es fácil ser diputado. Qué va. El interesado en ocupar ese puesto de responsabilidad debe acumular un acervo de conocimientos que, asimilados, lo convierten en un Pericles. El Colegio Internacional de Aspirantes a Diputados A.C., con sede en Angangueo, Mich., acaba de editar un prontuario propedéutico que se agotó dos semanas después de salir a la

venta. Sugiere a los interesados atender los consejos siguientes: Regla número uno: un diputado no tiene partido. Se tiene a sí. Se representa a sí. Busca para sí. Regla número dos: desconfía de los ciudadanos interesados en vigilar tu trabajo legislativo: son peligrosos. Desconfía de todo, por todo y ante todo. (No debes entregarte ni a tu alter ego). Desconfía siempre. Regla número tres: aprende a hablar en primera persona del plural. Todo legislador que se respete dice siempre: nosotros por aquí; nosotros por allá... Estamos comprometidos... Queremos pedirles su voto para... Nada, pues, de creo, considero, quiero; y menos aún: pienso. Regla número cuatro: cuando logres hacer que te inviten a un programa de televisión, tus primeras palabras deberán ser: «Agradecer a este canal por la invitación que nos hace... No se te ocurra colocar antes un «Deseo agradecer o un voy a agradecer (en todo caso sería deseamos o vamos; pero no, no es prudente). Regla número cinco: huye de la corrección al expresarte. Nada de «Con fundamento en...» «el conferenciante señaló...» «los profesionales...» Sino «...en base a...» «el conferencista» y «los profesionistas» Regla número seis : las muletillas, las frases hechas y los lugares comunes son tu herramienta de trabajo; úsalos siempre, hasta el hartazgo: en un momento dado; el pueblo tiene hambre y sed de justicia; caiga quien caiga; vivimos en un estado de derecho; hasta las últimas consecuencias; de manera puntual; tenemos dos escenarios; con todo respeto para el lic.; mientras son peras o son manzanas; la voz del pueblo es la voz de... Regla número siete: no visites tu distrito ni por casualidad. Podrías enterarte de las necesitadas de tus conciudadanos y, ya entrados en calentura, se te puede ocurrir la idea atípica de servirles de gestor ante las instancias de gobierno. Ya en el colmo, puede ocurrírsete promover una iniciativa de ley, y hasta colaborar en la redacción de su articulado, asunto del que todo diputado que se respete debe huir, como de la peste. Regla número ocho: viste con propiedad. Los trajes de terlenka en tonos pastel ayudan a destacar la clase. (La mezclilla es para los jipis). Que sobre el puente de tu nariz cabalgue siempre (en el rayo del sol o a la sombra),un par de lentes oscuros con la marca identificable (Gucci o Carrera) en caracteres blancos. Eres un diputado: que todo México se entere. Juan Melgar De retenes y entomología «Retén: grupo de policías o soldados que quedan dispuestos en algún lugar en previsión de un servicio». Esto, al menos, es lo que dice el diccionario. Porque en México un retén es el lugar de todos tan temido. Será el espíritu culposo indefinido que cargamos a cuestas, o quizá la mala sangre del contrabandista que llevamos dentro, el caso es que a la vista del retén carretero la adrenalina entra al torrente, y cuando los reteneros soldados empiezan a cuestionar acerca del origen, destino y motivación del viaje, el demonio mismo empieza a susurrar insensateces al oído: ¡Diles que si qué les importa! ¡Mándalos a mingar a su chadre! ¡Dáles una lección de Derecho Constitucional: recítales aquello de que los mexicanos somos libres de viajar por donde se nos antoje, sin darle cuenta a...! No se hace caso al diablito libertario y comprometedor. Claro. La mirada indescifrable, la cara de póquer y el fusil de asalto del soldado contribuyen en alguna medida a reprimir el ansia reclamatoria de constitucionalismos fuera de lugar, sobre todo en páramos como el Paralelo 28º de la carretera transpeninsular, donde un culatazo en las costillas, con el frío del desierto como marco, ha de doler horrores. Con voz no muy firme al principio, dicen que viajan de Cataviñá a Caduaño (es decir, de ninguna parte a ningún lugar), que son entomólogos aficionados y que tratan de probar una tesis algo farisea pero con cierta base científica: los pinacates (escarabajo del género Eleodes) de El Vizcaíno y los del arroyo de Miraflores son endémicos de ambas zonas, pero poseen iguales particularidades... Son tenebriónidos de librea oscura y abdomen luminiscente que se defienden con sustancias químicas malolientes, como otros coleópteros, lo que implica necesariamente la incidencia de un ave migratoria (¿abejaruco, oropéndola, alondra de los cardones?) que habría transportado larvas o huevecillos, desde... Al llegar a este punto, la cara de póquer y la mirada del retenero soldado se han transformado: un gran signo de interrogación flota sobre su casco modelito «tormenta del desierto» y desaparece rápido para dar paso a la certeza (estos cabrones están locos; más vale que se larguen). Que les vaya bien ¿eh?, dice, y con el brazo desarmado hace señas pendulares, como de guardavía ferrocarrilero, dando paso al picap destartalado de los entomólogos, que enfila hacia el resplandor luminoso de Guerrero Negro, donde en el restaurante Malarrimo una sopa caliente de mariscos y el frío vino de la casa van a reconstituir el ánimo de los que, como ellos, se atreven a desafiar las estrecheces y asechanzas de la transpeninsular. A resguardo del frío y del viento negroguerrerense, antes de la sopa y después de las carcajadas que rubrican la actuación en el retén, los viajeros discuten qué serán en el próximo, y de dónde a dónde viajaran. «Seremos gambusinos en busca de la mina perdida del picacho de Santa Clara... No; seremos una pareja gay de El Rosarito que viaja en luna de miel a El Requesón, en La Bahía Concepción...» Huizapolítica De ambición y díceres «¿Quién dice que no tenga yo derechos? Pero por supuestísimo que sí los tengo. ¿Soy acaso menos que mi compadre, que ya es diputado local por su distrito? ¿Verdá que no? Ah, pues. Por eso es que me le amaché al Jefe de Jefes y le dije lo que le dije (O sea : lo que le tenía qué decir ¿no?). El caso es que El Patrón entendió mi caso; vio clarito que a mí me estaban ninguneando en el partido, y pues no; eso no se vale ¿no? Así es de que agarró mi asunto y me dijo: “tú no te preocupes, hermano (así me dice Él) que lo tuyo va a caminar: tú eres mi gallo para la diputación federal por el distrito éste. Pero una cosa sí te voy a decir: (me dijo) no le vayas a decir nada a nadie de esto que te estoy diciendo, porque entonces yo no voy a poder ya hacer mis movimientos, y entonces el perjudicado vas a venir siendo tú. ¿Comprendes? (me dijo muy serio). Yo le dije que sí, que cómo no, que le entendía y que ni a mi mujer le diría nada (porque ya sabes cómo son las viejas de hociconas, de regazones). El caso es que por eso estoy festejando aquí, en este aguaje de mala muerte en el que ustedes, los jodidos como tú comprenderás vienen a rumiar sus penas; yo no. Yo vine de lurio a decirle a alguien, a álguienes, que ya tengo el apoyo de El jefe y que ya voy a salir de trácalas con el sueldito que el Hache Congreso de la Unión tenga a bien otorgarme (que anda por ahí del cienón parriba), más las comisiones, viáticos, gastos de representación y caiditos (que nunca faltan)... Pero deja tú eso, que es lo de menos: voy a quedar entre los elegibles para ocupar La Grande, junto al Rody y a los tres Víctores. ¿Cuáles? Pues el Lizárraga, el Guluarte y el Castro Cosío. Si esos son aspirantes ¿por qué jodidos yo no? No es mucho (aquí entre nos) lo que se necesita para ser candidato a un puesto de elección popular: uno, dinero; dos, más dinero, y tres, plataforma de lanzamiento y lucimiento. ¿Conoces otra mejor que el Hache Congreso de la U? Desde allí consigues más dinero limpio con los amigos y dinero sucio con... tú sabes. Además de que estás en la noticia. Cada vez que subes a tribuna con cualquier pretexto (que si la NOM029, que si las tarifas leoninas de la luz...) mandas el boletín al infelizaje de los medios aquí en el Puerto, y así la vas haciendo, pian pianito... Desayunos con la prensa; coqueteos con las uniones de colones; promesas de ayuda a los deudores de El Arbolito; gestiones an-te-quie-co-rres-pon-da para dotación de terrenos a... ¿Me entiendes? El caso es que, como te digo, ya tengo el futuro asegurado. Si por alguna fregadera El Jefe no me escogiera para La Grande, porque ya se la tenía prometida a otro, ni modo. Pero eso sí: el Hache Congreso es mío. ¿Salú! ¿Cómo? (¡!) Bueno... no... No sé gran cosa de leyes... Pero ¿y qué con eso? ¿Pa qué sirven entonces los asesores jurídicos? Además, entre los legisladores actuales ¿quién es jurisconsulto? Uno es ingeniero; otros dos son economistas; otro es administrador de empresas y la otra es secretaria ejecutiva. Lo dicho: una curul me espera. ¡Salú! Juan Melgar De universidad y revuelta Poco antes de ser asesinado por Pinochet, el presidente chileno Salvador Allende vino a México, seguramente a buscar los apoyos económicos y la solidaridad del gobierno y de los ciudadanos mexicanos. Enterados de que estaría en un lugar de las Lomas de Chapultepec, algunos estudiantes fueron a buscar una entrevista, fuera de protocolo, con el «camarada Allende», amigo de Fidel y primer presidente socialista latinoamericano en haber alcanzado el poder por la vía democrática del voto; sin sangre de por medio. ¿Cómo podía no hablar con los estudiantes éstos, que encarnaban el ideal revolucionario? Si el camarada Allende quiso dialogar, sus guardias o los del Estado Mayor Presidencial echeverrista no lo dejaron. El nunca pudo aclarar el asunto. Lo peor es que ese día declaró que para nuestros países era preferible «tener dos buenos ingenieros que diez comunistas» o algo así. Fue el acabóse. ¿A quién se le ocurre? Pues el camarada Allende se alcanzó la puntada ésa y hay, todavía, estalinistas que no se lo perdonan. Hoy, con la Universidad Nacional Autónoma de México en huelga desde hace rato, el viejo tema aquel vuelve a cobrar actualidad. ¿Buenos activistas? ¿Buenos ingenieros? No importa que los activistas (que resultaron buenísimos) sean también excelentes estudiantes. El asunto, el feo asunto, es que la UNAM lleva ya seis meses sin clases, sin investigación, sin creatividad ni ciencia, y eso implica un retaso al desarrollo del país que rebasa con mucho los seis meses del conflicto. «La educación que imparta el estado será gratuita» parece ser lo que está en el centro del enfrentamiento entre Rectoría y los inconformes, con otra media docena de demandas. ¿Los verdaderos motivos permanecerán ocultos a nosotros, los simples ciudadanos integrantes del infelizaje? Ojalá que no. Casi tres décadas después, aquella declaración de Salvador Allende que tanto ardió, podría aplicarse a las condiciones que pesan, como una pesada losa, sobre nuestra alma mater. Una reflexión final: no es fácil imaginar a El Mosh, con todo y sus dieces, como un serio, responsable, alivianado director de su gloriosa Facultad. Huizapolítica De qué y cómo Cada víspera, el estreñido moñoño de los colaboradores periodísticos se extravía, se esconde. Cómo exorcizarlo, cómo convencerlo de que se deje caer por estas resequedades para que ilumine, dé línea, señale el qué y el cómo de la colaboración. El Ejecutivo anda por ahí, inaugurando edificios, cursos, coloquios, talleres, pavimentos, proyectos, planes de desarrollo y todas esas cosas y actividades relevantes que los cronistas de lo intrascendente evitamos mencionar, pues no es lo nuestro. El Legislativo se exprime diariamente los sesos; afila sus neuronas, discute, analiza y redacta leyes idóneas para que esta sociedad camine como es debido. Los sagaces diputados se adelantan a nuestros deseos; prevén conductas ciudadanas incorrectas; señalan posibles abusos del Ejecutivo; oponen barreras legales a la arbitrariedad judicial... Pero eso no es materia de trabajo para nosotros, relatores de lo banal, veedores de lo superfluo. El Poder Judicial, o más bien su cara amable y visible: los jueces, andan por ahí

lo banal, veedores de lo superfluo. El Poder Judicial, o más bien su cara amable y visible: los jueces, andan por ahí entretenidos, buscándole fallas a los amparos de los mercadistas para refundirlos, pero eso tampoco es asunto trascendente. ¿A qué menealle? Hay que apurarle a las musas de lo baladí para que empujen a los demonios protectores de los cronicantes, de los reseñistas periodísticos aquí, donde hacen falta, en columnejas inocuas e inermes como la presente. ¿Y El Parara? ¿Y el chamán yaqui? ¿Y la masa de provocadores sociales que se refugian en Los 7 Pilares? ¿Qué fue de tanto varón? ¿Qué se ficieron? Inútil convocarles. No es que estén de vacaciones, como las musas de Serrat, sino que se eclipsaron: los vientos locos de febrero los tienen encuevados y se niegan a dar color o a ventilar sus cuitas para nuestro morboso placer. Así que, señoras, compinches, cómplices lectores de lunes a viernes o cuando se puede, pásenla mejor y ¡no sean infelices! Juan Melgar De calentura y barricadas “¡Ya viene el cortejo/ ya se oyen los claros clarines/ la espada se anuncia con vivo reflejo..!.” –así, épico y con la flamígera espada desenvainada, entra a Los 7 Pilares El Bolas, joven mi-li-tan-te-de-causas-jus-tas y habitante de El Calandrio. Sus compas saltan sorprendidos con la violenta, agresiva irrupción del escandaloso. —¿Quéooonda? –se pregunta y le pregunta El Parara, sacado de su trascendental meditación de los miércoles, dedicada esta vez a dilucidar un grave problema existencial que se resumiría en la interrogante: “¿Debe un ecologista sudcaliforniano de pura cepa abjurar de su pasión por los azotillos de caguama a las brasas y del sancocho de su hígado como botana impar?” —¡A la carga! ¡Manifestémonos en las calles como un solo hombre, y neguémonos a pagar el recibo de la luz! –exhorta El Bolas— ¿Qué somos? ¿Californios de cuera...? ¡O simples gallináceas! ¡A las barricadas! ¡Todo el poder al pueblo! ¡Arriba, víctimas hambrientas! ¡Tomemos al cielo por asalto! — Cálmate, Bolitas –le interrumpe El Viejo Chamán— ¿Has andado leyendo literatura anarquista? Porque te sentimos algo desubicadón... Desde La Comuna de París (en 1871) no escuchaba tales consignas. Mira: acompáñame y socializa conmigo una forjada para que me cuentes tu proyecto de revuelta... Pero sin frases épicas, porque ni es el lugar ni es el momento... Averaver: ¿cómo está el asunto? —La verdá es que me aloqué. Pero da coraje que la raza no responda a los llamados de los partidos a protestar contra el abuso de la Comisión Federal de Electricidad. Si hasta el sindicato de la paraestatal anda metido en las protestas... Si hasta el Gobernador dijo ya que a él le están cobrando el doble, y que hay que pegar de gritos, y/ —Nada tengo contra los sindicatos (aunque pertenezcan a la aristocracia obrera, como el SME y el de Pemex), ni contra los ricos que deben pagar más. Pero me niego a sacarles las castañas del fuego a ellos y a los partidos políticos, estas organizaciones que no han sabido representar cabalmente a la sociedad, pero que están listas a jinetear movimientos para sacar su raja, su beneficio, en el río revueltón de nuestras necesidades. Mejor encabecemos nosotros, a nuestro modo, la protesta contra las tarifas... —Pero si usted, Chamán, no tiene tele, ni radio, ni aire acondicionado, ni luz en su casa; es más: ni casa. ¿Qué le preocupa? –advierte Carambuyo Bill, con la sonrisita torcida de siempre. —Ustedes sí consumen esa energía diabólica y eléctrica, y eso me basta. Sus problemas son míos, hermanos. Tanto es así, que voy a participar con El Bolas y los demás en las marchas de protesta, mítines y lo que sea menester. ¿Saben hacer barricadas confiables? Miren: el camarada Proudhón nos aconsejaba que las colocáramos... Así, con planes y ensueños de glorias pasadas como pie a gestas inmediatas, se la pasan los parroquianos que a Los 7 Pilares se arriman a conspirar y a pasar el rato, clavados en la Utopía. ¿Qué otra? Huizapolítica De vecindad y gringaderas A principios de los años 80 se publicó un libro que hirió algunas susceptibilidades y se comentó largo rato. La validez de sus juicios habría que sopesarla a la luz de los poco más de catorce años transcurridos. En Vecinos Distantes, Alan Riding decía que los mexicanos no tenemos problema alguno para entendernos entre nosotros, pero sufrimos cuando tratamos de explicarnos a nosotros mismos. Sabemos que somos diferentes de europeos, estadounidenses y latinoamericanos, pero desconocemos el motivo. En la ardua tarea de difinir la mexicanidad, los propios intelectuales mexicanos confunden realidad y apariencia, dice Riding. Y dice más: el mexicano trabaja para vivir y no a la inversa; interpreta el mundo de acuerdo a sus emociones, y en su contexto no tienen sentido la puntualidad, la eficiencia mecánica ni la organización. El síndrome del mañana que lo domina, no refleja pereza crónica sino una muy particular filosofía del tiempo: si el pasado está seguro, el presente se puede improvisar y el futuro vendrá por sí mismo. Con estos y otros conceptos iniciales, Riding aproxima un retrato de los mexicanos. Resultado de más de una década de relación directa con las élites del país como corresponsal del The New York Times, el libro tiene el atractivo de brindar a los mexicanos un reflejo no empañado por la autocomplacencia. ¿Cómo nos ven los otros, los extranjeros? Riding dice que tenemos un aire mágico, invisible, casi surreal y dificil de captar, pero se lanza a la alegre empresa de semidesnudarnos. Y no lo logra cabalmente porque su trabajo es periodístico, aproximativo, mezcla de verdades y trivialidades que, pese a todo, muestra un entendimiento poco frecuente acerca de nuestra realidad. La narración de Riding toca las fuerzas activas en la política mexicana. En la cúspide está, como siempre, el Presidente. Su poder no es absoluto, aunque lo parece. Forma una complicada red de intereses, tradiciones y supersticiones. Su labor es conciliarlas y ninguno de los últimos presidentes cumplieron esta misión. El PRI, pirámide de lealtades ligadas al Estado, sufre un clima de descrédito y una tensión interna entre políticos y tecnócratas. Dice que la prensa mexicana es dócil. Afirma que la televisión privada moldea en su provecho a la opinión pública; que la antigua alianza de los obreros con el gobierno depende de la vida de un anciano líder: Fidel Velázquez (que ya, por fin, descansa); que la iglesia es una fuerza potencial de división aunque contribuya a la estabilidad; que el ejército carece de tradición aristocrática y de presupuesto (?)... Los villanos del retrato son los intelectuales, clase privilegiada que vive una relación incestuosa con el gobierno, renunciando a su responsabilidad pública —la crítica— a cambio de dinero, puestos y prebendas. La imagen no es falsa; es exagerada. Siempre han existido en México intelectuales independientes de los dogmas ideológicos y de los puestos públicos. José Revultas y Octavio Paz constituyeron, entre otros, afortunadas excepciones al incesto. Vecinos Distantes es un libro que ha visto pasar catorce años y muchos de sus juicios siguen pesando. Relata aspectos sombríos de la vida política mexicana y nos condena, de por vida, a padecerlos. «Muchos mexicanos honestos —ha dicho Enrique Krauze— estarán de acuerdo con su retrato crítico, pero no con su veredicto». Juan Melgar De política y desastres Sudcalifornia es Zona de Desastre. Así lo hizo saber este miércoles la SEDESOL a través del subsecretario de Desarrollo Regional Mario Palma. Según esto, las lluvias del huracán «Greg» causaron destrozos tales en Colima y esta entidad, que la SEGOB ha dado su anuencia para que al Ejecutivo estatal le sean autorizados fondos federales para enfrentarlos. Además del corte de la carretera en el km. 157 al norte, pocos podrán recordar otros desastres causados por Greg, y muchos tendrán presente las lluvias bienhechoras, que, pòr lo demás, no alcanzaron siquiera a empaparnos el espíritu; apenas si le remojaron las entretelas. El presidente Zedillo estuvo en Sonora y criticó, con pésimo gusto, a los estados chillones. Además, como a quién le dan pan que llore, mal haríamos en rebelarnos contra el designio federal. Venga a nos la tal ayuda y esperemos que se aplique de la mejor manera. ¿Cuál será el criterio de distribución? El evidente —dirán los bienintencionados— es que la ayuda llegue a quienes la necesitan desde siempre (con ciclones o sin ellos): los descamisados; los que sobreviven apenas; el infelizaje aquel que, con cada cambio sexenal, espera que sus necesidades primarias puedan ser satisfechas, con un salario remunerador de preferencia, pero si éste no llega a verse más que en la Ley Federal del Trabajo o en los discursos de los líderes obreristas, pues que se vean y sientan los apoyos extraordinarios en forma de despensa familiar y materiales de construcción, al menos. —El Güero de Santiago va a aplicar esos fondos de la menor manera, sin discriminación ni distingos políticos. Pero sobre todo, sin pensar en capitalizar la ayuda a los necesitados para llevar agua a su molino; sin demagogia ni poses mesiánicas de iluminado, porque Lionel/ —¡Calla boca, insolente! —gruñe áspero El Parara— Ni es Lionel, ni es Güero de toponimia alguna. Es el Gobernador que los sudcalifornianos eligieron democráticamente, y se merece un trato respetuoso, incluso de quienes votaron por Manríquez o, como yo, por el doctor Cardoza, que es un ciudadano ejemplar (silencio en el Ágora del barrio). Pero no es tu igualadez vulgar disfrazada de sano igualitarismo lo que me mueve a enojo, sino tu discurso resobado, plagado de lugares comunes y frases que han perdido significación para todos: «sin distingos ideológicos» «sin capitalizar la ayuda llevando agua a su molino»... Por favor. La política a la que nos han acostumbrado los profesionales de esa actividad es así; aquí y en todo el país: torta, refresco y lámina de cartón en lo inmediato; promesas de bienestar a largo plazo. Bastante hacemos cada trienio y sexenio con escuchar las mismas frases gastadas como para que tú vengas a asestárnoslas hoy, en forma alevosa, y a destiempo. Los Siete Pilares es, también, zona de desastre. Huizapolítica De ciclones y reacciones «Pues todo indica que el mentado Greg nos salió chafa, vano, mentiroso —afirma provocador, viendo de soslayo al Parara, uno de los cofrades que en su logia favorita se espantan la calor húmeda y bochornosa besuqueando por turnos a una solitaria ballena. No pica el anzuelo el filósofo de banqueta, y el provocador insiste: —la palomilla, asustada, se dejó ir a los súper a comprar agua embotellada, atunes y galleta roncadora. Para nada, porque ya ven, el tal Greg se culipandeó. Fue más el escándalo del Gobierno: que si las pilas del radio; que estuviéramos atentos/ — Calla, insensato, corta con voz suave pero firme El Parara— ninguna prevención es exagerada. ¿Has olvidado al Liza? ¿No te ha quedado en la nariz la fetidez de los cadáveres pudriéndosenos en la conciencia y en las arenas del arroyo de El Cajoncito? Más nos vale que los gobernantes nos alerten y hagan escándalo informándonos acerca de la trayectoria, fuerza y demás características del ciclón o lo que sea. Que bueno que la Universidad Autónoma de Baja California Sur mató clases y acondicionó sus sagradas aulas para recibir a quienes sintieran inseguras sus casas. Ojalá que a los medios de información no se les ocurra pensar como tú, bárbaro de mierda, y sigan orientando a la gente acerca de los refugios disponibles y de las prevenciones ncesarias en estos casos. Un ciclón es la furia desatada —continúa el maestro— es la

naturaleza que viene a golpearnos; a probar nuestra entereza y solidaridad como seres humanos; pero tambien es renuevo de vida en forma de agua. Hay que alabar y agradecer sus dones sin olvidar que puede matar... y mata —dijo, ya calmado, sereno, el guía moral de los paceños que nada tienen y nada pierden (salvo la compostura, a veces, y a veces el pellejo). El silencio que se produjo ante la perorata indignada del gurú de Los 7 Pilares podría haber rubricado con bastante clase la presente crónica, pero los provocadores no saben de reglas, ni de tiempos, ni de formas; les gana la necedad: —Pues será lo que sea; pero el mentado Greg resultó como diría el diputadazo Núñez: ¡Mariquita sin calzones! Juan Melgar De revueltas y lecciones Quito, entre las montañas, es una ciudad capital melancólica. Vas dándote cuenta conforme comparas su atmósfera liviana con el aire caliente, pesado, de Guayaquil. Los indios callados, hieráticos, con los que te cruzas en las cercanías del templo de San Francisco refuerzan la impresión primera: hay tristeza en su porte; melancolía en aquellos ojos negros velados por la desconfianza hacia el extraño... Cálmate; estás repitiendo el mismo tonto tópico usado por los viajeros europeos que «sienten» la diferencia entre Barranquilla y Bogotá, o entre la Villa Rica de la Veracruz y Tenochtitlan. No quieras hacerte el interesante y el viajado. Reconoce mejor que esta nota la inspiró esa muchedumbre que exige en la capital de Ecuador, que el Señor Presidente deje de hacer insensateces con el mandato que le fue otorgado en las urnas, no hace mucho, en un proceso encaminado a sacarse de encima a otro como él. Son miles —dicen— los indígenas que truenan contra el Presidente de su república. Quieren que se vaya, lejos, y los deje armar otro proceso en el que, seguramente, tendrán mucho cuidado con el personajillo al que eligen. Acá en México estamos recibiendo lecciones, de rebote, acerca de los peligros que entraña escoger presidente sin reflexionar lo suficiente acerca de lo que el todavía candidato hará una vez posicionado en Los Pinos. ¿Muñozledo? Haría lo mismo que el demagogo Chávez en Venezuela, pero a lo civil. ¿Fox? De marranada en tontería y de ésta en metida de pata. ¿Camacho? Cualquier chamaco valiente haría pedazos su ego. ¿Cuauhtémoc? El gran despojado de una victoria clara, el 88, (por Salinas) ha desdorado su imagen en el incendio social que representa el Distrito Federal. ¿Labastida? Nunca sabrá cuánto le habrá debido, de su victoria, a su mujer. Iniciada el jueves por la noche, esta colaboración se reabre el viernes a mediodía, con imágenes de Ecuador: los infaltables coroneles juegan —todavía— su papel de defensores de los ecuatorianos, negándose a reprimir a los indios inermes y cortando la cadena de mando entre el presidente Jamil Mahuad (que se esconde) y los generales. Gustavo Noboa, hasta el viernes Vicepresidente del país, consumó una nueva traición a los indígenas sublevados y gobierna ya como Presidente, con el apoyo de los militares y la policía. Es la continuidad. Este domingo, los indígenas regresan, otra vez, a sus comunidades serranas, con motivos de sobra para seguir manteniendo ese aire de torva desconfianza que cierra el paso a la curiosidad de los viajeros torpes. Huizapolítica De profecías Michel de Nostradamus vaticinó desde su siglo, el XVI, miles de tragedias para la humanidad: terremotos, regicidios, inundaciones, guerras, sequías y males similares. Todos sus vaticinios se han cumplido, según sus fanáticos seguidores, exégetas y fauna de acompañamiento, pero ello se constata siempre después de que el flagelo se presentó. Son, pues, las de Nostradamus, profecías al revés: primero ataca el fenómeno y luego luego, los intérpretes le encuentran el sentido. Allí donde Nostradamus escribió: De lo alto llegará el castigo para el dueño del Imperio, que dejará en la orfandad a los retoños de la Griega... sus analistas afirman que quiso decirnos que desde lo alto de la biblioteca en Dallas un francotirador atentaría contra Kennedy... y todo lo demás. De aquel tenor son las tales profecías del tal Nostradamus: a toro pasado, todas. Bueno, casi todas, porque entre su producción de predicciones crípticas, de imposible interpretación previa, hizo una con fecha: En el séptimo mes del año 1999 del cielo vendrá un gran rey espantoso a resucitar a Marte, para reinar felizmente. Hasta un parapsicólogo y mago blanco de los retardados que daban lata por las noches en el Canal 10 de televisión puede interpretar la profecía ésa. Significa, claro, que en paracaídas descenderá precisamente este mes, el político-paceño-más-feodel-mundo para dar cruento golpe de Estado y apoderarse del Palacio de Cantera. Quienes pensaron que Nostradamus alertaba a la humanidad sobre la inminencia de la Tercera Guerra Mundial andaban extraviados. El vidente genial se refería a nosotros, los casi siempre humildes habitantes de este ombligo del universo que es Sudcalifornia. Juan Melgar De cienes y cienones Cuando se cumplan los cien cabalísticos días que el Ejecutivo prometió esperar antes de ratificar o hacer cambios en su gabinete, ese ente mitotero al que los politólogos llaman opinión pública va a estar expectante. Antes de que termine esta semana, si la profecía de Nostradamus no se ha cumplido, el Gobernador de los sudcalifornianos tal vez llame a rueda de prensa y anuncie algunos cambios. ¿Cuáles le gusta a usted que podrían ser? ¿Qué tal en la Subsecretaría de Bienestar Social? Porque su titular ha dado muy poco bueno de qué hablar y sus intervenciones encaminadas a lograr algo de bienestar en esta sociedad no se han notado. Tal vez ande escaso de proyecto, de fondos, de capacidad, de iniciativa, o de todos ellos; y eso es grave. Otro cambio previsible podría darse en Cultura, un Instituto que después de tres meses ha promovido escasas manifestaciones culturales para disfrute de la población. Es triste reconocerlo, pero los gobiernos utilizan la cultura sólo como coartada y en raras ocasiones le otorgan la atención y el presupuesto necesarios para su promoción y desarrollo. Entonces, las buenas relaciones del titular del Instituto Estatal con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes pueden salvar la situación, y éste no parece ser el caso. ¿Dónde más podría haber relevos? El espacio es breve para especular sobre tantas posibilidades. Las cabezas de los responsables parecen pender de un hilo muy delgado: la opinión que de sus actuaciones tenga, no el ente ubicuo mencionado al principio, sino el hombre más poderoso del Estado. En el peor de los casos, imaginémoslo diciendo a su Secretario General, refiriéndose a las cabezas prescindibles: —Son un cienón... ¿las cortas tú, o...? Huizapolítica De pueblos y cercanías Pueblo sufrido como pocos en la historia, el kurdo nunca ha sido reconocido como entidad política con ese nombre. Habitantes del Kurdistán, región geográfica del Medio Oriente repartida entre Turquía, Irak, Irán y Armenia, los kurdos han sido ganaderos trashumantes, es decir: pobres que habitan un territorio miserable y por ello — señalan etnólogos europeos— habituados a la guerra y el bandolerismo. Así, con la nota roja de las agencias noticiosas como destino, los kurdos se habrán enterado el pasado jueves que uno de sus dirigentes en la lucha por la independencia, Cevat Soysal, asilado en Alemania desde 1995, fue capturado por agentes turcos y trasladado a Ankara. La captura del líder del separatista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) se da, curiosamente, unas horas antes del arribo a Turquía del ministro del Exterior alemán, Joschka Fischer, quien tal vez no quiso llegar a la capital turca sin un regalito para su homónimo, el premier Bulent Ecevit. Según las autoridades del estado federado alemán de Renania del Norte-Westfalia, el ahora preso Cevat Soysal contaba con documentos de viaje alemanes en regla, ya que es (era) residente de la ciudad de Monchengladbach. Sin ruborizarse, el premier turco Ecevit ha declarado que la captura del dirigente kurdo fue “otro éxito de los servicios de Inteligencia” de su país, cuyos agentes van a continuar son su cacería de terroristas. En febrero pasado, el Servicio Secreto turco secuestró al entonces máximo dirigente del PKK, Abdalá Ocalan, sacándolo de la Embajada Griega en Nairobi, Kenia, para llevarlo a Turquía, donde lo condenó a muerte. (Si usted vio la gringuísima película Expreso de Media Noche, sabrá ya cómo la estarán pasando estos dirigentes nacionalistas en las cárceles turcas). Con el advenimiento de la aldea global y sus comunicaciones instantáneas vía satélite, el Kurdistán, como la plataforma de Cantarell o la Selva Lacandona, se nos acercan y se vuelven tan distantes como Caduaño o Agua Verde. Eso no disminuye, sin embargo, el hecho central: hay malas noticias para nuestros vecinos, los kurdos. Juan Melgar De poder y atributos «Dos aptitudes debe poseer un político para alcanzar el poder y mantenerlo: vanidad y elocuencia”. Esto lo decía Arthur Schlesinger, un tipo que algo sabía de política a la norteamericana, esa que desde hace poco tiempo ha empezado a practicarse entre nosotros, —y con nosotros como conejillos, claro. En las recientes elecciones sudcalifornianas, los medios electrónicos de información fueron las cajas de resonancia utilizadas por los candidatos para golpearse con dureza. Aquí, lo curioso es que perdió la elección quien era considerado por los expertos como el más elocuente; ganador eterno de cuanto concurso de oratoria se le atravesó. Será, tal vez, que la del triunfador es otro tipo de elocuencia, diversa a la señalada por el diccionario: “facultad de hablar bien: con fluidez, propiedad y claridad, y, sobre todo de manera convincente”. Puede que haya una elocuencia gestual, y ya entrados en tecnologías de punta, una virtual. O que los sudcalifornianos se pasen la mentada elocuencia por el forro, o vaya usted a saber qué. El otro atributo señalado por Schlesinger (consejero político de Kennedy) es la vanidad, cualidad de la persona que tiene afán excesivo y predominante de ser admirada, según doña María Moliner. No puede haber una brillante trayectoria en la política si no se es vanidoso, subraya aquel historiador que conoció bastante bien a Roosevelt, Kennedy, Nixon, Johnson, Carter y Reagan. Una frase más de aquel también político: Los gobernantes quieren que todos los quieran. Sin ánimo de corregirle la plana a míster Schlesinger, habría que anotar que las dos virtudes por él mencionadas como esenciales son pocas. Para el liderazgo político que necesitamos, nuestros hombres públicos debieran ser poseedores, también, de inteligencia, honradez, tolerancia, y otras nuevas actitudes éticas que salven a la política y a los políticos de la trampa resbalosa y fétida en la que se han desbarrancado, llevándose entre las espuelas a la sociedad civil. Huizapolítica De partidos y candidatos Algo interesante está sucediendo en el ámbito político. Los tiempos, las formas, los métodos, los estilos... Todo está siendo subvertido tan rápido, que cuando empezábamos a entender una situación, ésta se trasmuta en su contraria. Lo que suponíamos la imagen superficial de un partido, resulta que ahora es la de su archienemigo. En el PRD, por ejemplo, lo que antes era un handicap negativo para alcanzar un puesto de dirección, hoy es precondición. Los dirigentes de este joven partido habían sido sólo expriistas: Cárdenas, Muñozledo, López Obrador... Con excepción de este puerto, donde, para no variar eligieron a un expriista, todos ellos les cerraban el paso a los zurdos. Ahora empezaron los

que militaron en aquel viejancón y sufrido Partido Comunista Mexicano: Pablo Gómez y su relevo, la zacatecana Amalia García, ambos con la bendición, claro, del hijo del Tata Lázaro. El mundo al revés: Amalia, la antigua comunista, no es una tipa de pelo en pecho, bragada y retadora cual activista de una fábrica de tanquetas en la Bielorrusia de 1943, sino una agradable dama de voz educada y convincente, capaz de hacerte votar por ella con un argumento inteligente y una apenas sonrisa. La iracundia filosa y mofletuda de Muñozledo parece haber pasado ya –por fin— a mejor vida en este partido al que tanto daño causó. ¿Y en el PAN? Aquel organismo que fundaron intelectuales sosegados, sobrios y persignados como Gómez Morín, es ahora rehén de un solo hombre, que ha obligado a este partido antes tan correcto a dejarlo ser su candidato, sin convención previa y sin elección real: Vicente Fox, un pelao así de tamañudo, que en el mote pasea su divisa: El bato con botas. A través de una campaña propagandística que se disfrazó de publicitaria, Fox ha gastado enormes sumas en mensajes televisados para hacernos creer que él sí, deveras, sabe cómo mascará la iguana milenarista. El acaba con el sup Marcos y con la bronca chiapaneca en 15 minutos; ha dicho. Será por exabruptos como éste que su propia hija ha señalado que se pasa de imprudente y que no sabe controlarse. En el PRI, los cuatro originales parecen haberse reducido a dos: Labastida, un político sinaloense que parece haber resistido diversas y espinosas pruebas transexenales, y Madrazo, un tabasqueño retador, parecido a Fox en cuanto a que quiere vendérsenos como producto comercial vía televisión, porque “¿Quién dijo que no...?” Revueltón está el panorama; diferente a otras vísperas, pero más interesante que en aquellas aburridas décadas en que sabíamos con muchos meses de antelación quién iba a ser el Señor de Palacio, aunque no votáramos. Que nos dure la democracia. Tanto, que no queramos ya dejarla. Aunque tengamos qué encontrarnos, en el tránsito, con candidatos que se ofertan como si valiesen. Juan Melgar De pragmatismo y utopía «Falló en su parte esencial la bola de cristal: Madrazo no renunció a su militancia tras perder la elección interna del PRI. Al contrario, se disciplinó y dice querer a su partido. Levanten la mano los que le creen»—dice a su grey El Parara, un tanto chirrisco por haber fallado en su pronóstico catastrofista. —El Nuevo PRI no es el viejo PRI con nuevas mañas, parece decirnos la actitud de un excandidato antes bravucón y pendenciero; hoy mesurado y con ánimo de buen perdedor. Sigo sin creer en ese tipo de políticos, pero lo que yo crea o deje de creer no es asunto que preocupe al PRI; sobre todo en momentos como éste en que termina una consulta interna sin raspones y, más aún, sin fracturas. ¿Van a votar por Labastida en la presidencial, los madracistas? Eso es algo que está por definirse, al término de una campaña propagandística que se enfocará a captar esos votos, y los de muchos millones de mexicanos que el día siete no votaron. Siempre creí que la política debía ser una actividad honorable, ajena a las componendas, los acuerdos secretos, el cochupo pragmático. Pero la política real está unida a esos instrumentos que la vuelven el arte de lo posible, como la definía el dramaturgo y Presidente de la República Checa, Vaclav Havel. ¿Deben los políticos renunciar a su práctica, contaminada de realismo? No. Pero nada nos cuesta soñar que un día, en algún lugar del planeta los políticos transformen la política en el arte de lo imposible y el camino hacia la utopía. Cansado por el ejercicio de reflexión y un poco fuera de balance por el traspié de haber ubicado a Madrazo como tránsfuga, el ahora flamante politólogo de ultramarino iba a agregar algún despropósito a su perorata, pero como vio que el horno no estaba para birotes entre el infelizaje que había recalado en Los 7 pilares esa tarde de caluroso invierno paceño, mejor calló y bebió de su brebaje predilecto. Además (pensó) ¿qué mejor y más bella palabra para terminar un discurso político que Utopía? Huizapolítica Capítulo dos Retrazos Ilustración de Marín Juan Melgar Capítulo dos Retrazos De ideario y fobias Animal de costumbres fijas, El Parara es varón apicarado de gustos, afecto a la reflexión compartida con sus iguales. Cae a diario por Los 7 Pilares buscando oídos receptivos, complicidad, camaradería y tragos, en este orden jerárquico. Ganapanes, anarcos, destripaterrones, ociosos, buscavidas, malillas, teporochos, cargadores, mandaderos, pediches, afanadores, uno que otro nagudo, juntabotes y chusma varia, componen la tribu de habituales en aquel ultramarinos espantacalores o apaciguacollas, según sea el tiempo. Con tal clientela, el patrón del aguaje va a batallar para hacerse millonario, pero ¿qué remedio? con estos bueyes hay que arar, filosofa, grillado ya por las cotidianas dosis de análisis sociológico chollero con las que resulta inoculado, de rebote, por tan singular clientela. Aquí, entre los suyos, Maese Parara da rienda suelta a sus querencias y repulsiones; da amorosos pescozones por aquí; juguetea con la honrilla de algún politicastro de esos que hay; destaca la labor social de aquesta dama por allá; suelta algún gracejo respecto del regionalismo mal asimilado y peor practicado por ciertos especímenes y, en fin, practica con desenfado el difícil arte-ciencia de la murmuración, el chisme, el cotilleo y el análisis antisolemne de las conductas ajenas y aun las propias (sin llegar al masoquismo). Jacobino moderado en un renovado ambiente de religiosidad, fe y golpes de pecho, El Parara la trae contra los profesionales del culto, a quienes acusa de no creer en su Dios, de impiedad y de no vivir en la franciscana pobreza y humildad por ellos predicada en sus sermones. Los políticos y su actividad le producen alferecía, cuando no fiebres tercianas con tenesmos y supuraciones fétidas. No son para el gurú del infelizaje un mal necesario, sino una excrecencia social absolutamente prescindible, pero de muy difícil erradicación, como los retenes militares, los policías y las suegras. Mientras llega el amanecer de la utópica Anarquía y con ella el triunfo de lo mejor del hombre, El Parara y su grey beben, chismorrean, critican, ríen y hasta aplauden conductas ajenas, siempre al amparo de Los 7 Pilares, el ultramarinos menos pretencioso y más permisivo entre los centenares que florecen en el puerto de los ilusos, orgullo de la Mar del Sur, ombligo del planeta y privilegiado observatorio estelar de esta galaxia, sin exagerar. Huizapolítica De lecturas y pérdida Todavía lo recordamos. No disfrutaba de nuestras salidas al monte o a la playa; tampoco del beisbol, ni del deporte cruel y placentero de matar cachoras y pajaritos con tirador. Era un segregado, por voluntad propia, de la vida social en la tribu: era un lector. Como a don Alonso Quijano, las lecturas fueron sorbiéndole el seso a grado tal que a fe mía y de todos los que lo conocimos, dejó de ser de este mundo para ingresar al mundo de las letras, esos signos mágicos, adictivos, que nublan el entendimiento y enloquecen a quien los ve con atención desmedida tratando de descifrar sus mensajes secretos. A él le sucedió, seguramente, pues lo perdimos, como antes dije, como compañero de juegos y sólo volvimos a verlo ocasionalmente, cuando su vida de viajes lo arrimaba al puerto y se quedaba unas semanas entre nosotros para caminar, abstraído, por las callejuelas de la ciudad vieja. Decían que era doctor en letras; que escribía historias fantásticas acerca de otros mundos en los que la vida era diferente a ésta que conocemos; que en todo el planeta lo ensalzaban porque tenía una gran imaginación para describir situaciones y para inventar personajes de todo tipo; que era conferenciante en las universidades más famosas del mundo; que había recibido distinciones académicas, medallas, llaves y órdenes reales y caballerescas de todos los rincones y reinos habidos. Nosotros sólo lo veíamos cuando regresaba a la isla para irse a callejuelear y a sortear calor o frío con una cervecita o una damiana en alguno de los bares locales. Bebía en solitario, con el sombrero blanco de Panamá junto al trago y con una semisonrisa amable y distraída con la que se evadía. Volvía a meterse en sus libros y en los ajenos como cuando éramos chamacos, pero ahora repasándolos con su mente poderosa, supongo. El pueblo, nosotros, la tribu, lo perdió, lo perdimos, desde el día aquél en que tomó en sus manos un libro sin que el maestro se lo ordenase. Algunos de nosotros, alguna vez, apagando el televisor, hemos llegado a preguntarnos acerca de la identidad de aquel libro fascinador y misterioso que lo enfermó volviéndolo lector. Juan Melgar De chamanes y viajes «Mi nagual es ese gato nocturno de cola anillada al que los biólogos llaman Basariscus astutus, pero que a mí me gusta llamar babisuri; se oye mejor. Cuando por las noches mi energía vital deja este envoltorio carnal y entra en él, puedo vivir la noche y viajar a las estrellas. Con los ojos del nagual logro atrapar las fuentes primarias de la energía para transmutarme de nuevo en otro ser». Soltó la parrafada con voz pausada y grave, como sin esfuerzo y en un tono gutural para todos desconocido. No era el de siempre. Sus intervenciones en la plática que se armaba en Los 7 Pilares eran siempre monosílabos y sonrisas amables para quienes hablaran. El Parara mismo parecía guardar hacia el Viejo Chamán yaqui una actitud respetuosa, se diría que hasta reverente; algo inusual en este gurú tan dado al desparpajo y al comentario filoso. Esta tarde-noche, el anciano había enlazado más palabras que en todos los años transcurridos desde su primera aparición por la logia ballenera paceña. Sorprendidos por el discurso inesperado, el infelizaje encaró al viejo canoso. Expectantes, todos lo miraron. Esperaban. «La Pimería fue el lugar de mi nación primera. Vine a la California con los padres misioneros y buceé perlas para la Virgen Lauretana, y para Ocio, y para Vives. No hubo armada en la que no me contratara. Moro aquí desde entonces. Y viajo con mi nagual por mundos sólo ensoñados por la imaginación o la locura febril de los demás. He estado bajo los ahuehuetes y las sequoyas; en riberas de ríos que cruzan ciudades luminosas y en edificos de cristal que envuelven nubes. Estoy aquí y allá, en sitios diversos y soy dos, siendo uno. ¿Pueden creerlo?» dijo viéndolos a todos, despacito, uno a uno. Si era un chamán yaqui, toda su sabiduría parecía concentrarse en el negro profundo de esos ojos siempre vivos, que hoy parecían húmedos, suplicantes, necesitados. Tantos años vividos en la fortaleza de su magia; tantos miles de kilómetros recorridos en viajes astrales y mutaciones, y el brujo seguía siendo un humilde ser humano que hoy pedía credibilidad a unos descamisados. «Te creemos, abuelo», díjole El Parara, sin asomo de ironía. Nadie habló más esa noche en Los 7 Pilares. Se bebió en silencio. Huizapolítica De cárcel y actitud El tumulto y griterío que los descamisados forman alrededor de aquel gringo jipi que los enfrenta serio, sin miedo, seguro que sí, en medio de la gresca, es calmado por El Parara con dos exclamaciones cortas: ¡hep, hep! —grita. Luego del silencio de la raza, el gurú le pide al güero aquel que se explique; que de las razones por las que osa llegar a Los 7 Pilares exigiendo participar en la ancestral ceremonia, el tradicional rito grupal sudcaliforniano de besar el cetáceo; beber de la ballena forjada, pues. Traducido al castellano, aquel spanglish carcelario del gabacho sería así: «Soy uno de ustedes. Hasta hace tres meses, yo era un gringo más de los que aquí les caen. Pero

