¿Qué codiciamos? | Charles Eisenstein [PDF]

Mar 18, 2015 - El autor describía cómo los niños rara vez lloraban, porque sus necesidades eran inmediata y consistentem

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¿Qué codiciamos? By Charles Eisenstein Wednesday, March 18th, 2015 Artículo original de Charles Eisenstein – What are we greedy for? Hace unos días mucha gente reaccionó a mi comentario en facebook en el que afirmé que la codicia es más un síntoma que una causa de nuestro sistema de vida, lleno de injusticias. Me preguntaron ¿y cuál es la causa de la codicia? Antes de responder me gustaría definir lo que es la codicia: la codicia es el deseo insaciable de aquello que uno realmente no necesita, o en cantidades más allá de lo que uno necesita. Cuando se nos impide satisfacer nuestras necesidades básicas, buscamos sustitutos que de manera temporal atenúen nuestros anhelos. Despojados de toda conexión con la naturaleza, con la comunidad, desprovistos de intimidad, de una expresión plena de la propia identidad, de hogares armoniosos y un medio ambiente sano y fuerte, de conexión espiritual, y la sensación de pertenecer a un lugar, muchos de nosotros sobreconsumimos, nos sobrealimentamos, compramos y acumulamos muy por encima de lo necesario. ¿Cuánto necesitas comer, para compensar esa sensación de no haber encontrado tu lugar? ¿Cuánta pornografía para compensar la falta de intimidad? ¿Cuánto dinero para compensar esa profunda sensación de inseguridad? Ninguna cantidad es suficiente. Las causas de nuestra desconexión de todas esas cosas, impregnan cada aspecto de nuestra cultura. Ayer mismo estaba leyendo un artículo sobre las prácticas de los padres indígenas. El autor describía cómo los niños rara vez lloraban, porque sus necesidades eran inmediata y consistentemente atendidas: continuamente apoyados día y noche, dándoles el pecho cuando lo pedían hasta que cumplían tres o cuatro años de edad. Me vinieron recuerdos de mi propia infancia, según nuestros estándares culturales sumamente feliz, en la que sin embargo estaba muy a menudo solo, hambriento de atención. Muchos de nosotros en Occidente pasábamos una gran cantidad de tiempo a solas: a solas en la enfermería, a solas en el cochecito, llorando para satisfacer nuestras necesidades, y llegado el momento, adaptándonos al hecho de no ser atendidos. Nos volvimos duros y nos acostumbramos a un mundo en el que nunca hay suficiente, en el que debemos luchar y aferrarnos a todo por miedo a perderlo. Incluso el propio pecho marterno, que constituye la experiencia arquetípica de la plenitud, nos era a menudo negado, restringido, o retirado por completo antes de que estuviéramos preparados. Quizás esa forma de criarse es necesaria en nuestro contexto cultural. De otro modo iríamos por la vida confiados, sin defensas, relajados, y seríamos fácilmente explotados. Desde que nacemos se nos prepara para desenvolvernos en una economía competitiva en la que pisas o eres pisado. Es fácil ver cómo esa inseguridad profundamente programada se manifiesta como una tendencia innata hacia la codicia. Hace que la codicia parezca nuestro estado natural, y que la generosidad sea una ardua y antinatural hazaña. En varios aspectos de nuestro sistema económico se refleja esta programación. Por ejemplo, piensa en la usura, que describo en “Economía Sagrada” como el eje de nuestro sistema. El prestamista es en esencia alguien que tiene más dinero del que necesita en este preciso momento (es por eso que dispone de fondos para prestar), pero en lugar de decir: “no lo necesito ahora mismo, úsalo tú”, dice: “solo te dejaré usarlo si después yo acabo teniendo más incluso”. Encaja a la perfección con la mentalidad de escasez y control. Encaja con una experiencia vital que ha sido enseñada: “no existe básicamente suficiente. Debes aferrarte a ello, asegurarlo, controlar a aquellos otros que no son tú mismo para que sigan satisfaciendo tus necesidades. Porque si no