ya soy otro. Destrocé, borracho, el carro de uno de esos yanquis que aquí viven, y el maldito me acusó de robo. Tuve que pasar 90 días en el tambo porque el juez me fijó una fianza tan alta, que no pude pagarla. Desde el instante en que pasé del hospital del Cereso a las celdas, empecé a conocer el infierno: golpes, robo, tortura, impotencia, insomnio, racismo, suciedad, abusos, dolor, burla, frío, hambre, terror, enfermedad, angustia, maltrato, fiebre, vejaciones, incomprensión, patadas, insultos, puñetazos, ansiedad, pánico, tristeza, injusticia, prepotencia, impunidad, miedo, nostalgia, alucinaciones... Todo ello multiplíquenlo por 90 espantosos, interminables días, y a ver quién de ustedes, cabrones hermanos míos, lo aguanta sin quebrase. El Apando, El Expreso de Media Noche, El Conde de Montecristo y Papillón son sólo cuentos de hadas frente a la realidad de las cárceles sudcalifornianas. Los capos, con su dinero, todo lo controlan, mientras que los miembros del infelizaje, como yo, todo lo sufrimos. La selva es Disneylandia, comparada con el Cereso paceño; el Infierno del Dante es un poema bucólico frente a la realidad brutal de vuestra cárcel. No digo que voy a portarme bien para no volver al encierro; sólo les digo que voy a hacer hasta lo imposible por no caer de nuevo». Ve a cada uno de los miembros de la cofradía con los ojos grises velados por una profunda melancolía, y luego pregunta, firme: «¿Soy uno de ustedes...?» El Viejo Chamán yaqui (siempre oportuno), le entrega la ballena forjada y le ordena, lacónico: «bebe». Los miembros del infelizaje en Los 7 Pilares lo dejan trasegar todo, toditito el brebaje, antes de apapacharlo, conmovidos. Gente noblota que somos, piensa El Parara ante el cuadro celebratorio. ¿Y si esto no fuese sino un pinche Cuento de Navidad grabado con cámara escondida para la Warner por este bato, que nos quiere ver la carota? ¿Y si resulta que la cárcel es como un hotel de cinco estrellas en Los Cabos? Porque el informe del último director del Cereso... nada qué ver, ¿no? Con éstas y otras reflexiones, el Savater chollero deja la logia del pobrerío y enrumba hacia su guarida con paso cada vez menos firme. Esa noche habrá de tener horrendas pesadillas. Juan Melgar De héroes y tumbas Los pies lo sacaron del anonimato. Nadie le enseñó a usarlos para dominar a sus adversarios en la pendencia callejera, esa actividad a la que era empujado por las circunstancias, y que él, según afirmaban sus amigos no buscaba. Movía ambas piernas como látigos, como serpientes, como rayos que llegaban al sitio vulnerable escogido con una facilidad que ya hubiesen querido Bruce Lee o Van Damme para un día de filmación. Delgado y alto, vestido con elegante pantalón vaquero, camisa a cuadros, sombrero tejano y botas picudas, llegaba los domingos a los bares y, como si hubiese visto las películas de Clint Eastwood, con voz suave y comedida ordenaba una cerveza, saludando a los conocidos con simpáticos guiños de sus ojos semicerrados, algo burlones. No faltaría —como en los filmes de vaqueros— un peleonero que se acercaría a provocarlo para recibir el patadón fulminante, noqueador, con el que la bronca terminaría para dar paso al halago de los amigos, mirones, valedores y mitoteros que lo volvieron un ídolo paceño. En algún carnaval de los años Cincuenta lo vieron atenazar las gruesas rejas de la Telefónica, a un costado del antiguo Palacio de Gobierno, y combatir solitario contra una decena de policías enardecidos, a los que mantuvo a raya pateándolos hasta que se le hizo amargo --dicen. Trailero de añeja tradición y dirigente natural del gremio, empezó a tener dificultades con los federales de caminos que exigían pago. A uno de ellos, especialmente abusivo, hubo de desarmarlo (a patadas, claro) y aplicarle la ley del camino. Su liderazgo carismático llegó a ganarle adeptos para su causa algo romántica: creía que los traileros debían ser libres de transportar mercancías sin pagar mordidas ni gabelas indebidas a ningún policía y sin afiliarse por obligación a organismo obrero o partido político alguno. Ese innato espíritu anarquista y de pirata le ganó también el odio de algunos personajes linajudos y poderosos en el gobierno del estado, los que ordenaron la artera golpiza en la que perdería un ojo, para perder luego el combate civilista y decidido contra las instituciones, por los motivos de siempre: amigos que dejan de serlo; apoyos que, timoratos, se retiran; traiciones, temores... No estará jamás su nombre en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, pero sí en el recuerdo de quienes lo conocieron como un combatiente callejero al principio; como un decidido luchador por los derechos civiles, luego. Fue un sudcaliforniano notable, que se equivocó no de trinchera, sino de siglo. Huizapolítica De viajes y memoria Doce burros habrá aparejado el joven José Rosa Arce, amarrando con gesto seguro, elegante, las latas mantequeras con hígado de tiburón a los costados, en los ángulos de madera liviana, pero fuerte, de los burriquetes. Cuatro latas cuadradas de hígado en cada asno completaban la tonelada de producto que viajaría de la costa del Pacífico a Cachanía, de donde se iría en barco a Marsella. Estaba por concluir la segunda década de este siglo convulso. La guerra que cambiaría el mapa de Europa y destrozaba miles de cuerpos jóvenes iba a ser la última, según creían los contendientes, asustados por la barbarie que seguían generando en las trincheras. La culta Europa de 1918 necesitaba hígado de tiburón como reconstituyente de sus soldados: más energía, igual a ¿más ferocidad combativa? Sobre esto meditaría esa madrugada abrojeña el joven José Rosa Arce (que luego, con la edad, pasaría a ser Tío Locha) mientras enterraba en el médano la pesada panga de madera, los remos y la vela que meses después liberaría para ser botada en la nueva temporada de pesca. «No es justo que yo tenga trabajo porque en aquella tierra la gente se está matando —habrá pensado— pero hay que sobrevivir». Levantaría el paraje, enrollaría la lona con la cobijas y tras colocarlas en la grupa, montaría —forrado de cuero desde el sombrero a las polainas— el macho josco aquel que tanto miedo le tenía a las espuelas, que no necesitaba acicatear. De Abreojos a San Ignacio por los voladores médanos de El Rabich, la mesa de La Berrenda y el arroyo de San Angel se viajaría en siete jornadas, pues los burros son lentos, tiene su paso, y hay que procurarles agua en las tinajas. A Cachanía el viaje con la recua sería de sólo dos días. Allí se entregan las latas de hígado a los de la Compañía de El Boleo y ellos las embarcarán. Regresaría a San Ignacio con la recua cargada de provisiones, ropa y enseres que los franceses traían en sus barcos y que Tío Locha compraba en la tienda de raya. De nuevo al Camino Real de las Misiones, por Purgatorio, Las Vírgenes y el Cerro Colorado hasta San Juan, ese barrio de San Ignacio que es (fue) el paraíso: granadas, higueras, datileros y viñas al lado mismo del ojo de agua represado por los antiguos californios para disfrute de los nuevos. Allá, por los cincuenta, Tío Locha volvería a vivir aquellas sus andanzas desde la azul ceguera de los noventa y cuatro años, meciéndose apenas en su poltrona, sin soltar el brilloso bastón de guayabo y con las delgadísimas y escasas hebras de plata revueltas en las sienes por la brisa. Como Homero. Como Borges. Juan Melgar De errancia y querencia Lió sus bártulos con parsimonia y salió de su Viena añosa, adorable, sin volver la cara a los suburbios. No lo sabía entonces, pero jamás volvería a verla: moriría en un pequeño puerto que está al fondo de una gran bahía, en la antigua California mexicana. Corrían los años veinte. Había finalizado la guerra que cambiaba el mapa europeo y desaparecía el imperio austro-húngaro. El joven quería olvidar los infiernos cotidianos del combate entre el lodo de las trincheras como subteniente, superiror jerárquico de una pequeña bestia que en breve se convertiría en una gran bestia: el cabo Adolfo Hitler. Llegó en tren a Marsella y desde el puerto francés en un carguero chipriota compartido con un centenar de judios de todos los rincones de Europa, navegó hasta Haiffa, cabeza de playa de un territorio que sería muchos años después el Estado de Israel. No pudo comulgar con el ideario sionista y dejó en la Palestina los trabajos del kibutz para embarcarse en el sueño americano. Desde su arribo a la neoyorquina isla de Elys supo que los gringos no representaban el ideal buscado y en pocos meses estaba desembarcando en Veracruz. Siguió a occidente, cruzó el Valle de Anáhuac y llegó a Mazatlán, de donde partió una mañana ventosa de febrero en un pailebote, a todo trapo, hacia la California, con baúles y bultos de mercaderías que habría de vender en abonos, en este enteco territorio. El perfil rojizo de las escarpas sudcalifornianas que vio desde el velero que navegaba cortando crestas entre las islas de Cerralvo y Espíritu Santo, hizo pensar al errante que ésta era la tierra prometida. El alma generosa de los californios le confirmaría luego aquella intuición. En el puerto encontró la utopía buscada. Hizo clientela y amigos. Jamás pudo abandonar el acento que le impedía pronunciar la erre, y que lo hacía «diferente». Se casó con una mujer cuyo nombre remitía a pasajes bíblicos: Sara, dueña y señora de un matriarcado sudcaliforniano típico, que le dio seis hijos. Alguna vez, interrogado acerca de los motivos que le impedían volver a Austria, haciendo gala de una muy chollera filosofía demostraría su completa adaptación a esta tierra: «No tiene caso» —diría lacónico. Nunca, nadie, pudo ahondar en la íntima razón escondida tras los gruesos cristales de sus lentes. Sus ojos podrían haber parecido duros, pero eran sólo azules claraboyas hacia un espíritu bondadoso. Fue un enamorado amante de esta tierra, aunque guardaba un trozo de corazón para la patria de sus padres. Llamó a su tienda La Ciudad de Viena. Huizapolítica De recordación y melancolía Se nos adelantó. Nos hubiera gustado volver a compartir con él un carboncito; es decir, una carne asada en el patio de su casa, a un costado de la clínica. Bonachón, cara de niño desde la secundaria aquella compartida con el Roco Rivera, Reina Calderón, el Maty Amador, el Cule Ojeda, los hermanos Suave Cervantes, el Mani Mercado, el Vikcy Beltrán, el Chiquet, el Sonora Almada, el Mamón Villalobos, Rosina Ojeda, Manolo Ayón, Aníbal y un centenar de compas que hoy arrastramos panzas, calvicie o achaques por esta agreste querencia. Él no. Nunca envejeció; llegó a los 53 años enterito, sin arrugas; si acaso con alguna discreta llantita que revelaba cerveceras y sabatinas aficiones, en familia. Nunca se salió del redil que su temperamento afable dictaba. Nada de gritos o exabruptos ante los ataques. Ni cuando El Neto y su pandilla le pintarrajeaban a diario los muros de la Autónoma Universidad; ni cuando su amigo le agandalló el cheque de un aguinaldo ganado a pulso; ni cuando de mala manera y peor leche lo ascendieron de Secretario a Subsecretario; ni... nada. Tras sus lentes eternos de estudioso y bien portado escolar, nos sonreía, arqueando apenas los finos labios en una mueca conejil, como aconsejándonos que compartiéramos su filosofía de dejar al tiempo que éste pusiera a cada quién en su lugar. Menos adusto que su padre, aquel forjador de una tradición de médicos jamás deshumanizados por la rutina de ver todos los días el sufrimiento ajeno, luchó como ellos contra la enfermedad, encorvado tras la lente del microscopio,

diagnosticando entristecido cánceres fatales o, satisfecho y (cómo no) sonriente, inofensivos quistes. Modesto, jamás hacía saber sus posgrados en Canadá y Estados Unidos; sabedor de que el respeto profesional no lo otorga solamente la academia, sino el trabajo responsable, disciplinado, constante. Mal orador, se defendió en el juego impredecible e ingrato de la política con su vida de honradez a toda prueba, con sus dotes conciliatorias, su simpatía natural y la amable firmeza de aquel trato cordial con el que ennobleció el arte de servir sin abusar del cargo. En lo más hondo del arroyo que cruza la carretera que lleva a Todos Santos, su árbol favorito, un paloverde frondoso con medio raigambre socavado por las aguas espera por nosotros para que hagamos un alto en el camino y, con una fría cerveza en la mano, virtamos un poco del líquido al pie y nos bebamos el resto en memoria del amigo. Si entristecemos demasiado, es posible que la nublazón de nuestros ojos impida ver su figura elegante bajo la sombra del árbol emblemático sonriéndonos, como diciendo: no hay por qué preocuparse... Todo irá bien... Así es la vida. Así es. Aunque nos rebelemos contra sus designios. Juan Melgar De tinieblas y oficio La de los periodistas debe ser una ocupación para llevar la luz, informando al resto de la sociedad acerca de lo que ocurre aquí, ahora. «No es oficio de tinieblas el nuestro», decía el reportero-redactor, al tiempo que probaba la consistencia del cachete juvenil entre los dedos índice y pulgar que, apachurrantes, jaloneaban la faz lampiña del interpelado. «Hay varios tipos de periodista», explicaba a quien quisiera oírlo en la plazuela, con el pie regordete acomodado sobre el descansabrazos de la banca de cemento, frente a El Trébol, cualquier tarde calurosa de algún otoño paceño de los años cincuenta. «El más socorrido entre nosotros —afirmaba— es el pegador: te pego y me pagas para que no lo vuelva a hacer. Su versión contraria es el zalamero: te adulo y me pagas. En ambas categorías el asunto es que pagues. Pero hay una categoría más elegante —decía— la del periodista -crítico-del-quehacer-público-a-medias. Ese que señala vicios ajenos pero haciéndole guiños y carantoñas a los poderosos, como diciéndoles, vean nomás que capacidad de análisis me traigo. Les conviene tenerme de su lado para lo que se venga ¿no? Invítenme a desayunar al Perla y ahí nos arreglamos. ¿Cuándo empieza la campaña? Ya saben: para lo que se ofrezca, ahí estamos, mi pluma y yo. En esta categoría, el asunto también es de billetes, no de feriecita. Aquí es cuestión de carros, viajes, tierritas, favores, plazas, o sea, trato de Señor; amabilidad, cortesías... ¿Para cuándo van a ser los amigos, pues, sino para sacar bueyes del barranco y desfacer entuertos, maldeojos y malpuestos de eso que llaman política? Inocente pero enterado de los gajes, aquel reportero regordete que caminaba balanceándose como el Viosca, era capaz de escribir, a mano, las noticias de la guerra de Corea y repartirlas de casa en casa, tras haber pasado la noche monitoreando La BBC de Londres o La Voz de América, en su viejo radio Transoceanic de onda corta. Hay, también —decía— una categoría novedosa que empieza a desarrollarse en la radio chollera: el santón... un locutor que no lee noticias: regaña. No informa: pontifica. No muestra hechos: juzga. Por fortuna, no abundan. Periodista hecho a machetazos, enamorado de su profesión, aquel humilde redactor paceño rubricaba sus disertaciones entre la palomilla con la eterna salida: «Linda la tierra, ¿eh paisano?» al tiempo que estiraba el brazo para catar la masa muscular del ajeno y juvenil cachete. Nadie es perfecto. Huizapolítica De arte venatoria y atavismo Era Gran Jefe Pluma Blanca cuando andaba tras los venados, cortándoles la juella por entre los lomboyales y palodearcales de la mesa de la Trinidad allá en el sur, o faldeándolos por Los Filos que miran al Pacífico, algunos kilómetros al norte de La Paz. Y era también Don Alfredo, el taxista que transportaba a los escasos turistas que llegaban al puerto a cordelear rayados marlines, estilizados velas o robustos espadas en ese paraíso de los picudos que se ubicaba (¿ubica?) entre la punta norte de Cerralvo, el Bajo y la costa oriental de Espíritu Santo. Dos personalidades; más bien, dos personajes distintos convivían bajo la mata de pelo blanquísimo, los ojos azules y un cuero colorado y curtido que hablaban tanto de los ancestros ingleses en la raíz de su arbol genealógico como de su amor por la errancia en el monte, buscando venados bajo el rayo del sol. «Quedé insolado —confesaba— de tanto trajinar de una siera a otra y de lomerío en llanada, atrás de esos animales». Por eso ahora, a sus ochenta, había que ayudarlo con el pesado rifle de cerrojo en las caminatas, y hacerle compañía en las puntas de cerro en las que se parapetaba para tirarles sobre la carrera a los espantados. De casta le ha de venir al galgo. Si lo hubieras acompañado alguna vez en alguno de aquellos puntos de acecho, entre un cigarro fuerte y otro te habría contado cómo uno de sus hermanos: el Fiebre, había sido el francotirador más efectivo de las fuerzas rebeldes durante la Revolución, en la segunda década del Siglo XX. Te diría cómo aquél había tumbado con su carabina .30 ochavada, de palanca, a un oficial federal a una distancia de un kilómetro, de un lado a otro del arroyo de Santiago («para hacer un blanco así tienes qué conocer tu arma a la perfección, y los vientos dominantes...). Luego de muchas escaramuzas, aquel tirador infalible moriría, chamaco todavía, desarmado y desnudo, miemtras se bañaba en una poza, por el rumbo de El Surgidero. Las bromas que como venadero Pluma Blanca haría a los pescadores de La Ribera, donde vivió muchos años, todavía se recuerdan: «No tengan cuidado —habrá dicho alguna vez, empujándoles la panga— cusando regresen de marea van a tener aquí, esperándolos, un buen caldo de venado». Luego, cuando los pescadores se sobaran satisfechos la barriga haciéndole la digestión al cornúpeta, el cazador iría al médano cercano y regresaría ondeándoles, como sangrienta banderola, una piel de coyote en la punta del rifle y una mueca de burla en los labios despellejados por el sol: «Estaba sabroso el venadito de año, ¿no?». Personaje de su tiempo, murió cuando debía: cuando un hombre de bien podía andar por ahí, vagando en el desierto, acompañado de su rifle y de sus atavismos de californio antiguo, sin ser molestado. Juan Melgar De profesión y escenas «Listo, güerito; son cinco pesitos» —dice con voz cansina, apagada, aburrida de faenar bajo la sombra protectora del Muelle Fiscal, sobre la tibia arena, mientras se arregla y sacude el vestido de tela brillante y chillona, uniforme de esta mujer dedicada a ser como decían los clásicos, una profesional de la jodienda. Bajo la pesada y cerosa máscara de maquillaje en la que resaltan dos círculos de colorete ligeramente arriba y a los lados del sobreimpuesto a unos labios marchitos, arrugados, los ojos de la mujerona han visto mucho, demasiado tal vez... Tanto, que que nada hay en el puerto que los asombre o haga saltar en ellos la chispa cómplice de la inteligencia. Cuando el sol cae pesado sobre los techos, las polvosas calles paceñas hierven, el escaso pavimento reverbera y el asfalto es chicle pegajoso, la Profesional baja al malecón con una estola de piel alrededor del cuello y el maquillaje chorreándole la blusa. ¡Puta! ¡Puta! Gritarán a coro los chamacos antes de ponerse a resguardo, riendo, de las piedras que la hembra enfurecida les lanza envueltas en ríspidas mentadas de madre. No es una escena de Fellini en la que la gorda piruja playera ataca a los mocosos voyeuristas que de panza sobre las dunas observan su danza del vientre. El cuadro es tan anciano como la vida humana en el planeta; como el sexo de paga, como la curiosidad y como la crueldad infantil. Pudo haber sido El Pireo, Nápoles, Marsella, Veracruz o cualesquiera otros puertos, pero la escena es local, y la cualquiera aquélla, un personaje que se ganó a pulso, a sudor de los entresijos y a pedradas, un espacio en la vida social y en la memoria de los años Sesenta, cuando éramos tan felices y todo lo demás. Como Obregón Perla, la Profesional habrá dejado sentir su callejera ausencia despacito, a golpes de rumor quedo entre los mitoteros: que ya no baja... Que se fue a Mazatlán... Que la internaron en el Salvatiera... Sí, la sífil... Ajá, el diabetis... Que se murió. «Listo, güerito; son cinco pesitos». Y qué más. Huizapolítica De amor y muerte Toda muerte duele. El ánimo se abate ante el sacrificio de los desconocidos que los noticiarios exhiben y nos acercan desde cualquier ciudad. Afecta más aún el deceso de un conocido, vecino o amigo. Pero la muerte de uno de tu sangre pone a prueba tu fortaleza de ánimo y tu capacidad para asimilar ese dolor. Racionalizar el sentimiento de pérdida no es asunto sencillo, aunque sea una muerte anunciada, previsible: «cáncer invasor... enfermo terminal». ¿Cómo estar de acuerdo con la muerte prematura del hijo de tu hermano, Omar, un hombre de 37 años al que viste crecer, estudiar, trabajar, casarse, ser padre, y con el que compartiste aficiones, lecturas y, alguna vez, el impar sentimiento de camaradería que aflora en la complicidad de la parranda inocua? Maestro especializado en el apoyo a escolares con problemas de aprendizaje allá en su Ensenada, Omar se entregó a esa causa, esforzándose cotidianamente en una tarea en la que su paciencia y el amor por los niños debieron correr paralelos con los conocimientos y con la experiencia adquirida en 17 años de de constante actualización y ejercicio magisterial. Los hombres y mujeres productivos, los que aportan su esfuerzo a la consolidación de lo social; los que tienen metas por alcanzar y sueños en espera de realización no debieran morir, pero mueren. Algo, algún mecanismo se le quiebra a uno por dentro cuando esto pasa y un sordo y ciego sentimiento de rebeldía ante el hecho brota y se manifiesta salvaje, bronco, desgarrado. Aumenta cuando te enteras que su agonía estuvo acompañada por meses de atroz dolor, apenas engañado por los débiles fármacos que la burocracia médica prescribe a los enfermos como él, sin esperanza. Estar consciente de la inevitabilidad del fenómeno no ayuda a superar el trauma que provoca su llegada. Cuando toca a quienes más queremos entre los que nos rodean, el dolor que nos causa está impregnado —dicen los cínicos— del temor egoísta que nos anuncia la muerte propia, cada vez más cercana. No lo creo. Lo que sí creo es que su padre habría dado gustoso su propia vida para salvar la del hijo, en ese ejemplo repetido de capacidad de sacrificio de lo viejo por lo nuevo que regula el espíritu atávico de sobrevivencia de la especie. La historia personal de Omar ha concluido. Vivirá, en la medida que lo recordemos quienes lo quisimos: amigos, alumnos, parientes, padres, esposa, hija. Haremos todos, del amor, memoria contra la única muerte sin remedio: el olvido. Juan Melgar De frustración y rollos «No hemos visto la nuestra, nunca. Será que nuestro destino histórico es pertenecer a las minorías revolucionarias. Las verdaderas, aquellas que mueven, empujan o jalan el a veces pesado carromato de la historia, ¿mentiendes? Si, ya sé que me gusta abusar de las frases de bronce. Mis enemigos afirman que me adorno con oraciones épicas, cargadas de grandilocuencia; pero es la formación de uno ¿no? Uno que se fumó completo El Capital y El Materialismo Histórico-Dialéctico del camarada Stalin y el ¿Qué hacer? de Lenin y el manualito de Martha Harnecker ¿mentiendes? Le brota a uno la ideología porque se trae La Revolución en la sangre

¿no? En la entraña misma de... Pero no es eso lo que yo quería decir. Verás: uno se fleta desde joven en el trabajo de base, ¿mentiendes? Que si en la Prepa, el activismo ¿no? Y luego, ya en México, en la Facultad, a volantear; que si las pintas, que si el boteo ¿mentiendes? y la integración de células para la Organización ¿no? Te vienes luego a trabajar acá a organizar a las bases, a defender los intereses de la clase obrera contra la opresión burguesa ¿mentiendes? Pero sin pertenecer a ningún partido porque es decadente, contrarrevolucionario ¿no? Y así pasan los años, pero sigues en lo tuyo, organizando, protestando, asesorando a los compañeros ¿comprendes? Hasta que te convences de que la lucha por las libertades tiene que darse desde un partido ¿no? Aunque sea uno burgués, como el PRD ¿no? Y le entras a buscar la Dirección porque, bueno, uno tiene una trayectoria ¿no? Pero las intrigas al interior te frenan ¿comprendes? Y son los recién llegados a la lucha los que se quedan con los votos y con los puestos de dirección ¿no? Tienes entonces que volver a lo tuyo: a la chinga de base ¿mentiendes? a detectar a los líderes naturales de cada movimiento ¿no?, a politizarlos, a jalarlos para la causa militante, a nutrir las luchas populares ¿mentiendes? Y todo tu esfuerzo, tu entrega, no es reconocido por el partido que ayudaste a crear. Ni madres: los puestos de dirección siguen siendo para quienes hace menos de un año eran del partido en el Gobierno ¿cómo la ves?» Enmudece el palenque. ¿Qué puedes decirle a un viejo amigo que usa el aguaje como confesionario sino que sí; que lentiendes y que: salud? Huizapolítica De gatomaquia ranchera El gato llega por las noches al Confeti, un rancho en el que se crían puercos, allá por el rumbo de El Tesito, La Chuparrosa y El Cardón, 30 kms al norte de Todos Santos (pueblo que hasta hace unos años era sudcaliforniano, pero al que sus habitantes pusieron for sale). Decíamos que llega por las noches a este rancho y a otros cercanos este felino grandote de ojos azules, espigado, cuerpo gris y patas negras, como la punta de sus orejas. Busca amor gatuno, y lo encuentra. Hembras tan chinampas como vehementes esperan, con la hormona siempre dispuesta al cruce de genes, de química y de esas caricias pre y poscoito que entre los félidos son peligrosa tradición. Algo tiene este siamés-montés que hace que las gatas del rumbo le guarden algo más que respeto. Los machos de los alrededores, desde que el galán del sudeste asiático apareció, han dejado de desparramar su simiente y se les ve algo confundidos, rumiando no se sabe qué venganzas terribles contra la amenaza que se ha convertido en ubicua realidad: un «cebado» oriental. Hasta dos veces por año, las agraciadas pasean orgullosas con su nueva prole: seis, siete siamesitos gris claro, patitas con calcetas tan oscuras como las puntas de unas larguísimas orejas que enmarcan los ojillos, siempre azules. —¡Gatazo! —dice con admiración no exenta de envidia un ranchero del rumbo—. Quien sabe quién lo vino a tirar por estos cardonales y se aquerenció, pero en el monte. Nada quiere saber de la gente... Nos ha de haber aborrecido. Lo que sí no tiene aborrecido es aquellito... Cuando no está atareado con las gatas de los ranchos, anda con las monteses; sí señor: con ellas también tiene comercio. Hemos visto ya varias gatas del monte con crías del gatazo éste. Las aventuras amorosas de aquel Casanova felino podrían llenar tomos, dicen los cronistas oficiosos de la zona. Pero no hay que abusar; con la reseña de estas pocas basta. Juan Melgar De arte y bohemia Es uno de los escasos pintores de primer nivel que en Sudcalifornia quedan tras la muerte de Carlos Olachea. Como aquél y como Aníbal, sintió que para trascender era necesario saltar la cortina de espinas que nos defiende de lo otro, lo ajeno, y que en ocasiones nos mantiene en el aislamiento estéril. Cruzó pues hace treinta años el más imprevisible de nuestros mares y se lanzó a beberse la academia que le faltaba, y el mundo. Practicó las técnicas, estudió las corrientes pictóricas; se adentró en los infiernos de Van Gogh y Gauguin; analizó luces y sombras rembrandtianas, universos cubistas picassianos, puntillismo, impresionismo, expresionismo, figurativo y su contrario, y se llenó la pupila de reflejos, tonalidades, perspectivas, encuadres. Saturó el cerebro con teorías, fórmulas, métodos. Templó el ánimo joven con las experiencias vitales de la gran ciudad: desvelo, farra, sexo, alcohol y demás pulsiones que empujan a vivir peligrosamente, trasegándolo todo de una vez, como si fuese a acabarse al amanecer. Colmado, regresó a la heredad porteña luego del tiempo suficiente, convencido de aquí está la tarea inacabada y que éste es el ombligo, donde el periodismo combativo a veces partidista y la bohemia nostálgica le robaron espacio a las artes plásticas. Excelente y afilada pluma; buena guitarra; cálida voz para la trova y garganta privilegiada para el trago, como aquel cantor cubano que «canta claro, canta recio y canta bien». Pero lo suyo es la pintura, y a ella parece estar siendo impulsado por estas fechas milenaristas. Colgó el pasado viernes en la Galería Carlos Olachea una exposición de dibujos coloreados que muestran el talento grande que anida tras las tupidas cejas y en la mano de rápido, fácil trazo de este artista que había estado negándose a dar el salto interior, tan necesario para dejar atrás las meras ganas y plantarse en el terreno heroico de los logros, sólo posible cuando se es un convencido de que la inspiración no llega sin la debida dosis de transpiración. Aprovechemos la oportunidad que nos ofrece para que traslademos alguno de sus dibujos de la galería aquella de Los cuatro molinos hasta una de las paredes de la sala propia, donde podrá acompañarnos cada día, como un trozo de histotria viva del artista. Siempre hay algo del creador en la obra. Todo aquel que se precie de conocer el oro fino de las artes plásticas californianas debería colgar en un lugar destacado de su cueva, un Arellano. Huizapolítica De Montonera y afecto Sampa era el nombre con el que lo llamaban sus amigos y familiares. Su nombre era Argentino Sampayo, y había nacido en las cercanías de Resistencia, allá por el norteño Chaco argentino. El Sampa era montonero, grupo insurgente de filiación peronista que fue obligado a mandar a muchos de sus militantes fuera de Argentina, a preparar la toma del poder por la vía armada y a alimentar a los grupos opositores del interior del país con dólares, armas y literatura. El Sampa era campesino. En nada se parecía a un porteño típico. Solícito, fue capaz de realizar las tareas más humildes en el despacho de abogados en el que lo conociste como mensajero y traidor (trae esto, trae aquello). Entregado a la lucha peronista, podía hacer —si se lo ordenaba la dirigencia— hasta de guardaespaldas de Vaca Narvaja, Gelman, Firmenich o de algún otro jefe montonero que aterrizara por el D.F., en esa mezcla de clandestinidad y glamour con que aderezaban sus viajes. Llegó a usar tu carro (un Chevrolet 1950) y tu pistola (Ruger, calibre .22), para dar «protección» y «cobertura» a sus líderes (alguno de ellos resultaría agente de la CIA). Parecía, con su tupido mostacho y la cachucha, personaje de una película de Juan Orol, manejando misterioso aquel carro negro y obsoleto, como la pistola, como el movimiento montonero mismo. Sampa no lo sabía. El era un militante orgulloso y entregado, capaz de vivir con su esposa y sus cuatro hijos (uno de ellos mexicano: Emiliano) con los pocos pesos diarios que el movimiento le asignaba como sueldo de revolucionario profesional. No le alcanzaba ni para comer, pero él se las arreglaba para darle a su familia la proteína animal que todo argentino necesita para funcionar como Perón manda: compraba sangre y vísceras de pollo para agregárselas al arroz. ¿Los churrascos y los bifes? Bueno, digamos que el modesto «asado» venía sólo cuando la Montonera asilada se reunía a festejar algo, muy de vez en cuando. Alguna vez que llegaste al despacho, por la noche, encontraste al Sampa y a una media docena de sus compas clandestinos, recibiendo lecciones de arme y desarme de fusiles de asalto. Pálidos y con cara de ¿what?, suspenderían la faena y esconderían de mala manera los fierros, hasta que El Sampa los tranquilizara con un «!...que lo parió¡ !Cagazo que nos has dao, compañero¡» al tiempo que, sonriendo y entrecerrando los negrísimos ojos, haría sonar los dedos índice y pulgar de la mano derecha con movimientos de muñeca rápidos y acompasados, de arriba abajo, como de quien toca el guitarrón. Fue enviado por el Movimiento a Lima y sólo volviste a verlo años después: — Hermanito —te diría por teléfono— ven por mí al Aeropuerto. Te necesito. Lo llevaste a un hotel caro, donde tendría una habitación reservada. Venía de Roma, iba a Río de Janeiro, y traía a la cintura, pegados con cinta adhesiva, miles de dólares en billetes de cien. Era correo montonero: llevaba documentos secretos a Europa vía Roma, y traía documentos y dólares a Buenos Aires, vía México y Río. Tenía órdenes estrictas de parecer un trotamundos del jet set y vestir ropa cara y corbata o gasné de seda, gabardina, paraguas, portafolios de piel... —No puedo hacer bien mi papel de ricachón. ¿Cómo, hermanito, si soy un campesino del Chaco? —decía, riendo. En los hoteles, sufro cuando necesito agua para cebar un mate, porque no puedo ordenarlo por teléfono, como todo un burgués, y termino yendo a la cocina con mi jarra y diciéndole al empleado: «Hermanito, ¿me podés dar un poco de agua caliente? ¡Me muero por un mate! La última vez que lo viste fue en el aeropuerto de la ciudad de México, caminando tieso hacia Migración, con la cintura forrada de dólares, a tomar el vuelo que lo llevaría a Río. Han pasado dos décadas desde entonces. Recordaste a tu hermano El Sampa hoy, por afinidad/ oposición, cuando te enteras que un tal Cavallo, argentino (extorturador en aquella Guerra Sucia que mató a tantos chés buenos, como tu amigo), fue capturado en Cancún, cuando huía de México y del malhadado RENAVE, del cual era director o algo así. Que Cavallo se pudra y que El Sampa viva. Juan Melgar De Poesía y filo «No señor. Tengo imagen de guarro, pero no escribo poemas locochones (con dos que tres madrazos intercalados) y, menos, los recito cuando estoy al puntón. Esas eran ondas de la Generación Beat, allá por los años cincuenta en San Francisco o nueva York, alejadas de nuestra onda» —replica El Parara al investigador con cara de nerd que lo entrevista a la entrada de Los 7 Pilares, su aguaje favorito. —Lo más cercano a aquella figura de poeta malditón y chirrisco es El Bancalari, un compa nuestro muy filoso, que nada quería saber de las instituciones: en ellas defecaba con alegría. Su paso por el mundo de las letras ha quedado registrado en algunas publicaciones ocasionales. Ironía, sentido del humor corrosivo y excelente manejo de las palabras fueron su sello distintivo. ¿Cuántos, entre los del panteón local, pueden presumir de acercársele siquiera? —lanza, retador, el líder de los descamisados al entrevistador y al horizonte literario—. No va a atreverse nadie —susurra al pesquisante en tono conspirativo. Saca luego, del archivo ubicado graciosamente en la nalga izquierda, un trozo de papel de estraza arrugado y lee, emocionado: Guerrillero Coleman: La carne de Sonora sabe diferente/ ¿Será el corte? / ¿Será la salsa?/ ¿O el apetito de Guerrillero Coleman?/ Se ve bien, se ve bien, se ve bien/ junto a una Coke baja en calorías/ ¿Ya vas a dormir,

muchacho?/ ¿No leerás antes el manual del querido Comandante?/ Se comprende que quieras meterte/ en tu tienda impermeable, en tu/ bolsa de plumas de ganso: hace frío/ en el desierto y Radio Habana/ es aburrida./ Pero el manual, la táctica, el cerco.../ dónde quedan si la hielera aguanta todavía/ se ve bien, se ve bien, se ve bien/ junto a una Coke baja en calorías. —¿Quihubo? ¿Hay poeta o no hay poeta? —rechina, ufano, el conductor de pelados con menos neuronas desaparecidas (en líquidos combates) entre todos los que hacen bola en aquel ultramarinos venido a más, allá por el corazón del puerto que es perla del golfo de los californios. Huizapolítica De biografía y cercanías Llegó al mundo cuando el siglo antepasado concluía. 1898 es un año tan bueno como cualquiera otro para nacer, y a él le tocó ver la luz ese año en algún pueblo de Sinaloa, al que nunca volvió, luego de huir a matacaballo de la leva revolucionaria. —¡No me mates, Cachuchas, no me mates...! —¡Cómo crees...! ¡Súbete en ancas, que yo también me les estoy pelando! Enganchador de braceros para las pizcas de algodón en Utah o Idaho; contrabandista de tequila hacia el otro lado y de parque y armas hacia éste; conductor de carretas en la frontera de Arizona y Sonora... Llegó a Santa Rosalía montado en la fiebre del cobre allá por los años 20 y se quedó por estos rumbos durante toda su vida, probando suerte como multichambas: cocinero en barcos y campamentos mineros; puestero en el Mercado de Cachanía; alguna vez policía por necesidad y siempre humorista por voluntad y goce, El Cachuchas versificaba irónicos insultos contra la autoridad de caciques territoriales y juguetones requiebros amorosos para muchachas de buen porte y mejor familia, o ardientes reclamos a dulcineas de tan áspera condición como fácil trato. Inoculado como otros por el fermento anarcosindicalista que vivieron los pueblos mineros del norte y noroeste con el siglo, comprometió esfuerzos organizativos con la clase obrera cachaniense que buscaba mejorar sus condiciones de vida mediante el recurso por excelencia: la huelga. Reunidos en un enorme galerón de láminas galvanizadas, los mineros conspiran. Si la compañía de El Boleo no quiere atender sus justas demandas, la huelga la ablandará. Hay firmeza en la determinación. Nada ni nadie los hará flaquear. El Cachuchas intriga entre los camaradas. Un teniente uniformado ingresa a la asamblea con un mensaje que envía a los huelguistas el general Olachea. ¿Cuál es el mensaje? pregunta uno de los líderes. Se hace el silencio en el local y, de afuera, rodeándolos, llega el sonido terrorífico de 50 cerrojos de fusil mausser que cortan cartucho en cuatro metálicos tiempos: ¡clac, clac, clac, clac! —Compañeros, —dirá El Cachuchas— me parece que el argumento del Señor Gobernador es bastante convincente. ¿Nos vamos? Y todos van saliendo silenciosos, espichaditos, humildes personajes de una crónica jamás registrada por la historia oficial de la ignominia. Humano y por ello contradictorio, era capaz— como padre de familia— de azotar a su hijo mayor por zurdo, y de arriesgar el pellejo —como policía— para salvar a una niña en un incendio. (La gorra que traes puesta define tu comportamiento, habrá pensado). Yo conocí a El Cachuchas. Juan Melgar De contraste y fusil Arroyo del Carrizal, llamaron a San Ignacio los cochimíes que lo habitaron. El edificio de la misión jesuita fundada aquí en el año de 1728 por el padre Juan Bautista Luyando es uno de los mejor conservados y hermosos de la antigua California. Construida con piedra, la edificación fue concluida en 1786. El conjunto arquitectónico, orgullo de los ignacianos, se mantiene casi en su estado original. Destacan en su interior el altar de madera labrada y chapada en oro, con óleos del Siglo XVIII y una estatua del fundador de la famosa Compañía, Ignacio de Loyola. Petro así como Santa Rosalía no es únicamente la metálica y prefabricada iglesia de Eiffel, San Ignacio no es sólo el lugar donde se muestra, resplandeciente, su misión. Los palmares datileros, los retorcidos troncos de sus higueras y parras dos veces centenarias, el espejo azul de la presa, la plazuela, las casas antañonas de gruesos muros y los cerros de piedra volcánica que presiden el panorama, constituyen un conjunto contrastante que impresioina positivamente al observador. Si se acepta que el contraste es condición de belleza, San Ignacio es el pueblo más bello del mundo. Corazón del poblado, la plaza frente a la misión es el centro de reunión para entablar pláticas bajo la fronda siempre fresca de los árboles de la India. Espacios para la contemplación, los alrededores de San Ignacio alimentan la pupila. Desde sus cerros de roca áspera, esculpidos por antiguas erupciones del volcán de Las Tres Vírgenes, se domina el palmar de datileros y el agua represada del manatial que brota en El Atajo y en el que nadan rechonchas, las carpas y rana-toro sembradas en años recientes, acompañadas de tortugas y negras gallinetas descendientes de auellas que alimentaron a los constructores de la misión y, tal vez, a los artistas gigantes que pintaron los murales monumentales de la sierra cercana. Allí donde el palmar termina está el desierto de Vizcaíno con su frágil equilibrio y sus rarezas: salitrales, médanos, espejismos, pedregosos y rojos paisajes marcianos, bosques de cactos y bruma, como escenografía del gran río de vida animal que lo habita. San Ignacio es, todavía, el único oasis sudcaliforniano que no ha sido copado por los gringos. No es, no quiere ser, un pueblo for sale. Huizapolítica De señorío y polvo Le llaman «El Señor de los Suelos», en referencia equívoca a aquel otro, narco, «de los cielos» y ya finadito. Este no es malasmañas como aquél, aunque no le hace el feo a la cerveza, al Vivavilla, al mezcal, al Presidente, o a lo que usted quiera y mande beber. Ningún trago tiene aborrecido. Y ningún bando de policía y buen gobierno va a impedirle nadita de nada; así es que ya puede le alcalde Porras ir pensando algún otro truco para que la raza deje de pistear a deshoras, porque lo que es a él... Empieza el sábado a entonar. De El Carrizal, Las Gallinas, Los Divisaderos o El Valle Perdido habrá de llegar al rancho algún compa con un arnero al que El Señor va a dejarle caer su ciencia infusa (aprendí viendo a mi apá) para arreglarle el collarín («oi, oi, aistá el ruidito») las brecas o el chicote del cloch. Con un desarmador, unas pinzas, un juego de llaves y un marro, el maitro es capaz de hacer el milagro de la combustión interna en cuanto motor le arrimen. Una vez —juran sus apologistas— echó a volar un motor de avioneta que unos narcos le obligaron a arreglar, luego de un nocturno aterrizaje forzoso en La Llanada, cerca del arroyo del Palmarito. Discreto, no niega ni confirma el milagrito que le cuelgan. Aquí y ahora, mientras la garrita va quedando a punto, la botella circula entre el maitro mecánico, el cliente y sus acompañantes, dos compitas con ganas de reír y de pistear a los que ya les anda porque el carro quede, pa ir a dar la vuelta al Triunfo. — Ya quedó. —Yaaa? ¡Uta, que a toa mádere! —Y... ¿cuánto va a ser? —Nomás déjenme el medio cartón, y lo que quedó del Vivavilla. Ahí la muerde. Con media daga adentro, el genial maitro mecánico iniciará su fin de semana ranchero: canciones; caminatas sin rumbo por entre el monte; discusiones acaloradas con su otro yo acerca de las bondades de esta vida; más canciones, cigarros; escupitajos sonoros; llanto amargo por la engañadora y al fin de la jornada, el suelo abrigador, complaciente y hermano donde el resto del domingo va a batirse completo, sin reticencia alguna, abandonado al polvo, este hombre que se gana a pulso, cada fin de semana, el tratamiento de El Señor de los Suelos. Juan Melgar De comercio y aventura Si los padrecitos fundadores de la California fueron gente un poco loca, arrojada y de a caballo, los californios de principios del siglo que concluyó no les fueron a la zaga. Como aquellos jesuitas, algunos comerciantes algo aventureros de San Ignacio y Santa Rosalía cabalgaban, una o dos veces por año, el antigua Camino Real de las Misiones para ir a Phoenix, Arizona, a comprar combustibles, alcohol, cobijas, lonas, grasa, whisky, armas, parque, herramientas... En fin, todo aquello que los franceses de El Boleo no surtían en su tienda de raya, porque ¿quién sabe? tal vez no podían o no querían comerciar. Jorge Fischer, nieto de Frank, el alemán que llegó a San Ignacio durante la primera guerra mundial para quedarse como mecánico, cuenta cómo su abuelo y León Florianni, el también mecánico y tendero italiano, salían allá por los años Veinte a caballo, con sus recuas de mulas y burros hacia la frontera llevando sus productos (¿pasas, dátiles, vino, aceitunas...?) para regresar meses después, luego de una cabalgata que se antoja heroica, con los burriquetes y albardas copeteados con diversas mercancías y uno que otro encargo especial de la familia: (¿telas estampadas, peinetas, pasadores del cabello para las mujeres, anzuelos, mezclilla, botas, dagas para los muchachos?). Habrá que imaginar las semanas de fatiga, dolor, sed, polvo, calor infernal en el mediodía de los médanos y frío calador en la madrugada de los acantilados de la sierra central, sufridos por los hombres envueltos en cuero desde las teguas y las polainas hasta el sombrero, pasando por las sillas, las rígidas armas que cubrían los muslos, la silla y la chaqueta. Aguajes, campamentos, cacerías de venado, borrego cimarrón y berrendo para las provisiones de boca y la aventura de cabalgar por un territorio distinto cada día: hostil y avaro o plácido y generoso, habrán evitado el tedio que en otras circunstancias y en otras latitudes ataca a los viajeros. Al fin, la frontera, el cruce de unos límites entonces indefinidos y la ciudad buscada: Phoenix, con sus almacenes abastecidos con los artículos que serían transportados centenares de kilómetros al sur, en un viaje que volvería a ofrecer el mismo paisaje contenido en el Camino Real de las Misiones, pero que sería como la vida de los centauros aquellos, cada vez distinto, siempre igual. Casi ochenta años han transcurrido desde aquellos viajes épicos, pero sus detalles permanecen en el recuerdo de los herederos, en la memoria colectiva de dos pueblos cercanos en algo más que la geografía: San Ignacio, el oasis; Cachanía, la industriosa. Huizapolítica De piratas, una... Quisiste ser pirata desde siempre; desde que te sentiste con los arrestos para emular a los Tigres de Mompracén, barloventear a todo trapo (a todo bambú), por entre las corrientes y al frente de los praos más temidos y veloces de la Malasia. Devoraste La Isla del Tesoro, Terry y Los Piratas, luego El Lobo de Mar y toda la literatura fantástica que te ubicaba en un velero bergantín con diez cañones por banda, navegando. Porque para los marinos y para los poetas y para los piratas, navegar es preciso, necesario. Dejaste los clásicos infantiles y seguiste consejos maduros de cantores que te impulsaron a admirar el aura de piratas con pata de palo y cara de malo, que terminan sus vidas en algún callejón, donde un día cualquiera, por la espalda (claro) alguien los asesina. No fuiste a la Universidad. ¿Qué caso tiene? Oliste el oro, las divisas frescas, en una ocupación la mar de atractiva: empezaste, con un socio, a piratear casetes musicales primero, luego discos compactos y, finalmente programas de computación. Tu compañía creció, gracias a la buena disposición de los miles de consumidores dispuestos a pagar 300 pesos por un programa pirata que en el mercado cuesta 8 mil. Te pescaron y, para evitar las galeras o las Islas Marías, debieron (tú y tu compinche) entregar el negocio y las utilidades a los encargados de hacer

cumplir la ley. Llegaste a Sinaloa y el verdadero mar volvió a llamarte: con otros dos desesperados expropiaste una lancha rápida y se dieron a la tarea de bajarles el producto a cuanto camaronero se les atravesó en la enorme bocana del golfo de California. Un día aciago apareció una torpedera que sin decir agua va les clavó una docena de impactos de ametralladora calibre 50 (los contaste, vaquetón) en la línea de flotación de tu orgulloso speedboat y se acabó el negocio. Ahora náufrago, llegaste a Sudcalifornia en la panga de unos narcos que te dieron salvataje para luego dejarte en una playa solitaria del Pacífico. Has bajado ostensiblemente de categoría. Antes pirata, hoy apenas guatero. Debes rifarte el físico cada noche en la clandestinidad, buceando abulón en Natividad, una isla con marejadas frecuentes, vientos, correntadas, bufeos... Te sientes mal. Añoras los viejos tiempos de pirata literario y romántico. Eres una hilacha, un pobre guatero reumático y afectado del pulmón. Una noche de estas, tu cabo de vida va a olvidarse de ti y va a dejarte en el fondo, enredado entre zargazos, duro, muerto. Qué remedio, no hay historia de piratas que tenga un final feliz. Juan Melgar De chilanga recordación Poco antes de su muerte, el Olachea me regaló tres objetos: un grabado (El conde Lucanor); un libro (Historia Natural y Crónica de Antigua California) y una vieja jarra de vidrio. Conservo los tres como elementos de cotidiana recordación. Aunque fortuito, no deja de maravillarme el que, además de premonitorio, el gesto de heredarme tres fetiches queridos lo retrate como es, como fue. Era, antes que nada, artista excepcional que hizo de la pintura y el grabado los vehículos que con mayor eficacia expresaron su sensibilidad y sus ideas estéticas. El Lucanor mentado, una de sus últimas placas. Fue, también, un californiano peninsular especialmente enamorado de su tierra. Evocador constante tanto del habla desparpajada y directa de rancheros, pescadores y mineros como del lenguaje escondido en el graznar del cuervo en el ancón; el galope del berrendo en el médano o el líquido canto de la ballena en el estero. Aprehender este críptico mensaje del entorno que se manifiesta apenas en destellos, ecos, roces, reverberos, y plasmarlo en el metal o tela fue una nostálgica tarea a la que dedicó gran parte de su genio. Algo de aquella magia amarilla de los arenales guarda el libro de la Antigua California del que me hizo depositario. ¿La jarra? La vieja jarra de vidrio anudó dos pasiones esenciales de su vida: el arte y el alcohol. Acunó amorosa los pinceles durante las jornadas febriles de creación... o contuvo regalona y solidaria el neutle fino de Apan (y aun el más modesto de por estos rumbos de Tepepan) «para variarle al vino» en los días que el demonio burlón reinaba en la conciencia y se mostraba con chispas detrás de los anteojos y en una semisonrisa juguetona. Como en aquel largo y desértico brazo que alimentaba su saudade artística, hay en esta ciudad capital grande con fácil vocación de olvido, un chingo de gente que recuerda la obra, el magisterio y la amistad que prodigó Carlos Olachea. Y eso reconforta. Huizapolítica De pesquerías y pescadores La fiesta de los números: con los 60 caballos del motor fuera de borda desbocados, todo el fierro metido durante 32 minutos con rumbo al sur sureste de Punta Abreojos, la panga de 25 pies llega a su destino: el Bajo Dieciséis, donde a cuarenta brazas de profundidad en la cumbre de la montaña submarina las cabrillas esperan golosas a que el Capitán Basáñez y su hijo Jorge bajen las trampas de alambrón cebadas con grasosas bonitas, para colarse en tropel a un banquete del que no habrán de salir vivas. De cada trampa saldrán más o menos cien kilos de pescado por lance. Veinte minutos después de ser cebada con la carnada maloliente, la trampa es izada con el malacate y su contenido de cabrillas que se debaten coleando (la vejiga natatoria asoma por sus bocas) es vertido sobre la cubierta de la panga, entre los bancos centrales. No hay trabajo más esforzado y gratificante que el del pescador. Cuando no está desvelado, levántase temprano, mucho antes que el sol, y empuja la panga de fondo plano hacia la reventazón, donde el Pacífico lo recibe con frías caricias, y enfila hacia sus zonas de pesca, señaladas con boyas y banderines de colores que son la divisa distintiva de cada equipo (banderola rojiblanca como la de Woytila, como la de Walesa, —dice cazurro el capitán Basáñez— güero descendiente de un mariscal que vino a México a regarla con el Imperio de Maximiliano, y subraya la confidencia con una semisonrisa burlona). Entre una y otra izada de trampas los Basáñez se dan tiempo para echarle anzuelo al mero (que esta vez no pica porque hay mucha comida allá abajo) y para hacer comentarios irónicos respecto del valor del pescado en el mercado peninsular: $35 pesos el kilo de cabrilla, que a ellos les es pagado a $1 peso con 80 centavos. Los intermediarios y expendedores se llevan la gran tajada: $33.20, pero no le hace. Que con su pan se lo coman (y les haga daño)... Nosotros pescamos porque nos gusta, y si además van a pagarnos... ¿Verdá compa? Dice, buscando la complicidad del hijo que nomás sonríe al tiempo que con la punta de un bat de beisbol retaca con bonitas la buchaca de la trampa. Del Bajo a Punta Abreojos la aritmética se repite: 16 millas náuticas que se recorren con 60 caballos a fondo durante 40 minutos (ahora la panga lleva 600 kilos de cabrilla) con la proa al nornoroeste y cacheteando la cresta de las olas a un ritmo que hace rechinar huesos y dientes. En puerto, Marcela, la esposa y madre de los Basáñez, termina de freír los jureles que los pescadores comen con ensalada, tortilla y sodas al regreso de marea. No hay otra cosa que comer en Abreojos; todo se acaba en las tiendas... hay desabasto... es un desmadre... pero aquí seguimos: nos gusta esto. ¿Verdá compa? En uno días más, los Basáñez cambiarán sus trampas de pescado por las de langosta y las llevarán a fondear a otras piedras, otros bajos. La ganacia por marea será mayor, pero el impulso original por ordeñar sus riquezas al Pacífico será el mismo que ha ennoblecido a generaciones de pescadores, allá, en el septentrión occidental de Sudcalifornia. Posdata: La nota anterior fue publicada hace tres años. Hoy, con dolor, es reproducida en memoria de Jorge Basáñez hijo, quien el jueves pasado salió a su última marea. Un golpe de mar hundió su panga y lo arrastró al abismo. Juan Melgar De poder y albedrío «Lo que es, ¿no? —presume El Parara a sus colegas oficiantes en Los 7 Pilares— Nomás dí a conocer mis preferencias electorales en público, y el Gobierno le organizó un reconocimiento a mi gallo, eterno líder de la sociedad civil: el doctor Francisco Cardoza Carballo, fundador del Frente de Unificación Sudcaliforniano (FUS), de grata memoria en el recuento de las luchas nuestras por la democracia». Dejé a mi gurú favorito hilvanando, esculpiendo frases de bronce en honor del doctor Francisco Cardoza, y me fui a repensar la actuación de este hombre que merece sin duda, el reconocimiento que el régimen le otorgó el miércoles pasado; por iniciativa, seguramente, de la maestra Graziella Sánchez Mota (funcionaria inteligente, que no requiere de sugerencias de Parara alguno). Uno solo de los rasgos de la personalidad del doctor Cardoza bastaría para que lo recordásemos como ciudadano ejemplar: su desdén por el poder. Jamás luchó para entronizarse, como algunos de los que lo acompañaron. Pudo, y no quiso ser gobernador, como tampoco aspiró al cargo de senador o al de diputado y menos aún al de delegado (puesto similar al de los actuales alcaldes). Su ejemplo es de tal magnitud que no ha encontrado seguidor alguno entre los políticos sudcalifornianos, hasta el momento. (La historia de Roma recuerda sólo a Cincinato, el general que tras librar las batallas para las que fue investido Dictador en dos ocasiones, tras cumplir rápidamente con los encargos, declinó el mando y se retiró a su granja). Las luchas que encabezó con el FUS por la civilidad y la democracia en Sudcalifornia no han sido aún cabalmente comprendidas por la sociedad política. No se enfrentó a los militares para que del centro nombraran a un militar nativo como gobernador; ni luchó porque del ombligo nos enviaran a un civil defeño o a un civil nativo pero sin arraigo, o... Los afanes de Cardoza rebasan aquellas mezquindades. Enfocan específicamente al derecho que los ciudadanos tienen a elegir libremente a quienes van a ser sus mandatarios en el municipio, en el estado, en el país. Libertad, democracia, elección, quién manda y quién es mandado, son los conceptos clave en el ideario del doctor Cardoza, ciudadano que eligió no ejercer el poder, teniéndolo al alcance, pues su fama de hombre probo y de profesional de la medicina comprometido con las necesidades populares le aseguraba el triunfo seguro en cualquier elección, incluso como candidato independiente. Prefirió, como Cincinato, ser ciudadano. ¿Quiénes somos para criticar el uso que dio a su libre albedrío, a vivir la vida a su manera? Huizapolítica De trabajo y heroismo “Be working class hero is someting to be” John Lennon Multichambas, todouso, este güero de rancho no hubo jale al que le hiciera el feo ni cuesta laboral que se le empinara. “El sábado en la tarde” prometía, y a la hora señalada llegaba con su morral de herramientas: cuchara, plana, cincel, nivel, piola, marro y toda la parafernalia que identifica y da sentido al albañil de respeto. Todo le era fácil: quitar la taza del retrete para sellar la unión; colocar un lavabo; abrir una nueva ventana; echar un piso de losetas y, cómo no: construir una casa de dos niveles. Chambitas, y grandes tareas. Jalecitos de media cuchara, o proyectos arquitectónicos. “Nos lo aventamos... Y por lo de la mano de obra, ahí nos arreglamos: que los doscientos, que cien... No hay cuidado: a como vaya pudiendo...” No nació en esta tierra. Llegó de Durango en el ferry, chamacón todavía, en busca de horizontes, que aquí se extienden infinitos para quien sabe trabajar. Lo flechó en Santiago una morena pelochino de ojos oscuros, menudita y alegre. Con ella, con La Tany, echó raíces y se ancló en esta Antigua California. Pudo haber sido un maitro más de entre los que aterrizan por Los 7 Pilares, pero su amor por el trabajo lo mantuvo alejado de aquel antro. Su relación amorosa con las botellas ambarinas fue asunto privado, solitario, en horas robadas a fines de semana laborales. “Hay que sacar el chivo: La familia es numerosa y a todos les da por comer” decía con voz arrastrada y suave, como en secreto. De pocas palabras era el hombre. Habrá tenido ratos malos ¿quién no? Pero era una sonrisa tímida, jalada de medio lado, a lo Indiana Jones, la que exhibía siempre a su interlocutor. Su relación amorosa con la familia, con el trabajo y el beso ocasional a las cetáceas forjadas le daban tiempo también para su entretenimiento: un viejo picap destartalado con el que “tenía contrato” pues siempre había que estar metiéndole mano: que si el carburador, que si el diferencial, que si los frenos, que ésto y que lotro. Tampoco la mecánica le guardaba secretos. “Yo creo que cuando lo deje al centavo me voy a enfadar sin hacerle nada; por eso lo traigo así, a medios chiles, tosiendo y sin pintar...” Nervudo y aguantador, podía subir un andamio con dos costales de cemento en las paletas, sin pujar. No tenía canchanchanes: le aguntaban poco el paso y los tiempos de trabajo: de sol que sale a sol que se mete allá, por los cerros que bordean la bahía. Se fue Andrés hace unos

días al lugar donde moran las sombras. No había indicios de enfermedad. Como un rayo le detuvo el corazón la muerte y lo sacó de este mundo. No hubo personajes elegantes en su velorio, y a su ataúd no lo flanquearon coronas y coronas de flores con dolidas leyendas de circunstancia, firmadas por políticos, secretarías, sindicatos, confederaciones o clubes. Los héroes de la clase obrera tienen honras fúnebres discretas, sobrias, como sus vidas, señaladas desde el nacimiento por el esfuerzo cotidiano y el trabajo rudo. Nadie va a escupir sobre su tumba y quienes lo conocieron van a recordarlo con afecto. Juan Melgar De destierro y carácter Salió, por unos días, del destierro al que lo tiene condenado El Proyecto. De ahí el color macilento blanco verdoso, panza de cachora, que se trae en la piel, antes bronceada por el sol californiano. Ahora trabaja en una oficina gris, a dos kilómetros y medio sobre el nivel medio del mar y a cientos de la costa más cercana, pero cerca del volcán nevado que lleva el nombre de la ciudad capital más fría de México. “Es fría la ciudad y son medio estirados los compañeros de trabajo, pero ya los estamos haciendo entrar al aro civilizatorio de la carne asada al carbón, regada con los alegres caldos de la amistad y la malta” —explica, mientras da sorbos medidos al café algo tibio de la Terraza del Perla, dándose maña para saludar cada diez segundos a un conocido político por acá, a un político conocido por allá... Dejó aquí muchos amigos y un estilo particular, novedoso de trato: atento, mesurado y amable para con todo mundo, más allá de filiaciones partidistas o de fobias políticas. Debió emigrar porque aquí “no caben los que no estuvieron conmigo; los que se equivocaron de Proyecto; los que trabajaron con Mercado; los que no votaron por mí; los enemigos, los malos...” Es sobreviviente con buen éxito a un período gubernamental vengativo, que se enorgullece de la saña con la que trata al resto de la clase política no afín, y que en mucho remeda el modo altanero y mostrenco de los señorones contratistas de condotieros que regían los principados y ciudades estado italianos anteriores a Garibaldi. Doloroso porque implica dejar los lares y las relaciones que nutren el espíritu californio, el autoexilio obligado no ha marcado negativamente al trasterrado, que sobrelleva la nostalgia por el terruño con aplomo similar al que hubo de mostrar cuando su jefe lo colocó en la vía que lo llevaría a jefaturar el PRI, o cuando debió lidiar más de seis miuras en tarde ventosa, en el ruedo escasamente agradecido de los medios de información. Fiel seguidor de la regla no escrita que prohíbe quejarse en público del régimen en el poder “aunque lo tengas prendido al costado, dando dentelladas como Perro del Mal”, jamás se refiere al culpable directo de su alejamiento forzado. “La política es así. El que llora y se queja, o no conoce las reglas o no sirve para esto. Uno va a donde están las oportunidades de trabajo... y aquí escasean” – aclara con una sonrisa que busca interpretación y que no borra la frase siguiente: “No hay problema: el que sabe aquí, sabe en donde lo pongan; y yo sé. Y si lo ignoro, investigo y aprendo”. Elegante, atildado, siempre a la línea, bienpeinado y rechinando de limpio, este hombre político que rinde culto al ejercicio físico (ciclismo, natación, carrera a campo traviesa, volibol...), a las jerarquías (“Nunca hables mal de tu jefe”) y que cree en la amistad como virtud cardinal de las relaciones humanas, sale del mentidero-terraza aquél en que se da y se presta la cháchara política porteña para encaminarse al Márquez de León, donde abordará la nave que habrá de llevarlo de nuevo a la nostalgia... y al frío. Huizapolítica De vida y maneras “Su hígado –lo que de él queda— no resiste una copa más. Si desea vivir algunos años extras va a tener que dejar el güisqui, señor”. Solemne y pedante, el médico salió del cuarto dejando tras de sí el olor a antiséptico y lavanda cara que envuelve a los profesionales de la medicina de primer nivel. Sonreiría el paciente ante el diagnóstico condenatorio y ruin. Se habrá quitado a jalones las mangueritas de plástico insertas en el brazo para ponerse los pantalones vaqueros, calzar los mocasines indios de una pieza, sin suela, que cada año compraba en Taos, Nuevo México, para salir del Centro Médico hacia Avenida Cuauhtémoc y enfilar en taxi hacia la Zona Rosa, donde se empujaría con deleite la última, la postrera botella de Johny Walker Etiqueta Azul antes de morir. Breve sí; pero aburrida, nunca. Su vida fue un rosario de vivencias epicúreas hilvanadas a su antojo, con escasa intervención de opiniones ajenas. ¿Locuras? bastantes y muy variadas. Como cuando en aquella madrugada de farra y trabajo (acarrear materiales para una construcción y pistear), manejando un camión de volteo camino a Punta Colorada, saltó del dompe para caerle al pescuezo de una venada que, encandilada con las luces altas del carro, se debatía ahora y arrastraba al hombretón hacia el monte espinoso. Gritos, pujidos y maldiciones después, hecho un santocristo sangrante por las espinas y las afiladas pezuñas del animal, regresaría al camino con su presa, animoso y triunfante: “la voy a amansar para que sea mi mascota”. Y habría de lograrlo. Por los años sesenta, cuando ser antiyanqui era una especie de obligación juvenil, sus compas habíamos visto con pésimos ojos y escasa simpatía cómo su familia había cedido por 20 años el uso y disfrute de Ensenada de Palmas a un magnate gringo que construyó un hotel en el sitio. Transcurridas las dos décadas, el hotel (a su nombre) regresaría al patrimonio familiar de hecho y de derecho, algo que fue celebrado por todos nosotros como un “triunfo de la sudcalifornidad” e inauguró para aquella familia pionera una era de bonanza en la hotelería chollera de la región. Verdadero hombre de mundo que hoy encarnaría Carambuyo Bill, aquel espécimen de la Baja y de la Alta California reconoció siempre como sus territorios, con espíritu ecuménico, San Francisco de la Sierra y Berkeley; Los Barriles y Dallas; San José del Cabo y Cape Cod; La Ribera y Marsella, adelantándose con mucho a los sueños de universalidad y mundo sin fronteras en que coinciden hoy capitalistas globalifílicos y anarquistas de viejo cuño. Vivió como quiso y murió cuando lo hubo decidido, muy a su estilo. En Los 7 Pilares se le recuerda con afecto. Juan Melgar De caballos y bramadero Como cosaco, como huno, como comanche, este güero medio colorado, ojiverde y pecoso, patizambo de tanto arquear los remos alrededor del caballo, parecía haber nacido sobre el noble bruto. Jamás lo viste caminar sobre sus teguas, salvo la madrugada aquella que vivaqueó junto al vallado del arroyo en espera de dos muletos broncos que habrían de bajar al agua. Al amanecer, la reata de cuero trenzado silbaría para estrellarse en el cuello de uno de los muletos que espantado, saltaba sobre tu más espantada cabeza infantil para caer en la arena de espinazo, nerced a la reata que tensa y atrincada a la cadera el vaquero mantenía, riendo entre pujidos. Vivía para los caballos, y de ellos comía. De todos los rumbos traían pencos para que los amansara: cuatralbos bebeleche de Matancitas, retintos del Aguazul, bayos de San Jorge, tordillos de El Zacatal, colorados de El Sol de Mayo, zainos de San Dionisio, alazanes de La Boca de Los Tesos, Palominos de El Surgidero y hasta joscos de Panamá, al otro lado del arroyo de Santiago. Su método, infalible, consistía en apersogar al animal en un horcón grueso hincado en la arena y, encaramándole sudaderos, silla, armas y cojinillos llenos de piedras, montarlo enfundado en cuero: sombrero, cuera, fajacuera, cuchillo cachicuerno con cubierta, polainas, espuelas y fuete con empuñadura rellena de arena gruesa. Si la bestia se le colgaba a los reparos cuando le quitaba el tapojos deslizándoselo hacia las orejas, mostraba sus dotes de quebrantador espueleándole los ijares al tiempo que le sorrajaba vergajazos con lo gordo del fuete en la tabla del pescuezo, adererezados con cuanta maldición y malcriadeza iban saliendo de su ríspido, chirriante pecho de amansador. ¡Muévete pues, mierda! ¿No que muy reparador? ¿No que muy cabroncito, pue? Y espuelazo y fuetazo, fuetazo y espuelazo, con maldición anexa. No era mucho lo que el equino podía hacer para quitarse de encima al amansador, salvo dar vueltas al bramadero al que estaba sujeto, e intentar uno que otro rebrinco con bufido y algún corcoveo pedorriento, desmayado y tembeleque. En pocos minutos, la bestia se rendía a la bestia. Las películas en las que Roy Rogers o Gary Cooper amansaban a sus cuacos con una mano al aire, sin espuelas y a talonazos amorosos en los flancos, eran territorio de la ficción. La realidad estaba aquí, en este centauro encuerado y fiero, capaz también de (cuando escaseaba la amansada) untársele a la cabalgadura al galope entre los uñegatos, en medio de la campeada de un toro orejano y cimarrón que huía cuchilla abajo, quebrando palos y bramando enfurecido. Ante Federico Marrón, este centauro cercano, el Martín Fierro y Don Segundo Sombra eran sólo lecturas infantiles, héroes mitológicos, imagen desvaída de esta realidad inmediata, mesteña y natural, que dejaría huella. Huizapolítica De aguas y chollaje Ya escampa. Una nube solitaria se aferra a los paloblancos que pueblan la ladera a un costado del arroyo que allá abajo, ha empezado a correr chocolatoso y bramador, empujando gigantescos trozos de espuma sucia que semejan edificios de esponja café. El rumor de la corriente tumultuosa que arrastra piedras, troncos de palma, güéribo y encino llega como estruendo de una guerra lejana. El arroyo es una arteria de la sierra que borbotea jugos vitales por ese cauce arenoso apenas ayer calcinado y grisáceo en el que las moles de granito espejeaban doloridas la luz y hoy refrescan sus lomos paquidérmicos. Escampa. Con los sonidos graves y acuosos del combate que abajo traban piedras y madera, sube por la escarpa boscosa el olor que el semidesierto suelta anunciando que sus células dormidas, en espera, latentes, han entrado en contacto con la magia sedosa del torrente que todo lo humedece y penetra. La emanación lujuriosa viaja hacia todos los puntos montada en el vapor. Puede tocarse casi. Tal es la intensidad de su presencia. De algún lugar entre el follaje a mitad de la falda, el mugido ronco de un toro resuena y va golpeando en eco, de una falda a otra hasta perderse, cañón arriba. Las arenas se lavan. Al mediodía de mañana sus doradas piritas, los cuarzos y las placas de mica diminutas brillarán trémulas en el fondo. Clarísimas y frías, las sosegadas aguas correrán cantarinas hacia las mesas cercanas para cruzar el valle. Tal vez lleguen al golfo. Pero ahora, allá abajo, aunque escampa, el turbio gruñido del arroyo se mantiene, rumoroso. Y estás tú para oirlo y ver y olerlo todo. Y están el toro y los árboles y una nube pequeña en la ladera. Juan Melgar De culturero y homenajes Como muleginitos alrededor de la carnada, los más distinguidos miembros del bajo mundo porteño rodean al hombre aquel, que se resiste a brindar con ellos en Los 7 Pilares, aguaje mísero disfrazado de ultramarinos que en el puerto hace las veces de club social, logia, altar de libaciones y ágora donde se rinde culto a la neurona ajena y a la libertad de pensamiento. — Han de saber ustedes que no bebo. Los achaques y los médicos me lo tienen prohibido... Pero voy a hacer de cuenta que me vale madre... Venga pues, una forjada, y sea por Dios. No falta el acomedido que le arrime una opalina ampolla de vidrio al hombre este, que bebe

pausado, para luego hablar con voz suave y educada, pero con clavadísimo acento sudca: — Pues como les iba diciendo: no me gustan los homenajes, porque el homenajeado tiene que decir un discurso agradeciendo los elogios y las flores. Además, se me hace medio sospechoso que últimamente me anden haciendo homenajes a cada rato, y hasta inventan motivos. Que si la Casa de la Cultura; que si la Normal Superior; que si ésto y lo de más allá... ¿No estarán pensando que ya me debo a morir, cualquier día de estos? — La única gente que se muere, Profe, es la que no hizo amigos ni realizó obra alguna. Los malmodientos y los inútiles no dejan nada atrás que pueda servir para recordarlos –sentencia El Viejo Chamán yaqui—. Pero usted es una institución en Todos Santos y en Sudcalifornia. Además, escribe versos, y eso es garantía de que habrá mucha gente que lo recordará, cuando haga el viaje a donde moran las sombras (que esperamos se tarde, maestro). A propósito: camaradas, el maestro cultiva sonetos, estrofas poéticas de catorce versos y once sílabas cada uno, que tienen un alto grado de dificultad... Pero a él se le da ese arte de relojería, de joyero. — Promover la cultura en un pueblo como el nuestro, que sabe leer pero se niega a hacerlo, es una tarea difícil, perra, ingrata –interviene La Doñita—. Pero aquí el Profe es más terco que la mula que tiró a la Virgen, y se la ha pasado peleando presupuestos y ayudas a cuanto político, funcionario, delegado, alcalde o gobernador se le atraviesa o se le pone de modo. Sin él, Todos Santos no tuviera Casa de la Cultura, y del Teatro Márquez de León no hubiera ya ni las paredes. Su labor ha/ — Mejor vamos contando charras –interrumpe el santeño, chiveado—. ¿Se saben ya la de aquél pescador, viudo, de Los Lobos, al que se le antojó una caguama? Pues reeesultaaa... Las anécdotas picantes de este culturero impar van desgranándose una tras otra, arropadas por las carcajadas de la tribu pilareña que lo apapacha y todo le celebra. Bien merecido se lo tiene. Huizapolítica De filósofos y lluvia El Güero de Las Canoas no es personaje único e irrepetible: es una entidad que va de una época a otra y de pueblo en pueblo alrededor del planeta, insuflando socarronería y gracia a unos pocos: los elegidos. Posee el don de la ubicuidad. Como fluido que es, puede habitar un pueblo aquí y ahora, pero también otro en su antípoda. Pito Pérez en Michoacán; ¿quién sería su alma gemela, y dónde? Eduardo, el intelectual descrito por Tito Monterroso, tuvo tal vez su par en el jardinero inglés que «aconsejaba» a los altos funcionarios de la Corona británica. —El mentado Güero —dice Ernesto, el sobrino tamauliforniano (un pelao así de alto y así de ancho)— , fue gemelo de El Filósofo de Güemes. Tú dirás si no: estábamos en Victoria con un calor de aquellos de a mediados de julio, y no llovía. Mi Yaya (abuela) decía que era mi culpa, porque cada vez que el cielo ennegrecía, cerraba yo las ventanas de la casa y metía la ropa de los tendederos. Eso espanta al agua —sentenciaba. Los animales del rancho se estaban secando y fui a llevarles agua en una pipa. Me detuve en Güemes, a 15 minutos de Victoria para empujarme una cheve, y me encontré con El Filósofo: —¿Irá a llover este mes? —le pregunté —Mira jovencito: si no llueve mañana, ni en los 15 días siguientes... (pausa efectista) pues entonces te chingaste, porque ya no llovió en este julio». El prohombre de Las Canoas por el contrario, no se las daba de zaurino. Dicen que una noche calurosa en que se había salido de la ramada a dormir bajo las estrellas, lo metió una lloviznita fina, que se quitaba de inmediato en cuanto Güero y catre regresaban al refugio. —Ora sí... ¡Que llueva! ¡Me meto madre! —sentenció. Las siguientes horas las pasó el héroe de Las Canoas volando, aferrado al catre. Era individuo de convicciones firmes. Fue el famoso ciclón del 57. Juan Melgar De liderazgo y moralina Cuauhtémoc está obligando a ser fiel a su espejo diario. Es —dice— un líder. Pero no uno cualesquiera, de esos pasajeros, efímeros, de los que pare la política, sino uno de verdad, valioso, henchido de moralidad y principios. Por conductores de masas, por líderes como él es que —Cuauhtémoc lo afirma— el mundo gira. Parece como si lo creyera. «Los otros líderes —subraya Cuauhtémoc— son mentirosos. Son falsos. Por su culpa, los mexicanos están enfermos de falta de credibilidad». La carencia absoluta de humildad de este individuo no la dicta el genio. Los presumidos como él confunden firmeza de carácter con prepotencia, y la seguridad de ánimo con el flaco caldo de la vanidad. Es un triunfador y está obligado a parecerlo: viste eternamente de traje y corbata, en el clima que sea, aunque el calor o el frío lo revienten. Ha ganado muchos millones de pesos en su corta carrera de filósofo flat. Sus libros vendidos rebasan los 6 millones de ejemplares, lo que lo convierte en el escritor más vendido de México, una distinción que jamás tuvieron Reyes, Paz, Rulfo o Revueltas. «Soy más celebridad que especialista» aclara inesperadamente lúcido y sin dudarlo, el multieditado autor, aunque sus fanáticos lo saben, lo presienten, lo intuyen experto en esa materia difícil (imposible) que se hace llamar superación personal. Hay millones de seres humanos dispuestos a escuchar a quienes como Cuauhtémoc, dan recetas asequibles acerca de cómo triunfar en el amor, los negocios, la amistad y hasta en esferas con cierto grado de dificultad, como la divina. Moralistas, fundamentalistas, reaccionarios y supuestamente bien portados, los líderes light como Cuauhtémoc Sánchez tienen una virtud que más de un escribidor envidia: saben cómo hacer montones de dinero escribiendo pendejadas que otros sí leen. Huizapolítica De retiro y regreso Nació en este puerto de ilusionados, ilusos, iluminados que es La Paz, allá por la década loca de los 30, y, como la palomilla de su generación (y las anteriores y posteriores) jugó al trompo, las canicas, los encantados, el cani cani... Alguna vez, con sus primos se iría a matar cachoras y a comer ciruelas a los arroyos que pasaban por donde hoy es la colonia Los Olivos. Pasó este Flamarión por la secundaria Morelos, donde le habrá dado guerra a Lupita Macías, al Tete Hirales y a aquellos otros entrañables maestros de la época, haciendo equipo con la Nena Salas, Dora Scholnick, Mina Tuchmann, el Plancha, el Chito, el Pato Inzunza, la Yuya Cota, Prisca y decenas de secundarianos de toda Sudcalifornia. Hizo la Prepa en el Deéfe, y habrá regresado en cada vacación «grande» a bailar mambo y a tomar cerveza con sus compas de generación en los bailes rumbosos del Manglito o el Centro. Que no tenía fiesta aborrecida, dicen. Luego de algunos años de ejercicio profesional y político, llegó a ser el primer Gobernador Constitucional del Estado de Baja California Sur, elegido por sus paisanos que, hartos de militares y de imposiciones del centro, ansiaban ejercer aquel supremo derecho a decir: éste. Y fue él. Pasaron rápido los 6 años de su gobierno. Enfrentó problemas. Dio soluciones. Fundó la Universidad. Ejerció el poder con discreción e inteligencia. Hizo muchos amigos y muy pocos enemigos. Todos hasta la fecha lo respetan. Con madera para ser Secretario de Estado, los vientos de eso que llaman política no le fueron favorables y, con su ausencia del gran foro de las decisiones, el país perdió un buen funcionario. ¿Qué político en retiro por propia voluntad puede ufanarse de que las nuevas generaciones lo reclamen para un puesto de elección popular? Algo inusual habrá tenido su estilo personal de gobernar que casi tres décadas después le piden, como a aquel Cónsul romano, que regrese a la política activa a enseñarnos, a representarnos. Juan Melgar De narconovelas y papel «¿Se acuerdan de la vez aquella en que estuvo con nosotros un maitro español al que tuvieron que llevar a rastras al aeropuerto, amachado en quedarse una temporada en Los 7 Pilares?» La pregunta de El Bolas cae entre los descamisados y los saca de concentración, empeñados como están en definir lo que los intelectuales del puerto y de la isla conciben como “sudcalifornidad”, concepto resbaloso y ubicuo que no ha podido ser aprehendido por la tribu. —Pues reeesuuultaa, que sí era novelista; y pues resulta que sí quería que La Doñita hiciera un estelar para su película, algo que todos tomamos como puntada de borracho... ¿Cómo la ven? Las miradas caen ahora sobre la musa del aguaje, la ojiverde ama de casa que no se inmuta y que besa la forjada antes de decir: —Las actrices no se improvisan. Para ese papel, el de La Mejicana, hay una sudcaliforniana que estaría magnífica: Dolores Heredia. ¿A poco no? El infelizaje está de acuerdo. Lo demuestra pujando y dando cabezadas de arriba abajo, como hacen los purasangre de/ —Ella, Dolores, —insiste la ñora—, “es” Teresa Mendoza, aquella chavita sinaloense que cambiaba dólares a los narcos en las calles de Culiacán, y que la tragedia llevó hasta el sur de España y el norte África para convertirla en La Mejicana, hembra de respeto. Desde los primeros capítulos de la novela pude darme cuenta de cómo el personaje parecía haber sido diseñado a la medida de la Heredia.... ¿Salma? No da el ancho. ¿Penélope? Demasiado baturra y finita. Imagínense al personaje enfundado en liváis, saco azul marino sobre blusa blanca y tenis, sentada en un café al aire libre en Melilla, viendo cómo el sol va...¿no? Ella tiene la fuerza interior, la determinación que una “Jefa de jefes” ha de proyectar para hacer creíble su interpretación al público. Además, su rostro anguloso con huesos bien marcados y sus ojos, de mirada profunda, dan el tipo que, al menos yo, imaginé para Teresa, mujer poseedora de gran determinación, que se entrega al amor con la misma fuerza que despliega cuando se agarra a plomazos con media docena de narcos, escuadra 9 milímetros y Cuerno de Chivo mediante... La Doñita ha acaparado la atención de los descamisados, que vuelan ya en la imaginación colectiva con Dolores, “su” Reina del sur, en una lancha rápida que da pantocazos sobre las grises aguas de aquel otro Mediterráneo, con los bultos de coca empaquetados y alijados sabiamente sobre la cubierta... ¿La sudcalifornidad? Ya ni quién se preocupe por su significado, atareados como están en la aventura en que los metió un tal Arturo Pérez, bautizado en los anales de Los 7 Pilares como “El Reverte”, hasta hace unos minutos considerado por la raza como “el bato que decía que escribía novelas...” Qué cura. Huizapolítica De abuso e impunidad Tania es una joven ciudadana estadounidense, licenciada en Letras por la Universidad de San Diego, donde reside. La semana pasada, viajaba en su carro, un Ford 1999, de San Diego a Los Angeles por la supercarretera, cuando agentes de la Border Patrol la rebasaron obligándola a detenerse. Lo que sigue es el diálogo que los de la patrulla fronteriza y Tania sostuvieron, en inglés: —¿Qué sucede? ¿Por qué me detienen? — ¿Dónde naciste? —En La Paz. —¿Lapas? ¿Dónde es éso? —La Paz, Baja California Sur, México. —Ahhh, mexicana... Bájate, pon las manos en el techo del carro y/ —Ni me bajo, ni pongo mis manos en ningún lado... ¿Por qué me detiene? ¿Bajo qué cargo? —(Apuntándole con la pistola) ¡Bájate mugrosa, o... —(Asustada) con ese argumento, accedo... pero voy a hacer una llamada telefónica con mi abogado/ —¡Suelta el celular! No puedes llamar a nadie. —(Enfurecida) Regréseme el teléfono... ¡Tengo derechos! ¡Soy ciudadana estadounidense...! —Eres mexicana... naciste en Lapas. ¡Abre la cajuela! Traes a indocumentados, ¿no? ¡ábrela! —¿Eres estúpido? Nací en La Paz, Baja California Sur, México, pero soy

ciudadana estadounidense, como mi madre y mis hermanos... ¿Puedes entenderlo? Tengo derechos. No puedes obligarme a abrir la cajuela. Ábrela tú, si quieres, pero si no encuentras nada ilegal, voy a demandarte, y eso también lo sabes ¿verdad cabroncito? (así, en español). —Bien. Voy a mandar por los perros. Media hora después llegan los canes, olfatean el carro completo y no dan señales de alarma. No hay ilegales escondidos en la cajuela; no hay tampoco pollos en el cofre del motor. —Ahora sí: tú, tus perros y tu patrulla fronteriza se van a... ¡Yo me voy a un lugar más agradable! Tania sube a su carro y se aleja por la autopista. —Oye, pareja: (frustrado y agüitadísimo) ¿Qué significa cabroncitou? Con aquella imagen tan cinematográfica podría concluir la historia. (Similar a Casablanca, con el avión llevándose para siempre a la heroína, mientras Bogart y el inspector francés lo observan desde un angustioso primer plano). Pero estos personajes del freeway que ven alejarse a Tania no son antihéroes; son unos vulgares y gandallísimos migras. Si así agreden y humillan a una joven profesional universitaria bien vestida y angloparlante, ¿cómo se las gastarán con el paisanaje fachadiento, apantallado por el modo de vida yanqui, desconocedor de sus derechos y del idioma? Epílogo: su abogado aconsejó a Tania no demandar por abuso a los agentes, debido a que gozan de impunidad. Allá también soplan esos vientecillos. Juan Melgar Capítulo tres Trozos Ilustración de Bernardo Arellano Huizapolítica Capítulo tres Trozos De teletrabajo y sudores Estaba esa noche El Parara sentado frente a su computadora moderna y completísima: impresora, fax, módem, enganchada en la red... Se sentía un esclavo más de cuello blanco, capturado en las galerías virtuales del teletrabajo, ocupación de moda en Europa para quienes tienen espíritu de submarinista y prefieren ser explotados a domicilio: secretarias, correctores de estilo, diseñadores gráficos, traductores... Nuestro antihéroe sudaba y se acongojaba: «quién me manda; quién cabrones me manda andar leyendo noticias del primer mundo. Ahora estoy aquí, teletrabajando para patrones que jamás veré; haciendo cosas que desconozco y conforme a procedimientos computacionales que en mi vida he usado, porque yo soy parte del infelizaje de endenantes, cuando las supercarreteras informáticas no eran asunto siquiera de la ciencia ficción. Lo mío es descargar carros y barcos; sudar con atunes congelados de 80 kilos en el lomo o con costales de café, paletear racimos de plátanos enlacranados durante horas y horas, para luego acabar con la sed y la calor a golpes de ballena. ¿Qué jodidos voy a hacer en este lugar en el que muy formalito, tecleo y tecleo, con los ojos abiertos (como de vaca brava) viendo sin pestañear una pantalla iluminada en la que las letritas corren como esas hormiguitas locas, de un lado a otro, y yo, con amarilla cara de baboso, me debato y tiemblo? Es una canija pesadilla, lo sé, pero la certeza no disminuye mi angustia: ya padezco la enfermedad profesional que aqueja a los teletrabajadores (¿telesclavos? ¿galeotes cibernéticos?): soy un ser asocial, arrinconado y húmedo como hongo del hiperespacio. Los dedos con los que oprimo el mugroso ratón (clic) me duelen (clic, clic) y el brazo se me entume. ¿Dónde quedó el cursor? (clic, clic, clic...) qué ardor de ojos; qué dolor de cabeza; qué vértigo hijuesu... Mareo... dolor... ardor... aghhh ¡Ayayayayayyy! —Despierte, maestro... Órale, un besito gordo a la ampolla panzona... ¡Eso...! Otro, ándele... ¿Mmmm...? ¿Qué soñaba, mi gurú? Gritaba como yegua enferma. —Sí señor. ¡Ésa fue una señora pesadilla! Internet... chat... mouse... bytes... megas... windows... ¡Ufff! A ver, palomilla: dénme otro pajuelazo —pide, humilde y crudo, el líder de los descamisados porteños, para enfilar luego con paso vacilante pero animado hacia el airoso malecón porteño, refugio de soñadores, románticos y gurúes de banqueta. Juan Melgar De pesquerías y defensa Varios asuntos, todos ellos intrascendentes, traen atareados a los maitros que acostumbran reunirse a platicar en Los 7 Pilares, ese aguaje ilegal que el infelizaje ha tomado para sí, defendiéndolo con su presencia cotidiana de latosas invasiones policiales, municipales o hacendarias. El antro no tiene puertas: abierto las 25 horas a la rosa de los vientos, no ha podido ser clausurado por gobierno alguno; no por falta de ganas, sino porque siempre está ocupado por los teporochos y malvivientes más connotados del puerto. Cuentan que una vez, cuando el alcalde Ruffo se empeñaba en darnos clases de “moral y valores”, cayeron por el ultramarinos disfrazado los terribles Tiburones (grupo parapolicíaco medio fascista), decididos a aplicar sus marciales artes sobre la humanidad y los costillares de los catarrines habituales: porteños empecinados en ejercer su derecho a reunirse en tal sitio para discutir, disentir, criticar a las autoridades, reírse del prójimo o permanecer con el cerebro en blanco haciendo nada (una actitud tan inocente como peligrosa, según quiera verse). No contaban aquellos jóvenes violentos con la sabiduría ancestral del Viejo Chamán yaqui, que terminaría cooptándolos: los feroces tiburones fueron fascinados por la negra pupila, la voz ronca y la magia blanca del brujo sonorense. Salieron del antro hechos unos corderitos, susurrando frases de este pelo: “Paz y amor” “Alivianémonos los unos a los otros” “Con una pequeña ayuda de nuestros amigos, lo lograremos”. Obviamente, también salieron hasta las agallas, ahogados en cerveza. — La única forma de defender lo tuyo es cuidándolo, protegiéndolo con tu presencia, cultivándolo –sentencia El Parara—. Y esto se los digo, compas, a propósito de esta logia de libertad y a propósito de lo que sea: la mujer amada, la tierra, y hasta el mar. ¿Cómo evitar que los grandes barcos arrastreros y palangreros saqueen el golfo (que es mare nostrum) y el Pacífico, llevándose entre las espuelas los marlines, espadas, velas, tiburones, cornudas, mantarrayas, toninas, caguamas, totoabas, vaquitas y dorados? La tribu se queda silenciosa, dándole oportunidad al gurú de los chinampos para que concluya su idea. Parara hace la pausa de rigor, besa la forjada, eructa y remata el discurso: —Explotándolo nosotros, que en sus márgenes vivimos y sabremos cuidar la pesquería para que nuestros nietos no pasen hambre. — Pero ¿y la NOM 029? Si el supremo gobierno no la aplica, los peces y mamíferos se salvan, pues los grandes barcos extranjeros no vendrán a tender sus kilométricas líneas de anzuelos –pregunta y establece El Bolas. — No sueñes. Nuestros mares han sido saqueados siempre; con NOM o sin ella. Así es que no hay de otra: para evitar la presencia gandalla de piratas, opongámosles nuestras embarcaciones –replica el gurú. — Sí pues –concede el Chamán—. Así lo han hecho siempre los pescadores vascos en el golfo de Vizcaya, enfrentando a los pesqueros franceses... Y aquí nomás tras lomita, ¿no les he contado cómo los pescadores todosanteños cortan las líneas de anzuelos de los piratas japoneses, les roban las boyas y les quiebran los sistemas de rastreo electrónico? Ah, bueno: una vez (de esto hace ya sus años), iba yo saliendo de San Pedrito con uno de los Villalobos en una panga, enrumbados hacia el bajo que... Así van saliendo en Los 7 Pilares los temas, las soluciones, las mentiras adornadas y la plática interminable, como las tribulaciones de este pueblo mitotero, crédulo y bueno como el pan de Cachanía. Huizapolítica De ecoturismo y reacciones La tropilla de malvivientes que sobreviven en el bajo mundo porteño buscan consuelo a la calor criminal que les fríe el alma y se refugian en Los 7 Pilares, aguaje de lo más libertario, entretenido, barato y folclórico entre los que existen en la Antigua California. Las vetustas hieleras son las rústicas cavas en que reposan los tan amargos como fríos caldos que los miembros de la tribu trasiegan a pausas, mientras ponen las escasas neuronas a retozar hablando de lo que sea; no hay tema que se les atore. — Hace añísimos que vengo repitiéndolo –sentencia con tonito doctoral El Juntabotes— pero no han querido hacerme caso: el ecoturismo es la salvación de esta tierra. Primero, porque nos salva del hambre inmediata, esa que ronda y roe la tripa de más de uno entre ustedes, siervos de la gleba. Segundo, porque salva a este paraíso de la contaminación y permite que lo heredemos, mejor de como lo encontramos, a nuestros cachorros. — ¿Y qué tienes contra el turismo a secas? –pregunta El Bolas, joven mayéutico y piolero de El Calandrio—. Los grandes hoteles, los campos de golf, las marinas, los antros de reventón con alcohol y sexo, la pesca deportiva, la cacería de berrendos, borregos, venados, palomas y chacuacas... son actividades legales, propias de turistas, que nos dejan dólares y dan empleo a la raza. ¿Para qué ponerle adjetivos a ese turismo? –se adorna El Bolas y voltea a ver al resto de teporochos, lurio, buscando aprobación. — Ese turismo es depredador. Deja dólares y empleos, pero acaba con nuestra riqueza natural al consumir millones de litros de agua de nuestros mantos, llenando de mierda los mares y generando toneladas de basura que no se degrada; propicia el consumo de drogas y la prostitución de nuestros chamacos y, lo peor, muchos de los visitantes compran la tierra y se quedan para siempre jamás. ¿Te parece poco, amiguito? El turismo ecológico, por el contrario, permite rescatar y conservar las maravillas naturales que tenemos. ¿Cuáles? Sin ir muy lejos: la Bahía de La Paz con las islas que la cierran: Espíritu Santo, San José, y más abajito, Cerralvo. Si quieres más, te pongo la Bahía de Loreto y la Concepción y la Sierra de La Laguna con su bosque de pinos y la de San Francisco con pinturas rupestres en la Reserva de la Biosfera de El Vizcaíno y/ — Me doy. ¿Cómo funciona el tal ecoturismo? — De entrada, hoteles pequeños, diseñados para respetar el entorno, que atraigan a turistas que gustan de la naturaleza, con caballos, kayak, bicicletas, veleros... Que los reventados se vayan a Cancún o Acapulco y que aquí nos caigan los biemportados, los respetuosos, los inteligentes, los amantes de la aventura, los que disfrutan la belleza de esta naturaleza primitiva, callada, plácida, apta para la contemplación y la reflexión. Sol, arena, ocasos malva y amaneceres luminosos, cactos, noches estrelladas... Que otros destinos turísticos se queden con los excesos en el sexo y el alcohol ¿no creen? Como si lo hubiesen acordado, los teporochos observan con fría mirada al Jeque de los Cilindros Apachurrados y le dan la espalda. En este templo de Baco puedes decir lo que quieras, pero no pontifiques contra el sexo y el alcohol. No señor. Juan Melgar De sudcalifornidad y hamburguesas La calor reinante en el puerto ingresa a Los 7 Pilares de rondón. Los fríos bebistrajos que en el aguaje se expenden no alcanzan a bajar calenturas: gritos por aquí, mentadas por allá... Debe ser El parara, con su doble investidura de gurú del infelizaje y guardián oficioso de la tradición chollera, quien ponga orden en una discusión bizantina y farisea que a punto está de desbordarse: — ¡Momento, camaradas! ¡Engarrótensemeái! La tribu calla de inmediato. La voz aguardentosa del filósofo de barrio hace las veces de chuniquero Recurso de Amparo: el pleito se suspende y los brazos en alto, a punto de descargarse sobre ajenos cráneos, detienen el viaje. — Se me figura que están llevando la discusión al límite –advierte el

teporocho—. Si vamos a seguir siendo fieles al principio rector en este antro (la tolerancia), es éste el momento de aplicarlo. Que hable El Bolas, joven valeroso de El Calandrio; pero que sea breve. — Va. Me gustan las tortas, cualquiera que sea su origen, composición y sabor. Quiero probar las del tal Macdónal, y para eso estoy haciendo unos ahorritos, porque quiero empacarme varias: con queso, papas y mucho catsup. Y al que no le guste, que/ — Se agotó su tiempo, compita. Es el turno de nuestra amiga y musa, La Doñita, que parece estar en contra. — Lo estoy. No me gusta la comida rápida gringa (aunque me enloquece el japonés sushi), pero no me importa que la transnacional ésa haga su luchita vendiendo hamburguesas. Si ellos quieren quebrar... Porque dudo que los cometacos nativos abandonen la carneasada y la machaca. — El Juntabotes desea intervenir; oigámoslo: — Sí; óiganme: si en Oaxaca hay quienes están en contra de que Mac Donalds edifique y venda sus productos, no debemos imitar tan intolerante actitud. No importa que el principal impulsor del rechazo sea Francisco Toledo, un gran pintor, preocupado por la arquitectura de su ciudad y los gustos culinarios de su gente. Me encantan los tamales, el mole y las tlayudas, pero nadie tiene derecho a imponérmelos como obligación patriótica, así sea el mismísimo Toledo. Ya estuvo de fundamentalismos. Si al Maya se le ocurre abrir una sucursal de tacos de pescado y guisos de ostión con chilitos encamisados en la Quinta Avenida, dudo que los neoyorquinos pongan el grito en el cielo... Si a los herederos de Cándido/ — Tiempo transcurrido. No necesitamos más ejemplos. Entendimos su punto de vista. ¿Alguien más desea soltar su verbo a retozar? — Apoyo las tortas de carne molida –insiste El Bolas— pero me manifiesto en contra del adefesio que nos plantó el tal Macdónal en la cuchilla que está frente a la Secundaria Morelos. — Ahí sí andas mal, mijito –interviene El Viejo Chamán yaqui— este puerto hace mucho que dejó atrás su identidad arquitectónica. Nadie se preocupó por reglamentar las construcciones y el resultado ahí está: una ciudad que, salvo el Malecón y una que otra calle del centro, es más fea que el pecado de soberbia que exhiben algunos de nuestros funcionarios... La mala leche del brujo sonorense cierra el capítulo y la discusión en Los 7 Pilares, aguaje libertario como pocos, en el que los fundamentalismos no tienen cabida. Menos mal. Huizapolítica De peladaje y depre Como si los hubiese atacado el dengue, los parroquianos en Los 7 Pilares están turulatos, aplatanados, zombies, derrengados, estragados, pálidos y como ausentes. Ni la llegada de Carambuyo Bill a la logia de los descamisados los pone contentos, como sucede cada vez que regresa del Otro Lado con plática nueva y aventuras del camino. En el ágora más libertaria del Mar Roxo de Cortés flota una atmósfera pesada, amarga y desolada. Las cachoras besuconas no interrumpen con sus reclamos amatorios el sórdido silencio de los maitros reunidos, y los moscorrones duermen, sin armar jaleo, en los agujeros de las vigas de la techumbre. —¡Ultramarinero: hágame usted el fabrón cavor de destapar una por cabeza, que traigo divisas frescas! –pide jubiloso el fronterizo, y con una sonrisa medio yanqui y los ojillos entrecerrados busca la jeta de cada uno de los ahí reunidos, que ni con la invitación se animan. Con paso cansino se arriman a las hieleras, reciben la ambarina ampolla y regresa cada cual a su sitio original, arrastrando la humanidad. —¿Pues qué pasa aquí? –pregúntales el Bill, alarmado ya ante la estupidización y zuatés generalizada. — No te fijes, mijito –le dice el Chamán yaqui, consolándolo— yo tampoco he podido interesarlos en nada, por más enjundia que le he puesto a mis narraciones con aventuras de mar y desierto. No responden. Algo les picó yo creo, o los mordió un vejori... Así se pone la gente; es muy ofensiva la mordedura de este animal... — No, mi Viejo; sucede que traemos la enfermedad del capitalismo: caímos en la depre –explica La Doñita, asumiendo el papel de vocera del resto de mustios—. Yo sí sé por qué estoy deprimida; pero la medicina es inalcanzable: necesito una entrada de dinero segura, estable y suficiente para que mi familia viva con dignidad. Como no la tengo, me deprimo. Supongo que eso es lo que le pasa al resto de los aquí presentes... ¿Me equivoco? La runfla de maitros, descamisados, cabecitas negras y peladaje vario asiente, convencidísimos todos de que por ahí va también la causa de su lasitud, flojera de corvas, pálpito y deseos infinitos de dejar que el mundo ruede, sin arrimar el hombro a nada. —Pues pónganse buzos –advierte Carambuyo— porque a ustedes les da luego luego por buscar un brazo de mezquite y colgarse del pescuezo, a que los meza el coromuelito. No señor. A ver, díganme: ¿cuándo han tenido dinero? Siempre han sido más pobres que la chingá. ¿Entonces? Los muertosdehambre habituales escuchan la breve pero sabia argumentación de aquel hombre viajado, con raíces en las tres Californias, y voltean despacito a verse unos a otros, con los labios apretados, los ojos pelados y las cejas enarcadas, como sorprendidos ante la simpleza de la revelación. Luego sonríen, se abrazan y palmotean los lomos como si acabaran de salir del bote y terminan riendo a carcajadas y felicitándose por estar vivos. ¿Depre? No´mbre. “Andamos en nuestras meras nadadas” –se consuelan y juguetean como chamacos. Sólo La Doñita y el Viejo Chamán de la Pimería permanecen serios, circunspectos. La de los verdes ojos, porque deveras anda estresada, y el brujo, nomás por solidario. Juan Melgar De futuro y jales indecentes Entretenidos en la noble tarea de descular hormigas coloradas con el dedo pulgar, los rufianes, malvivientes, maitros y teporochos que llegan a rumiar presagios en Los 7 Pilares son obligados por El Juntabotes a dejar el singular entretenimiento cuando les propone discutir acerca del destino económico, de la ocupación central en esta tierra empobrecida: —Ya despierten, camaradas, o se los va a llevar la historia entre las espuelas –adviérteles el Zar de los Botes Apachurrados—, dénse cuenta que aunque ustedes ya estén con un pie en la fosa común, no tienen derecho a dejar a sus nietos en la miseria. —¿Y qué quieres? –pregunta mosqueado El Bolas, joven rijoso pero pensador de El Calandrio— , si esta tierra no da para la agricultura; la ganadería es actividad de masoquistas, y la pesca es asunto de tecnología, de flotas, de billetes. ¿Minería? Ahí tienes a San Juan de la Costa y Rofomex, quebrados. ¿Sal? Mulegé se muere de necesidad, y eso que también tiene yeso a lo bruto, y manganeso. La minería no deja más que silicosis. —Qué espíritus tan pequeños –replica el Jeque del Aluminio— ¿Preferiríais tener a Pemex encima, chupándoles la negra sangre del subsuelo, ensuciando el ambiente, encareciendo la vida y enlodando la sociedad con sus mafias sindicales? O tal vez hubieran preferido tener mucha agua, para que se establecieran industrias pesadas y contaminantes... No, si les digo... Esta es una tierra privilegiada, a la que hay que saberla aprovechar. Su ambiente está en tal equilibrio, que la única explotación que permite es la inteligente, la cuidadosa, la del amante. Échenle cabeza, compitas, o... —¿Qué tal el cultivo de peces, de ostiones, de abulones y langostas? –aventura El Parara—Tenemos esteros y lagunas costeras y bahías... Pero hace falta el capital, —concluye desanimado. —La agricultura orgánica en pequeñas parcelas, deja –dice Carambuyo Bill— y los gringos pagan bien. Las granjas autosuficientes, que producen de todo, como en China, pueden ser otra solución. —El turismo ecológico y de aventura –propone La Doñita— en hostales pequeños, sin enormes inversiones, conserva el ambiente y produce divisas. — Mejor dejémonos de remilgos y prejuicios –señala El Bolas—, hay que entrarle a la construcción de casinos, desde el Paralelo 28 hasta San Lucas, y van a ver cómo nos vamos para arriba, como Mónaco, como Las Vegas... ¿Qué nos importa que lleguen la Mafia y los congales caros? Mientras circule y ruede el dinerito... Porque no me van a decir ustedes que actualmente estamos limpios de esos fenómenos... Además, las putas me caen bien. ¿Y a ustedes? Sabedores de que lo que digan va a ser balconeado por algún oreja y hasta posiblemente publicado en un diario decente, los parroquianos prefieren no responder a la retórica del Bolas. Todos vuelven a su entretención favorita: buscar hormigas en los rincones de la ramada y callar boca. Más vale. Huizapolítica De cultura y definiciones Sólo calor y bochorno están dejando los ciclones que viajan por el Pacífico hacia el profundo océano, sin refrescar con sus aguas y ventarrones a la sufriente macolla de malvivientes de la isla, que procuran sacudirse los sudores visitando Los 7 Pilares, ese aguaje underground en el que no se les discrimina aunque no porten tarjeta de crédito, credencial de elector o CURP. No faltará allí un mecenas buenaonda que dispare los caldos fríos a esta tribu doliente y transpirante, responsabilidad que casi siempre recae en El Juntabotes, hombre de empresa no afiliado a confederación patronal o club de servicio alguno, pero que goza del afecto de sus contertulios y contlapaches por varias razones: una de ellas, muy principal, su mecenazgo desinteresado; otra es su disposición al diálogo sobre lo que sea. Hoy se siente con ganas de abordar un concepto algo escurridizo: cultura. —Para empezar, habría que definirla. Pero es asunto difícil, porque si lo reduces al extremo de decir que “cultura es todo aquello que el hombre produce” quedas en las mismas, pues lo enfrentas a su contrario: “lo que la naturaleza hace no es cultura”. Pero el hombre hace millones de “cosas”: guerras, palillos de dientes, poemas, botas vaqueras de charol, códigos, cerveza (salud), panfletos, actas de matrimonio, tangas, sinfonías, reglamentos de tránsito, guayabate, obeliscos, graffitti... ¿Ven? Todo es cultura. —Esos son productos culturales –interviene El Parara— como lo son también la machaca de venado y la Capilla Sixtina. Pero, ¿no sería mejor definir con mayor precisión lo que “cultura” significa? Porque de Voltaire para acá, muchos la identifican con “civilización” y a ambas con “cultivo del espíritu”, y hasta con “mejora progresiva hacia la perfección”. — Nuestros vecinos, los gringos – tercia Carambuyo Bill— definen cultura como la suma de los “valores” de un pueblo; su modo de vivir y de concebirse como pueblo, desde su propio nivel de conciencia. — Entonces –interviene La Doñita—Los 7 Pilares sería un producto cultural parido por esta cultura californiana insular, cerradona y mostrenca, única e irrepetible. Así nos asumimos ¿no? Las caras de todos reflejan lo pantanoso de la reflexión en que los acaba de embarcar El Juntabotes, a quien miran buscando respuesta. El Bolas suelta la primera interrogante: —Se me hace que no me queda claro nada. ¿Qué onda con la “alta cultura”, en oposición a la “cultura de masas”? — ¿Y dónde queda entonces el concepto de “cultura universal” que nos enseñaron en la escuela? – pregunta El Parara. — ¿Por qué tenemos una Dirección de Culturas Populares? –quiere saber La Doñita. — La tradición oral de las charras del Güero de Las Canoas, ¿es inferior culturalmente al Decamerón de Bocaccio, o a La vida inútil de Pito Pérez? –pregunta El Viejo Chamán yaqui. Son tantas y de tan variado pelaje las inquietudes de la raza, que El Juntabotes debe salir del trance con esta jalada: —A mí no me pregunten. Mejor interroguen

al Gavito, y si se atranca, le quitamos la chamba y nombramos al que sí pueda responder el cuestionario. Quién quita y gana El Huizapol, y regresa por sus fueros... Claro, previa consulta con-el-que-ya-saben... — ¿Quién? –desea saber La Doñita, dama con clase, pero imprudente. Nadie responde. Vuelven todos al ritual de besar la forjada en silencio, como debe ser. Juan Melgar De aguas y bebida inteligente Excelente refugio para capotear las aguas que se dejaron caer sobre los resecos, sollamados lomos del puerto, Los 7 Pilares reúne esta tarde tormentosa a lo mejorcito de cada casa. Convocados por El Ultramarinero a beber café colado en honor de la lluvia y para seguir la chollera tradición, una enorme jarra descansa al amor de la negra estufa de leña allá, lejos de las hieleras. Suenan y resuenan las gordas gotas sobre la techumbre de hojas de palma trabada y amarrada de los vástagos con soyate trenzado de cogollo tierno al enjaule de varas de palodearco. Suenan y resuenan las robustas gotas, los chorros de agua que allá afuera han de estar lavando todo: los techos, las paredes, las calles y, de refilón, el alma colectiva de los californios que, de suyo encerrada, arrinconada en el cuerpo, sale en ocasiones como ésta, de humedades, a interpretar la atávica danza propiciatoria (¿de qué? Sepa). Las tazas vacías van a la jarra y de ella regresan colmadas al centro de la ramada, donde no llegan las gotas que empuja el vendaval pero sí los olores de la tierra, el vaho casi tangible tanto tiempo aguardado por la tribu que, entre trago, buche y correntada del negro y caliente líquido, habla sobre “el tiempo”. Esto equivale a traer a colación clima, temperaturas, vientos, sudores, chubascos, ciclones, arroyos, represos, trombas, culebras de agua, tragedias, heroísmo, charras... y nuevas tazas de café servidas de una jarra mágica. Hoy, las forjadas han dejado el lugar de honor en la conversación al café de talega, costumbre ancestral que se mantiene. —¿Se acuerdan cómo, años atrás, el café de a deveras casi fue derrotado por esos frasquitos de polvo apestoso y agrio que se hacían llamar “Cien por ciento café puro” y además «instantáneo»? – pregunta Carambuyo Bill, hombre de fronteras, viajado y leído como pocos. —Hasta en los ranchos dejaron de beber café genuino; primero por la novelería y luego por la güeva de tostar, moler y colar –asienta El Bolas, joven antropólogo de El Calandrio— pero la razón y el aprecio por lo auténtico y bueno se impusieron. ¿Quién se acuerda de los instantáneos? — Ese bebistrajo es un mero sucedáneo, como los políticos improvisados que por allí andan, echando a andar proyectos que desconocen sobre temas que desconocen –dice El Juntabotes antes de sellar boca con un trago de negro sabor. La plática sabrosa, las críticas despiadadas -pe-ro-sin-fun-da-men-to- contra el gobierno, la murmuración contra los ausentes, el chisme contra los ricos famosos y la mala leche contra los triunfadores que salen en la tele, se siguen de largo durante toda la tarde, hasta que las nubes cansadas, estragadas, abandonan la bahía y hacen rumbo al Pacífico, a recargar en él las entrañas para volver a desfogar en algún archipiélago desconocido. Aquí ya cumplieron. Huizapolítica De trovas y duende Para Elgin «De no creerse —comenta El Parara— tres tipos tres que sonaron como treinta, sin elevar las voces demasiado; como sin forzar la máquina; así, quedito y profundo, entreverando el sonido de santísima trinidad santera en un solo canto verdadero, de Nueva Trova cubana enraizada en la tradición musical de aquella isla larga que es, en estos terrenos, un Continente». Los teporochos reunidos en Los 7 Pilares no lo pelan. —Carlos Puebla —insiste— sonó novedoso y entrañable en sus cuerdas, con boleros y adioses que plantaron nostalgias en el Teatro de la Ciudad, hermanando a centenares de paceños con Bola de Nieve y con Louis Armstrong Satchmo y con el gnomo-chaneque Babujal, que salió de su pequeño cofre de madera tropical para envolver a todos en el canto desmadroso y tierno, cachondo y alegre del ENSERIE, un trío que se las trae. Si al arranque habían pedido irreverentes, al marino genovés: contrólate Cristóbal (carecoco) /que esta isla no es pa’ ti..., luego requebrarían a la pasión insatisfecha: por tu amor me duele el aire / el corazón y el sombrero... para lanzar al auditorio en lamentos con pinceladas de cante jondo hasta Andalucía: Ay, qué trabajo me cuesta / quererte como te quiero / ... la mar no tiene naranjas / ni Sevilla tiene sol... —De antología, hermanos —reitera el gurú chollero a su grey— se armó el jelengue musical la noche de este viernes en el teatro. Pero un jelengue suavecito, contenido, de un público emocionado pero medidón y cauteloso; participativo pero alegremente sorprendido por la juguetona ironía achamacada de aquellas tres gargantas educadas para sonar como zenzontles. La Universidad Autónoma de Baja California Sur difundió cultura universal a través de este grupo y va a asegundar el día 21 en el mismo foro. ¿Cuántos de ustedes, compitas, van a ir a regodearse con el duende con el que esta trinidad trovera nos regala? Los compas del aguaje, entretenidos con el amargo brebaje y con el fondo musical siempre llegador de un tal José Alfredo, ebrios, sólo tienen oídos para el presente: Te vas porque yo quiero que te vayas / a la hora que yo quiera te detengo.. Frustrado, pero comprensivo, el maitro Parara se aleja de sus cómplices, rumiando una de las letras de Rolando Berrío: Y si te cae el peso de la soledad / dale un paseo tranquilo a tu ciudad... Juan Melgar De anatomistas y Sabina Se escucha a Joaquín Sabina esa noche en Los 7 Pilares. La nostalgia por la juventud, lejana ya para la mayoría de la tribu, se recuesta en las letras de este gachupín iconoclasta y cabrón: ...me duermo en los entierros/ de mi generación/ tan joven y tan viejo/ like a Rolling Stone. Las puntadas del Sabina dan pie a que El Parara recuerde que unos días atrás hubo topado con otro español hijo de españoles pero formado en México, y de visita en el puerto éste. — Andaba yo con el doctor Meza dándole lata para que me atendiera una cruda que me traía descangayado y laxo, cuando, después del tercer litro de suero que me aplicaba por vía intravenosa, me subió a su carrito y y llevóme a la Casa del Médico, donde un viejito flaco, canoso y vacilador hablaba ante un grupo de cirujanos que le bebían las palabras porque (después me enteré) el tipo era una vaca sagrada en la cirujía del nosequé. «Es Vicente Guarner», me dijo el doctor Meza «es un gran médico y también un novelista». El ruquito empezó a contar cómo se le ocurrió escribir una novela a partir de la Anatomía del Renacimiento, para que la leyeran otros, además de sus cuates. «Me divertí escribiéndola. Ruy Pérez Tamayo (otro médico-literato) dice que es autobiográfica. Yo digo que todo libro lo es». El tema y la sabrosura del flaquito éste hizo, compitas, que olvidara mi cruda y me clavara en la sapiencia del hispanomexicano que hablaba con amor de la Anatomía, de la caída de Constantinopla, de la huída de los intelectuales con sus libros hacia los burgos europeos... Luego mentaba a Galeno, Vesalio, Eustaquio, Falopio y una cauda de anatomistas que fueron sentando el conocimiento de esta máquina maravillosa que es nuestro cuerpo, aguantador y sufrido. Se dijo admirador del México de los años 50, una ciudad transparente, hermosa y segura, a la que evoca en su novela Cazador de sombras (?) no estoy muy seguro que éste sea el título (la cruda, camaradas, la cruda), pero lo que sí puedo asegurarles es que las visitas de vejetes jóvenes como ese Vicente Guarner nos dejan algo, bastante más que la de los 800 marines que bajaron de su navío de guerra para estar de juerga, días atrás, en Los Cabos. Los cómplices del gurú de la canalla porteña asienten convencidos y regresan a centrar su atención en Sabina, que ha vuelto a las andadas nostálgicas: ...lo que sé del olvido/ lo aprendí de la luna/ lo que sé del pecado/ lo tuve que buscar/ como un ladrón, debajo/ de la falda de alguna/ de cuyo nombre ahora/ no me quiero acordar... Gruesos lagrimones ruedan por los curtidos cachetes de la tribu. No hay de otra. Huizapolítica De turismo y cultura Turismo y Cultura son conceptos que designan actividades que debieran crecer interactuando de manera natural. ¿Quién negaría en Europa la interdependencia que ambos generan? Las divisas que a España produce el San Fermín en Pamplona, las visitas a El Escorial y el Museo del Prado o el festival de cine de San Sebastián, son comparables a las que ingresan a Francia vía Versalles, el Louvre, el vino de Burdeos o el Festival de Cannes. El turista viaja a estos países acicateado por la necesidad de acceder a su cultura representativa. En México, la arquitectura, la historia y el folclore indígenas de Oaxaca, Michoacán, Guerrero o Yucatán compiten con sus expresiones culturales mestizas que se manifiestan en el vestido, la comida, las festividades y el arte popular. Esta rica gama atrae turismo que llega para sumergirse en la esencia de esos pueblos y conocer en su multiplicidad al país. Baja California Sur ha fundamentado su oferta turística en el paisaje natural, casi de espaldas a su milenaria tradición cultural. Sol, mar, playas, desierto, oasis y hoteles costaneros hacen propicio al visitante el disfrute de una naturaleza casi intocada por la contaminación y alejada de las tensiones de las grandes metrópolis. En la zona de Los Cabos, los hoteles no reflejan nuestra cultura. Su arquitectura es, en el mejor de los casos, un batidillo de Mediterranean Style con Adobe Nuevo México y Cashba norafricano. En las paredes y salas de estos confortables hoteles no hay ejemplos de pintura, grabado o escultura sudcaliforniana, al tiempo que en sus menúes la cocina regional merece escaso espacio. El turista “americano” –dicen los expertos para justificar aquellas ausencias— sale de Falfurrias y espera seguir estando cerca de Falfurrias para saborear sus hamburguesas y martinis, escuchar su música y el arrullo tranquilizador de su idioma materno; detesta que lo obliguen a esforzarse en la comprensión de otra lengua y otra cultura. Lo local en todas sus manifestaciones puede y debe constituirse en uno de los ejes de la oferta turística. Con pasado histórico señalado por la destrucción de la cultura autóctona original, Sudcalifornia puede ofrecer a los visitantes, además del milenario arte rupestre de sus murales y petroglifos en todo el espinazo serrano, dos museos de sitio y uno regional que muestran la singularidad de lo mestizo que anima su ser. Los hoteleros del estado pueden contribuir de manera señalada a difundir en sus espacios todas las manifestaciones del arte y la cultura sudca, pero especialmente en ramos como gastronomía, música, danza y artes plásticas, promoviendo y/o apoyando actividades encaminadas a fortalecer su práctica: festivales de danza, teatro y artesanía regional; concursos gastronómicos; espacios permanentes para exposiciones de pintura y escultura.../ —No, si por ideas no paramos — corta El Parara en plan provocador—. Lo que necesitamos es lana, billetes, chelines. Las ideas no dan de comer este día; son sólo promesa de abundancia futura. Déjese de jaladas, maitro, y colabore con mi causa, que es cien por ciento de turismo ecológico: van a dar las doce y no he acariciado mi primera ballena...” Juan Melgar De vientos y mensaje Amaneció soplando el viento sobre las aguas del Golfo, y el Viejo Chamán yaqui se pone melancólico: “Son rachas húmedas que traen a tierra olores de zargazo y sal desde

Angel de la Guarda y Tiburón. Los chiflones acarrean el amarillo polvo de Punta Chueca y más al norte, de las dunas de La cholla en Peñasco, en un intercambio circular de materiales entre ambas riberas que tiene ya millones de otoños, desde que las grandes colisiones de placas parieron esta líquida lengua que termina ¿se inicia? en el delta del Colorado. Desde entonces, desde siempre. Estas collas le sugieren mensajes de vida a quien tenga el corazón y el ánimo curtido para atenderlos, para entenderlos. Nos hablan, si ponemos atentos los sentidos, de los berrendos que ahora estarán echados, hechos ovillo con la cabeza frentona entre los remos, en las cañadas arenosas que corren y cortan los médanos en el desierto de Arizona. Estarán soñando que pacen en el paraíso de los antílopescabra, a salvo del acecho de los coyotes o de los rojizos leones. Los soplos de este viento trasladan en los fríos espinazos de sus ondas el rumor del llanto de los saguaros. ¿Lo han sentido? Es un llorido lánguido, finito, como de espinas que tiemblan y acarrean –a quien sabe escuchar — el íntimo mensaje del desierto, que habla de pesados reverberos calcinantes pero también de estrellas y nocturno rocío; cuenta acerca de largas esperas del cacto por las lluvias y del ronco bramido del temporal en las gargantas y en los cauces, cuando las flacas tripas de sus raíces se hinchan para guardar el agua en laboratorios que la transmutan en savia y luego en vida, para el largo compás, la larga espera. El canto lloroso del saguaro que estos soplos arrima, habla de aquello. Deja el viento las amarillas tierras del Sonora en que vagaron mis hermanos pimas y yumas y comanches y yaquis y apaches y seris orgullosos, para adentrarse al espejo golfino de las aguas y despeinarlas, lamerlas furioso como animal en celo, haciéndolas venirse en blancos rizos. Bate las crestas, gime y llora, empecinado en revolverlas para sacar de aquellas su primitivo aroma seminal y a ustedes transportarlo. Llega rumoroso a esta margen y golpea los flancos volcánicos cortados en rudos farallones: La Reforma, Mulegé, Santispac, El Burro, El Coyote, La Giganta, Los Dolores, Punta Mechudo y las islas de la Bahía y El Sargento y El Pulmo y El Arco del Fin del Mundo y más allá, hasta las ahora ajenas Islas de La Pasión, y más allá... Si atienden, si aguzan los sentidos, van a olerlo y oírlo. Verán: estense quietos... Aguarden... Ahí está la canción, el canto antiguo, las palabras y el aroma en el soplo que los besa amoroso y los despeina. Háganlo suyo, californios”. Huizapolítica De fascinación y/o redención «El hechizo que la California ha ejercido desde siempre sobre quienes ponen pie en ella no es asunto para la reflexión científica. Es apenas, materia de la imaginación, el cordel con el que se tejen los sueños y las epopeyas. « ¿Quién se atreve a entender a cabalidad el arraigo que estas piedras volcánicas, este infierno de espinas y sofoco engendraría en individuos que previamente habrían gozado la majestad y el embrujo de las piedras talladas y los trazos que forman Roma, París, Praga, Madrid, México o Guanajuato? «Alguna vez, un australiano aventuró la tesis de que como ellos, seríamos descendientes de piratas y sujetos de baja condición, capaces de de ver en la tierra inhóspita, la redención que Europa les negaba. La diferencia estriba en que los colonizadores de aquella islota eran reos que el Imperio Británico enviaba a purgar condenas en el culo del planeta, y los que se quedaron en esta isla eran aventureros, que huían de sus demonios tal vez, pero podían largarse a voluntad. Bueno, a voluntad es sólo una frase para enmascarar la realidad brutal —dirán los antropólogos— de esta tierra con forma de naza, de trampa de la que no es fácil escapar. Los primeros pobladores habrán entrado por el norte. Avanzarían durante milenios hasta el finisterra, y otras tribus les habrán tapado el posible retorno; si es que hubieron querido regresar. Porque existe la posibilidad de que aquellos hombres y mujeres endurecidos, templados ya por el desierto, hayan sucumbido a la fascinación que esta tierra ejerce sobre los mejores; sobre los espíritus más desarrollados, más receptivos y sensibles...» Hay aplausos en Los 7 Pilares para las palabras del maitro éste, que se ha tirado un rollo que los parroquianos se morían por oir. —Puta madre —exclama El Parara— desde los tiempos de Rogelio Olachea (que mis palabras no le hagan ruido) no escuchaba yo una tesis más cursi para explicar nuestro arraigo al solar matrio. Pero se oye bien: tiene vena imaginativa, aunque escasa ciencia —concluye mordaz, mientras constata con ambas manazas la cadavérica frigidez del envoltorio que luego, reverente, levantará para oficiar el cotidiano culto a Baco con el que exorciza este calor de infierno, que fríe las entendederas— «esta calorcita, tan nuestra, ¿verdá Maitro?» —remata, malintencionado y juguetón. Juan Melgar De batallas y escaramuzas Los 7 Pilares rebosa de parroquianos. Los descamisados miembros del pobrerío y el infelizaje departen con la tribu numerosa y parlanchina de muertosdehambre, catarrines, ganapanes y teporochos porteños. Menudean las libaciones por el triunfo de los esforzados zacapoaxtlas y juansoldado comandados por Zaragoza en los cerros de Loreto y Guadalupe, inmediaciones de la Puebla de los Angeles. Numerosos vítores acompañan los eructos y otras sonoridades de la plebe, en señal de reconocimiento a la segunda batalla ganada por mexicanos contra invasores extranjeros, en la ya larga lista de intervenciones sufridas por la nación. —¿ Y cuál fue la primera? —pregunta El Juntabotes. —Pues la del Cerro Amarillo, en Mulegé, el 2 de octubre de 1847, cuando un puñado de combatientes californianos rechazó un desembarco de marinos yanquis —subraya, orondo, El Parara. —¿Batalla, o escaramuza? — pregunta, punzante, el siempre filoso Carambuyo Bill. —Si dos grupos armados se trenzan a balazos, puñaladas y mentadas de madre, con fuego de metralla y bombardeo previo; si hay heridos y muertos en uno y otro bando, y al final los invasores se suben a su nave de guerra y se largan... ¿Cómo le llamarías a eso? —responde el ahora cronista de combates Parara. —Si estoy entre los que se largan, le llamaré escaramuza; pero si me encuentro entre los que defienden su terreno, le llamo Batalla, con mayúsculas —señala objetivo el Carambuyo. —Así es esto de la historia —afirma el guardián crítico de las tradiciones de la isla— desde Heródoto y Tucídides hasta (las proporciones guardadas) Felipe Ojeda. No conozco pueblos que exalten derrotas y festinen fracasos, a menos que éstos se los haya infligido una fuerza muy superior. ¿Ejemplos? Pues los yanquis recuerdan El Álamo, en la guerra de Texas, y los franceses la de Camarón, durante la intervención en México. Más cerca, una generación de mexicanos grita cada año que Dos de Octubre no se olvida, porque la masacre de Tlatelolco les quebró la existencia. Los balazos, obuses y cachetadas siguen sonando este dia glorioso en el más irreverente y piojo de los aguajes porteños, lleno hasta los banderines debido a la celebracion festiva —como no— del 5 de Mayo, y al hecho de que la autoridá ha decretado —cómo no— Ley Seca. Huizapolítica De historias y geografías «Es una historia triste la que voy a contarles» —advierte el ViejoChamán yaqui a sus cómplices en Los 7 Pilares (ultramarinos/aguaje reputado como el menos elegante pero más democrático del puerto)— . Fue en el primer cuarto del siglo antepasado, cuando el olor a pólvora y barbarie aún no se disipaba en el país. Un velero que traía un cargamento de chinos ilegales con destino a Mexicali, desembarcó a todos (un centenar) en un punto de la costa del golfo de California ubicado al sur de San Felipe. El miserable que hacía las veces de capitán les dijo que Mexicali estaba allí, al otro lado de las dunas. Los orientales iniciaron su caminata a través del desierto (que hoy se llama «De los Chinos») y murieron de hambre y sed. Actos de barbarie racista como éste eran comunes en aquellas épocas. Había poca diferencia en el alcto de matar a un perro o a un chino». El silencio meditativo que provoca la narración del yaqui es aprovechada por El Bolas, joven decidido y decidor; orgulloso habitante de El Calandrio: —Yo voy a contarles otra historia, más cercana. Es del mes pasado. Reeeesultaaa, que el otro día, un guajaquita (que resultó chiapaneco) me preguntó que si estábamos en la California. Yo le dije (algo se aprende en esta logia) que, sin duda alguna, ésta era la California original, la primigenia. En su medio español, el chaparrito me preguntó que si qué onda con los dólares, porque no los veía, ni a los güeros, ni a la Migra... En dos patadas le expliqué dónde estaba parado y entonces me soltó la sopa: a él y a otros veinte más se los habían traído desde la costa chiapaneca en un camaronero hasta Mazatlán (cobrandoles 7 mil pesos a cada uno), para luego embarcarlos con mucho misterio en un transbordador rumbo a «California». De La Paz se los llevaron en autobús a San Lucas y allí los pusieron a trabajar como peones en la construcción. Aunque les pagaban en pesos y nunca salían de los barracones en los que dormían, ellos no se hacían demasiadas poreguntas respecto de la geografía que pisaban, pues la paga era bastante mejor que en Chiapas. El caso es que, por meses, ellos se creyeron ilegales, y en aquella California. ¿Cómo la ven? —Está de creerse —sentencia el Viejo Chamán. Y los habituales en aquel mentidero dan por buenos ambos relatos. Total. Juan Melgar De arte y bellaquería «Pues qué tuvieron los mentados griegos aquellos, que a nosotros se nos hayga negado» —ruge enfebrecido, rencoroso, el energúmeno éste, mientras balancea su corpachón sobre el esmirriado taburete de la barra. A veces, las vociferaciones obran milagros. Sobre todo si las suelta un hombrón aparentemente tranquilo, que instantes atrás bebía silencioso, rumiando nadie sabe qué oscuros resentimientos familiares o qué pérfidas jugadas del destino en su contra. Pero no señor; el ropero viviente aquél anda mortificado por clásicas lecturas recientes, acerca de supuestos hechos ocurridos tres mil años atrás, y en Grecia. —¿El azul de los helenos mares y sus islas? ¿Y qué pero le ponen a este golfo verdeazulenco que baña puntas, calas, ensenadas, y rompe a veces brutal contra los farallomnes de la costa, o lame amoroso y cachondo sus arenas? Canta oh Diosa, la cólera del pelida Aquiles... !Me! A poco habrá sido menor el encabronamiento de Hilario ante las fantochadas de Fierro, allá en la Ribera (por cierto donde quedó). Tan misterioso el tal Homero ése que escribió La Iliada y La Odisea como el que compuso los versos del Cabo Fierro mentado, ¿no? —insiste, retadora, la descomunal bestia aquella mientras busca alrededor a algún suicida que lo rebata, tanto en sus evidentes conocimientos de literatura comparada como en su capacidad para quebrantar huesos enemigos. —A la Guerra de Troya le echo la inspiradísima Batalla de Los Divisaderos; y al angustioso regreso de Ulises a Ítaca, nada le piden las tribulaciones de mi general Ortega en su graciosa huida al norte peninsular... ¿Verdá que sí? Nadie con respeto por su pellejo se atreverá a objetar tan contundente argumentacion históricoliteraria, expuesta también con una seguridad que no admite objeciones, disidencias ni interpelaciones. Además, quiénes somos nosotros para oponernos: apenas pacíficos parroquianos llegados a este mugroso antro a gastar el escaso tiempo que le queda a este año y a este siglo y a este milenio pinchurriento. Huizapolítica De electricidad y lloros No hay aire acondicionado en Los 7 Pilares. “No

tiene caso” –afirman los parroquianos que a su sombra aterrizan buscando amparo a la calor reinante en la isla. La brisa y las ampollas heladas mitigan los sudores del infelizaje. — Somos afortunados –argumenta El Bolas, joven optimista de El Calandrio— porque tenemos dónde capotear la resolana; pero el resto de la perrada se las ve negras con la canícula golpeadora y criminal. ¿Cómo le hacen para aguantar los veranos? Si con un pinchurriento ventilador, el recibo de la luz llega impagable... — La Comisión Federal de Electricidad es un ente insensible, al que deberíamos obligar a compadecerse de nosotros –argumenta La Doñita—. ¿De dónde saca que nuestros veranos son benignos? Quisiera ver a sus ejecutivos camellando por la 16 de Septiembre a eso de las tres de la tarde, con la bolsa del mandado y arrastrando a dos críos hacia la cueva, con 40 grados y el termostato pegado... La tarifa que nos aplica es como si viviéramos en Cuernavaca. — Pues en Sinaloa, el Gobernador anda lurio, porque consiguió que la CFE le subsidie los veranos con tarifas alivianadas –informa El Juntabotes—. Lo mismo en San Luis Río Colorado, y Mexicali... Alguien debería interceder por nosotros, allá en las alturas. —Dios no se ocupa de minucias, amiguito –explica El Viejo Chamán yaqui— es en el reino de este mundo donde se arreglan tales asuntos. — A estas jerarquías me refiero. A lo mejor el Gobernador espera que una comisión de ciudadanos vaya a solicitarle su intercesión para, con su investidura, dialogue y convenza a la CFE de que la calor californiana merece un subsidio, un aliviane, una ayudita, qué se yo. Vivimos un estado de Derecho y seguramente van a hacerle caso. Otra es que pidamos ayuda a la Comisión de Derechos Humanos o a/ — Pues yo soy de la idea de que el que no llora no mama, y al llorido debes acompañarlo con argumentos de acero inoxidable, como hacen en San Mateo Atenco; no hay de otra –subraya El Bolas, con cara de pocos amigos. Poco acostumbrados a la violencia, los maitros habituales en aquel ágora no parecen apoyar la acción directa que propone el hijo pródigo de El Calandrio. Nomás pajarean buscando reacciones. El silencio cae sobre el aguaje más libertario del Pacífico y al repentino anarquista no le queda otra que apechugar, rumiando resquemores acerca de la mala pasta “de la que estamos hechos todos ustedes”. Ni modo. Afuera, la arena brilla y el chapopote reverbera inclemente en las calles vacías. El resto de la tribu en el puerto sestea como puede bajo el comal de los techos o a la sombra del tamarindo familiar, en sueños intranquilos, plagados de vahos y sopores. Qué calor. Juan Melgar De amores y cápsulas Atentos, los descamisados escuchan a este licenciado de sienes plateadas que cayó de repente por Los 7 Pilares en busca de oídos receptivos para un relato que trajo guardado por muchos años, como las viejas fotos sepia que atesora con imágenes de edificios, barcos y gente que vivió siglos atrás en la Antigua California. Difuminada por los vapores alcohólicos, la imagen del relato cobra forma: “Era una joven bellísima — me contaron—, a punto de casarse con el amor de su vida: un líder estudiantil de una de las federaciones que se disputaban el poder en la Guadalajara aquella de mediados del siglo anterior, cuando las armas automáticas salían a relucir por cualquier quítame estas basuritas. Las balaceras que se armaban habían convertido a La Perla de Occidente en campo de batalla. La sangre de los muchachos regaba las calles en una guerra absurda, alentada por políticos tan oscuros como sus intereses. En una de aquellas noches de cuchillos largos y vendettas fue asesinado el novio de la dama, y del golpe ella jamás pudo recuperarse. Se envolvió en una cápsula de la que jamás saldría, estacionada en los veinte años, pues con ya cinco décadas encima, vestía, se peinaba y actuaba como una joven rocanrolera. La hemosura de unos ojos verdes que iluminaban el óvalo moreno, dentadura perfecta, cintura breve, pechos enhiestos y caderas tentadoras eran atributos que hacían olvidar a cualquiera el anacronismo de su vestimenta y su “rara”, juvenil actitud. Gustaba de la ronda con nosotros, una tropilla estudiantil en la que era aceptada sin prejuicios. Cineclubes, conferencias, bailes, paseos a Chapala, desveladas en Tlaquepaque o tragos en donde ustedes quieran y manden; pero eso sí, sin excesos. Educada y elegante de gestos, sabía darse su lugar sin perder la alegría ni la clase. No estaba loca; no señores. Se había quedado atrapada solamente en una época feliz. Actuaba como si el novio viviera y anduviera por ahí en alguna maniobra, una grilla conspirativa y en cualquier momento, más tarde, mañana... lo vería. Fuimos sus compas durante los años de estudio y luego, cada uno de nosotros la dejó instalada en su cápsula del tiempo, para desparramarnos por el ancho mundo. Nunca la he vuelto a ver. A lo mejor todavía anda por ahí, rolándola, con otra palomilla, esperando la llegada de su antiguo, único amor. Qué hermosa era. Creo que cada uno de nosotros estuvo, secretamente, enamorado de Eva, la dulce Eva. ¿Qué habrá sido de ella?” La mirada del licenciado está en otra parte, fija tal vez en aquella silueta juvenil que, aunque haya muerto, vive todavía en el recuerdo de este hombre maduro y en el de otros que, como él, jamás la olvidarán. Ninguno en Los 7 Pilares interrumpe aquella ensoñación. Todos lo acompañan en la evocación. ¿Cómo no hacerlo? Hay Evas así. Huizapolítica De quebrantamientos y cimarronadas «No fueron hombres comunes los californios primigenios. Además de pintar murales gigantescos en cientos de farallones, cuevas y acantilados, dejaron pocas huellas materiales de su paso por la tierra. Estarían muy ocupados en la tarea de vivir. Los exploradores y fundadores de las misiones, a su vez, resultaron seres excepcionales, dotados de un espíritu de sacrificio único y de una gran capacidad de trabajo. La tarea de conquistar a los californios para utilizarlos como materia prima en la obra evangelizadora y en la edificación de un Estado autárquico que pudiese alimentar a todos, forjó y templó el nervio de aquelloss padres misioneros y de la gente de razón que los acompañaba. A los aborígenes, aquel Estado les quebrantó el alma primero; luego les rompió la existencia nómada y libertaria, para finalmente exterminarlos. A pesar de la intención original de Kino, Salvatierra, Ugarte, Bravo, Del Barco y otros gigantes del proyecto encaminado a inyectar en la mente de estos buenos salvajes la palabra del Dios de los cristianos, en la conquista de California ayudaron —y mucho— el látigo, la prisión y la muerte sin juicio legal. Acostumbrados a la leyenda blanca tantas veces repetida acerca de la bondad de los padrecitos misioneros, hemos obviado o desoído los testimonios que hablan del rechazo indígena a los nuevos dioses y costumbres, y de la brutalidad ejercida por los religiosos o sus ayudantes armados, no tan numerosos como eficientes en el arte de quebrantar huesos y espíritus cimarrones. Es que, en ocasiones, consumimos por inercia lo que los historiadores nos dicen, sin pasarlo por el tamiz del razonamiento. Pereza obliga. Algunos santos varones de la Californiada no lo han de haber sido tanto. Cuántos habrán hecho sus ahorritos con el Fondo Piadoso. Otros habrán mandado azotar y aun matar a los insumisos mal aconsejados por el torpe deseo de ser libres. Malpensado que resulta ser uno, a veces». La reflexión que el Viejo Chamán yaqui ha dejado caer sobre el resto de los ganapanes reunidos en Los 7 Pilares, a todos deja pensativos. Nada más incómodo que un indio «vivo» argumentando hipótesis fariseas acerca de los indios muertos. Juan Melgar De cromosomas y pericúes «Tengo la clave del misterio pericú» —díjoles, alborozado, El Parara a sus compas en Los 7 Pilares— . Me acabo de enterar que hay un factor genético común en los indígenas americanos, que podría ayudar a ubicar el origen de los pericúes peninsulares...» La noticia no cayó en terreno fértil. Sería la cruda, o la preocupación por lo que comerían ese día los descamisados, lo que impidió que el maestro fuese bombardeado con cuestionamientos acerca de tema tan trascendente. Sólo uno de los compas reunidos en el aguaje encaró al gurú y, al tiempo que levantaba lentamente los párpados hasta la mitad de los globos oculares, le espetó un cansino, aburrido, desinteresado: —¿Y...? —¡Precisammente! ¿Tú también leíste el artículo? Escuchen: «En algún momento posterior a la llegada del Homo sapiens al hemisferio occidental hace 15 mil ó 20 mil años, ocurrió una mutación genética de extraordinaria rareza en un hombre que engendró un varón. El resultado fue que el Cromosoma «Y» del hijo, habitualmente una copia exacta del cromosoma paterno, presentaba algunas diferencias. Hoy, las investigaciones revelan que aquel hijo se convirtió en un «Adán» nativo americano, pues casi el 90 por ciento de los indígenas del continente comparten esa marca genética, desconocida en otras poblaciones masculinas» —¿Y...? —Pues que si los pericúes llegaron a California navegando el Pacífico, como afirman algunos estudiosos, la inexistencia del factor raro en su Cromosoma «Y» podría ayudar a confirmar aquella teoría... — ¿Y...? —Que es bueno conocer más e ignorar menos acerca de nosotros. Los pericúes eran diferentes al resto de los antiguos californios, y sabían navegar, pescar, bucear... El problema va a ser encontrar un pericú puro, sin mezcla, que confirme o eche al suelo mi tesis. ¿Conocen ustedes a algún pericú? La cofradía no estaba ese día para enfrascarse en discusiones antropogenéticas. La posible paridad del peso frente al dólar; las extrañas declaraciones del Sup-Marcos respecto de los ultras de la UNAM; la calma chicha que imperaba en los mentideros sudcalifornianos y la política cada vez más conservadora de la alta burocracia chollera ocupaban el 45 por ciento de sus neuronas. El resto de ellas nadaba en alcohol, como dándole la despedida al calor del verano y la bienvenida al calor del otoño. ¿Pericúes? ¿Cromosoma «Y»? No jodan. Huizapolítica De poder y soliloquios “Estos tres años se me han ido como el agua. Apenas si he tenido tiempo de reflexionar acerca de los que hemos podido concretar en estos mil ciento veintitantos días. Porque así es esta responsabilidad: es tan intenso el esfuerzo diario de atender audiencias y desahogar la agenda, que quedan escasos ratos para masticar, para rumiar lo hecho y poder sacar en claro lo que ha quedado pendiente, lo que se pospuso de acuerdo con las prioridades de El Proyecto en el que estamos embarcados. Yo creo que ahí la llevamos; que no le estamos quedando mal a la gente que confió en nosotros para que encabezáramos esta fórmula ganadora (Qué chinga les pusimos). Si no hemos hecho más es porque no han faltado los atolondrados que atoran la marcha del carro, y he tenido que hacer algunos altos no previstos para echarlos a la cuneta. Ya van varios... Y a lo mejor tengo que desembarazarme de otros tantos... Porque hay ratos en que me sacan el tapón con sus carencias, esas que dan pie a que los enemigos del Proyecto me ataquen, señalando lo mesteño, lo silvestre de mi equipo.. ¿Y de dónde querían que sacara genios? Los politólogos y administradores públicos no se dan en maceta. Cuando fui alcalde pude darme cuenta de que el tiempo, desde el poder, tiene otra dinámica, otro ritmo: no alcanza para nada, por más que planees y diseñes. Conste que no me estoy justificando

ni poniéndome el guarache... Lo que pasa es que desde que cruzamos los primeros mil días del mandato me he empezado a poner medio nervioso, porque eso significa que me queda ya menos tiempo para afianzar El Proyecto, darle continuidad con los amarres al candiadato a sucederme. Me desespero a veces con los cuatro que traigo anzueleados, cordeleándolos... Los cuatro están convencidos de que son “mi gallo”. Y así debe ser esto: traerlos mareados, convencidos cada uno de que es el elegido. Es un perfecto sistema de control; probado durante setenta años... Aunque no falta el que se quiera salir del huacal y tascar el freno, emberrinchado. Y es ahí donde hay que hacerlos entrar en la andadura, o de plano mandarlos mucho rumbo a que hagan su lucha por otros tastes; pero eso sí, del Proyecto se van y quedan como enemigos, a los que se les trata sin contemplaciones, como víboras traidoras que son. ¿Pues qué querían? La verdad, no disfruto haciendo cortadero de cabezas, porque soy noblote y a mi gente, a la que se ha acercado, la quiero. Pero alguien tiene qué hacer el trabajo ingrato, y yo soy la cabeza, el que decide quién sí y quién no. Bueno, a veces sí lo disfruto (no voy a hacerme el santo; no me está) pero ésa también es mi potestad. Los que nunca llegarán al poder dicen que éste corrompe. No es cierto: yo sigo siendo el mismo hombre sencillo y franco de siempre, de pueblo, pues. No se me ha subido el mareo porque no soy vanidoso; estoy bien ubicado y capacidad me sobra... Lo que me está haciendo falta es el tiempo, el tiempo, el tiempo...” Juan Melgar De licencias y otras nimiedades El sol está a todo lo que da en el Puerto. Lo mejor de cada casa ha buscado refugio contra sus rayos matadores en el ágora más reputada como libertaria y auténtica en la costa occidental del Pacífico, desde el Estrecho de Magallanes hasta el de Bering, (en cerrada competencia con el Hussong´s, un antro de Ensenada, y con El Orgullo de Chiloé, un barecito de pescadores encaramado en los cerros de Valparaíso...) (¡!) ¿En qué estábamos? (Estas digresiones... Ha de ser la calor) ¡Ah! En que el infelizaje se protege de la resolana bárbara y de los vapores criminales que el semidesierto exuda después de las aguas, cuando El Juntabotes hace una declaración enfática (sin darle el crédito correspondiente a Carlos Fuentes): — En este país de muertosdehambre todos necesitamos un asa. Y ser licenciado es el asa que permite levantar la tacita. Los teporochos, maitros, catarrines, desempleados, defenestrados del Proyecto, buscavidas, lumpemproletarios, multichambas, cagatintas, poetas, reporteros sin fuente ni medio y perrada de similar jaez, catadura y posición social, dan pujidos de asentimiento ante la sabiduría contenida en la frase contundente que el Zar del Aluminio Recuperado les ha dejado caer como proyecto de conversación y, —si hay suerte— puede que hasta de polémica. Y parece haberla, pues El Bolas, joven arrojado de El Calandrio, se deja oír. — Eso no es cierto. Conozco decenas de licenciados, maestros y hasta doctores, que no tienen poder económico ni político y que trabajan para la comunidad por un sueldito. Ellos no están interesados en el poder, sino en el saber, que además transmiten al resto. — ¿Y en qué país viven tales licenciados? –quiere saber El Juntabotes que, sin esperar respuesta, bebe de su forjada como si tocara la trompeta, escandaloso y vulgar en el górgoro. — En la UABCS –responde El Bolas, orgulloso de su alma madre— la única universidad que por estas resequedades existe. —Qué... ¿las otras no son? –inquiere el Jeque de los Botes Churidos. — No. Son negocios. — Pero aparte de la universidad; más bien: fuera de ella, los licenciados hacen su agosto y de las suyas: a donde voltees te encuentras uno; a donde vayas te brota uno y otro y otro –insiste el Amo de los Cilindros Apachurrados— son una plaga. —Supongo, mijito, —tercia el Viejo Chamán yaqui— que te refieres a los abogados, los que interpretan los códigos, pican pleitos, desfacen los entuertos de los ricos y, algunos (escasones), ayudan a la gente pobre con sus conocimientos. Porque la licenciatura es un grado académico que el universitario obtiene cuando aprueba los cursos que exige una facultad o escuela, y de esas hay una que otra, hasta en turismo, diseño, y un larguísimo etcétera. — El caso es que este mundo es de los licenciados, y el que no lo sea, carecerá de asa para beber en la tacita del poder. ¿Cómo la veis? –reta El Juntabotes y vuelve a beber groseramente de la ampolla ámbar. La cofradía de tránsfugas de la posmodernidad no opina ya. “No tiene caso”, se consuelan, y vuelven a lo suyo: rumiar, con la neurona en ceros. Huizapolítica De cultura y temas La plática no se acaba en Los 7 Pilares, aguaje mal visto y peor tratado por las autoridades y la “gente de razón”, pero muy bien visto y mejor apreciado por el infelizaje porteño, esa masa creciente de desempleados que devienen en teporochos a los que les da por filosofar, por hablar pestes del gobierno local (Leonel); nacional (Fox) e internacional (Bush), y por contar mitotes varios e intrascendencias mil. Esta tarde es de miscelánea: se ha hablado de asaltos (tarifas de la CFE; venta de El Mogote; boletos de cine; costo de tiempo-aire en celulares) de amenazas (huracanes; huelga de petroleros; destape para lo que sea de candidatos impopulares;) y hasta de la calor que nos trae hervidos y sarazos. Ha de ser La Doñita, ama de casa respetada entre la runfla de ganapanes, la que centre la chorcha sobre un tema no muy socorrido: —Ya era tiempo: el Festival Internacional Cervantino va a enviarnos en octubre algunos de sus espectáculos a La Paz. Es de lo mejorcito que se puede ver y oír en este país, cada año. ¿No es maravilloso? –pregunta emocionada a la tribu, que se queda patinando, insensible y fría, con cara de “¿Y?” — Es una gran oportunidad para que apreciemos las propuestas artísticas de otros países, otros modos de ver el mundo y la vida... Qué: no me vayan a salir con la tontera de que pertenecen al grupo zuato de los que se conforman con la frasecita de “A mí lo mío; que otros prefieran lo extranjero...” ¿Con qué parámetros se puede calificar el arte local, si ignoramos lo que otros hacen en otras regiones, en otros países? — Pues a mí me gustan Los Huizapoles –declara, retador, El Bolas, joven intelectual de El Calandrio— y la música ranchera y el rock que hacen los artistas cholleros; pero no le haría el feo a la ópera ni a la danza moderna, y menos aún a los Entremeses Cervantinos que cada año ponen en las plazas de Guanajuato. Por mí, que se dejen venir. La bronca va a ser de billetes... ¿Cuánto tendremos que pagar para ver aquello? — No debiera preocuparte tal asunto, mijito –tercia El Viejo Chamán— pues eres fino para colarte sin pagar en todos lados. Además, si le bajas al consumo diario de forjadas puedes ahorrar una feriecita, que podrás depositar en las taquillas del teatro o donde Gavito el culturero haya dispuesto que tales espectáculos se presenten. Como el tema no parece prestarse para el debate acalorado, la mala leche y la crítica sulfúrica, lo abandonan para regresar a las miserias de la nota roja (curas pedófilos; ahorcados; “El Cortado” que asustó a Mandito en el Malecón; los giros negros de los políticos; las escaramuzas entre los actuales y los anteriores...) o para estacionarse en la holganza compartida, ese pasatiempo en el que somos tan duchos como solidarios. Qué tiempos. Juan Melgar De Octubre y Dos No se olvida, treinta y cuatro años después. Una generación de jóvenes mexicanos fue tronchada por el acontecimiento brutal. La muerte física de centenares de ellos en la plaza tlatelolca duele aún a los miles de sobrevivientes: a los actuales zombies que fueron vacunados contra la participación política organizada y a los que decidieron seguirla en los partidos, en los sindicatos, en las organizaciones no gubernamentales. No se olvida. ¿Cómo podría? Falla brutal del sistema político autoritario de partido único que inició con la cruel orden la separación histórica: antes y después de Tlatelolco. Duró mucho tiempo el miedo. La juventud volvió a salir a las calles de la capital sólo años después, temerosa siempre de la reacción del gobierno ante las manifestaciones de un espíritu de revuelta que había permanecido latente, soterrado, aterrado. Otros, los menos, valientes y desesperados, nutrieron grupúsculos clandestinos que se dieron a la venganza y al hierro que mata e hicieron brotar, otra vez, la represión gubernamental sangrienta con sus grupos paramilitares de asesinos con licencia. Una tarde-noche como hoy de hace millones de años, jóvenes amantes de la democracia, la justicia y la verdad, se habían reunido para deliberar en asamblea de libres lo que harían para obligar al aparato estatal (de un solo hombre-bestia) a cumplir sus inocuas demandas. Las balas del Estado Mayor, del Hermano Mayor, cayeron sobre los inermes y sobre los armados de uniforme que los cercaban ominosos. Una tarde como ésta, un Dos de Octubre de hace millones de años... Para aquel monstruo era asunto de Estado sofocar la algarada comunista que amenazaba la celebración de la Olimpiada, y a sofocarla se dio. Los muertos, los desaparecidos, los torturados, habrían de ser parte de una contabilidad torcida de números prescindibles ante la posibilidad del fracaso de la gran fiesta universal del deporte. Habrá quienes nieguen trascendencia a lo sucedido en aquella plaza gris. Dudarán que la matanza haya marcado la historia nacional con un parteaguas. Pero quienes participaron como víctimas propiciatorias no pueden olvidar sin traicionarse. Tampoco los que dispararon. Ni los que dieron su consentimiento cómplice a la orden del Supremo y que hoy están siendo juzgados. ¿Genocidas? Tal vez el término no encaje en la tipificación jurídica de su conducta criminal, pero ésta está siendo exhibida. Hubo jóvenes muertos en aquella plaza. Los que de ella salieron aterrorizados han vivido quebrados. ¿Quién puede criticarlos por insistir en la memoria, por revivir, por reavivar la brasa masoquista del dolor? Hay fechas para el luto y la recordación. Esta es una de ellas. Huizapolítica De policías y ladrones No está en sus cabales El Juntabotes. La ira sorda que le brota de lo profundo de su almita burguesa lo ha transformado. La tribu reunida en este templo de la palabra libre y de la idea libertaria que se hace llamar Los 7 Pilares está sorprendeja ante la rabia que transpiran las frases entrecortadas del self made man chollero: —No me había alejado yo mucho de este antro. Iba entonadón (no lo voy a negar), pero no llevaba la ballena en la mano, sino en el cerebro y en el torrente sanguíneo... Calladito, iba yo, pensando en lo escasos que se ponen los taxis a esas horas de la madrugada en el puerto, cuando se me arrimó la unidá S40 y de ella bajaron una bola de sujetos uniformados que me apergollaron de volada y me cachondearon toditito. “A ver qué traes... mil trescientos... mil pa nosotros y trescientos pa ti” me dijo el más gandalla entre ellos. Yo hubiera esperado que, tras el robo, me llevaran a mi cueva, de perdida, pero ni madres: me condujeron en su unidá a la Comandancia Pueblo Nuevo y allí me dejaron hasta que el sol estaba alto; otros allí me cobraron ciento cincuenta pesos de multa y me dieron la libertad. —¿Y de qué lo acusaron los cuicos, maitro? –pregunta El Bolas, joven suspicaz de El Calandrio— . ¿De escándalo en la vía pública? ¿De hacerse del uno y el dos a la brava? ¿De insultar con malos modos y peores maneras a la autoridad? ¿De traer entre sus ropas un polvito blanco similar a la coca o una yerba verde parecida a la mota? ¿De qué, maestro..? — De ebriedad. — Me va a perdonar, amigo Juntabotes, pero ése no es un

delito, que yo sepa. Es una actitud ante la vida, nomás. — Eso creo yo también. Pero los policías me detuvieron, me robaron mil pesos; no: mil ciento cincuenta pesos, (con la “multa”) y –lo que duele, de veras— me humillaron. Faltaron al respeto, en mi persona, a toda la ciudadanía porteña, con su exacción vulgar y su grosero trato a este californio adoptivo, amigo de Fox y firme creyente en la democracia. — ¿No lo habrá soñado, camarada Juntabotes? –ironiza desde su pilar Carambuyo Bill—. Porque, que yo sepa, la policía paceña es incapaz de tal atrocidad. En Tijuana o en el Deéfe, se lo creo. Aquí no. ¿Cómo, pues? — Bien pensado –señala el Zar del Aluminio Apachurrado—, creo que nuestro fronterizo amigo tiene razón. ¿De dónde carajos saqué yo que un grupo de cumplidos agentes del orden me hubo humillado esta madrugada, a la salidita de Los 7 Pilares? Esto aquí no sucede; qué va. Pero por sí o por no, tengan cuidado al salir de este aguaje, no vaya a ser que se encuentren con la S40, o con el Grupo Táctico, o con los federales en misión especial contra la delincuencia organizada, o con un rondín de sobrevigilancia del Ejército, o, en el Malecón, con una pareja de marinos que cuidan de las buenas costumbres y la moral en las playas... Exagerados y eternos inconformes como han sido siempre, los cabecitas negras se unen al Jeque de los Botes Churidos para hacer una larga lista de autoridades con las que el espíritu libertario de lo mejor de cada casa en el puerto ha de luchar cada día, sin faltar uno, para mantener su integridad. Qué ondas. Juan Melgar De entripado y cura La hipérbole de Adela Micha ha dejado de escucharse en Los 7 Pilares, por instrucciones precisas del Ultramarinero, haciendo eco de las protestas del infelizaje, harto ya de oir a la esbelta conductora repetir los clichés: “Esto es casi el paraíso” “Este cielo estrellado no tiene igual” “¿Habían visto un amanecer como el que está a mis espaldas?” “El mar es sublime” etcétera. La tribu ya no le cree ni el bendito, a nadie. Por eso pidieron que se apagara la tele. —¿Qué ganamos con tanta flor? –se queja El Bolas, joven (hoy) pesimista de El Calandrio—. Los elogios no dan de comer, ni ayudan a pagar los recibos de la luz y el agua. La Paz, sus atardeceres, sus amaneceres, sus aguas cristalinas y sus blancas arenas me andan valiendo gorro. ¿A ustedes no? Los ganapanes reunidos en el Hyde Park mesteño no responden, respetuosos de la mala vibra, del entripado que le corroe la víscera al calándrico prohombre. Intuyen que el muchacho viene envenenado con las deudas, y la tensión nerviosa le hace andar de hocicón, diciendo cosas que en verdad no siente. —¡Cómo no! –insiste El Bolas—. Trasladan su noticiario a estas resequedades y se la pasan hablando lindezas de lo que ven: pura escenografía de lujo, hoteles caros, langosta, jacuzzi, campos de golf... Y uno acá, jodido, nomás volteando pa los lados a ver quién se descuida o quién le tira a uno con un jalecito más o menos... ¿No? Instalado en una posmoderna lucha de clases que pocos reivindican desde el truene del Muro de Berlín, el extrailero sigue vociferando contra: los medios electrónicos; el gobierno perredista; el gobierno panista; la oposición priista; las sectas religiosas, los sordomudos que piden coperacha en los semáforos en sorda (cómo no) competencia con los payasitos-malabaristas importados; el agua purificada de a mentiritas; los legisladores que afirman haber dinamitado la NOM 029 sin ayuda; los caballos de... Cuando se harta de quejas y empieza a sollozar y a gemir como perro apaleado, El Viejo Chamán yaqui le tiende una forjada nuevecita, sin pecar, y le anima al trasiego: —Asina mijito, asina... Todititita, para que te calmes y vuelvas a ser El Bolas de siempre: muchacho echao palante, animoso y enamorado de este territorio de llanuras infinitas, noches estrelladas, coromuelitos vivificantes e historia singular. Mira, te voy a contar de la vez que Don Gastón Vives me contrató para que le fuera a trabajar un placer de conchaperla que yo había encontrado en la Punta Norte de Cerralvo; bajito: a diez brazas. Reeesulta, que La Armada se componía de cuatro chalupines muy marineros... Las historias antiguas del anciano brujo han tenido siempre la virtud de calmar enyerbamientos anímicos, así como de despertar la imaginación y el espíritu de aventura del infelizaje, que se monta en el fraseo grave y musical de este indio duro y memorioso, que tanto ha visto en estos escenarios californianos: los mismos, pero diferentes. Huizapolítica De visitas y ganancia «Ser ombligo del planeta es importante» –declara El Juntabotes ante sus compas en Los 7 Pilares— . Más de dos mil periodistas van a venir a Los Cabos a cubrir la reunión de la APEC, en la que estarán una veintena de jefes de Estado, acompañados de sus ministros de finanzas y asesores varios. Esto es trascendente, porque los ojos del planeta van a estar fijos en nosotros. El infelizaje reunido esta tarde en el ágora de los sin remedio miran al Zar del Aluminio Apachurrado sin verlo realmente, y lo escuchan apenas. Tienen tantas broncas inmediatas encima que no disponen de tiempo ni esfuerzo neuronal para dedicarlo a la tal APEC. Eso parece. —¿Se imaginan la cantidad de changos influyentes, prepotentes, que van a circular por aquellos dos míseros pueblos? –hace ver el Carambuyo Bill, ente fronterizo que de cumbres y reuniones macro sabe el resto—. A ellos agréguenle a sus guaruras, más los guardias de seguridad de cada gobierno... —Pérense –tercia El Bolas, joven oportuno de El Calandrio— y súmenle al Estado Mayor Presidencial, la Policía Federal, los marinos de la Armada y hasta los cuicos de Santiago y Miraflores, que van a “quedar encuartelados” y listos para entrar en acción ante cualquier intento desestabilizador de Osama Bin Laden, el Ejército Rojo de Liberación de Lo Que Sea, el Al Fatah, Septiembre Negro en Octubre, o los fedayines... Aquel rumbo va a oler a polecía que va a ser un contento. —Pues yo creo que a los cabeños no va a importarles la incomodidad de los retenes, de las revisiones, del cachondeo, de la mirada vigilante de los agentes de inteligencia y contraespionaje, ni tampoco los cercos que van a tenderse alrededor de los jefes de Estado, aunque entre las espuelas se lleven a uno que otro cabeño despistado –afirma El Juntabotes—. “Es por el bien de todos”. —¿De todos? —interrumpe El Parara— esas reuniones no son más que turismo gubernamental en las que los señorones vienen, leen unas tarjetas frente al micrófono, se emborrachan con tragos caros en sitios exclusivos y se van al día siguiente dejándonos colgados con la cuenta del hotel, las langostas, la fornicación y los tragos. Nada bueno van a dejarnos. Sólo la cruda de sabernos habitantes de un estado empobrecido dentro de un país subdesarrollado, que agasajó regio a cinco mil gandallas entre gobernantes, asesores, policías y periodistas. ¿Qué ganamos? ¿Los ojos del mundo en Los cabos? ¡Uta, qué honor! La retahila quejumbrosa de El Parara es escuchada apenas por la tribu, ocupada todavía en encontrar solución a su jodidez inmediata: renta, luz, agua, comida, Monte de Piedad, forjadas... Juan Melgar De religión y fueros Normalmente poco dados a leer la prensa diaria, los pelafustanes que aterrizan por Los 7 Pilares rodean este mediodía a El Juntabotes, que con pose grandilocuente lee al resto: —“...Pero tampoco la prensa tiene fueros. Ella debe ser honesta, atenerse a la verdad y manejar su información con objetividad, apego a la realidad y con respeto a los legítimos derechos de las personas (...) He escuchado de fuentes anónimas que El Sudcaliforniano es un periódico corrupto (...) porque ha prostituido la información y se vende al mejor postor...” El Jeque de los Botes Churidos hace una pausita para enjuagarse los belfos y para calibrar el efecto que su lectura causa entre los cabecitas negras, pero estos no dan muestra de sorpresa. Lo han escuchado atentos, y siguen en espera de la “sacudida” que el Zar del Aluminio prometió darles con el asunto. —¿Y? –pregunta a la bolita de compas que lo rodea—. Está pesado lo que les dice, ¿no? — Más o menos –responde El Parara— pero sigo sin ver la novedad. — Pues resulta que el acusador es nada menos que el señor Obispo de esta isla, indignado porque en el diario ése ponen a su gente de La Ciudad de los Niños como abusivos y les llaman “cerdotes”. — Pues se están echando encima un enemigo de cuidado –afirma el gurú de los sin tierra— Las opiniones de los obispos pesan. Cuando los religiosos agarran una causa... Y es que como andan sobrados de tiempo, y la comida y el hospedaje no les falla, pues en algo tienen que ocuparse. Ya ven el desmadre que le armó el Ayatola Jomeini al Sha de Irán... Lo hizo garras. — Ese ejemplo no vale –interviene La Doñita—porque aquellos religiosos son fundamentalistas, cerrados, reaccionarios, bárbaros, sádicos, primitivos, intransigentes, y este obispo dicen que es buena onda. —¿Quiénes lo dicen? –quiere saber Parara. — Pues por ahí, algunos –defiende El Juntabotes—. Bueno: y usted qué se trae contra el amigo Obispo... ¿Le hizo algo? o qué... Ah, no me acordaba que pertenece usted al gremio de los jacobinos; de los que consideran que la Iglesia no debe participar en la grilla del reino de este mundo. Un día de estos voy a invitar al Obispo y a dos que tres jesuitas para que vengan a este antro miserable y los pongan de vuelta y media, a usted y a la runfla de descreídos que le dan por su lado. Sonrisitas y sendas libaciones de la confraternidad de librepensadores, ateos, montañeses, agnósticos y racionalistas de medio tiempo, rubrican la amenaza jovial que el más chabacano de los hombres de empresa porteños (y Amigo de Fox) ha dejado caer en Los 7 Pilares, aguaje mísero y tolerante que ha hecho suya una frase parisina de Mayo del 68, misma que cuelga del caballete central de la ramada: “Prohibido prohibir”. Huizapolítica De pesca y ecocidio “Cuando la tecnología con sus frías máquinas interviene en la pesca, ésta se pervierte y se vuelve contra el hombre, pues afecta al dios dador, a ese generador de toda la vida en el planeta, que es el mar” –advierte El Viejo Chamán yaqui a la broza reunida en el ágora de los sin plusvalía: Los 7 Pilares. La runfla de bellacos y malvivientes de diverso pelaje que constituyen su público lo escuchan atentos, con una mezcla de afecto y respeto por la sapiencia que siglos de vagancia le han echado encima. —No es lo mismo pescar tiburón fisgándolo en los lomos con el arpón de lengüeta, o cordelearlo con piola de algodón trenzado y anzuelo noruego de acero templado, que cogerlo por toneladas, en palangres de muchas millas y miles de cebos, para subirlo luego a grandes barcos fábricas. Esto es vileza, asesinato y crueldad. Lo otro era aventura, lucha de igual a igual, en la que bestia y hombre probaban su fuerza, su instinto y su inteligencia para sobrevivir. ¿Ya les conté? Conocí a un viejo pescador que salía cada mañana a pescar en la Corriente del Golfo... —Sí, ya nos lo contó, abuelo –interrumpe Carambuyo Bill, el fronterizo viajado y leído— pero antes, ya nos lo había contado un gringo de apellido Hemingway... —Mira pues; qué casualidad –se defiende el brujo—. Entonces volvamos a lo de la pesca en alta mar, que dá más penas que satisfacciones a la humanidad, pues no alimenta al pobrerío, sino que convierte los peces en harina para engordar puercos. —No me va a decir que está contra la pesca del atún y contra la flota de Ensenada, que es orgullo nacional –interrumpe El Bolas, orgullo de El Calandrio. —Me gustaba la pesca

de atún cuando se hacía con vara de bambú y anzuelo, palanqueando en la borda del atunero y sacando aquellos animalazos de cien kilos con un jalón poderoso del brazo y la cadera; así, miren: asina. Salíamos de Ensenada y buscábamos la mancha de atunes en las Revillagigedo o más abajo, en las Galápagos. Meses después regresábamos con las bodegas repletas a San Lucas, donde nos recibía el producto la empacadora de Elías Pando, creo... Ya ni me acuerdo. Las borracheras que se armaban en el pueblo y los pleitos con los atuneros gringos eran la diversión... Pero esa vida ya se acabó. Ya no hay aventura ni torneos de destreza, sino palangres y redes agalleras asesinas que todo matan. —Pero eso se va a acabar con el rechazo que todos le hicimos a la mentada NOM 029, abuelo – informa El Bolas, joven bien pensado de El Calandrio. — No me digas, mijito –responde el yaqui de la Alta Pimería, con una mirada indescifrable—. No me digas. Decae el ánimo entre el infelizaje ante el mutismo en que cae el anciano éste que ha vivido centenares de vidas como pescador, cazador, huellero, aguador, flechero, buzo perlero, ballenero, combatiente en varias guerras, marino, trotamundos, brujo tribal, minero, chamán y actualmente voz cronicante en el aguaje menos respetable pero más auténtico del Pacífico. Juan Melgar De visita y sorpresa Un vientecillo fresco, anunciador de que el Kena anda rondando, ha empujado al infelizaje porteño a buscar refugio en su logia favorita; el único antro donde no son vistos como gentuza: Los 7 Pilares. Allí, alrededor de las vetustas hieleras y de la plática que a veces se arma, los cabecitas negras la van pasando, sin sufrir los calores veraniegos ni la fría mordedura de las collas. Esta tarde, cuando más entretenidos están contando charras, aparece en medio de la ramada un maitro bien vestido; ni alto ni chaparro; ni delgado ni robusto (medio colorado, eso sí), que alza la cara y dice (con voz entre gangosa, nasal y ríspida): —¡Vengo a ver al Maestro! Todos voltean sorprendidos hacia el recién llegado, como no creyéndolo, y luego hacia el cuarto pilar, donde se estaciona normalmente El Parara, pero el güero no parece estar interesado en el gurú del pobrerío, sino en el indio flaco y correoso que yace enyagualado en el último pilar: El Viejo Chamán yaqui. —Qué se te ofrece, mijito –le dice el anciano, sin mostrar sorpresa alguna—ya hace rato que no te veía... Los parroquianos siguen con la bocota abierta, viendo con cara de ¡no puede ser! al maitro, y luego al Chamán, que ha invitado al otro a sentarse a su lado en el tronco de colorín. —Es que no había tenido tiempo... Todos los campitos me los roba El Proyecto, o los problemas de aquí y de allá; ya sabes: todos quieren ser atendidos, como si su asunto fuese el único que importa. Y ahora hasta mi gente me empieza a causar molestias. Se soltaron los diablos de la sucesión y me la he tenido que pasar conteniéndolos; dándoles por su lado a los tres o cuatro con más posibilidades y haciéndoles creer a cada uno que es el elegido por la historia y por El Proyecto. La verdad es que está flaca la caballada; ninguno me llena el ojo; ninguno va a llenar mis zapatos... ¿Verdá? —Andas mal, mijito. Siempre fuiste vanidoso y creidón, pero tu seriedad impedía que se te notara tanto. ¿De dónde sacas que ninguno de tus discípulos puede llenar el vacío que vas a dejar? Es cierto que la caballada anda estragadona y matalota, pero este es mal del país: para donde voltees no encuentras líderes carismáticos. Pero con estos güeyes, mijito, con estos güeyes (los tuyos o los de enfrente), va a tener que ararse la isla, para levantar cabeza y conquistar el futuro desde hoy; trabajando duro. Pero no hay que hablar de eso. Te siguen gustando los caballos, según dicen: ¿para montarlos, o para apostarle a sus patas? No; no me contestes, que ya sé la respuesta. Tampoco te pregunto a qué has venido, porque también lo sé: quieres plática; no consejos, porque sigues siendo el mismo sobradito de siempre. ¡Palomilla! Las forjadas corren por cuenta del amigo aquí presente, al que todos ustedes seguramente conocen... La tribu completa se deja ir hacia las hieleras, donde El Ultramarinero destapa una tras otra con celeridad, pensando que El Proyecto da para todos, y que la economía está empezando a componerse. En el séptimo pilar, el brujo de la Alta Pimería sigue hablando con su visitante, sin aspavientos, como dos viejos amigos, por varias horas, hasta que suena el celular del güero y éste sale a la calle polvorienta, donde una Suburban reluciente le aguarda. La polvareda nomás deja, y la cara todavía sorprendida del infelizaje. Huizapolítica De vicios y reportes “Dónde se conecta –pregunta el clandestinísimo reportero de Televisa al puchador aquél que espera clientes en la calle principal del puerto y que contesta de volada de cuál quieres y ya se hizo la machaca. La cándida cámara con el ojo abierto al máximo capta los escarceos cuasiamorosos que se dan entre el que tiene de aquellito y el que lo quiere probar, para probarle a todos que no sólo en el Deéfe se merca droga, sino que en este rinconcito de la patria puede conseguirse de la buena y de la mala, cuestión de gustos y de capacidad de compra... El caso es que uno esperaría que cuando llegan los noticiarios de la tele a transmitir en vivo y en directo para el planeta, desde Los Cabos o desde La Paz y Loreto, van a decir las lindezas de esta tierra; enfocarán sus lentes a los atardeceres y las playas de ensueño y la vida salvaje y la ruta de las misiones y la gesta heroica de los padrecitos que vinieron a fundarnos la patria y a acabar con los indios a fuerza de tanto quererlos y la chingada; pero no: enfocan la lente sobre nuestros vicios, nuestra cara fea y sucia y corrupta, y eso no se vale...” El parlamento aquel le sale a El Bolas de una sola vez, sin pausa alguna. Tal es su santa indignación y molestia contra Azcárraga, Televisa, el Güero López Dóriga, la Adela Micha y el Kourchenko, quienes a su juicio ya ni la... burla perdonan. “¿Qué es eso de balconearnos ante el planeta entero como unos mugrosos vendedores de droga, cuando hay tanto material en estas tierras para mostrarlo con orgullo?” —insiste, dolorido, ante sus compitas en Los 7 Pilares, aguaje semicladestino de gran tradición en el bajo mundo porteño. Los descamisados lo comprenden y sienten en su carne y en su espíritu la mortificación que aqueja al Orgullo de El calandrio. Bueno, casi todos. Ha de ser Carambuyo Bill, el fronterizo, quien discrepe: —¿Y tu crees que los reporteros inventaron las escenas? No me vas a decir que lo que reportaron: puchadores ofreciendo coca, cristal o mota, a pleno sol en San Lucas y chavas prostituyéndose en cantinuchas piojas en La Paz; eso no sucede en este paraíso. Ya hemos hablado bastante al respecto: el turismo trae divisas, sí; pero viene acompañado de vicios. Los viciosos necesitan quién los surta, y los surtidores necesitan de la colaboración de los policías y de sus jefes inmediatos; y todos requieren del apoyo de políticos que se hagan de la vista gorda para que el dinero de los géneros negros corra por aquí y por allá, salpicando a unos y a otros, sin remilgos ni melindres. Así funciona el asunto de la corrupción en Moscú, Madrid, Los Ángeles, Miami, Guadalajara o –las sagradas proporciones guardadas— Los Cabos. —Pero, qué afán de exhibirnos –se queja El Bolas. —Esta es la sociedad que tenemos –responde el Bill—. No te molestes con los reporteros, sino con quienes permiten que esto suceda aquí, frente a nuestras narices (y hasta dentro de ellas): los políticos. No hay inocentes. Unos participan; otros se voltean para otro lado. Todos saben. Las amargas frases del Carambuyo caen sobre el infelizaje cual lozas. Como en los duelos verdaderos, el resto de la velada se bebe en silencio, por la pena. Juan Melgar De mariposas y dolor Lo que para los michoacanos es motivo de fiesta y alegría, para él es causa de luto y vergüenza. ¿Los niños no aprecian la belleza? ¿La infancia es una etapa marcada por la crueldad y la ceguera? Son preguntas que ha venido haciéndose desde hace muchos años; desde que la televisión encontró aquel santuario de mariposas Monarca en la sierra michoacana y lo ofreció al mundo como maravilla natural: millones de aquellos seres de alas ¿naranjas? con nervaduras de leche y chocolate, en racimos casi frutales, áureos, sobre los pinos, latiendo, latiendo en pálpito deslumbrante... Era el otoño, tal vez, cuando los vientos que venían del golfo traían el regalo: las “chocolatas” se desplazaban por el pueblo con vuelo errático, cansadas del viaje imposible desde Canadá, miles de millas al norte, buscando los centenarios pinos de la Sierra Madre para encontrar sólo chaparrales donde posarse y recuperar fuerzas. Acaso pretendían cumplir el ciclo del amor aquí, en estos páramos ventosos que el destino les ofrecía como última tierra. Más allá aguardaban el Pacífico interminable y una muerte líquida, salada, segura. Descendían pues al territorio pardo aquel en la orilla occidental del golfo, para formar racimos de bullentes alas en los huizaches y las gobernadoras, arbustos de un verde oscuro y un fuerte olor que la información genética de las mariposas habrá tomado como lo más cercano a los pinos michoacanos. Llegaban incluso hasta los pobres jardines y los matorrales del pueblo de madera, donde las bandas aullantes, las hordas de chamacos descalzos habrían de darles caza inmisericorde, a varejonazos, en cruel competencia para ver quién acumulaba más cadáveres de aquellos inofensivos, hermosos insectos. “Déjenlas” dirían con escasa convicción algunos adultos, pero la tribu cruel seguiría persiguiendo, atacando con mandobles siseantes a aquella lluvia dorada, durante horas de febril carnicería, hasta convertirla en destrozada alfombra de colores sobre las piedras y las grises arenas de Cachanía. Algo oscuro e innombrable debe haber en el inconsciente atávico de los niños que los impulsa a depredar porque sí; sin motivo alguno, dice para justificarse. Una honda pena, un dolor sordo, una enorme culpa asoma turbia en sus ojos apagados cuando me lo cuenta, te lo cuenta, nos lo cuenta, como si tú, como si yo, como si nosotros fuésemos los confesores que habrían de absolverlo. Pero no. Yo, al menos, no. No sé ustedes. Huizapolítica De drogas y combate Entra La Doñita a Los 7 Pilares y el panorama cambia. Hasta los maitros más fachadientos, desidiosos y malportados componen el pecho y se sientan erguidos para causar mejor impresión. Misión imposible, dada la catadura del infelizaje que por allí recala a resguardarse de las semicollitas que han empezado a soplar con cierta timidez en el puerto. En llegando, el ama de casa más alivianada del rumbo suelta información: --Les tengo una buena y una mala, como dice La Micha –bromea sonriente. —Pues ella también dice que “hay que darlas” –revira Carambuyo Bill—. Así es de que: usted las tiene... suéltelas. —La buena –dice la ñora sin darse por albureada— es que los policías estatales y municipales van a entrarle al asunto de la droga... —¿Como consumidores? Ya tienen tiempo en el ajo, –afirma sin pruebas El Bolas, joven ponededo de El Calandrio. — Como investigadores y represores –corrige la dama— El Presidente de los mexicanos ya dijo que así se va a acabar con las tienditas, con los pusher, con los dealer y, en consecuencia, con los consumidores callejeros, que suman ya varios millones en el país, y varios miles en cada uno de los municipios de esta Sudcalifornia que casi no siembra ni fabrica, pero ¡cómo le atiza! —No

es por ai –dice una voz ronca desde el fondo de la ramada, y el infelizaje voltea a ver al Viejo Chamán yaqui— El narco controla y corrompe a jefes policíacos, a generales del ejército y a políticos de altos vuelos, para que lo dejen hacer. ¿Qué pueden impedir los cuicos municipales o los tiras estatales o los subtenientes recién salidos del Colegio Militar? ¿A quién le ponen el dedo? ¿Ante quién se quejan? Esta medida presidencial sólo va a hacer crecer la nómina que pagan los mafiosos. No es por ai. —¿Y ora? –pregunta la ñora— ¿Por dónde? — Por la legislación, que despenalice el consumo de ciertas drogas y regule su venta en el mercado, como el alcohol –afirma el brujo de la Alta Pimería—. Que el que quiera envenenarse, lo haga, con la sola vigilancia de su conciencia. Pero esta solución no es asunto de un país; involucra a todas las naciones, con el consentimiento de los Estados Unidos, el más grande consumidor de drogas y el mayor moralista entre la bola. Fácil, ¿no? Un sentimiento de desesperanza flota ahora sobre este reputado aguaje en el que se da la reflexión, pero casi nunca la solución. De tal pelo es el desánimo que la tribu no pregunta ya por “la buena” prometida, por lo que no queda más remedio que echar mano al último argumento de la doliente tribu: las forjadas. ¿Qué otra? Juan Melgar De energía y utopía “Vamos a ver: el bimestre antepasado le pagué a la Comisión dobbbssmil pesos, en tanto que el pasado subió a trebbssmil pesos, y en este último, veraniego e infernal, se remontó a ochbbssmil pesos... No puede ser... Pagué en éste último, cuatro veces más que en primavera” –declara asombrado, pero sin hacerla mucho de jamón El Juntabotes mentado, hombre de empresa sudca que no aparece en Forbes ni en Fortune porque da mordidas para que no lo incluyan, pues odia la publicidad y el relumbrón banal del jet set. Prefiere el dulzón aroma a aserrín encervezado de Los 7 Pilares, al buqué del Burdeos en un restaurante de Fifth Avenue o Champs Elisees. Y no por mesteño y cerril como ustedes comprenderán cuando lo conozcan un poco más, sino porque es hombre sencillo, de pueblo, como el actual gobernador de la isla. Pero volvamos al soliloquio del Zar de los Botes Apachurrados: “esto significa que la tal Comisión Federal de Electricidad me está abrochando (con enérgico, energético afán) con una cantidad que es cuatro veces superior a la media normal de consumo de este su abrochado servidor. No está bien. Me niego a seguir pagándoles un cobro indebido, injusto, iunequitativo, inusual, insólito, inicuo... Hasta aquí llegaron, señores de la CFE. A partir de mañana retiro el medidor, el transformador y el poste que está frente a mi cueva y se los deposito frente a las oficinas de cobro –qué digo de cobro: de exacción, de robo, de gandallismo monopólico y abusador. Con una llamada a mi agente en Berlín, va a enviarme hoy mismo por avión un equipo completo de colectores solares y un par de ingenieros germanos que los coloquen sobre mi techo, y asunto arreglado. ¿Qué necesidad tengo yo de andar pagándole cantidades millonarias al año a un monopolio insensible y cruel como lo es la mentada Comisión?” Tras la pregunta retórica con la que cierra su soliloquio quejumbroso, El Juntabotes voltea alrededor, donde la famélica perrada que lo acompaña nomás lo ve con ojos llorosos (como en las películas neorrealistas italianas los chamacos flacos y hambrientos observan lánguidos, desde los ventanales, cómo los burgueses romanos se hartan de lasaña al pesto). La conciencia social del jeque de los botes cuneteros se hace presente, y con voz engolada, anuncia: —No se preocupen, hermanos: para ustedes también va a haber paneles solares y acumuladores de energía. Yo se los disparo, con las forjadas. Faltaba más. La tribu enloquece. Gritos, aullidos, apapachos al desprendido empresario y único hombre de empresa comunista habido en el puerto, menudean. Cuando el escándalo amaina, la voz de Carambuyo Bill se deja oir, chifletera: — Vas a tener que cambiar la ley, Juntabotes, porque el único que puede proporcionar servicio de energía eléctrica es el Estado mexicano, a través de la CFE. No hay de otra: pagas. Como ha empezado ya a hacerse costumbre en el ágora de los sin tierra ni segunda camisa, el gozo se va yendo al pozo y el hastío se apodera de los ánimos, hasta que El Juntabotes les recuerda que hay forjadas para todos. Vuelven los aullidos y los apapachos. Noblote que es el populacho en Los 7 Pilares. Que si no... Huizapolítica De hambre y humor “El hambre y el humor deben caminar por cuerdas separadas, paralelas, sin juntarse jamás. Es lo razonable –afirma El Juntabotes en Los 7 Pilares—. ¿En qué cabeza cabe que los malnutridos y muertosdehambre se rían de su propia condición? Es una vergüenza. Yo, al menos, no lo entiendo. ¿Y ustedes? La cáfila de ganapanes no responde a la primera. Han de sentirse aludidos, o algo así, pues ven al Jeque del Aluminio con mirada huidiza, de soslayo, de ganchete y de abajo hacia arriba, cual perros regañados. Ha de ser El Bolas, joven aventado de El Calandrio, quien responda al más alivianado de los hombres de empresa de la isla: —Yo sí lo entiendo, Juntabotes, porque padezco de este canijo mal: reírme del infortunio, sacarle charras al hambre y carcajearme de La Muerte. Es más, tengo entendido que en tu familia eran más pobres que un profe jubilado. Tanto así, que tu mamita buscaba la manera de sacar el chivo diario y que, cuando tú naciste fuiste como una bendición; la situación empezó a componerse, pues eras tan feo, pero tan feo, que te alquilaba por minutos para quitar el hipo. Las carcajadas de la tribu brotan y se desparraman como murciélagos por el turbio ambiente del clandestino aguaje, sacándole el humor al peladaje que a su techumbre recala a combatir el aburrimiento, discutir banalidades, componer las desconchifladuras que provocan los funcionarios mesteños del Proyecto, desfacer entuertos y socializar naderías, intrascendencias y mitotes varios. El buen resultado que provoca la intervención de El Bolas anima a Carambuyo Bill a echar su cuarto a espadas, de este modo: — Con todo respeto, Juntabotes, yo también creo entender el fenómeno del buen humor entre los descamisados, que nos reímos de la perrez y la miseria. Y deberías hacer lo mismo (aunque ahora seas un “exitoso” hombre de empresa y no un “fracasoso” teporocho como nosotros), porque es verdad que tuviste malas, malísimas épocas. Me contaron que una vez que entraste a la Parroquia de Nuestra Señora de La Paz y te hincaste, mero enfrente del altar a darte golpes de pecho, te vio el Obispo y te preguntó, curioso: “Hijo mío ¿qué haces en este templo? “Vengo a dar gracias a Dios, su ilustrísima” – respondiste. Dicen que el prelado aquél te vio de arriba a abajo con ojo crítico, y con sonrisa torcida te habría dicho: “Se me hace que más que a dar gracias... deberías venir a quejarte, mijito”. El escasamente respetable público reunido en el más poco recomendable de los antros habidos en esta ribera del Mar Roxo de Cortés se desternilla (cualquiera que sea el significado de la palabra) y hay quienes hasta se tiran al suelo, de ver la cara de El Juntabotes, que no mueve músculo alguno: impasible, sereno, con esa seguridad que da un bulto de billetes en la nalga derecha y las cuentas en dólares en los paraísos fiscales del llamado Mundo Libre. Su magnanimidad llega al extremo de hacerle el gesto de costumbre al Ultramarinero para que éste inicie el ritual sagrado conocido como el destape de la ballena, un mecenazgo que se ha vuelto costumbre en el más libertario de los ultramarinos disfrazados del puerto. “El capitalismo salvaje les quita la plusvalía y los mata de hambre; mal haría yo en no preocuparme por hacerlos vomitar su humor corrosivo, producto de su jodidez” –filosofa el atípico empresario, mientras sigue disparando las forjadas a quien se atraviese. Juan Melgar De retobos y reprimendas La colla que amaneció soplando inclemente sobre los lomos del puerto ha empujado a lo mejor de cada casa hacia Los 7 Pilares, sitio ideal para hablar mal de los ausentes, quejarse de las perradas de El Proyecto y soltar borregos varios acerca de lo que sea. Todo con el inocuo fin de pasar el tiempo; ese tiempo interminable para quienes están sin chamba ni beca ni apoyo del Fondo Monetario Internacional: el infelizaje, pues. —Propongo que combatamos el tedio y el apachurramiento generalizado –sugiere El Parara— hablando pestes de la prensa, la radio, la televisión, las revistas, el cine y la Internet, esos autodenominados “medios de comunicación” que no establecen con nosotros comunicación alguna y que se quedan sólo en medios de información: de allá para acá; sin regreso posible. —Es tema demasiado fino para un miércoles –considera La Doñita, ama de casa alivianada— a media semana es mejor sonarle bien y bonito a los políticos o a los periodistas, esos seres mitológicos (mitad hombre, mitad bestia) que llegan a considerarse jueces de nuestra existencia, pero que son una hilacha: impreparados, vulgares, mitoteros y llenos de vicios morales, pero siempre decididos a calificar las conductas ajenas con el excesivo rigor de los ayatolas. ¿Conocen a alguno: hombre, mujer o quimera? Los largos aullidos del respetable confirman la tesis de esta ñora, empeñada en una cruzada imposible a favor de la ética entre políticos profesionales pero improvisados, y entre periodistas de carrera pero amateur. —Tenga cuidado, hermanita –advierte Carambuyo Bill, el experimentado fronterizo— no es aconsejable para la salud emboletarse en escaramuzas contra enemigos de pezuña y ponzoña como los que ha escogido. Políticos vanidosos y rapaces pero con hueso, y periodistas ignorantes pero con medio y fuente, son adversarios de peso... Costales de mañas... ¿Por qué los provoca? —Los traigo atravesados porque siendo tan pecadores e imperfectos como nosotros, se nos quieren vender como ejemplo de virtud. Para ellos todo está mal fuera de su entorno; la sociedad está corrompida hasta el tuétano y, salvo sus madres que son unas santas, no hay mujer honesta en el planeta. Y todo porque el resto de la humanidad es necia y se niega a aceptar sus sabias indicaciones. Por eso los traigo atravesados. ¿Les parece poco? —Vas a tener que tomártelo con calma, mijita, —aconseja El Viejo Chamán yaqui— porque podrías caer en lo que a ellos les criticas. ¿No estás hablando acaso como los santones esos, los que despotrican desde sus columnas y desde sus micrófonos? Insultas, de paso, a los que hacen bien su trabajo. Respecto de los políticos... ¿Ninguno se salva? ¿Todos son egoístas y marrulleros? Generalizar no es correcto. Habrá muchas amas de casa que no son trabajadoras, ni comprensivas ni buena onda, pero nadie las critica en bloque. ¿Cómo la ves? —Touché –dice suavemente la musa del antro, y pone ambas manos sobre los flacos hombros del anciano brujo de la contracosta que, como casi siempre, parece tener razón. El tema es abandonado por la tribu, para refugiarse en la recordación de la vida y milagros de los teporochos, vagos, catarrines y maitros que en el puerto han sido, desde Obregón Perla y La Mariana, hasta... Mejor. Huizapolítica De narconovelas y papel ¿Se acuerdan de la vez aquella en que estuvo con nosotros un maitro español al que tuvieron que llevar a rastras al aeropuerto, amachado en quedarse una temporada en Los 7 Pilares? La pregunta de El Bolas cae entre los descamisados y los saca de concentración, empeñados como están en definir lo que los intelectuales del puerto y de la isla conciben como “sudcalifornidad”, concepto resbaloso y ubicuo que

no ha podido ser aprehendido por la tribu. —Pues reeesuuultaa, que sí era novelista; y pues resulta que sí quería que La Doñita hiciera un estelar para su película, algo que todos tomamos como puntada de borracho... ¿Cómo la ven? Las miradas caen ahora sobre la musa del aguaje, la ojiverde ama de casa que no se inmuta y que besa la forjada antes de decir: —Las actrices no se improvisan. Para ese papel, el de La Mejicana, hay una sudcaliforniana que estaría magnífica: Dolores Heredia. ¿A poco no? El infelizaje está de acuerdo. Lo demuestra pujando y dando cabezadas de arriba abajo, como hacen los purasangre de/ —Ella, Dolores, —insiste la ñora—, “es” Teresa Mendoza, aquella chavita sinaloense que cambiaba dólares a los narcos en las calles de Culiacán, y que la tragedia llevó hasta el sur de España y el norte África para convertirla en La Mejicana, hembra de respeto. Desde los primeros capítulos de la novela pude darme cuenta de cómo el personaje parecía haber sido diseñado a la medida de la Heredia.... ¿Salma? No da el ancho. ¿Penélope? Demasiado baturra y finita. Imagínense al personaje enfundado en liváis, saco azul marino sobre blusa blanca y tenis, sentada en un café al aire libre en Melilla, viendo cómo el sol va...¿no? Ella tiene la fuerza interior, la determinación que una “Jefa de jefes” ha de proyectar para hacer creíble su interpretación al público. Además, su rostro anguloso con huesos bien marcados y sus ojos, de mirada profunda, dan el tipo que, al menos yo, imaginé para Teresa, mujer poseedora de gran determinación, que se entrega al amor con la misma fuerza que despliega cuando se agarra a plomazos con media docena de narcos, escuadra 9 milímetros y Cuerno de Chivo mediante... La Doñita ha acaparado la atención de los descamisados, que vuelan ya en la imaginación colectiva con Dolores, “su” Reina del sur, en una lancha rápida que da pantocazos sobre las grises aguas de aquel otro Mediterráneo, con los bultos de coca empaquetados y alijados sabiamente sobre la cubierta... ¿La sudcalifornidad? Ya ni quién se preocupe por su significado, atareados como están en la aventura en que los metió un tal Arturo Pérez, bautizado en los anales de Los 7 Pilares como “El Reverte”, hasta hace unos minutos considerado por la raza como “el bato que decía que escribía novelas...” Qué cura. Juan Melgar De colas y manifiesto destino “Podrían no estar ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero el hecho es que están aquí, hoy lunes 18 de noviembre en este templo de la palabra libre, y yo tengo modo y ganas de contarles a ustedes cómo es que llegué a este paraíso terrenal disfrazado de desierto inclemente llamado California”. Así se expresa El Juntabotes mentado ante sus pares en Los 7 Pilares, aguaje tolerado por los inspectores de alcoholes del Municipio, no se sabe por qué artes; si acuerdos en lo oscurito o respeto institucional por el folclore porteño. Será acaso que el ultramarinos es tan antiguo como dicen: refugio entrañable de los buzos de las armadas perleras; sitio de reunión de lo mejorcito de cada casa en el puerto, como son cargadores del muelle, pescadores de caguama, tiburón y lo que buenamente se enganchara en los anzuelos (siglos antes de la NOM 029); aventureros y malvivientes de toda traza y condición... Y de tal calidad es el público que esta mañana escucha al Zar de los Cilindros Apachurrados con atención. “Algo he de tener en el organismo que me enferman las filas de ciudadanos, esas colas en las que la paciencia es el atributo central: para las tortillas; para entrar al cine; para agarrar pesero; para que te entregue tu carro el acomodador en el estacionamiento; para sacar tu visa en el Consulado; para inscribir a los chamacos en la escuela; para recibir tu título de licenciado en lo que sea; para pagar el consumo de agua; para cobrar tu mugrosa quincena... Las largas, continuas, enfadosas, permanentes colas que me pasé haciendo en México-Tenochtitlán durante mi vida entera me impulsaron a cambiar de horizontes. Así llegué aquí, con lo encapillado y sin perro que me ladrara. Aquí nadie hacía colas para nada, porque tiempo es lo que sobraba, hasta para la siesta de mediodía y mediatarde. La quietud y el sosiego de esta isla me dijeron “quédate”, y aquí me tienen, camaradas, viviendo y dejando vivir. Por eso es que, por favor, no se les ocurra preguntarme si ya fui a la Tiendota que abrieron allá por la salida a Los Planes. Ya me contó La Doñita que la gente se va los fines de semana enteros a “dar la vuelta” por aquel rebumbio: allí comen chatarra los que pueden, y el resto se la pasa abriendo la boca y conteniendo el aliento ante las tentaciones del consumismo y de la carne ajena. Los menos, hacen cola con sus carros de mercancía copeteados, en las escasas cajas registradoras habilitadas. Un Aurrerá o un Gigante chilangos son remansos de quietud comparados con los atascos y embotellamientos que se provocan dentro y fuera de esta carpota de lámina, fierro y bloques. En los estacionamientos, sudcalifornianos bien nacidos, con pedigrí, se mientan la madre por un cacho de espacio vital dónde introducir su segunda casa, la rodante. Es tal la afluencia de mitoteros a la Tiendota que pareciera que algo regalan, o que repentinamente los porteños nos volvimos clase media-media con capacidad de compra y empleo y dinero de plástico. ¿De dónde? si la economía sigue deprimida; los turistas llegan con cuentagotas; las maquiladoras se largan a China; las empresas aéreas encarecen sus boletos; el Proyecto no da una; los jóvenes se van de meseros o de puchadores de droga a San Lucas y los viejos nos quedamos aquí a sorprendernos de cómo la incivilidad, la incivilización, la barbarie de las colas-para-todo nos alcanza y arrincona. Si esto sigue así, voy a tener que mudarme a Abreojos, Agua Verde, Las Gallinas o El Triunfo...” Nada responden los teporochos al Juntabotes mentado, pero ya les picó la curiosidad y están pensando que un día de estos van a darse una vuelta por aquella ramadota, a ver qué. Huizapolítica De la Casa y del resto Hay festejo en Los 7 Pilares. Por nadie sabe qué acuerdo o decisión de quién, el día 19 de noviembre de cada año se colocan manteles largos en el aguaje y la tribu de pelafustanes engalanan sus cuerpecitos con ropa adecuada para cuando “repican recio”. El Ultramarinero, patrón del semiclandestino bebedero, ha echado la casa por la ventana: colocó cadenas de papel de china entre las vigas de palma negra del techo; distribuyó amoroso varias carretilladas de oloroso aserrín sobre el áspero suelo de la ramada, y las tres hieleras rebosan de ventrudas ampollas opalinas en el centro mismo del ágora, donde el infelizaje puede de ellas echar mano sin medida ni clemencia ni costo alguno. La Casa invita a sus hijos predilectos, regresándoles algo de la plusvalía que han generado a este silencioso, discreto Ultra que hoy ceba los depósitos, calienta la botana en el rudo fogón de adobe y atiende, chiquea a su grey. La masa de muertosdehambre endomingados en martes, bulle platicadora, ríe, se apapacha y felicita por el placer de ser y estar en este templo de libertinaje ideológico en el que a nadie se le prohibe decir lo que se le antoje y acusar a quien le plazca de lo que sea —con pruebas o sin ellas—, pues en eso estriba (dicen los muy vagos) la libertad plena. Entretenidos están en la chorcha aquellos maleantes cuando entra al local un bato que jamás ha sido bien visto por la perrada, por sangrón y creído. Se hace el silencio cuando el pesado aquél avanza hacia la hielera madre y aferra una ampolla, que destapa para beber sin ruido, como hacen los ladrones y, sin eructar, como debiera según mandan los cánones, dice a todos: —Me encanta visitarlos. Son ustedes unos miserables, pero me caen bien. Me acojo a la regla que les impide hacerme callar o echarme a patadas del local. Deberían invitar más seguido a sus celebraciones a gente como yo: valiente, preparada para el debate y sin pelos en la lengua. Este lugar es una mierda. No me explico cómo El Proyecto permite que aquí se sigan dando reuniones conspirativas, en las que se hablan pestes del supremo gobierno, se ríen de la Iglesia, dudan del Ejército y hacen escarnio de las instituciones más sagradas para el californio bien nacido, como son la familia, la sangre europea de sus colonizadores originales, el culto a la masculinidad sin fisuras y el 3 de Mayo de 1535 como fecha fundacional de este universo amurallado que es la sudcalifornidad... Por esos rumbos anda el discurso provocador del licenciado éste, cuando alguien entre la masa anónima, allá por el cuarto pilar, suelta cuatro como besitos de cachora y dos discretos, apagados ¡úchale, ¡úchale... Y El Guante y El Jandor, los dos perros de rancho aquerenciados en el aguaje, se lanzan sobre el impertinente, que ha de salir al arroyo y enfilar hacia el Cerro Atravesado dando gritos despavoridos, con ambos animalitos sacudiéndole las perneras y el fondillo de los lustrosos pantalones, con las carcajadas hirientes del infelizaje como fondo musical. La tropelada desaforada del enfadoso aquél no se apaga todavía, cuando el espíritu de camaradería y relajo vuelve a establecerse en Los 7 Pilares, un sitio ciertamente respetado en el bajo mundo porteño. Juan Melgar De Navidad y lloros La cuesta de enero se prolongó hasta noviembre, y no parece que habrá de concluir en diciembre, a juicio de los sagaces analistas que recalan en este aguaje semiclandestino bautizado no se sabe por quién ni porqué, como Los 7 Pilares, aunque otros agudos investigadores (comisionados por Gobernación) consideran que “tal vez” el nombrecito obedece a que la ramada es sostenida por ese cabalístico número de columnas. Lo que sea. El caso es que el infelizaje reunido a la vera de las añosas hieleras anda con el espíritu fruncido, pues... —Diciembre está a la vuelta de la esquina –informa El Bolas— y los plebes ya empezaron a moler con lo del arbolito/ — ¿A ti también te transaron con tus ahorros en ese banco? –desea saber Carambuyo Bill, el fronterizo. — El de Navidá –aclara el Orgullo de El Calandrio— y lo peor es que lo quieren “Douglas”; es decir, frondoso, pero elegante, oloroso, importado y carísimo, como todo lo que se vende en esta época/ — ¿La de Leonel? –pregunta de nuevo Carambuyo. — La de Navidá –vuelve a aclarar el Orgullo de Sudcalifornia, que no parece interesado en los malabares de pésima leche que intenta el Bill a sus costillas—. ¿No sería mejor que nos olvidáramos todos de los festejos decembrinos? Si Cristo nació el 25 en Belén hace dos milenios, no veo por qué tenemos qué festejarlo comprándoles juguetes y mugre y media a los niños, a la vieja, a los abuelos y hasta al vecino gandalla. ¿No podríamos hacer, el mero 24, una cenita sencilla pero agradable con la familia, rezar unas oraciones, cantar, bailar, echarnos unos traguitos celebratorios y retirarnos a dormir en santa paz, para soñar con Galilea, Salma, Penélope...y chirrín? ¿Por qué tenemos que empezar a gastar lo que no tenemos desde que diciembre arranca, con lucecitas para la fachada de la casa y para el arbolito, piñatas, sidra, preposadas, posadas y demás jelengues? No veo el motivo. — El capitalismo es así, Bolas –dice La Doñita, ama de casa tan alivianada como prudente—. Los Estados Unidos son hoy una potencia porque sus ciudadanos son, antes que nada, consumidores. Entre guerras, el consumo es la base de su economía. A sus trabajadores los patrones les pagan bien para que bien consuman. A cualquier chango le otorgan crédito... Bueno, eso es lo que dicen los

que saben— se cubre La Doñita. — Pues bajo tales condiciones, no me opongo –aclara El Bolas—. Pero con estos minisalarios; sin créditos; con las maquiladoras retirándose sin pagar; Rofomex reventada; el Supremo Gobierno convertido en vendedor de terrenos para sacar el chivo y amacizar las elecciones que se acercan... ¿Cómo? El capitalismo de Fox es tan primitivo e ineficaz como el que anima al Proyecto local. No hay esperanza para nosotros, los que sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo para vender. El panorama está tan espantoso, que hasta el Monte de Piedad anda quebrando, porque la raza no tiene ni qué empeñar, y las almas están devaluadas: al Diablo no le interesan. De ese tenor andan los ánimos en el aguaje más reputado de la isla. Escaso pan, y deficiente, carísimo circo. Así no. Huizapolítica De industrialización y límites La Mitsubishi es un bicho grande, con tentáculos en todo el planeta. Fabrica automóviles, motocicletas, motores varios, y artículos del más diverso jaez y pelaje: rodamientos, hélices, pigmentos, plásticos, tubería y lo que usted quiera y mande. También el bolígrafo con el que se escribe esta nota que luego será procesada en una computadora cuyos chips ostantan, con orgullo: made in Japan. Empresas como la Mitsubishi han contribuido a constuir ese gigante industrial que se llama Japón. Hace 150 años apenas, cuando nosotros nos sobábamos los chichones que nos había dejado la guerra con los Estados Unidos, el Imperio del Sol Naciente era todavía un país feudal, dominado por shogunes, señores de horca y cuchillo que guerreaban con samurais a sueldo y armamento atrasado (bombardas, espadas, arcabuces y lanceros a caballo). Se propusieron convertirse en una gran potencia militar en el oriente y para el año de 1905 derrotaban a la prepotente armada rusa. Tres décadas después habían invadido y dominado Manchuria y retaban al imperialismo inglés, holandés y francés en el sudesde asiático. Se enfrentaron en los años cuarenta a los yanquis y tra una guerra prolongada en el Pacífico en la que abollaron el orgullo estadounidense, la potencia naval, el poderío económico y dos bombas atómicas los hicieron rendirse. De las cenizas, han vuelto ha levantarse y en menos de treinta años ocupaban ya su sitio entre los siete países más ricos del planeta. ¿Cómo un imperio constituido por 3 mil pequeñas islas sin petróleo, ni hierro, ni azucar, ni machaca, ni turismo, ha podido llegar a ese lugar? Los enterados dicen que mediante una planeación económica inteligente y mucho, muchísimo esfuerzo de sus trabajadores de la ciudad y del campo; obreros, campesinos, burócratas, pescadores, comerciantes, pequeños, medianos y grandes empresarios industriales. La Mitsubishi es un ejemplo cercano del imperialismo económico nipón. Aquí en Guerrero Negro, la tenemos (¿tenemos?) como socio. Quiere expandirse hacia los salitrales de San Ignacio. Y no es difícil que se salga con la suya, que puede ser la nuestra, si vigilamos atentos el que su crecimiento no rompa equlibrios ambientales que afecten a las ballenas y a las pesquerías de las que viven los habitantes de la Pacífico Norte. No es una hermana de la caridad la tal Mitsubishi; lo sabemos. Hay de este lado, (debe haber), inteligencia y voluntad para aprovechar su poderío económico sin salir raspados del trance. Juan Melgar De parábolas abrojeñas y sal Y resulta que había una vez, allá por las inmediaciones de El Rabich, el Médano Amarillo y la mesa de la Berrenda, una humilde y hacendosa cachorita que había construido, con sacrificios, su cuevita confortable: cálida en invierno; fresca en verano; alejada de las húmedas avenidas del arroyo. Era su seguro refugio. Un día que el viento del norte soplaba con furia, barriendo el desierto, Sapo se acercó a la boca de la cueva de Cachorita y, con voz meliflua, rogó a ésta que le diera hospedaje: un ratito, amiga, ya vez que el norte está pegando duro... y hace frío. Buen reptil como era y son los de este rumbo, Cachorita accedió a los ruegos de Sapo y le permitió refugiarse en su cuevita. Al rato, Sapo empezó a hincharse, satisfecho, a salvo de las frías mordeduras del norte. Cachora se quejó de la estrechez y el sofoco que provocaba la inflación batracia, a lo que Sapo respondió: Yo estoy a toda madre... ¡El que no lo esté, que se salga de nuestra cueva! La fábula fue contada hace algunos años a la Asamblea de pescadores de la Cooperativa Punta Abreojos por Gilillo, uno de sus socios másn antiguos. Su propósito: alertar a los habitantes del pueblo sobre los peligros que entraña el permitir que una empresa transnacional construya un muelle y ocupe territorios tradicionalmente dedicados a la captura de abulón, langosta, almeja, camarón y a la pesca de escama. La fábula, dijo el pescador, tiene variantes: cuando Sapo pidió posada, Cachorita le hizo firmar un contrato con el que quedan establecidas las condiciones, límites, linderos, restricciones, indemnizaciones, renta y hasta las penalizaciones aplicables a Sapo, si éste se ponía abusador. Es inútil (y estúpido) oponernos al tren del progreso, sentencia el sabio pescador. Pero debemos obligarlo a servirnos, señalándole por dónde queremos que se vaya, sin atropellarnos. Si la Mitsubishi va a construir un gran muelle en nuestra casa y la industria salinera va a ser nuestra principal fuente de empleos, diseñemos los instrumentos legales que eviten el deterioro de nuestras pesquerías y que, sobre todo, la empresa no vaya a hacer con nuestra casa lo que Sapo hizo a Cachorita, hace ya mucho tiempo, aquí, por el rumbo de El Rabich y la Berrenda, en el corazón de El Vizcaíno. Huizapolítica De balleneros y divisas «A mil pesos el kilo de carne de ballena. Este es el precio que los japoneses están dispuestos a pagar por hincarle el diente al lomito de adentro de una pacífica robustus gris... ¿Qué tal?» —pregunta El Parara a sus compas y habituales en Los 7 Pilares, y sin darles tiempo de nada, se sigue de orza con el monólogo: «imaginémonos cazadores-pescadores de uno; nomás de uno de éstos animalitos, con peso de 30 toneladas. Suponiendo que nos dé 15 toneladas de carne... ¿Se imaginan? Son 15 millones de pesos, ganados limpiamente en... digamos... lo que nos tardemos en vararla, destazarla y encaramar los filetes al avión que los lleve a Ensenada y de allí en barco a Yokohama. A vuelta de correo; qué digo... segundos después de cerrada la operación vía Internet con el coyote intermediario, nustra cuenta bancaria en Islas Caimán registra un depósito de un millón y medio de dólares, que, repartido entre los matarifes aquí reunidos, hacen la nada despreciable cantidad de 150 mil dólares por cráneo... ¡En una semana de trabajo duro y sangriento! ¿Cómo la ven, camaradas de brega y angustias existenciales? ¿Quién ha dicho que el crimen no paga?» Los ojos de cada uno de los parroquianos aquerenciados en el aguaje permanecen abiertos, como sus bocotas. Lo que queda de sus cerebros se empeña en procesar aquellas cantidades de divisas jamás soñadas, que ahora se anuncian tan posibles y cercanas como agarrar una panga, botarla en Bahía Magdalena y apuñalar al cetáceo más cercano, confiado y gordo. «Hay dos tipos de grises —sigue diciendo el más dotado de los teporochos sudcalifornianos— unas recalan cada invierno por el Pacífico asiático y otro grupo llega a estos rumbos a cumplir su tarea reproductora. Los japoneses (esas máquinas de comer) están por extinguir a las grises de aquellas costas y no tardan en venir a clavarnos la intriga de que les fileteemos las nuestras, a buen precio. Somos pobres porque queremos. En Alaska, Los inuk (esquimales) tienen autorizada la caza de algunos sudcalifornianísimos ejemplares cada año, como lo hicieron sus antepasados durante siglos. ¿Cómo la ven si pedimos a la Comisión Ballenera Internacional un permisito para sacrificar unas dos que tres Eschrichtius al año; nomás para salir de pobres? Si el Grupo de los Cien y Greenpeace pegan de gritos, nos cubrimos legalmente con nuestra larga tradición ballenera, que arranca desde el milenio pasado. ¿Le entramos?» Hay unanimidad en la ovación con la que la fraternidad rubrica esta propuesta con la que pretenderán enfrentar la empinada cuesta de enero, y febrero, y marzo, y... Juan Melgar De verduras y verdad «Cuando estaba a punto de demostrar que los salitrales de San Ignacio son inundados cíclicamente por la madrecita naturaleza, con lo que las acusaciones de Greenpeace hacia la salinera quedan sin sustancia ni efecto; cuando en ésas estaba, pues, la misión de expertos de la UNESCO concluyó que el santuario ballenero no está en peligro». Todo eso dijo El Parara, algo engallado y medio chirrisco, como si de su docta opinión dependiera el futuro de los miles de pacíficonorteños que habrán de encontrar trabajo en las nuevas salinas. «No se necesita mucho seso para confirmar mi tesis —insiste el ahora geólogo— es cosa nomás de revisar una carta del INEGI y ver cómo las aguas del Pacífico han entrado a esa zona de salitrales, que está casi a nivel del mar, a cada rato: con marejadas grandes causadas por ciclones, por ejemplo. «Así es que las ballenas y el resto de los animales y las plantas que viven por el rumbo están fuera de peligro. Desde cuándo lo decíamos los sudcalifornianos, pero no lográbamos credibilidad. A fin de cuentas ¿quién chingaos es uno para andar opinando acerca de asuntos sobre los que apenas tiene un conocimiento superficial; por encimita, pues? Ganas que uno tiene de echar el gato a retozar, como los periodistas, que poco saben pero mucho dicen... Pero ya me estoy comprometiendo por hocicón. ¿En qué estaba? Ah, sí, en que los de casa insistíamos en que ni las ballenas ni su santuario de maternidad y refocile estaban en peligro; como tampoco peligraban otras especies con la ampliación salinera, pero los pacifistas verdes no nos creían, y pum y zas, a cada rato desplegados. El último fue uno de un pacificador que, desde no sabemos qué alejado cubículo defeño esgrimía, como mazo, un decálogo de verdes verdades acerca de este enojoso asunto. «Cómo creen que vamos a estar contra las ballenas. No señor. Balleneros habremos de seguir siendo. No como otros, que en las sesiones de Cabildo, con una cachaza y una doble moral que da risa, dicen querer combatir la criminalidad reglamentando... ¡los horarios de cierre de los supercitos, ultramarinos y demás aguajes! Se conoce que jamás han oído hablar del destino que tuvo la Ley Seca en los Estados Unidos» Sin soltar la ballena que lleva arponeada con la mano derecha, el ahora anarquista continúa el soliloquio mientras avanza con paso vacilante y, sin despedirse, enrumba hacia su guarida. Huizapolítica De Greenver Se antoja que los dueños, gerentes o responsables de la empresa “Greenver” son personas sensatas, cuidadosas del impacto ambiental que causan en los sitios que explotan. ¿Cómo no pensarlo, si producen tomates limpios de plaguicidas o de fertilizantes que envenenan? Consumen menos agua que los agricultores tradicionales, y ello redunda en la conservación de los mantos freáticos, que son de todos, pero especialmente de los sudcalifornianos del próximo milenio. No se explica uno, entonces, cómo es que el centro de población que se ha levantado alrededor de “Greenver” en el ejido Melitón Albáñez –allá por los famosos llanos del Baturi— esté plagado de residuos tóxicos como el plástico, que no se integra, jamás, a la tierra. Han de pensar que con mantener eficientes sus instalaciones; con tener funcionales los invernaderos y rechinando de limpio el terreno que le rentaron los ejidatarios, están cumpliendo con la regulación ambiental. “Es que estos campesinos-braceros-,

son muy puercos” —han de pensar— “Por más que les decimos que no tiren basuras ni hagan cochinero, no entienden”. Algo hay de razón. Los mexicanos hemos sido un poco dados a la cultura del “ai se va” pero estamos cambiando. Y necesitamos del ejemplo. Nada le ha de costar a los Greenver evitar que sus residuos plásticos, toneladas de ellos, anden circulando por ahí, cubriendo chollas y cardones al otro lado del cerco perimetral de la reluciente empresa agrícola. No es asunto sencillo éste de la conservación del ambiente. Si los Greenver creen que la autoridad municipal es la responsable, harían bien en pensarlo con detenimiento. Antes que ellos llegaran a instalarse en la zona, aquello era tierra virgen, disfrutada sólo por flora y fauna del semidesierto, tres ranchos ganaderos y el subrepticio y ocasional aterrizaje de algún avión con matrícula borrosa. Hoy, aquello es un vergel tomatero rodeado de inmundicia: junto al mezquite el pañal desechable; una llanta vieja corona la testa centenaria del cardón; alambre recocido teje una red que enlaza al palo blanco con el uñegato y en todo el monte brillan las botellas y latas de cerveza. Por Greenver creció el centro de población, y esta empresa debe ayudar a mantener sin contaminantes sus alrededores, construyendo basureros modernos; contribuyendo con equipo al servicio de limpia e iniciando –con el municipio— campañas de concientización sobre el respeto que le debemos al entorno, a la Carabias y a la conciencia. Juan Melgar Capítulo cuatro Trizas Ilustración de Bernardo Arellano Huizapolítica Capítulo cuatro Trizas De afición y vicio Hablemos de ballenas y de balleneros. Pero no de las que año con año abandonan sus cuarteles de invierno sudcalifornianos para ir a alimentarse hasta el insulto y engordar en mares polares. Tampoco mencionaremos a los que, imitando a Charles Scammon, llegaban a nuestras lagunas a cazarlas, arteros, mientras los cetáceos parían o le daban vuelo a la hormona. Hablemos mejor de ballenas, recipientes panzudos de color ámbar que guardan en su interior un líquido espumoso y amargo con el que sus consumidores mitigan la brasa veraniega del calor californiano, o los más benévolos sudores del resto del año. Digamos también lo que tengamos que expresar acerca de esos seres excepcionales a los que nada ni nadie podría explicar sin el recipiente que les da vida, los señala y nombra: los balleneros. La ballena es creatura demoníaca que proporciona regocijo artificial a quienes de su fuente beben. A los taciturnos vuelve parlanchines y bullangueros. Los tristes se tornan —dos ballenas después— reidores y juglares. Los tímidos vuélvense arrojados y decidores. Los de suyo alegres pueden convertirse —ballenas mediante— en seres gemebundos, o serios, como perro en panga. Salir a ballenear es actividad que el citadino sudcaliforniano practica, sobre todo, los fines de semana. A la vera del camino, acodada sobre la cajita del picap que guarda la hielera ventruda y maternal en cuyo seno se enfrían los cetáceos, la asamblea de balleneros cuenta charras, alburea, comenta novedades políticas y murmura en tono conspirativo acerca de sus semejantes y, cómo no, de mujeres y de homosexuales. Las hazañas amorosas forman parte esencial de un gremio dispuesto siempre a creer las exageraciones de ese posmoderno Casanova que todo ballenero lleva guardado. Hay otra categoría: la del que asiste diariamente al ultramarinos o aguaje más cercano a su espíritu para recibir, anhelante, la ballena forjada (amorosa pero rápidamente), en un periódico que habrá de mantener el líquido a temperatura bebible. En los báquicos templos de El Quilliqui, de El Zulú, de Gayocla o de las Güeras del Mezquitito, los oficiantes sabrán cómo enfriar y arropar con terneza digna de esa causa la panzona botella, mientras la húmeda mirada del cliente agradece el gesto, conmovido. Tomará éste el envoltorio con mano apenas temblorosa para acunarlo comedido (como hace la madre con el fruto de su entraña), y echará a andar hacia ninguna parte antes de apergollar el recipiente y, levantándolo, besarlo fervoroso, como si fuese a ser el último trago de su ballenera existencia. Amén. Juan Melgar De herencia cultural y críticos Despatarrados, echados de cualquier manera sobre el suelo de la techumbre, los vagos, los pelafustanes, los golfos de California que se la viven en Los 7 Pilares no están de humor. Un maitro fuereño, de esos que habrá llegado en un crucero de lujo “les echó” bien y bonito: les dijo hasta de lo que se iban a morir si seguían viviendo así, al día, como animalitos del desierto, sin planear su vida ni la de sus cachorros. Así los encuentra El Parara esa tarde fresquecita de nubes y brisas que no dan color ni calor ni frío: desparramados, silenciosos, absortos, rencorosos con su otro yo y con el resto de la humanidad. —La neta: si eres desobligado y medio vaquetón, no debieras molestarte cuando viene un fuereño y te canta sus verdades. Sentí feo el regaño del gringo ese. ¿Por qué será? – se pregunta El Bolas, joven virtuoso de El calandrio, al tiempo que bebe con exceso de aspavientos la última gota de su forjada. —Si ejerciéramos con mayor frecuencia la autocrítica, no vendrían extraños a revelarnos nuestra propia imagen – sentencia La Doñita—. Pero somos algo dados al autoelogio, a la vanagloria, a la presunción y a una vanidad que tiene escaso fundamento. Seamos menos lurios y más serios, digo yo. —¿Es malo sestear a mediodía, de lunes a domingo? – piensa en voz alta El parara— ¿Resulta negativo soñar despierto, filosofar acerca del vuelo de la mosca? ¿Qué daño hacemos con no dar golpe si no es absolutamente necesario? Los ciudadanos atenienses, y los griegos en general, se la pasaban como nosotros: en diálogo o soliloquio permanente, buscando verdades eternas y dejando que los esclavos se rajaran el lomo. ¿Qué tuvieron ellos que no tengamos nosotros? —Ha de ser que Atenas, y Grecia en general, parió la filosofía, creó con la polis y la democracia los fundamentos del Estado moderno, nos heredó La Iliada, La Odisea, La República, el teatro épico, la comedia satírica, Platón, Aristóteles, Sócrates, Arquímedes, Epicuro, Protágoras, arquitectura, esculturas, poemas, mitología, geometría ... –concluye El Viejo Chamán yaqui, muy serio, sin asomo de ironía— . Y se me hace que, además de La ruta de las misiones, El Güero de Las Canoas, el guayabate con queso de apoyos, El Proyecto, la machaca de mantarraya, la UABCS y las pinturas rupestres, poca cosa hemos legado por estos rumbos a la doliente humanidad, tan necesitada del esfuerzo de sus hijos: todos nosotros. — Bueno –se defiende el gurú del infelizaje— habrá que darnos tiempo a que carburemos nuestras grandes obras ¿no? La cultura griega necesitó varios siglos para dejar su huella. Nosotros, pian pianito, ahí la llevamos. Desde 1797 en que llegaron los curas jesuitas a Loreto, ha transcurrido apenas un trescientón. La cosa es calmada. Ese gringo que vino a soliviantar los ánimos con su crítica infundada, o anda desencaminado o forma parte de un complot internacional diseñado para desacreditarnos, y habrá que olvidarlo. ¿Cómo la ven? La pregunta del guardián oficioso de la tradición chollera es aceptada como propuesta y como conclusión. “Que otros ejerzan la autocrítica; a nosotros, lo nuestro” piensan. Y beben de las forjadas con el ánimo reconstituido. A güevo. Huizapolítica De narcocronistas y novelería Los subempleados de tiempo completo y teporochos de medio tiempo rodean expectantes y mitoteros al sujeto flaco de barbas tordillas que los tiene sorprendejos con sus puntadas. Aterrizó en estos páramos buscando una cantina “mejicana, auténtica” para tirar la chorcha con los parroquianos habituales, y alguien le habló de Los 7 Pilares, un sitio más o menos folclórico y dicen que entretenido, y pues ahí lo tienen. —Coño: que esta cerveza que vosotros trasegáis no sabe mal. Me recuerda a la de Bohemia. —¿Has pisteado en Europa Central? –pregunta El Bolas, joven báquico pero geógrafo, de El Calandrio. — Tiempo atrás. Fui corresponsal de guerra en Yugoslavia y anduve entrando y saliendo de cuanto antro se me atravesó en aquellas naciones. — ¿Y qué te trajo a Culiacán? Porque dice La Doñita que de ahí vienes –cuestiona El Parara. — Si he sabido que en este puerto iba a tropezar con la mirada de esta Doña, que es toda una Señora, no me quedo en Culiacán: me vengo en el primer ferry directo a Los 7 Pilares, y aquí presento mi libro –dice, mentiroso y elegante—. Porque La reina del sur no es un recuento de balazos entre narcos, sino un viaje al interior de la mujer: Teresa, alias La Mejicana, que a todas representa. Y usted, Doñita, sería una Teresa de lujo... O sea. Ruborizada con la flor que le ha aventado el hispano, La Doñita hace un paréntesis para explicarle a la tribu que el gachupas éste es un periodista-novelista famoso, creador de una novela en la que el personaje es una chava culichi que debe huir a España porque el narco sinaloense la trae juida. Allá será La Mejicana, hembra de armas tomar que habrá de regresara Culiacán y/ — No les contéis más, Señora mía, que luego no compran la novela –ataja el hombre. — ¿Qué opinas de la guerrita que el Gobierno se trae contra los narcos? –pregunta Carambuyo Bill, el fronterizo. — Son puñetas. No hay, en México o en Estados Unidos, una guerra contra el narcotráfico. Este es un fenómeno social imposible de combatir con armas. El Ejército y la Policía sólo lo contienen (y apenas). La lucha verdadera sólo la darán aquí la educación y las alternativas económicas. ¿Los gringos? Esos tienen una doble moral y culparán siempre a los mejicanos. O sea. Por lo demás, yo sólo soy un pinche novelista que pretende contar una historia, como la de Camelia la Tejana; pero los Tigres del Norte la sintetizan magistralmente en un “corrido”, y yo necesité 500 páginas. Todo le festejan al fulano aquél, que bebe al ritmo del infelizaje, combinando las forjadas con tequila y riendo feliz con las charras. Pela los ojos, sorprendido, cuando el Viejo Chamán yaqui le confía que conoció al Capitán Alatriste, un espadachín a sueldo que custodiaba al Padre Salvatierra durante su saga por Loreto y la California entera. No, si les digo... O, como el hispano diría: Otro nivel, Maribel. Juan Melgar De barbarie y nostalgia “No es lícito sentir ahora nostalgia de la barbarie, porque no es posible a ella volver” –declara El Parara a sus iguales en Los 7 Pilares, ramada ínfima pero íntima que se convierte cada tarde en núcleo de sudcalifornidad. Los vagos, rufianes y bellacos que a ella se arriman para beber cerveza e intentar filosofía mesteña, sacan las antenas para entrar en la frecuencia del gurú de la canalla porteña. —No debieras estar tan seguro de que es imposible volver a la barbarie –declara Carambuyo Bill—. Imagínate que Bush invade Irak; que el Islam une fuerzas y lanza ataques nucleares contra el Imperio... Los demonios podrían soltarse, y la humanidad retroceder a la época aquella que estás invocando: “Éramos hordas vagando por esta lengua de tierra desolada...” — Me habría gustado probar la vida aquella –se anima El Parara—, protegido por mi banda... Ir de este oasis a aquél, para robar mujeres a los otros y cruzar la sangre... —Déjenme ubicarlos –interviene el Viejo Chamán yaqui—: estamos exactamente 470 años atrás; dos antes de que aquel capitán de aventureros desembarque en esta bahía con su gente, sus animales, sus armas y sus demonios, en una fallida fundación que habrá de ser derrotada por el hambre, la

calor y los jejenes... —Soy un guaicuro de 20 años –declara entusiasmado El Bolas—. No: mejor soy un pericú pescador, buceador, navegante y guerrero, nacido en aquella isla que pronto se llamará Espíritu Santo. No soy ni más ni menos bravo que el resto de mi banda. Eso sí: poco aficionado a tareas que no sean nadar, pescar, cazar, pelear y entreverarme con mujer. Nada de construir refugios, recoger ciruelas, bellotas o escarbar tubérculos, pizcar pitahayas o ablandar cueros con los dientes... Esas son tareas de hembra, ¡y nosotros somos muy hombrecitos! ¿Verdá palomilla? Seguidos por la sonrisa y la mirada verdísima, comprensiva y burlona de La Doñita, los hombrecitos se encaraman en aquel vehículo de nostalgia por la barbarie que conducen El Chamán y El Parara, y se lanzan, cimarrones, al retozo virtual por las playas, dando gritos de júbilo, sintiendo que cazan, vadean arroyos con el agua a la cintura, luchan contra bandas rivales para raptar doncellas... “Y que hacíamos esto y aquello...” “Y que entonces, se nos..” Como chamacos, como párvulos, ríen divertidos ante su hazaña de regresar al atavismo como al vientre, a las nieblas azules del primer principio. Todo es posible en Los 7 Pilares, aguaje mítico por báquico (aunque algo sórdido), que por esta tarde quiso ser épico y sólo fue lúdico y nostálgico. Huizapolítica De exilios imposibles Un sudcaliforniano puesto en el trance de dejar de serlo, sufre horrores. Sea por desamor o por desempleo, la inminencia del exilio le hace adelantar dantescos escenarios. ¿Cómo podré vivir sin los rojos ocasos maleconeros y sin la caricia veraniega del Coromuel? se pregunta el paceño. Un cachanía extremoso (de esos que hay), se estrujará el espíritu ante un panorama sin conchas ni birotes ni arenas negras, y sin el ambiente festivo y mitotero de aquel pueblo vaquero y afrancesado jijuesumadre al que desde ese momento ha empezado ya a extrañar. El vallenato que se precie, puesto frente al dilema de abandonar el polvo y los horizontes infinitos de Constitución e Insurgentes o la antigua tradición serrana de La Purísima y los Comondú, escogerá la permanencia en la heredad, sin duda alguna. Un loretano que pierde de vista La Giganta, lo pierde todo. De igual manera, la sola posibilidad de no volver a sentir el viento frío que hasta ya cerca del mediodía ahuyenta la niebla en Guerrero Negro, o el rechinar de troncos de palmera y el reverbero del sol en las piedras volcánicas que circundan San Ignacio, engarrota el ánimo viajero de sus habitantes. Algunos nativos de Los Cabos, de los pocos que quedan, cuando están a punto de abandonar el solar, salen de sus casas y vagan por las calles de San Lucas o San José buscando un paisano entre los miles de turistas, braceros y vendedores de «tiempos compartidos». Cuando lo encuentran, lo abrazan y platican largo rato intrascendencias para aterrizar en la nostalgia: ¿te acuerdas cuando aquí, mira, donde están ese property y ese attorney, íbamos a...? El encuentro renueva la querencia, hasta otro ataque de sentimiento de atraco e invasión, en el que los cabeños en vías de extinción volverán a buscar a sus pares por esas calles que son otras y las mismas, pero ajenas. Cualesquiera que sean los motivos que lo empujan al exilio: hambre, despecho amoroso, líos con el narco o malquerencia del régimen, el sudcalifornio hace casi siempre de tripas corazón frente al destino y deshace maletas para quedarse aquí a hacer los huesos viejos del recuerdo, enamorado hasta el absurdo de una tierra árida y fea como el pecado. Quién le manda. Juan Melgar De navideño espíritu y convicciones El colmo de un ateo irredento es festejar el nacimiento de quien se ostentó como hijo de Dios, colocarle arbolito a sus cachorros para que un santo robusto de origen finlandés (Nicolás) haga sudar por este desierto a sus renos con el trineo cargado de obserquios caros y los deposite al pie, la noche del 24 de este mes. ¿Qué puede hacer un ateo confeso para explicarle a sus críos que eso del espíritu navideño es un truco de comerciantes? ¿Cómo argumentarles que el amor no está en el mercado; que no se compra ni se vende, ni es posible medirlo tomando como patrón el precio de lo regalado? No hay manera. El ateo sin fisuras será derrotado también en su afán ecologista de conservar los arbolitos sin cortarlos. Debe encaramar a los retoños en la carcacha y llevarlos por Forjadores a que escojan el arbolito (les gustará el más frondoso y caro). Deberá comprarrles metros y metros de líneas con foquitos para enredarlas en las ramas, porque las del año anterior «ya no prenden». Colocado el árbol y cargado con el mugrero de adornos que lo vuelven charro, cursi, kitsch (y caro), habrá de pensar —el ateo juramentado aquél— cómo y de dónde va a sacar el dinero para comprar el Game boy, la bici, los patines, los tenis de aire, el carrito de control remoto, la chamarra marca FOX, los dulces... No, y pérese: cuando el librepensador asumido supone que ya terminó la danza junto con el año, resulta que sus chiquitines empiezan a hacer planes y cartitas para pedir más regalos caros a unos individuos que se hacen llamar «santos» y hasta «reyes», cuando no «magos», y que viajan a la casa del ateo la noche del cinco al seis del recién desempacado año, para poner a temblar la economía de millones de padres que, como el descreído aquél, deberán (claro) comprar más regalos. No es justo, pensará el descreído ahora empobrecido, que un padre de familia honrado y trabajador, que paga sus contribuciones (no religiosamente, claro) y que se niega a ir a misa porque se lo impiden sus conviciones, debe rendirle culto a todo el santoral de fin de año y, de pilón, pagar por ello. No hay derecho, dirá, antes de retratarse frente a la última caja registradora decembrina y pagar, persignándose. Por Dios que no, habrá de decir, moqueando. Huizapolítica De dátiles, tradición y ofrenda “No sólo la cruz trajeron los padrecitos misioneros a la California –hace ver El Viejo Chamán yaqui— traiban espadas a sueldo (por aquello de los desencuentros) y traiban también maíz para amansar a los naturales y parras para el vino, animalitos para proveer de carne y leche y cueros a sus asentamientos misionales y, cómo no, también dátiles, cuyos huesitos fueron sembrando en los oasis del norte”. La tribu de infelices que forma su público habitual en Los 7 Pilares lo escucha sin muchas ganas: la calor, las tarifas de la Comisión y la amenaza de huelga en Pemex han sembrado en ellos el desánimo. Como que pensar y entusiasmarse con las gestas de la Californiada no checa; no es onda. Pero el brujo de la Pimería anda en estos momentos en el Siglo XVIII y hay que darle por su lado. —Pues sí; los dátiles – dice dasganadón El Bolas, joven piolero de El Calandrio — ¿y qué más? —¿Se imaginan un oasis sin palmas datileras? Constituyen sombra y alimento. A muchas generaciones de californios les han dado de comer en los Comondú, La Purísima, Loreto, Mulegé, San Ignacio... Los palmeros expertos en pizcar sus frutos son especie en extinción; quedan pocos, ya. El más famoso es Diego Arce, en san Ignacio. Es un babisuri para escalar los troncos y cortar los racimos de amarillos frutos. Aprendió de su padre, Don Tacho, y éste del suyo, Tío Locha, que a su vez obtuvo el conocimiento del primer Arce que llegó a los márgenes de ese arroyo rodeado de tule y carrizos que mis primos cochimíes llamaban Kadakaamán. En la península arábiga (de donde son originarias estas palmas que llegaron al norte de África y luego al sur de España con el Islam, para caer aquí en estos páramos), los beduinos trabajan los vástagos y los tallos recién cortados de sus hojas para hacer infinidad de muebles mediante ensambles magníficos y con las escasas herramientas del hombre del desierto: elaboran cunas, mecedoras, estantes, cacaxtles, jaulas... ¿Aquí? No; por estos rumbos se aprovechan si acaso, en cercos, ramadas rústicas y uno que otro zarzo para escurrir los quesos. — Por aquí, en San Juan de La Costa, anduvo un periodista aventurero, sembrando dátiles – informa Carambuyo Bill—. Enamorado de los oasis, Fernando Jordán quería multiplicarlos por toda la península. Yo creo que se murió sin haber probado los frutos de sus palmares a los que parecía apreciar más que nosotros, los aquí nacidos. Propongo un brindis por el espíritu de Jordán, aquí presente –dice el Bill y señala hacia el retrato que cuelga del cuarto pilar, donde el chaparrito chihuahense posa para la posteridad con su arracada en la oreja y la infaltable gorra de marino, de buzo, de vago irredento. Todos hacen libaciones por aquel superhombre del desierto, de la aventura y el periodismo. El Ultramarinero arrima queso de chiva y dátiles enmielados como botana de la casa. ¿Qué mejor ofrenda ritual puede hacer un californio a otro, en el altar de los recuerdos? El anciano yaqui sonríe, satisfecho. Juan Melgar De macroeconomía y chimangos «No hay lógica. Si yo vendo chimangos todosanteños a cinco pesos y su precio en el mercado internacional empieza a subir (porque son buenísimos y porque no produzco muchos y...), no veo por qué debe bajar su precio para no desequilibrar la economía de los gringos, tan afectos a mi producción que son ya casi chimangoadictos» —declara el chimanguero en rueda de prensa convocada por El Parara aquel día en Los 7 Pilares para aclarar el espinoso asunto, que involucra también a los productores de San Bartolo, La Purísima y San Francisco de la Sierra, miembros todos de la OPCHAC (Organización de Productores de Chimango, Asociación Civil). «Hemos recibido la visita de Bill Richardson, Ministro de Energía estadounidense (el chimango es bioenergético ¿sabían?) para llegar, con Luis Téllez, su homólogo mexicano, a un arreglo que beneficie a todos. El problema estriba en que Estados Unidos amenaza con sacar del congelador sus reservas para inundar los mercados, lo que propiciaría una caída estrepitosa del precio a niveles del 98, y eso no lo podemos permitir. Los japoneses ya dijeron también que están dispuestos a sacar al mercado sus reservas, lo que nos pone en predicamento. Clinton declaró ayer que los precios deben ser estables y aceptables para Estados Unidos... Si eso no es una amenaza, no sé nada de economía política ni de política económica, ni de pleitos de cantina» —subraya molesto, encabritado, el buen chimanguero. A pregunta expresa del corresponsal del The New York Times en el puerto, el vocero gremial replica: —¿Cómo cree que vamos a atizar los sartenes de producción para que la sobreoferta abata los precios? A la deuda externa hay que abonarle religiosamente los intereses, que nunca nos son perdonados por los acreedores, que son los mismos que nos piden disminuyamos nuestras ganancias. ¿Dónde está la lógica? —No hay lógica, pues —coincide El Parara—. Cuando los precios de nuestros productos andan por los suelos, a los economistas macro no se les ocurre que es negativo para la economía global que nosotros andemos en los callejones de la miseria, que no tengamos capacidad de compra, y no se diga de ahorro. Pero si lo que vendemos escasea porque nos pusimos de acuerdo los productores para regular la oferta, entonces Clinton nos advierte que si su economía anda mal, la nuestra irá peor, así que: o aumentamos nuestra producción para que los precios bajen, o ellos sacan sus reservas y nos revientan. Lo bueno es que somos sus buenos vecinos y socios comerciales. ¿Se imagina compa, cómo nos traerían si no? —le dice el teporocho norteño al vocero de la OPCHAC, en plan de consuelo. Luego, cuando le arrima a los belfos el gollete de una forjadísima, se acaban los pucheros y se

generalizan los ¡...inguesú! Y los ¡total...! Huizapolítica De amorosos y amistosos ¡Canta oh Diosa, la cólera del Pelida Aquiles...! Así inicia Homero en La Iliada sus cantos de amor, dolor, amistad y muerte: furia de Aquiles porque un héroe troyano mató a Patroclo, su amado, su compa, su secuaz. De por aquellos tiempos, y aún más atrás, arranca esta institución a la que los sociólogos llaman amistad institucionalizada, que en el lenguaje actual ha dejado de tener uso, aunque persista como fenómeno. La amistad institucionalizada abarca relaciones que vinculan a dos o más personas (que no son parientes) mediante normas, derechos y obligaciones. Aquiles y Patroclo serían símbolo heroico de esta forma de relación, que se confunde bastante con el compañerismo de armas; con la relación entre profesionales; con la bandería política (somos perredistas, somos panistas, somos priistas ¡y qué!); con la comunidad de creencias religiosas (somos católicos, somos cristianos, somos islámicos ¡y qué!); con formaciones transversales más intensas (como la fraternidad de Los 7 Pilares), y aun con el homosexualismo. La amistad (a secas) es una relación entre dos, surgida de una mutua simpatía, del mutuo consentimiento de una personal armonía. El amor es, según El Grijalbo, «intensa inclinación afectiva hacia alguien, que lleva a quien lo siente a desear vivamente su felicidad y su presencia». Para los antiguos griegos, amor era, «deseo físico» o «fuerza cósmica integradora». Los teólogos cristianos diferencian entre el amor de benevolencia que es altruista, desinteresado, y el amor de concupiscencia que busca el disfrute de lo amado. La amistad como tipo de relación voluntaria es un sentimiento de gran arraigo entre nosotros, herederos de una civilización que la reverencia. Pero ese sentimiento no tiene días específicos. Va mucho más allá del 14 de febrero o del 28 de diciembre o del año en que fuimos tan felices porque dejemos de ser oposición y empezamos a partir el queso. El amor y la amistad son pues, sentimientos que nacen y se dan con independencia y libertad. Nadie obliga a nadie, y si los comerciantes que inventaron esta fecha enriquecen vendiéndonos porquería y media aderezada con rojos corazones, es porque se los permitimos... o sea, por amistad. ¿Qué otro sentimiento hubiera impulsado a este (ahora) amistoso colaborador a consultar diccionarios, libros de caballerías y gordos mamotretos y tratados (en domingo) para redactar este textículo sino la amistad... institucionalizada? ¿O el amor? Juan Melgar De nombre y renombre «Los Cabos no es una ciudad, pero va a serlo. Así que ni se me encabriten porque los de afuera, los otros, hayan bautizado con ese nombre a todo el estado» –señala con cierta mesura, como valiéndole, Carambuyo Bill, en medio del primitivo aguaje aquel. El peladaje reunido en ese antro que se hace llamar Los 7 Pilares se le quedan viendo al fronterizo con cara de “Bueno, pues; ¿y qué más?” —Cabo San Lucas y San José del Cabo son dos pueblos pinchurrientos que no tardan en juntar sus miserias. Su destino ya lo empalmaron y los apergolló el turismo sin adjetivos: ese que gasta dólares en alcohol, música, sexo, comida rápida y reventón, pues. (El turismo ecológico y de aventura será para otros). Pero antes de que los pueblos sean uno, los fuereños ya bautizaron el rumbo como “Los Cabos” y ni modo. Así es de que ni caso tiene que se agüiten, camaradas. Al contrario, aprovechen el viaje y hagan escándalo para ponerle otro nombre al estado. “Ba-ja-ca-li-for-nia-sur” es largo, difícil de pronunciar y, de pilón, dos veces apéndice de California: “baja” y “sur”. ¿Cómo la ven? Como si les hubiera picado un bitachi en el sobaco, los maitros que recalan en el ágora de los sin tierra ni tarjeta de crédito se atropellan para opinar acerca del tema éste, tan a flor de pellejo. —“Estado de Los Cabos...” ¿Y por qué no? –arriesga El Bolas, joven original de El Calandrio— . Con la ventaja de que ya todo mundo dice: “Me voy de vacaciones a Los Cabos..” o “Desde Los Cabos, en el marco de La APEC, reportó para el noticiario tal y tal..” Se me hace que “Los Cabos” está bien. —Calla, insensato, judas, traidor a la raíz histórica –ataja La Doñita, con los ojos de gata llameantes, pero con una sonrisa juguetona— el santo nombre de “California” debiera decirte algo y estremecerte el corazón con su eufonía, que remite a los aquí nacidos a la epopeya, a la novela de caballerías, a la leyenda de Calafia en Califerne... ¿Cómo osas cambiar sus cuatro simbólicas sílabas por esa toponimia sin chiste ni fuerza ni encanto alguno? “Loscabos” “Loscabos” No. De plano, no. —Pues claro que no –tercia El Parara—y no es necedad, ni “ganas de matar el tiempo con intrascendencias” como opinan los revolucionarios que se ocupan sólo de grandes tareas, con su ardiente mirada puesta en el horizonte histórico. Esto del nombre importa. Aunque pobres e insulares, queremos ser reconocidos con un nombre que no se preste a confusiones. Y California es nuestro nombre original. A él debemos volver. Y que se enojen Bush, El Pentágono, el Departamento del Tesoro, el Instituto Smithsoniano, la familia Rockefeller, Los Simpson, el compa Giulliani, la Migra y la Border Patrol... ¿No les parece? En cuestión de renombramiento y de renombre, nosotros y sólo nosotros somos autoridad. La parrafada del gurú del barrio concita la aprobación de la tribu y no se vuelve a tocar el asunto. California será, y punto. Faltaba más. Huizapolítica De aguaje e identidad “Los californios brotamos del aguaje. Nuestra cultura fue posible gracias al aguaje; sin él, nada somos; nada podremos ser sin su influencia: todo gira a su alrededor. Somos producto de una cultura original cuya primera referencia es el aguaje” El Juntabotes suelta la parrafada como rezando, con cierto engolamiento en la voz y con la vista desparramada hacia las vigas de la ramada (o hacia el horizonte cultural ¿quién sabe?). La mancha de cabecitas negras que a Los 7 Pilares concurre cada día para renovar el espíritu con mitote, filosofía cimarrona y bebestibles frescos, lo escucha con mediana atención. No está el palo pa cucharas, ni el horno está pa birotes. Las perradas cometidas por la CFE y SAPA con sus tarifas abusivas a todos traen con escaso humor para la antropología de campanario que el Zar del Aluminio acostumbra. —¿Y de dónde sacas el argumento justificatorio de tu afición por las forjadas de este antro, Juntabotes? –inquiere El Bolas, joven investigador de El Calandrio. — Son palabras de la doctora Michelín Cariño, de la UABCS, en una reunión reciente en la que se habló largo y tendido sobre los aguajes californios. Y va más allá: afirma que el aguaje es parte fundamental de nuestra identidad... ¿Lo ven? Ya lo decía yo... Pero tenía que ser afirmado por una eminencia universitaria para que, entonces sí, fuera tomada como tesis. Déjenme completarle la idea a la doctora: Sin el aguaje estamos perdidos. Nuestro espíritu necesita del auxilio existencial que sus humedades nos proporcionan... ¿Y qué decir de la compañía gratificante de otros californios, con su plática, su humor especial y sus puntadas? Tienen razón los científicos sociales cuando aconsejan declararlos “Patrimonio de la Humanidad” y cuidarlos de la contaminación... Nomás piensen en la posibilidad bárbara de que a los gobiernos represores se les ocurra combatir con regulaciones burocráticas (o policías) estas guaridas donde la verdad aflora, la neurona transpira y la libertad resuella... Imaginen ustedes, camaradas, que con la Escalera Náutica empiecen a proliferar en este barrio los “pub” con cerveza al tiempo; las cervecerías alemanas con cantantes tiroleses vestidos con pantaloncitos verdes y sombreritos de mamarracho; los antros muy majos, con tapas y vino a lo madrileño... ¿Qué va a pasar con nuestros semiclandestinos pero sacrosantos aguajes? ¿Qué será de Los 7 Pilares, esta ramada impar, bebedero folclórico, el más reputado de la Mar del Sur en su margen occidental? Como en las películas mexicanas de cuarta, un murmullo soterrado e ininteligible recorre el ágora de los sin tierra, y una voz anónima salta: “¡Defenderemos lo nuestro!” y las interjecciones y pujidos aprobatorios menudean, también como en película de las que se filman en una semana. Cuando La Doñita toma la palabra para explicar a la tribu que la doctora Cariño se refirió a los aguajes, oasis, manantiales, tinajas y lloraderos peninsulares como centros de la estrategia civilizatoria jesuítica y más atrás, como centros de verdor que alimentaron a las bandas de aborígenes californios, la raza está ya prendida en la defensa del aguaje; de “su” aguaje y nada más quiere saber. Así se hacen los chismes. Juan Melgar De pérdida y lamento “Habrá que decirle adiós a nuestro lenguaje común, ese medio de expresión que los californios del desierto utilizaron durante siglos para comunicarse con sus pares, desde los rumbos de El Arco (cuando Guerrero Negro no pintaba en aquellos salitrales) Malarrimo y Punta Eugenia, hasta Migriño y el Cabo Falso, donde la tierra se va a pique en el Pacífico. Habrá que decirle bye o ciao y pueque hasta sayonara al slang chollero, dada la globalización que se dejó venir para acabar con las fronteras lingüísticas y arrasar parejo, sin dejar bolsones culturales que habían resistido las embestidas de una modernidad chilanga que se dejaba oír en la XEW y ver en las películas del Indio Fernández o Cantinflas, pero que se abrieron, fueron derrotados por la omnipresente tele con Adal ramones, los reality show, Brozo y las telenovelas. La homogeneidad aquella, propiciada por el aislamiento geográfico, se habrá terminado en pocos años. Pronto, un viaje de los jóvenes sudcas a través del lenguaje rescatado por Los Huizapoles y Juan Ramos de los casi extintos rancheros y pescadores, será el viaje por un país desconocido. Nadie sabrá qué significa brotarle a alguien a los cabronazos en medio de la jugada de panguingue o sentir una cierta armonía en la tabla del pescuezo, entre la frezada y la aldilla. A quién podrá importarle en Todos Santos o Santiago que se haya perdido el secreto para cocer el guarapo en los trapiches y cómo dar sabias paletadas en la artesa al melado para que la melcocha vaya poniéndose güera y a punto para la panocha de gajo. Quién quedará para explicarles a los chamacos en Cachanía cómo sobre los chutes descargaban los vagones del tren o los dompes que se dejaban venir con mate o manganeso desde Lucifer. Cuántos chavalos de La Paz o San Lucas sabrán cómo se gobierna una panga celosa con el puro canalete, desde el espejo de popa, sin chumaceras, y cómo se tiende la piola con el robador de tres muertes para la carnada...” El Viejo Chamán yaqui concluye su larga perorata, su queja sentida, y se enjuaga el reseco gañote con un largo beso a la ambarina. Los habituales en Los 7 Pilares le han seguido el discurso con miradas húmedas de conmiseración y solidaridad, pero no muy convencidos de que el anciano ande en sus trece. “No podemos andar cargando el pasado como fardo” –pensarán algunos—. “Las costumbres, las tradiciones y el habla característica se van perdiendo en los callejones del presente. Hay que saber decirles adiós” –supondrán otros. Bye bye, ciao, sayonara... Viva la aldea global. Sí señor. Sí pues. Huizapolítica De ballenas y amistades No falla. Justo por estas fechas, cuando las ballenas empiezan a recalar a los complejos lagunares donde nacieron, el teléfono suena y... —¡Oye, que gusto! ¿Cómo has estado? Sin esperar tu respuesta, que podría ser: nooo... pues de la fregada... Estoy salado... No

logro concentrarme para enviar mi colaboración diaria al periódico, y cada vez me salen más zuatas. O: ¡nada, que estoy estreñido, y los versos no salen ni con exorcismos!... Sin esperar pues que la agarres de paño de lágrimas, aquella antigua amistad capitalina (o guerrerense, o yucateca, o...) va a preguntarte a bocajarro: —¿Y qué onda con las ballenas? Empezarás a explicar que no eres más que un aficionado; un diletante; que sí te gustan (sobre todo bien frías), pero... la añeja amistad aquella no te interroga sobre aficiones regionales, sino: —Me han dicho que ya están llegando a San Ignacio, el pueblito minero ése en el que murió Eiffel. ¿No? Pretendes sacarla del error múltiple con tus nada despreciables conocimientos acerca del pueblito en que naciste; que fue construido el siglo antepasado (¡ya!) por franceses; que está algo retirado de San Ignacio, lugar al que no llegan los cetáceos porque no vuelan, y que Eiffel jamás oyó nombrar, no sólo a Cachanía, sino a Baja California... Bueno, tal vez ni a México, porque la geografía no es el fuerte de los parisinos... Todo aquello pretendes explicar, cuando la entrañable amiga aquella, ansiosa por concluir la conferencia telefónica (que de seguro se está pirateando de alguna oficina pública en el Deéfe), te deja caer el motivo real: —Estoy por llegar a La Paz ¿sabes? Llego el viernes en el vuelo tal y tal de Aerocaliferne. ¿Podrías pasar por nosotros? Voy con mi mamá y mis cuatro hermanos, con sus escluincles, ¿recuerdas? Ojalá puedas conseguirnos un tour por allá... Háblale al señor Bremer, tu amigo, y capaz que hasta nos aloja en la Casa de Visitas de la Salinera... Tú nos llevas ¿nooo? Bueno, ciao, besos, clic. No alcanzas a decirle que Bremer no es tu amigo; que Ojo de Liebre está a diez horas de La Paz; que en tu carrito sólo caben dos personas normales y que sólo el corpachón de su madre amerita trailer. ¿Y ora? El viernes se casa tu sobrino Ernesto el tamaulipeco (un pelao así de alto y así, mira; así de grueso), con Chandra, una canadiense enamorada de La Paz y aferrada a que se casa, pero here. ¿Y ora? No se vale. La temporada ballenera ha comenzado. Va a haber más llamadas como ésta... Otras viejas amistades van a recordar que existes. Así que arrancas el cable telefónico o te vas a la Sierra de la Laguna a estudiar quirópteros insectívoros por ocho semanas o le ruegas al maestro Parara que te haga el quite, expropie una pesera, y se vaya de cicerone con la vieja amistad y su familia aquí nomás, a Bahía Magdalena, diciéndoles qe es Ojo de Liebre. Al fin que todos los capitalinos del mundo andan mal en geografía. Juan Melgar De pandillas y violencia Son muchachos entre los 14 y los 20 años de edad. Visten ropa cara y muchos de ellos traen carro. Queman mota, aspiran coca, tragan pastillas tóxicas o jarabes y beben alcohol. Pelean con otros muchachos a la menor provocación: golpean a sus adversarios con puños, pies o garrotes: pican con navajas o puntas y en ocasiones disparan con armas de fuego. No es el retrato hablado de las pandillas del Bronx neoyorquino, del Este de Los Angeles o de la Kashbaa argelina. Es el esbozo apresurado de las pandillas de muchachos en los barrios bravos de La Paz, el tranquilo puerto y capital de Sudcalifornia. ¿Cuántos chamacos calzonudos, desmadrosos pero serios y medio torvos, vemos cada día allá, por las esquinas del barrio, carburando ondas gruesas contra sus semejantes que osaron transgredir alguna ley no escrita de convivencia, o violaron territorio restringido a los de este rumbo? Son miembros distinguidos de apenas una de las decenas de pandillas paceñas, dedicados todos ellos al peligroso arte de vivir en bronca permanente con los otros. ¿De dónde la violencia? ¿Por qué el descontón madrugador y alevoso es el recurso más socorrido para arreglar diferencias entre pandillas? Nadie tiene la respuesta. Todos tenemos las respuestas. Los viejos con ínfulas de sabios afirman que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Los jóvenes con pretensiones de filósofos justifican el valemadrismo que anima su actitud como respuesta al cinismo presente en el accionar social. Los políticos no se hacen mala sangre con análisis sociológicos y claman por el imperio de la ley y el orden. Los religiosos, sin predicar con el ejemplo, se quejan de que no hay valores morales que frenen a la juventud. Asumido como grave problema social desde hace varios lustros, el pandillerismo violento pretendió ser combatido con mayor violencia, creándose (en la administración municipal panista) grupos parapoliciacos cuasifascistas que no atacaron el problema; lo recrudecieron. Hoy estamos en las mismas y como al principio: preguntándonos acerca del origen de la violencia juvenil; tratando de definir si el alcohol y las drogas son el detonador de una violencia que tiene sus orígenes en causas sociales más profundas. Huizapolítica De seudoparadojas y entretenciones Cuando aquel joven biólogo termina de leer las paradojas de Galeano, esas que desnudan al hombre moderno y dejan al capitalismo salvaje en cueros, los descamisados que forman su público en el antro se le quedan viendo como con ganas de ¿y qué más?, por lo que el militante ecologista debe encararles: —Ahora les toca a ustedes elaborar algunas paradojas, pero locales –reta. El infelizaje reunido en aquel aguaje mísero, centro de disipación corpórea, de refocile intelectual y de masturbación anímica se queda estático, tieso, mudo, y el joven científico del CIBNOR, la UABCS y Los 7 Pilares ha de animarlos con una: —“La sal que produce Guerrero Negro tiene miles de aplicaciones industriales; pero en Sudcalifornia no hay industria que la aproveche”. Las guturaciones, quejidos y siseos de aceptación se enroscan en los pilares de la ramada, pero nadie se anima a seguirle la onda al universitario, que ya encarrerado se sigue con otra: —“En Sudcalifornia casi todo mundo sabe leer y escribir; pero, salvo la UABCS, no hay quién edite libros. Ni el gobierno”. ¿No resulta esto paradójico? –pregunta. —“Tenemos miles de kilómetros de litoral en los dos mares más ricos del planeta; pero nuestros cultivos de peces, crustáceos y moluscos no pintan, no dan color” – arriesga El Bolas, joven arrojado de El calandrio. —“Los sudcas” –interviene El Parara— “presumen de revolucionarios (institucionales o democráticos); pero producen políticos tan reaccionarios que hasta miedo dan”. ¿Es o no es? –pregunta al pobrerío y al ecologista que vino a calentarlos con el jueguito de hilvanar contrarios. — No, pues sí—concede La Doñita —. Y a ver ésta: “Suponemos vivir en el Paraíso; pero nuestra tasa de suicidios es altísima, similar a la de Cuba (otro Paraíso)”. ¿Cómo entender tal absurdo? — “Cuando un sudca muere y llega al Infierno (¿a dónde más?) solicita cobija” – afirma Carambuyo Bill, hombre de fronteras— “así de calientitos son sus veranos; pero la CFE le niega tarifas eléctricas protectoras”. ¿Cómo ven? — Esa no es paradoja; son chingaderas –afirma El Bolas—. Pero ahí les va ésta: “Hija de la navegación y la aventura, la Antigua California pare sujetos que viven de espaldas al mar que los nutrió: no hay entre sus hijos navegantes”. El cruel mensaje del prohombre de El Calandrio hace que el peladaje que se vara a diario por el clandestino aguaje vuelva a las andadas: con cara agria, todos vuelven al mutismo y a la reflexión amarga sobre un pasado al que traicionan, un presente que los atenaza y un futuro que los horroriza. Menuda bronca existencial. Juan Melgar De cercos y cercanías Un cerco es una construcción que rodea un terreno y marca la posesión o la propiedad de esta superficie. Cercados por las cercas, los sudcalifornianos no son dueños ni señores de lo que ven. Salvo unos cuantos afortunados terratenientes, la mayoría pertenece a esa categoría de seres que nada tiene: el infelizaje. Cuando llegan las tan esperadas lluvias, los citadinos con alma de californio primigenio salen a correr las aguas para que la pupila se atragante de verdor tierno y los pulmones se colmen de olores a humedad y a tierra en gestación. A la orilla de las carreteras no hay manera, a izquierda o derecha, de entrar al paisaje que invita, retador, a que se le conquiste por unas horas. El alambre de púas lo impide. La ley es dura. La propiedad de las tierras corresponde originalmente a la nación: es decir a nosotros, los que la conformamos. Pero la ley posibilita a quienes ha confiado el Estado esos pedazos de territorio a cercarlos, impidiendo así que los sin tierra podamos utilizar algún pedazo para acampar, preparar una carne asada o lo que se nos antoje. ¿Tiene sentido? Un abogado responderá que sí, que la propiedad privada es sagrada, y que quien quiera gozar de la tierra y poseerla, ha de comprarla. Sorprende ver a tanto miembro del infelizaje, con la familia a la sombra de un ciruelo o mezquite cualquiera, disfrutar de su día de campo en la cuneta, oliendo no los efluvios de la flora del semidesierto, sino el aroma de la magna sin o del diesel que dejan los vehículos que pasan por ahí, a cinco metros de donde sus críos patean el balón. Hay quienes aseguran, sonriendo, que tales ejemplares gozan la cuneta y sus inconvenientes, pues parte de su diversión está en ver pasar carros. No es de creerse. Si no hubiese hilos de púas impidiendo el paso, esos conciudadanos arrastrarían sus cerveceras panzas hacia lo profundo del monte para saturar sus sentidos y su atavismo en aquellas savias perfumadas de que hablaba Jordán, o —como indios playanos que nos recuerda Javier Manríquez— para dormir tumbados de cara a las estrellas. Si los cercos cercan el espíritu (aunque no lo atrapen) habrá que diseñar leyes antídoto para burlarlos. Los derechos de paso que señala el Código Civil no bastan, pues son de eso, de paso, y los ansiamos de disfrute, aunque sea sólo por unas horas. Señores diputados de la actual legislatura: tienen chamba. Huizapolítica De voyeurismo y economía Un voyeur típico sería aquel mirón que, confundido en las sombras, brinca bardas ajenas para espiar, sigiloso cual nagudo, recámaras en las que desnudeces femeninas o apareos ajenos le lubrican la hormona al grado del orgasmo. Redondeces, contornos, descuidos mórbidos alimentan su afán masturbatorio. Cerraduras, ventanas, agujeros, rendijas, portillos, son vehículos cómplices de la pupila voyeurista. Pero hay otro voyeur menos complicado y más numeroso: el que se retrata en los escaparates de las tiendas para ver todo, desear algo y comprar nada. El virus voyeurista atípico ataca con mayor frecuencia y agresividad a miembros activos de la clase media, sin distinción de sexo, edad, religión, estado civil, partido político o escolaridad (se ha visto a universitarios con doctorado, babeando ante una sierra radial en el escaparate de FECASA, y a subempleados eméritos gemir ante el brillo cegador de una Dodge Ram del año, en 5 de mayo e Isabel la Católica). No hay cura posible para el mal. Pese a los afanes de los doctores (Zedillo, Ortiz...), los planes encaminados a erradicarlo se enfrentan con la realidad dura, aplastante, del desempleo, la atonía económica, el Fobaproa y la inflación, caldo de cultivo del tal virus. Usted, sin saberlo, puede estar infectado. ¿Cuántas veces se ha paseado por el centro visitando tiendas departamentales, pasajes comerciales, changarros de artículos orientales, sin echar mano a la cartera ni una sola vez? Si esto sucede con frecuencia (de dos a tres veces cada mes) el virus atípico del voyeur se ha introducido en su psique y cabalga sus ansias. No podrá combatirlo con un doble empleo, ni con préstamo al ISSSTE, ni poniendo un puesto de tacos de pescado en la esquina más transitada

con un doble empleo, ni con préstamo al ISSSTE, ni poniendo un puesto de tacos de pescado en la esquina más transitada de su colonia, ni... Resígnese. Haga como que no pasa nada. Espere a que el país salga de la bronca en que lo metieron los yuppies neoliberales. Mientras, asúmase voyeur y disfrute su escuálida imagen en el reflejo de los aparadores. Sonría. Juan Melgar De solidaridad y correspondencia Buenos tiempos, los presentes, para la solidaridad. Hace muchos años, cuando el huracán Liza de infausta (nefasta) memoria nos golpeó y mató a cientos, miles de paceños, la solidaridad nacional e internacional nos hizo llegar alimentos, ropa, agua, tiendas de campaña, catres, faroles, bolsas de dormir, medicamentos... Con el envío de aquellos artículos necesarios, miles de seres humanos expresaron sus sentimientos de comprensión hacia la desgracia que vivíamos: aquí estamos con ustedes; nos duele vuestra desgracia y queremos ayudar a disminuir su pena con esto, que de algo va a servirles, pretendieron decirnos. Años después, la televisión nos trae escenas ya vistas, ya sufridas. Mujeres y hombres como nosotros se debaten en la angustia que causa el hambre, el frío, la falta de abrigo, la enfermedad y la sed, en el sureste del país. Los planes de desastre para ayudarlos son insuficientes, como el equipo y los vehículos necesarios. Las lluvias que causaron inundaciones, derrumbes, pérdidas y muerte siguen cayendo sobre los desgraciados, aumentando su pena. Nos toca ahora corresponder a aquel gesto con el que miles de hombres y mujeres desconocidos, sin nombre, se hermanaron con nosotros. La solidaridad va más allá de la conmiseración porque se vuelve acto, acción de darse, dando. Rebasa a la caridad porque ésta es compasión religiosa frente a quienes padecen infortunio, mientras que la solidaridad es más grande y abarcadora: es adhesión y creencia firme en el destino común de todos los hombres. Aprovechemos la oportunidad para ejercer nuestro derecho a la solidaridad con nuestros hermanos de Oaxaca, Tabasco, Veracruz, Puebla, Hidalgo, Guerrero, Chiapas, enviándoles algo que les ayude a mitigar su pena. Acudamos a la Universidad Autónoma de Baja California Sur a entregar nuestro apoyo; allí va a ser canalizado hacia donde más se necesite. Buenos tiempos, los presentes, para la solidaridad que hermana voluntades, olvida diferencias, rebasa ideologías y pone en su lugar a gobiernos, revalorizando el papel y el destino de los simples ciudadanos. Huizapolítica De vacas y caminos Para Isidro Jordán «Las vacas ya estaban allí, cuando llegaron las carreteras a darles en la madre. Sus muertes, sus miles de muertes, contribuyen a irle dando en la madre a los rancheros, y cómo no, a la ganadería sudcaliforniana» —declara El Parara con áspero lenguaje, convencido de la justedad de su razonamiento. ¿Los rancheros deben ser penalizados por las autoridades judiciales cuando un carro choca contra una de sus reses o bestias? Quien se apresure a contestar que sí, tal vez no ha considerado todos los ángulos del asunto. Hay de rancheros a rancheros. Éstos, los adornados con cursivas, van al rancho los fines de semana, a empujarse un vino chileno con carne asada, a vigilar a sus empleados y a dar órdenes de cómo se deben hacer las cosas. El domingo por la tarde regresan a la ciudad en su Grand Cherokee, a tiempo para ver sus programas favoritos en sky o en el cable. Los otros, los rancheros de veras, tienen en su heredad unas cuantas cabezas de ganado mayor y un chinchorro de chivas ñengas que apenas dan para irla pasando. Si un carro atropella a uno de sus animales que pastan búffel a orillas de la pista, les rompe la economía, los desgracia. Si a este mal, una autoridad judicial insensible le agrega el pago de la indemnización correspondiente al dueño del carro dañado, la desgracia del ranchero se duplica. El problema es tan viejo como las posibles soluciones intentadas o sugeridas por rancheros y rancheros: La más folklórica, pintar los cuernos de las reses con pintura fosforescente, y collares igualmente llamativos para las pelonas y las bestias. Otra es que las carreteras sean cercadas por los rancheros en sus predios y por los rancheros apoyados con alambre y postería por la autoridad federal, estatal y municipal. Mientras eso sucede, que los límites de volocidad en zonas de ganado disminuyan, siendo rigurosamente vigilados (los límites) por los federales de caminos, esos seres temibles que acechan a los transportistas y choferes de yarda en las cercanías de los pueblos. Tendrán más oportunidades de morder, pero sus mordeduras contribuirán a hacer descender los índices de accidentes en general, y las vacas y bestias podrán seguir pastando en las cunetas, sin sobresaltos para nadie, como cuando este territorio era el Edén. Seguro. Las vacas ya estan allí, cuando llegaron las carreteras rompiendo madres» —concluye, algo reiterativo, el filósofo menos ligth del exiguo panteón municipal paceño. Juan Melgar De binomios y adrenalina Para Fisher, López Cinco, Amaya y Zazueta Oyes el motor aquí dentro, pegadito. No; no es oír el verbo: retumba el motor en tu cabeza y en el tórax, como la vibra del bajo en una tocada de heavy metal. Los rugientes cilindros del carro convierten las explosiones en carrera desbocada de pistones hacia las bielas que revolucionan al cigüeñal y a la flecha y al diferencial y a las llantas taconudas, anchas, acanaladas por una reciente rasurada. Tú eres parte del vehículo. Atado a él mediante correajes en hombros, cintura, muslos, vas a seguir su trayectoria y suerte: son un binomio. Dependes de su poder de aceleración, de su tracción y estabilidad, y de tu experiencia y coraje para que, al término de la prueba, sus llantas continúen pegadas a la tierra y tú sigas vivo. En la próxima curva, aperaltada ya por el paso de los carros que te preceden, vas a llegar frenando en los últimos metros y, cambiando a una relación menor, meterás el acelerador para que las llantas tractoras claven los tacos de hule en el lodo y el torque poderoso obedezca tu control del deslizamiento: acelerador y volante en conjunción. Bramarán los escapes con furia al salir de la curva porque la aceleración los lleva hacia la rampa que los lanza al aire. La sensación de vuelo en el vacío durante uno, dos, tres, ¿cuatro? segundos colma con creces tu necesidad de adrenalina. Regresan las llantas al suelo tras el vuelo de 15 metros y el acelerador, antes libre, vuelve a hundirse en la recta de 100 metros que se vuelve curva cuando empezabas a sentir afecto por las ciento cincuenta millas y las 5 mil revoluciones del demonio que regruñe a tus pies, en tu tórax, y que pide más combustible pero le das freno y cambio de velocidad: ahí está. Otra vez aceleras, más agarre, que las llantas delanteras sigan la dirección del derrape; un jalón leve al volante, así. Cambio, aceleración, rugido, alcance de tu adversario que no siguió la trayectoria ideal al entrar en la curva; rebásalo, que coma lodo. Rampa, vuelo, ingravidez... Hay que ser un loco muy capaz, adicto a la adrenalina, y formar un binomio perfecto con la máquina en un vehículo de competencia, para sobrevivir a la experiencia sin daños evidentes. Si con la pericia con que éstos conducen el timón de sus máquinas otros llevaran las riendas de la sociedad política, ¿quién, en sus cabales, se quejaría? Huizapolítica De federales y rock ¡Vete a comprar carros al norte y tráetelos sin importar y cuando vengas de Tijuana te va torcer el Federal! Así, con estas palabras, Daniel el roquero alerta a los incautos sudcalifornianos que pretendan sacar la cabeza de entre el infelizaje desempleado para convertirse en sus propios jefes, que vender sueños rodantes no es negocio. Son muchos y variopintos los peligros que acechan a los yarderos (vendedores de autos usados) en los kilómetros de una cinta asfáltica que separan a la frontera estadounidense de este Edén: calor o frío; dolor de riñones; pésima comida; cansancio que provoca sueño que propicia accidentes que llevan a la muerte; carretera estrecha... Pero el menos simpático en la lista es el que presentan los federales de caminos, un cuerpo policiaco que se pinta sin ayuda. — (Amable) Buenas... ¿Cuántos vehículos trae, joven? —Cuatro tripulados... y dos tobariados —(Amabilísimo) Es decir: dos jalados con tow bar... Mmm... bien. Así tenemos que: seis carros de a cien cada uno, hacen un total de seiscientos, si las matemáticas no fallan, ¿verdad? ¡Vienen pues esos seiscientos... y que tengan, los cuatro, un viaje sin contratiempos...! ¡Bai, bai! Cada día, además de su siesta en la patrulla y del disfrute de su salario nominal, estos esforzados guardianes se llevan un jugoso sobresueldo al que contribuyen —de buen grado o por la fuerza— yarderos, traileros y uno que otro civil con el síndrome de la Baja Mil o con más de dos ballenas en el buche. La maldición llegó con el asfalto. Luego de un tiempo de resistencia choferil al abuso policiaco, la ley del revólver terminó triunfando: ¿Qué puedes hacer o decir ante un tipo armado que te pide dinero en la madurgada, con un frío de aquellos, en un llano desolado entre Jesús María y Guerrero Negro? Si traes tus papeles en regla (importación, traslado, licencia) el policía dirá que tu carro es robado y que vas a tener qué esperar a que él se comunique a la comandancia, mañana, y... ¿Qué haces para no perder cuatro horas en ese infierno sino darle lo que pide? —confiesa un yardero. Alguna vez, hace muchos, muchísimos años, la Policía Federal de Caminos fue un organismo respetable y respetado. La función que ellos cumplían en las carreteras la desempeñan ahora los Ángeles Verdes. ¿Quién, hoy, en el camino, no siente que la adrenalina se le dispara, cuando por el retrovisor ve acercársele, ominosa, con torreta de luces accionada, una patrulla lomosblancos tripulada por un güerito pelicorto, bien boleado y con cinematográficos lentes Rayban? Los Federales —ese Quinto Jinete— han logrado su propósito infame: hacer que, sin serlo, nos sintamos culpables... ¡de lo que sea! («...vas a querer/vas a querer/¡te va doler!») Juan Melgar De economía y arte «Cuando la economía familiar entra en crisis y revienta —ilustra El Parara— los angelitos malintencionados del desempleo aterrizan sobre la espalda del paterfamilias sudcaliforniano y le susurran seductoras salidas: Abre un restaurante o, de perdida, echa a andar un changarro de tacos de pescado. Ya en las últimas, los querubines gandallas aconsejan al desesperado: Apersónte en La Purísima y compra una tina de lámina galvanizada para que, por las mañanas salgas como lo hacía Cándido, a vender taquitos dorados de lo que sea. Más elegantes e intelectualizados, algunos seráficos consejeros recitarán al desempleado-perocon-capital una frase del poeta W.H. Auden : Cuando el proceso histórico se interrumpe, cuando la necesidad se asocia el terror y la libertad al tedio... ¡es la hora de abrir un bar! A los sudcalifornianos bien nacidos (¿los hay malnacidos? —pregúntase Parara) las crisis económicas les pelan los dientes; les hacen los mandados. ¿Quién, en algún momento de su vida, no se ha soñado rico, triunfador, famoso y hasta querido de las mujeres y apreciado de los hombres, gracias a sus talentos culinarios... digamos cocineriles? Dé un sonoro paso al frente aquel desempleado chollero que —en medio de su desesperación— no se haya imaginado preparando una botana y luego un cubanísimo mojito con ron, yerbabuena, limón y azúcar, tras la pulida superficie de la barra (hecha con maderas regionales) de su bien situado bar, frente a un embelesado grupo de parroquianos/fans. El arte culinario (cocineril, pues) es

cultura popular llevada a ámbitos excelsos y hasta materia prima de nuestra literatura. Recordemos nomás el cuento aquel: «¿Conociste a Fulana, aquella que estaba en la UABCS? Sí, hombre, a la que no le alcanzaba el gasto y andaba en camión... ¿te acuerdas? Ah, pues que se va a Guadalajara y que pone un puesto de tacos de pescado. Nooooo... ahora es riquísima: formó una cadena de puestos; no sale del otro lado, de vacaciones, con la familia... Sí». Las diferentes versiones ubican a la neorrica taquera en Guanajuato, Zacatecas y hasta en Madrid, con otro nombre, otro sexo y otros productos: tacos de asada, chimangos, empanadas, machaca de mantarraya... El hambre —conluye el ponente— es eterna, como el Cosmos, y sirve de acicate cotidiano a nuestra imaginación. Un poeta satisfecho, ahíto, (insultado, pues) no crea imágenes deslumbrantes, y la metáfora como que se le niega. Hay que vivir peligrosamente, en el filo de la inanición». Enajenados, los parroquianos de ese templo pagano que es el ultramarinos Los 7 Pilares verán al más profundo de nuestros pensadores callejeros —desde Obregón Perla— alejarse hacia su cueva, con la forjadísima acunada en el brazo izquierdo, con amor, como llevan las madonas al fruto de su entraña. Huizapolítica De pintas y vergüenza «Haz patria (chica) mata un..». En estas nobles industrias se encontraba, y a punto de concluir la gloriosa pinta en la pared oeste de la catedral de los paceños, cuando una mano morena le atenazó por la muñeca haciéndole soltar el bote de negra pintura spray con el que trabajaba. —Ocupación infame, a la que hoy se entrega, camarada —le susurró en la oreja la voz inconfundible del ideólogo del infelizaje, El Parara. —Imagino que la palabra que faltaba ahí es aquella con la que, hasta no hace mucho, se ofendía a los capitalinos, los nacidos en aquella la región más contaminada del aire... ¿no es así? Que algún plebe en edad de pelechar realice pintas enigmáticas desafiando a la autoridad y en agravio del vecino puedo entenderlo, aunque no comparta su esteticismo degradado ni su motivación. ¿Qué puede esperarse de quienes ejercen su derecho al pataleo de manera tan torcida? Ya crecerán y entonces van a avergonzarse. Pero que un hombre peludo y ya hecho se dedique a incitar a sus conciudadanos al linchamiento de quienes desean compartir con nosotros el calor y los ocasos; las espinas y la brisa; la sed y la llovizna; los malos y los regulares gobiernos; la rabia y las noches estrelladas; la muerte con ropaje de cruda y el goce de la bebida helada que se desliza por el gañote... Que un ciudadano ya hecho — repito— se dé a repetir la frase infamante aquella que ha provocado ya tanta barbarie... eso sí que no me entra. ¡No señor! —¿Quién —dijo— le ha dado a usted el derecho de permitir o negar la estancia de un compatriota en Sudcalifornia? ¿Ha pensado alguna vez que aquí todos somos recién llegados? A los antiguos californios se los acabó el experimento misional de los jesuitas. Con gotero, pero de todo el mundo empezaron a llegar colonos de esta isla y, a partir de 1697, con más fuerza. Vinieron europeos y asiáticos y novohispanos y peruanos y chilenos y gringos... Y los que se quedaron a aguantar fueron bienvenidos, como sus antepasados mayos, y los míos, yaquis. —Cuando usted se fue a la capital a estudiar (y a vagar) y a trabajar... ¿Algún capitalino le negó estudio, trabajo (o vagancia) por ser sudcaliforniano ¿Entons? ¿De dónde la enfermedad? ¿Por qué la inquina? —A ver —subrayó con suave firmeza— ayúdeme a borrar el texto inconcluso y, en penitencia, va a hacer del dominio público su gacha acción en el diario de mayor circulación en el estado. Y en diciendo esto y en terminando ambos de borrar el despropósito, fuese el maestro a hacer lo que más disfruta además de dar lecciones de ética mesteña: beber y vivir. Yo, con referir la historia, cumplo. Juan Melgar De trabajo y recompensa «Trabajamos como bestias, como animales, como burros, todos los días y el resultado no se nota. Nadie nos dice: «Oigan, qué buen trabajo hicieron ¡los felicito!» ¿Se dan cuenta? —Dice El Parara a sus compitas del gremio de macheteros, cargadores, talacheros, similares y conexos, entre trago y caricia a la forjadísima. —Cargar y descargar carros o barcos con mercancía varia, es labor pesada. Necesaria para la población, ni quién lo dude, pero también ni quién lo note. Sólo se echa de ver cuando se echa de menos; cuando falta. La gente no aprecia tanto el agua como cuando se acaba en el tinaco y en las llaves. ¿Lo han notado? Así nuestros afanes, colegas —afirma convencido el líder de la tribu— . Imaginen un día que crudos amanezcamos todos los del gremio y los camiones y barcos no tengan nuestras espaldas a la mano. El caos, la debacle, la hambruna, el desabasto y hasta el pillaje —subraya dramático— se abatirían sobre nuestros pueblos y ciudades. Si al Congreso, por razón similar (cruda) no concurren los representantes del pueblo, nada sucede. No cae la bolsa, los negocios continúan, como la vida, y la sociedad en su conjunto marcha como si tal. ¿Os dais por enterados camaradas? — insiste Parara— cada vez más convencido de la justedad de su argumentación. Si el ejército se queda acuartelado durante todo un sexenio y sus juanes dejan de revisar y moler en los retenes a la raza, ¿alguien protestaría? ¿las ruedas de la historia se atascarían? Si la burocrácia toda se toma el mes sabático y no concurre a sus oficinas en un puentísimo de cuatro semanas, la sociedad se mueve, el comercio sigue sus rutinas, la gente acá, en lo suyo, y cada cuál su onda. Que los curas y pastores protestantes, con el señor Obispo, se encierren a orar y a pedir por nuestras pecadoras almas durante un año completo; ¿quién va a extrañarlos? Al contrario. Ah, pero que a los descamisados no se nos ocurra irnos de farra unos diitas a la zona dorada de Los Cabos, con daiquirí, limosina y suite en el Westin Regina, porque es el acabóse ¿verdá? —señala con festiva amargura, como queriendo y no pudiendo bajarle al dramón. No cabe duda. Esta sociedad no nos merece. Y lo peor de todo: no sabe que existimos. Mira a través de nosotros. Quién nos manda, pariente, ser lo que somos: burros, bestias, animales de carga y descarga, en este mundo de Internet. Destapen otra». Huizapolítica De neurosis y clase «Qué neurótico voy a ser yo: ¡ni madres!» —juró, enfático, aquel hombrecillo al que nadie conocía en Los 7 Pilares. Todos voltearon a verlo un segundo, pero luego cada cual volvió a sus cavilaciones. Bastantes problemas tiene uno en la buchaca como para recibir los del resto de la humanidad, habrán pensado todos. Bueno, casi, porque el Viejo Chamán yaqui sí le hizo caso: le dirigió al chaparrín una mirada de afectuosa complicidad y —cosa rara— le medio sonrió, comprensivo, como dándole confianza para que soltara presión. El zotaco no esperó gran cosa y se dejó ir: —A poco no les ha pasado a ustedes: uno no fuma; el único que no fuma en una reunión, y todo el humo de los cigarros se le deja venir, derechito ¿a poco no? Está uno en la cola del súper, y te toca la cajera más lenta, porque está aprendiendo, o porque se le acabó el papel a la registradora, o... ¿a poco no? El infelizaje del aguaje empieza a rodear al llaverito aquel; en parte interesado en su discurso, en parte jalado por las forjadas que ha empezado a disparar mientras monologa. —Va uno en su carcacha apurado, nervioso, porque la comadre lo citó a uno para... Bueno, quiere uno llegarle a tiempo, y ¿a poco no? ¡Le toca a uno el carril de los tontejos, los lentos, los zuatos! Más y más interesado en el asunto (y las ballenas), el clan de cabecitas negras rodea al rollero disparador, atento y expectante: —Cuando logras ahorrar para comprar un boleto e ir al cine... hay cola para entrar a la sala; una gorda te atropella para ganarte la butaca; el proyeccionista está crudo y tembeleque; la película es de Almodóvar pero la cinta sonora es de pésima calidad; atrás de ti, alguien (la gorda prepotente, claro) habla mientras come y come mientras habla... ¿A poco no? El gremio de teporochos rodea ya al hombrecillo aquel. Las ballenas giran a su alrededor como tiovivos. Nadie dice esta boca es propiedad privada. Chitón. — Hiciste una colísima en el banco y, cuando va a tocarte a ti, se les cae el sistema ¿A poco no? El viejo chamán yaqui dice de pronto: —Seguramente, eres, mijito, al único de la palomilla al que le pegaban las ladillas; y, de seguro, Leonel te trae juido: no te deja respirar... Hay una conspiración permanente en tu contra, ¿verdá? —Oiga... ¿Cómo lo supo? La tribu de ganapanes, completa, le da la espalda al gnomo y lo dejan con un signo de interrogación flotando sobre su esmirriada humanidad. Aquellas angustias les son ajenas. Cuestión de clases, y de clase... ¿A poco no? Juan Melgar De Pararaíso y Ventanas «Si el cielo existe, así ha de ser. Porque todavía hay clases. ¡Digo! Ventanas al Pararaíso es un hotel moderno en el que el infelizaje no se nota; va por las sombras, por una especie de galerías por las que circula la fuerza de trabajo. «Diseñado para que los huéspedes puedan ver sólo gente bien, fina, bonita, inn, con clase, elegante, privilegiada, sana, sonriente, bella, satisfecha, este hotel es el paraíso terrenal. ¿A qué millonetas le interesa vacacionar junto a, con la proximidad, en las peligrosas cercanías de la clase trabajadora? Nada más repelente que la mirada lánguida de las afanadoras que limpian las inmundicias en las habitaciones de los afortunados (hace aflorar la mala conciencia de los triunfadores). Mantenerlas circulando, chambeando fuera de la vista de quienes han venido a divertirse, a gozar con la naturaleza agreste del arenal y la roca, en conjunción con el mar que se asoma a dar espectáculo, es excelente idea. «¿Qué importa que los turistas no puedan conocer a quienes les atienden y con ellos, algo de nuestras costumbres; un pellizco de californiana cultura? Lo que interesa es que no se estresen, que la pasen agusto en un ambiente sofisticado, cool, nice, cercano a la idea que los cristianos tienen de La Gloria. «Fantásticas ideas. ¿Cómo es que no se nos ocurren a nosotros?» —afirma El Parara, mientras acaricia el tríptico impreso a colores y en inglés que consigna las bellezas del hotelazo, ubicado en los lomeríos costaneros entre San Lucas y San José, aquellos que apenas endenantes eran territorio de chureas y víboras de cascabel. «Parecería que estamos condenados, los californios, a ser parte del paisaje... o del prescindible infelizaje» —filosofa con sonrisa amarga el más reflexivo de los teporochos que habitan y dan lustre a la ribera occidental del Bermejo Mar. «Por los pasillos, en los elevadores, en las áreas comunes de disfrute: sólo huéspedes. Por los entresuelos, túneles y pasadizos: la raza, la palomilla, la plebe, los asalariados. Qué concepto; qué talento». Huizapolítica De Ombudsman y paisanaje «Suertudo que es uno» —gritó eufórico, lurio, El Parara a los siervos de la gleba reunidos esa oscura noche en el semiclandestino aguaje paceño. Enmudeció el palenque y todos voltearon a verlo con cara de ¿quihúbole?; momento que aprovechó para soltar el resto: —Si desde que le vi en la tele me latió que era de la palomilla: tiene cara de paisa. Ahora sí que van a saber estos maistros del Municipio lo que es traer el síndrome de chilito en comal: vamos a traerlos brincadores y chillando con la demanda que habremos de interponer en su contra, por violación a uno de nuestros derechos humanos: el sagrado derecho que nos asiste de ballenear cuando se nos antoje, sin horario

alguno, como corresponde a nuestro tercermundismo. Ombudsman habemus, camaradas. Y es del terruño... Bueno, casi, porque su padre, Manuel Soberanes, nació en San José del Cabo y luego se vino a vivir aquí al barrio, frente al Cuartel, donde hoy está mercado Madero. Si no se hubiera ido a Querétaro (de donde fue Senador), su hijo José Luis habría nacido paceño... Pero como si lo fuera ¿no? El caso es que lo nombraron Ombudsman, o sea, Defensor de los Derechos Humanos, y él nos va a proteger, van a ver. ¿Que yo cómo sé el chisme? Pues porque Soberanes fue compita de banca de un paceño en la Facultad de Derecho de la UNAM, y él me lo contó todo. El nombre del chismoso me lo reservo, porque es hombre humilde y enemigo de andar presumiendo amistades de abolengo jurídico. Además es columnista de un diario, y ya ven cómo se las gastan los de su gremio con nuestras honras y vidas privadas. Mejor no menealle. Así que, lo dicho: vamos a inaugurar al cuasipaisano Ombudsman con nuestra sudcaliforniana queja: «queremos beber para vivir, porque vivimos para beber» (y sin horarios). ¿Votos a favor? ¿En contra? ¿Abstemios? Aprobado queda. Transcríbase, lácrese, faxéese. Han de haber creído los munícipes paceños reunidos en Cabildo que nada haríamos contra ése su bando que obliga a los templos de Baco a cerrar tempranón. ¿No se darán cuenta que con ello nos obligan a engordar a los dueños de aguajes clandestinos como éste, mísero, en el que hoy conspiramos furtivos, misteriosos y perplejos? La represión, las prohibiciones y una Ley medio-seca como ésta, provocan más males que los que pretenden atajar. Por nuestro Defensor, propongo que brindemos. Lo mejor de cada casa paceña brindó y se regocijó con la buena nueva que su heraldo les había traído, y colorín. Juan Melgar De apéndices y legislación «Seguramente el médico me confundió con un magnate griego en la clandestinidad, o un yuppie neoyorquino viajando de incógnito a sacudir su espíritu con las bellezas naturales de la bahía; no lo sé. El caso es que me dijo que mi dolor era por apendicitis, y que me la iba a sacar de una vez», —confiesa asustado El Parara, al tiempo que bebe con desenfreno del cetáceo que socializa la tribu en Los 7 pilares. —Como mi filósofo de cabecera, me cansé de decirle que yo sin ella de pena etcétera, y que el tal dolor en el costado inferior izquierdo, a la diestra del ombligo y sobre la varita mágica no era sino consecuencia del argumento que un compa poco dado a la concertación me había propinado días antes con el pie izquierdo, para dar fin a una discusión filosófica de mucha altura, por lo demás. El galeno insistió: —¿Quién es el paciente? —Pues yo, doctorcito. —¿Quién es el experto, el que sabe, el que se quemó pestañas y demás leyendo mamotretos así de gordos, mira: así, de anatomía, fisiología y anexas, quién? —Nooo, pues usted, jefecito. —¿Entons? ¿Quién dice qué y cuándo y cómo y dónde hay que rajar tu infeliz cuerpecito? Ni una palabra más. Te me vas a la clínica para que mi equipo de ayudantes te prepare, y mañana, al rayar el alba, vamos a estar interviniéndote. —Oiga doc, y...¿en cuánto me va a sa/ —¡Insensato! Qué, ¿acaso tu salud no te preocupa? Tu cuerpo es un templo; ningún sacrificio económico en su beneficio será suficiente. Debes invertir en él. ¿Entendido? En eso quedamos, entons. —El sapientísimo hombre aquel no estaba para discusiones acerca del ser y la nada o de la náusea existencial. Lo dejé ir a seguir cumpliendo su honrosa tarea de caballero andante en lucha perpetua y cotidiana contra la enfermedad, y aquí me tienen, camaradas, narrándoles ésta mi cuita más reciente. Nunca pude convencerlo de que mi dolor de costado es consecuencia del patadón aquél con el que culminó la discusión ya referida. ¿El tema? Una nota periodística acerca de la necesaria legislación de la práctica médica, para proteger los derechos de los pacientes. Se trata de acabar con el paternalismo médico promoviendo una relación de igualdad en la que el paciente sea un interlocutor válido. ¿Cómo la ven? Qué coincidencia, ¿no? Dicho lo anterior, el gurú más prestigiado de la orilla izquierda del arroyo que baja por la 16 de Septiembre vuelve a besar largamente la ballena de todos; pero antes ha susurrado: ¡Salud! Huizapolítica Capítulo cinco Trazos Ilustración de Raúl Virgen Juan Melgar Capítulo cinco Trazos De teletrabajo y sudores Estaba esa noche El Parara sentado frente a su computadora moderna y completísima: impresora, fax, módem, enganchada en la red... Se sentía un esclavo más de cuello blanco, capturado en las galerías virtuales del teletrabajo, ocupación de moda en Europa para quienes tienen espíritu de submarinista y prefieren ser explotados a domicilio: secretarias, correctores de estilo, diseñadores gráficos, traductores... Nuestro antihéroe sudaba y se acongojaba: «quién me manda; quién cabrones me manda andar leyendo noticias del primer mundo. Ahora estoy aquí, teletrabajando para patrones que jamás veré; haciendo cosas que desconozco y conforme a procedimientos computacionales que en mi vida he usado, porque yo soy parte del infelizaje de endenantes, cuando las supercarreteras informáticas no eran asunto siquiera de la ciencia ficción. Lo mío es descargar carros y barcos; sudar con atunes congelados de 80 kilos en el lomo o con costales de café, paletear racimos de plátanos enlacranados durante horas y horas, para luego acabar con la sed y la calor a golpes de ballena. ¿Qué jodidos voy a hacer en este lugar en el que muy formalito, tecleo y tecleo, con los ojos abiertos (como de vaca brava) viendo sin pestañear una pantalla iluminada en la que las letritas corren como esas hormiguitas locas, de un lado a otro, y yo, con amarilla cara de baboso, me debato y tiemblo? Es una canija pesadilla, lo sé, pero la certeza no disminuye mi angustia: ya padezco la enfermedad profesional que aqueja a los teletrabajadores (¿telesclavos? ¿galeotes cibernéticos?): soy un ser asocial, arrinconado y húmedo como hongo del hiperespacio. Los dedos con los que oprimo el mugroso ratón (clic) me duelen (clic, clic) y el brazo se me entume. ¿Dónde quedó el cursor? (clic, clic, clic...) qué ardor de ojos; qué dolor de cabeza; qué vértigo hijuesu... Mareo... dolor... ardor... aghhh ¡Ayayayayayyy! —Despierte, maestro... Órale, un besito gordo a la ampolla panzona... ¡Eso...! Otro, ándele... ¿Mmmm...? ¿Qué soñaba, mi gurú? Gritaba como yegua enferma. —Sí señor. ¡Ésa fue una señora pesadilla! Internet... chat... mouse... bytes... megas... windows... ¡Ufff! A ver, palomilla: dénme otro pajuelazo —pide, humilde y crudo, el líder de los descamisados porteños, para enfilar luego con paso vacilante pero animado hacia el airoso malecón porteño, refugio de soñadores, románticos y gurúes de banqueta. Huizapolítica De arte y guayaberas Corrían los tiempos gloriosos en que la Normal Urbana de Don Domingo Carballo era el destino último de todo joven con aspiraciones de progreso profesional en el Territorio. Era —como dicen hoy de la UABCS—lamáximacasadestudios. Pocos, poquísimos eran los que tenían los medios y el ánimo necesario para cruzar el Rubicón golfino e intentar la Prepa y la UNAM o la Voca y el Poli, allá en la Gran Tenochtitlán. Al Chino le quedaba holgada La Paz, sus atardeceres y la vida repetitiva y provinciana de este ir a dar la vuelta al Malecón, asolearse en las playas e ir a pistear tecates en algún paraje con la pandilla de buenospanada de siempre. Había que dar rienda al gusanito teatral y triunfar en el Deéfe, donde estaban el movimiento, los productores, las actrices bonitas y el reventón sofisticado con Emilio Carballido, Vicente Leñero, Jodorowsky o, ya de perdida, el Indio fernández. Se dejó ir, pues. Primero los estudios: que si Grotowski, que si la escuela de Stanislavski...(“Métete en tu personaje; despersonalízate”) (“No te la creas: es una ficción; engáñalos”). Los Estudios Churubusco se volvieron su escenario: de un set a otro; de este churro a aquel experimento; de un papelito breve a otro con mayor peso interpretativo; de una obrita de teatro de aliento a una telenovela con Fulano... De una gira por el Noreste a un comercial de cigarros y ... Y los años pasaron y vino el estrellato: — Va a salir El Chino en una telenovela en el Canal de las Estrellas —dijeron a los parientes en el puerto. La familia completa se reunió en la sala, frente a la tele, ansiosa de comprobar los adelantos histriónicos de esta oveja, si no negra, más o menos retinta, que había desdeñado aquí una posición estable y tal vez una chamba burocrática pero segura, contante, y sobre todo sonante... pero aburrida. En el lugar de honor, en el enorme sillón reposet, el jefe del clan era rodeado por su gente y uno que otro vecino agregado y mitotero. El Chino va “a salir” en la telenovela. “Quién lo diría. Y pensar que muchos de nosotros no confiábamos en que triunfaría en la farándula chilanga, tan difícil, tan competitiva, tan...” Transcurre el bodrio aquel y El Chino que no aparece a cuadro, lo que vuelve más angustiosa la espera. Por fin, a las cuarenta, enfundado en blanquísima guayabera y con el bigote castigador de siempre enmarcando la blanca dentadura, el esperado aparece, llega, dice, gesticula frente a cámaras, en cadena nacional, en vivo y en directo... —¡Ya lo decía yo! –exclama exaltado el jefe de la familia—. ¿Quién si no él? ¡Era el único capaz, entre todos mis hijos. Lo sabía, lo sabía! La familia entera observa, enternecida y jubilosa, la orgullosa reacción del padre que mueve la cabeza de un lado a otro; se golpea la frente con la palma de la mano y vuelve a enfocar la figura del cachorro, que sigue gesticulando y moviéndose en el escenario con donaire y gracia, clavado en su papel de carácter... —¿Quién otro iba a atreverse? –y volviéndose hacia su esposa, la aclaración: ¡te lo dije: sólo al Chino se le ocurriría llevarse a México la mejor, la más elegante y fina de mis guayaberas! Juan Melgar De merolicos y televisión «Somos los hermanos del Grupo Esotérico Internacional que vamos a ayudarle a usted, hermanito, a manejar sus chacras, esa energía cósmica que usted posee y que después de un estudio grafoastrológico que le hagamos, va a sacarle a flote toda maldad que le hayan puesto; todo ‘trabajo’ que le hayan hecho para perjudicarlo...» El tipo habla sin pausa ni respiro; a su espalda una planta de plástico y una serigrafía egipcia made in Hong Kong dan fe de lo genuino de sus intenciones cuando promete a su público televidente que va a desfacerle cualquier entuerto en el que lo hayan metido los que lo odian; los que lo envidian; los que lo traen por la calle de la amargura esquina con desolación; los que lo hacen padecer el síndrome de Agustín Lara: ansiedad, angustia y desesperación. La cámara no lo suelta y el merolico tampoco suelta a «sus hermanitos» a quienes promete que va a hacerles aflorar su propia persección extrasensorial que es acsolutamente natural y paracsíquica. Porque si los poderes propios no bastan, «hermanos, nosotros somos los únicos autorizados para hacerle llegar el Talismán del Tercer Milenio, traído del Tibet, o podemos enseñarle el riego de la mata de sábila, o...» Es la magia de la televisión. Antes, el merolico engañaba o divertía a un grupo pequeño, que lo rodeaba en las plazas y calles citadinas. Hoy, el fenómeno se multiplica en proporción geométrica: a lo bestia, pues. ¿Qué nos queda sino agradecer a ese Grupo Esotérico de colombianos que por las noches nos aconsejan, ayudan y facilitan la existencia, quitándonos salaciones y malpuestos; neutralizándonos el maldeojo y la mala vibra que los que no nos quieren lanzan en contra nuestra? Los coloquios

nacionales de radio y televisión podrán ir y venir. Nosotros sabemos lo que queremos en cuestión de ondas. «...Y atrás de la cámara, que estoy haciendo mi trabajo, hermanitos. ¿Siente usted que el régimen lo trai juido; que la paranoia persecutoria no afloja; que hay una conspiración china (misteriosa y pendeja) en su contra?... Venga con nosotros, a nuestro domicilio en La Paz, le prometo hermanito, que vamos a sacarle toda la maldad...» Huizapolítica De publicidad y propaganda La mercadotecnia nos alcanzó. Lo que alguna vez fue propaganda por televisión hoy se ha vuelto publicidad sin recato, ni gusto, ni talento imaginativo. «... Pero sé que trabajando juntos, vamos a lograrlo» te dice a cuadro el hijo del Tata Lázaro, y en su afán por parecer convincente entrecierra los ojillos que se vuelven así rendijas, mientras ensaya una sonrisa-mueca que le resulta más falsa que las bondades de su actuación contra la inseguridad y la violencia en la ciudad de México. El zorro panista, a su vez, adelantado en la carrera por la silla, le ha bajado a sus mensajes por televisión, pero sigue apareciendo en ella mediante una eficaz promoción de sus expertos: paga poco; gasta menos y trata de ser noticia, algo que al hijo de mi General, como la sonrisa, no se le da. Pero este zorro es más peligroso de lo conveniente. La derecha es una posibilidad que muchos quisiéramos en el desván o en las cámaras legislativas como compensadora y equilibradora del poder ejecutivo; nunca en Los Pinos. El exgobernador de Puebla, ex de la SEP y ex de Gobernación, con su cara de yo no fui (creemos que sí) le jura a la cámara en close up que él es el Mesías. Que va a hacernos el milagro para que con firmeza México viva. Imágenes de pésimo gusto, dignas de un capo siciliano más que de un aspirante a gobernar el país, terminan por dar la puntilla al malogrado mensaje de Manuel, un tipo que aquí no pinta en las preferencias ciudadanas. En Puebla, su tierra, parece que tampoco. Será porque se le conoce. El del apellido áspero, por su parte, refriega sus mensajes televisivos con la idea, tal vez, de que viéndolo mentir con desfachatez la gente olvidará sus trapacerías como gobernador de Tabasco, sus vínculos mafiosos y su imagen inconfundible de abogadillo de tercera. Este precandidato es, de veras, un madrazo a la ética política. Qué antiguo pecado, qué atávica falta habremos cometido los mexicanos, pues desde algún torcido Olimpo alguna entidad maligna y chocarrera está condenándonos a confiar el futuro del país en personajes con tan poco peso político, que hasta pena ajena dan. Juan Melgar De avistamientos y balleneros «No acabo de entender a los opinadores periodísticos que desaprovechan el sagrado espacio que el medio les brinda utilizándolo para dar rienda al rencor y a la pésima leche que los anima, en vez de dar buenos consejos» —declara El Juntabotes mentado, con el ceño fruncidote y el ánimo dispuesto al combate verbal con sus escuchas en Los 7 Pilares. — ¿De qué se trata, pues? —continúa, envalentonado ante el silencio de los parroquianos. ¿Se trata acaso de colocar piedras en el camino del primer presidente de la república salido de una elección no amañada, luego de un siglo de trampas? Lo menos que los inconformes de siempre pueden hacer en este período luminoso es dejar que el amigo Fox gobierne, conduzca, pacifique y enriquezca este país tan castigado por la demagogia, la corrupción, la violencia y la holgazanería. Digo, ¿no? —Si traes ganas de regañar a la palomilla, será mejor que inicies el año y el milenio disparándonos carburante —interpela El Bolas, joven promesa de El Calandrio. Qué, ¿no has leído la prensa? El Sudca cabeceó ayer: «Inicia temporada de avistamiento de ballenas»... Y de tu parte no hemos avistado cetáceo alguno. Sólo diatribas; sólo quejas. A ver, Ultramarinero: todos beben; Juntabotes paga. —Todo fuera como eso —aclara, sobradón, el Zar del Aluminio Reciclado— por dinero no paramos. Pero volvamos al punto: qué necedad de aquestos opinadores, críticos sistemáticos a los que nadie tiene contentos. Sus espacios peridísticos deberían ser ocupados por gente sana, responsable y buena, que aconsejen y muestren el camino; que conduzcan al rebaño por los senderos del amor, la religión y la fe en el Creador y en la suprema autoridad/ —Qué flojera —interviene maese Parara— con sólo pensar que vamos a escuchar tus rollos religiosos durante seis largos años, Juntabotes, empiezo a creer que tendremos que buscar un nuevo sitio de reunión. — ¿Quihubo? ¿No que muy tolerantes? Además —pica el Jeque de los Cilindros Apachurrados— desde el año pasado no se le escucha, Maestro. ¿Se le secó el celebro? ¿Anda de capa caída con Fox en Palacio Nacional y Leonel en el de Cantera Rosa? Ha de ser terrible vivir fuera del presupuesto, de cabeza en el error... y me imagino que hasta en el terror. —Hasta eso que no —responde, incómodo, el gurú de la canalla—. Pero volvamos al tema. No puedo imaginar al doctor Arturo Meza, a Bernardo Arellano o al Mundo Lizardi aconsejando a vaquetones, mostrándonos el camino de la verdad y la luz. Lo suyo es la opinión crítica, la ironía fina, el sarcasmo juguetón y malaleche; el comentario que busca lectores cómplices, esos que saben encontrarle las cosquillas a la monotonía. Los editorialistas que propones, Juntabotes, están bien para L’Osservatore Romano, pero no para la prensa sudcaliforniana. La moralina es mejor que se quede en los templos o en los despachos oficiales. De los medios informativos esperamos ética, nomás, y el mayor porcentaje de objetividad y libertad posibles. Si a ello le agregas una pizca de desparpajo (pa que amarre), ya estuvo. Y a propósito: salvo honrosísimas excepciones, no he conocido peores sujetos que aquellos que se golpean el pecho con sospechosa frecuencia. La bondad no necesita exhibirse: solita se pone el dedo. Tú, Juntabotes, ¿de qué presumes, si/ —Basta —concede sonriente el ecologista por conveniencia— estamos en la hora feliz. El avistamiento de ballenas sigue corriendo por nuestra cuenta y riesgo... ¿Oquei? Los 7 Pilares entra de lleno en la fiesta, como si lo hubieran visitado los Tres Güeyes Vagos: Malhechor, Gastar y Vaasaltar. Huizapolítica De contrastes y desencuentros “Casi el Paraíso” –insiste la mujer aquella, que llegó a Los 7 Pilares escoltada por El Bolas, joven antropólogo social de El Calandrio que hoy hace de cicerone. Tras presentarla a la comunidad de guarros, maitros y demás malandros que en el ágora de los descamisados han encontrado refugio a la calor (que no cede) y al Proyecto (que no se aguanta), acomoda a la mujer entre El Viejo Chamán yaqui y La Doñita, para que platiquen mientras dan sorbitos a la forjada que El Ultramarinero ha destapado y puesto, amoroso, en manos de cada uno. —¿Y bien? ¿Qué me cuentan? –abre la recién llegada al puerto y descorre el amplio abanico de su sonrisa entre pícara y caemebién, cohibiendo a la perrada, que la estudia mosqueada y recelosa. —¿De qué la giran? –pregunta animosa, como queriéndolos hacer entrar en confidencia, en ruptura de hielo. — Somos nadie –informa La Doñita, adornándose con sus lecturas homéricas—. Gente común, que aquí en este altar libertario se reúne a despellejar prójimo; a mentir con cierta medida y algo de elegancia; a despotricar contra el régimen con cualquier pretexto, y a sobrevivir, como casi todo mundo en esta isla. —¿Cómo los trata el gobierno perredista? –quiere saber la flaca mujer aquella, y todos se ven entre sí, como dudando. Será el brujo sonorense el que se lance, con todo el filo de su anarco corazón: —Como todos los gobiernos del planeta, sean del signo que fueren: mal. Los políticos son iguales aquí, en Washington y en Bagdad: mienten siempre. Prometen cambios para ilusionar a los desposeídos, pero gobiernan sólo para unos pocos; una casta que disfruta y goza, sin escuchar los lamentos, pujidos y maldiciones de la mayoría. Y el perredé es como sus hermanitos el pri y el pan: grupúsculos de iluminados que asaltan el poder con los votos del infelizaje para de él servirse. Nomás. —¿Pues en qué aguaje clandestino caí? –se pregunta riendo la flaca— ¿Son anarquistas conspiradores, acaso? — De medio tiempo, nomás –aclara La Doñita— porque desde que el sol aparece por la sierruca de atrás del cementerio, hasta que se clava allá por donde empiezan los llanos de Irai, tenemos que buscar la papa para llevarla a casa. Pero de revueltas, revoluciones, barricadas y acción directa sólo hablamos, nunca actuamos. El asalto al poder es asunto de políticos, ¿no cree? — De acuerdísimo. Qué les parece... Aquí tengo al Príncipe Kropotkin (señala hacia El Viejo Chamán), acompañado del mismísimo Malatesta (ve hacia donde El Parara), y, quién lo diría: Rosita Luxemburgo a mi diestra (toca a La Doñita) ¡Magnífico! Oigan: cómo ven si participan en mi programa, aunque sea sólo como escenografía... Voy a hacerlos famosos. Colocamos aquí sobre las hieleras un letrero medio acá: “Los 7 Pilares”... “Desde el espíritu, la entraña misma de la Antigua California, cámaras y micrófonos lo llevan a usted...” Oigan... No se vayan... Pérense... ¿Qué pasó? No me dejen sola... Hay todavía seres primitivos, refractarios a la modernidad, que se niegan a pasar a la historia saliendo en la tele. Por eso no progresamos. Juan Melgar De sexualidad, cáncer y fedayines Esa pérfida manía de accionar el control remoto de la tele para saltar del canal del desagüe al gran canal, de éste al de aguas negras. En ninguno vas a encontrar algo interesante, y lo sabes, pero sigues apuntando el rectángulo negro hacia la cajota, con el brazo derecho extendido, tenso, en espera del milagro: nada. Tu refugio (el 8) está instalado en noticias y tú deseas evasión. Con los Azteca, una pareja de cretinos insiste en asumir la frivolidad como método de conducción hacia la nada neuronal y, de repente, alguien presenta a un señor y su hijo: dos presuntos médicos que ¡han encontrado el origen del cáncer! El joven explica a su repentinamente atento público que la causa real y verdadera del cáncer es... ¡el tímido, el hasta hace escasos segundos confiable espermatozoide! Averaveraver... alcanzas a mascullar, sorprendido, cuando el presunto descubridor de más edad empieza a farfullar amenazas contra el sexo oral y contra sus desaprensivos practicantes. La indignación enrojece el rostro del científico; sus ojos acusadores clavan en usted una fría mirada de torturador nazi en Treblinka, y su índice arrugado, tieso y vertical se mueve ominoso frente a cámaras mientras el hombre se atropella en una parrafada que va directa contra los habitantes de Sodoma o contra quienes han hecho del sexo por placer y de aquesta oralidad una práctica recurrente y recurrida. No hay derecho, piensas. Que el sacrosanto recinto de los legisladores sea mancillado por barbajanes, pasa, pues en todos los recintos legislativos del planeta sucede igual; que la figura del presidencialismo inmaculado continúe su marcha descendente, se tolera; que los precandidatos a la gran silla se conviertan en patiños de Adal Ramones o de Derbéz por un puñado de votos, qué importa; pero que aquellito y lo de más allá sean causa de anatema y condena pseudocientífica por un par de fundamentalistas represores, es para preocupar a cualquiera. No duran en el aire, los científicos, el tiempo suficiente para que digieras completamente la cápsula: ¿dijeron espermatozoide o cigoto? Si el esperma es cancerígeno, los hombres moriríamos entre los once y los doce años, y el planeta estaría dominado por los

castrati. Si es el cigoto el maligno agente, estos científicos reprobaron fisiología en la Facultad. Si la brusca aparición de los investigadores obedece a una broma mediática de los Salinas, entonces no hay problema (qué humoristas). Ahora que si fue humorismo involuntario y no era fingido el gesto admonitorio de ¡Más les vale creerme, lúbricos asquerosos!, habrá que pensar seriamente en dejar de ver tele. No tiene caso. Huizapolítica De liderazgo y malcriadezas «Si en este momento nadie está furioso contigo, es que estás muerto y no has leído las esquelas» — dispara de entrada el conferenciante, un tipo satisfecho con lo que hace: aconsejar a millones de telespectadores acerca de cómo hacer mejor el trabajo que cada cual ha escogido. Desde el arranque, el hombrón aquél convence de que él sí sabe hacer su chamba. Desplaza con agilidad sus 150 kilos de corpachón por una larga pasarela (como las de las modelos de ropa femenina cara) vociferando a un lado y otro del enorme salón atiborrado de tejanos que atienden interesados su perorata mientras ríen de los gracejos con los que salpica el discurso. «No me llamen competente —advierte mentirosamente enojado—. Eso es una obscenidad. Mejor díganme cabrón, o alguna otra grosería así». Pasa luego a explicar por qué le molestan los competentes: es gente que siempre estará de acuerdo con los jefes, porque temen contrariarlos. «Si alguien está de acuerdo contigo, ¡despídelo!» —aconseja. Esto sucede en una conferencia a distancia sobre liderazgo, desde Dallas, vía satélite, hasta el salón de un hotel maleconero, atascado de iniciativos privados, concamines, concanacos y uno que otro aspirante a líder empresarial en este puerto de ilusos. Con las ganas que tenías de estar en un espectáculo así para comer prójimo e intentar caricaturas de los participantes, y aquí estás, boquiabierto, admirando el dominio que esta mole gesticulante ejerce sobre el público presente en Dallas y en cientos de ciudades en todo el planeta. Su tesis central es ésta: Las cincuenta personas que honramos en todo el mundo por sus acciones (Gandhi, Picasso, Zapata, Churchill, Lincoln, Voltaire, Goethe, el Che...) llegaron a ese lugar de privilegio porque fueron rebeldes, antisolemnes, inconformes... malportados, pues. ¿Por qué educar entonces a nuestros jóvenes en el conformismo, en la obediencia ciega a las reglas y a las buenas costumbres? La tesis del gordo es simplona pero llegadora: «¿Hiciste hoy algo que pudieran presumir tus nietas?» —se pregunta y nos pregunta, para luego enseñar sus credenciales: «Estamos metidos en una pelea callejera, sin reglas. Es la guerra del talento lo que rifa». Criticabas el asunto éste del liderazgo sin haberte dado la oportunidad de conocer al gordo profeta que hoy te ha apantallado con su desfachatez y sus malcriadezas. Lo único que esperas es no andar, al rato, echándole porras al Og Mandino o al Cuauhtémoc Sánchez, pasando así a ser la vergüenza de tu maestro, El Parara. Juan Melgar De erratas y cibergnomos Culpas son del tiempo y no de la sala de redacción. Estoy seguro. Desde que los chips empezaron a controlar lo que escribimos, las erratas y erratones se multiplican al ritmo de la Red Internacional de información. Los fantasmitas burlones que habitan toda redacción periodística de respeto, antes cercanos y familiares, se han tornado lejanos, con la altivez de que hacen gala los poltergeist viajeros, presumidos, de mucho mundo, acostumbrados a incursionar en la Internet y en páginas web en cualquier punto del planeta. ¿Con qué cara les decimos a estos ahora trotamundos íncubos que «le bajen» que no cambien la latinísima cholla por esa choya que se sueña griega pero que enseña el rabo yanqui? ¿Qué argumento hacemos valer ante su afán cibernético de ignorar las cursivas o bastardillas, que aclaran algunos textos periodísticos y nos evitan el empleo abusivo de las comillas? Seguramente, los pícaros cibergnomos pretende formar lectores participativos, de estos que frente al texto fruncen el ceño y ponen cara de ¿what? ante el galimatías. Eso ha de ser. Seguro que eso procuran. De otra manera no entenderías por qué colocan estos diablillos una s de más, que vuelve un indefinido ¿va a alcanzarlo hasta allá...? en un muy específico vas, ensuciador y torpón, que cambia el sentido de la frase. Tampoco comprenderías cómo es que a la ínsula de tus divagaciones le zampurran (los pícaros duendes) un pen inicial que vuelve geográficamente correcta a Sudcalifornia, pero que le rompe la... intención al escribidor. No hay derecho. Lo peor de todo es que las demoníacas computadoras de captura traen integrado un malnacido diccionario que nada sabe de nuestro cirgüelero slang, y —en vergonzante contubernio con los chanes del cómputo— se niega a reconocer palabras de honda prosapia californiana como aviada, churido, maitro, destramador, espichadito y otras más que a la Lengua adornan y dan esplendor. Amigos y amigas capturistas; enlaces entre estos escribidores del Jurásico tardío y sus lectores: no permitan que los cibergnomos se interpongan y nos malquisten con sus pinchips travesuras. Huizapolítica De educación sentimental y TV «Éramos casi un mundo feliz —se quejó El Parara— cuando vino el vendaval de la televisión y nos alevantó. No nos suelta. Cuando se murió Azcárraga pensamos: un tigre menos, equivale a menos porquería por sus canales. Pero su heredero nos salió peor. Los del canal de enfrente están igual de zuatos y apendejantes. El único que vale es el canal 22, que surte al 8, pero ambos tienen poca audiencia...» La tribu reunida en Los 7 Pilares no dijo ni oxta ni moxta; ni esto, ni l’otro, ni qué sé yo. Se aplicó en lo suyo: acariciar y besar ballenas, como poseídos cada cual por el chamuco. El guardián crítico de los valores del clan siguió mascullando quejas: —La tele comercial conspira, todos los días, contra nosotros: tiene a la sociedad como rehén, porque tiene acogotados a los niños, que son lo mejor de los nosotros. El dramaturgo Luis de Tavira dice que el índice de vida espiritual de una sociedad depende de su educación sentimental, una tarea que en México no realizan ni la familia ni la escuela ni la iglesia, sino la tele. ¿Cómo extrañarse entonces de la despolitización y de la ausencia de democracia? La gente acude a las urnas como quien va al súper. Las campañas políticas no dependen tanto de las ideas como de la mercadotecnia, del espectáculo virtual... Así como les digo que dice el compa Tavira que estamos, estamos. Los políticos nos usan, manosean, manipulan y desprecian. Los dueños de la tele nos manipulan y ¡claro! nos desprecian (pero primero nos manosean y usan, como en los chistes racistas de caníbales). La palomilla no pela (la tele no es un fenómeno en sus vidas). Sólo el viejo chamán yaqui atiende al Parara: sus ojos poderosos observan al gurú chollero antes de dejar caer la frase como losa, como epitafio: «Sólo el conocimiento podrá sustraernos del opio de la ignorancia con que nos manipulan». Juan Melgar De némesis y periodistas En la mitología griega, Némesis, la diosa de la justicia, se vengaba de los hombres que caían en el pecado (ybris) de compararse con los dioses. Alguien debe, de vez en cuando, recordarle a algunos profesionales que no son dioses: a los médicos, por ejemplo. El don maravilloso de sanar la enfermedad y evitar (temporalmente) la llegada de la muerte, no puede ser confundido con el don de dar vida, fenómeno reservado a esa madre despreocupada y fría que es la Naturaleza. Hay en la sociedad otro grupo de profesionales que con mayor frecuencia cae en el grosero pecado de ybris: el de los periodistas. No hay, para el infalible opinador profesional, tema que se le atore ni asunto que se le empine. Los políticos son, a su juicio, improvisados que no hacen lo que la sociedad les reclama, porque no saben, no pueden o, en el mejor de los casos, porque no quieren. No es muy difícil detectar a los periodistas iluminados, que todo lo saben y para todo tienen la clave, la fórmula precisa, el remedio adecuado. Para nuestra desgracia, casi nunca nos hacen partícipes de sus luces, condenándonos a vivir en la espesa sombra del error, la incertidumbre y el desconocimiento de la verdad política; la suya, claro. Son por lo general, monotemáticos persistentes. Le sacan jugo a un tema durante semanas y meses. Son expertos, saben, tienen la neta, conocen más que el funcionario responsable del ramo. Se llevan el trabajo a casa y a la calle. Aburren a todo mundo presumiendo a quien se ponga a tiro, que el secretario fulano no les da entrevistas; les consulta, les pide opinión. Su ego crece en razón directa del tiraje y la aceptación del medio para el que trabajan. No envían su reportaje a concurso periodístico alguno porque: a) b) c) d) e) El jurado es ignorante; El premio es insuficiente; El certamen está amañado; Pocos entienden la profundidad de su prosa (escriben para la posteridad); «A mí no van a comprarme con 30 dineros». ¿Ya me leíste (viste, oíste)? ¿Qué te pareció lo que dije de... (aquí entra el tema: Diputados, Cerro de la Calavera, Predial, Transporte...)? ¿Tengo o no tengo razón?. Con ese tipo de preguntas retóricas que no admiten respuesta negativa, el periodista inoculado con el pecado de creerse dios (o semidiós, de perdida), bombardea a sus supuestos seguidores, sin dejarlos opinar. Les recuerda párrafos completos de su fina prosa y, sin transición, se aleja rápidamente a buscar otros oídos receptivos para iluminarlos con su aura y el milagro de su verbo. El médico que se siente tocado por el rayo divino actúa como iluminado, pero en su consultorio, sin aspavientos, con cierta discreción compatible con su clase y el don que cree tener. El periodista sabelotodo, por el contrario, cacarea sus minúsculos huevos a toda la rosa de los vientos. Somos una calamidad. Huizapolítica De turismo y TV Frente a la caja, más aburrido que un policía de tránsito en Miraflores, cambias de un canal a otro con rapidez que crispa el solitario nervio que le queda a tu pareja, pero ¿qué remedio? Tienes el control (electrónico) como Homero Simpson, y te niegas a ver la telenovela del canal 10 (no: es el noticiario. Qué serios están Mazón y Zavala ¿qué traerán?) En unos segundos volveremos. Pásate con Sarmiento a ver a quién... Sorpresa: Alfredo del Mazo, el de FONATUR, está diciendo que el turismo es la panacea; que le quitó el puesto al petróleo como generador de divisas, y que “el año pasado ganamos ocho mil millones de dólares (vendiendo paisaje, sol, playas, comida y tragos) en cinco centros integrados de Turismo; dos de ellos sudcalifornianos: Loreto y Los Cabos. ¡Caracoles! — exclama ella con propiedad inusitada— y empezará, lápiz en ristre, a hacer numeritos: “eso equivale mmm... a un ocho con diez ceros, o sea ochenta mil millones de pesos. Es decir, que si Loreto y Los Cabos generan entre ambos, digamos que la cuarta parte de esa cantidad, resulta que hay 20 mil millones de pesos, que el esfuerzo conjunto de nuestros hoteleros, comerciantes, restauranteros, transportistas, lancheros, mariachis, prestadores de servicios, similares y conexos ingresaron al Producto Interno (¿Bruto?) del país, en el año de 1998. Significa, entonces, que sí pintamos en el mapa económico del país. Que como entidad, aportamos a las finanzas de la federación, en el ramo turístico, cantidades que se escriben con diez ceros. A ello podéis sumarle pesca fina (abulón, langosta), más sal, más yeso, más fosforita, más productos agrícolas orgánicos, más...” Y la mujer entusiasmada, se sigue de largo en este asunto de sumar productos con más ganas que datos exactos provenientes del INEGI, o de Hacienda, que es quien decide –a fin de cuentas— cuánto

valemos y cuánto habremos de recibir en participaciones federales para seguir creando infraestructura, que nos permita seguir creando riqueza para... Regresamos al 10, donde comentarista y conductor, serios, dialogan: «...dirá lo que quiera el actual, —Pedrito, amigos televidentes— pero no está partiendo de cero en economía ni en planeación... El gobierno anterior no fue sólo tolerante con los medios: también sentó bases/ El apagón repentino nos hace recordar que esa noche (como dice Dehesa) toca. Juan Melgar De buenas y malas ondas La televisión y la radio culturales han sido el horroroso pato de nuestros gobiernos. Dos que tres funcionarios (que no servidores) públicos de la administración anterior, “preocupados, muy preocupados por sanear las finanzas gubernamentales” llegaron a proponer –en serio—que el gobierno se ahorrara “un enorme gasto” cerrando las puertas de Radio Cultural, de Canal 8 de televisión y de... ¡la Universidad Autónoma de Baja California Sur! El consejo no pedido tampoco podía prosperar. Las tres entidades siguieron su marcha con altibajos, sin grandes apoyos económicos que les permitieran crecer, pero sobrevivieron a la barbarie conspiratoria que asechaba en los entresuelos de Palacio. Algún burócrata ignorante habrá vuelto a hacer la misma sugerencia al gobernador Cota Montaño, argumentándole tal vez que la cultura “no deja”, por lo que apretar el cuello a Canal 8 y Radio Cultural “será bien visto por el pueblo”. Parece increíble que a las puertas mismas del milenio deba argumentarse acerca de la pertinencia y las bondades de los medios electrónicos de comunicación como enlaces de y con la comunidad. Sobre todo en islas como ésta, con una geografía tan difícil como extensa, y con población dispersa en centenares de comunidades rurales que necesitan oírnos y vernos tanto como nosotros a ellos. La radio y la televisión no comerciales constituyen una necesidad social que no debe cancelarse. Son la única opción inteligente en este espacio en el que navegan tantas malas ondas. El Estado ha de procurar la satisfacción cultural de todos: los que gustan de la música grupera y las telenovelas, y los que prefieren lo mejor de la música popular, de la culta o del jazz y del cine y los documentales. Los primeros tienen ya sus radioemisoras comerciales y los canales de Televisa y TV Azteca. Los segundos quieren seguir teniendo esa doble acción desenajenante: Radio Cultural y Canal 8 de TV. A la decadente y estúpida realeza británica no se le ha ocurrido, hasta el momento, acallar la señal de la BBC de Londres, esa “carga” para el erario del Imperio. Estas viejas voces nuestras (¿sobrevivieron en las cañerías de Palacio?), cargadas de demagogia y de desprecio por la inteligencia, no deben ser escuchadas. Mientras llega el tiempo en que el presupuesto le permita ser productor de más y mejores programas, el Instituto Sudcaliforniano de Radio y Televisión debe seguir transmitiendo sus señales y enlazándonos, comunicándonos con nuestra cultura y con la del resto del país, como hasta ahora. Huizapolítica De Amigos y Guadalupanos «Con las manitas juntas, así, en actitud como de santidad, el piadoso hombre aquél nos comunica que aquella es una legítima imitación de la impresión que las rosas hicieron en el ayate de Juan Diego y que, por doscientos cincuenta pesotes podremos adquirirla si somos guadalupanos. La modernidad está entre nosotros y no es cosa de despreciarla, han de pensar los publicistas que idearon este negocio, y por televisión se anuncian. Me parece bien. ¿Quién va a ser el trasnochado jacobino que se oponga a que la amada imagen sea ofertada a los fieles? Si ya hubo una venta de imágenes para los ricos, con reproducciones así de grandotas y bendecidas por el Papa, está bien que ahora se anuncien éstas, sin bendecir pero igualmente milagrosas, para que el infelizaje las adquiera y/ —Yaaaa, Juntabotes. Párale —exige maese Parara desde el fondo del cubil aquél en el que el peladaje se reúne a cultivar filosofía light y a reírse de la gente, ocupaciones ambas de gran tradición en la isla—. Parece que te dan comisión los del Episcopado. ¿Ya adquiriste la tuya? —pregunta enseguida en tono conciliador, como queriendo gorrearle algunas ampollas opalinas de las que rebrillan y le hacen guiños desde las hieleras sabiamente custodiadas por el Ultramarinero. —Fui de los afortunados que pudieron pagarse una de primera clase, amigo mío. Preside la sala principal de mi morada, y desde ahí reparte bendiciones a todos los hombres de buena voluntad como ustedes, hermanitos. A ver, canten conmigo: Desde el cielo una hermosa mañana/ la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bá-joal-Te-pe-yác/ —Cálmate, Juntabotes. Tienes todo un sexenio por delante para grillarnos. Mejor dispárale a esta grey de teporochos algunas rondas de fríos caldos para que brindemos por las Lupitas del puerto, en su día. Con suerte y —si te portas acasón— te permitimos que nos lleves luego al Santuario a probar el menudo, las tostadas, los tamales, el champurrado y los buñuelos que allí expenden las doñitas. ¿Cómo la véis? La inicativa lanzada por el gurú de la canalla porteña es aprobada por unánime unanimidad. El guadalupano Juntabotes (y tapado candidato a la alcaldía paceña) considera adecuado incorporar algo de pan a este circo, y accede. Al día siguiente (habrá pensado) voy a agarrarlos crudos y los hago que empiecen a formar la organización «Amigos de El Juntabotes». Juan Melgar De Correos y destino Si el dinosaurio es el nahual del PRI, un dinosaurio artrítico sería el logotipo perfecto, representativo del Servicio Postal Mexicano, ese ente al que todos conocemos como “El Correo”. Campeón indiscutible en el reparto de correspondencia y carga ligera durante mucho tiempo, en la segunda mitad del siglo anterior empezó a rodar cuesta abajo ante la competencia representada por el crecimiento de la red telefónica, el fax, los satélites geoestacionarios, la computadora y las supercarreteras informáticas de la Red que enlaza y comunica a millones, en segundos. Pesado, torpón, reconcentrado sólo en el rumor de sus vísceras, sin escuchar los timbres de alarma y ciego a las parpadeantes luces rojas que le advertían sobre la necesidad de modernizarse para competir, el dinosáurico Correo prefirió enconcharse ensimismado, dejando que el mundo se convulsionara con nuevos sistemas de comunicación y con servicios de entrega rápida que terminaron comiéndole el mandado. Su enorme corazón fue mortalmente infectado por el burococo, ese bicho que impide pensar y se refocila en la pasividad del dulce hacer nada, tan apreciado por los gutierritos complacientes, platicadores y coyotones para el trabajo que pueblan las cañerías de toda institución mexicana con cierta tradición. El burococo se enquistó, enfermando desde las enormes naves de distribución de carga postal en el chilango Pantaco, hasta la ahora inexistente oficinita que alguna vez funcionó a un costado de la Huerta de Adela, en el San Ignacio de Kadakaamán. “¿Qué rescatarías del Correo”? –le preguntaba el otro día alguien a alguno que no tardó en responder: “la belleza de los timbres postales (verdaderas obras de arte); el palacio que ocupa Correos a un lado de Bellas Artes, y las muchachas que en el Servicio Postal Mexicano trabajan; el resto es prescindible” –sentenció cruel. Cómo no sentir pena ante la muerte en vida de ese pesado zombie que tiempo atrás, aquí en Sudcalifornia fue orgulloso, infatigable, veloz mensajero a caballo; luego enlace único, seguro y cumplidor transporte de valijas y gente en camiones conducidos por choferes que todo lo sabían, míticos héroes del camino como Tabaco Zúñiga, Chema Aguilar, Pancho Fischer, Ezequiel Araiza, Tránsito, los Cuesta... Los pesimistas dicen que Correos no tiene remedio; que es cadáver insepulto y maloliente que se niega a saltar al hoyo. No creen en la posibilidad de rejuvenecimiento de un organismo esclerosado, endurecido y sin capacidad para ejercer la autocrítica que le haría corregir el rumbo en busca de la excelencia y la modernización de sus servicios. Los optimistas se niegan a opinar. (https://myslide.es/documents/hui-za-politica.html)

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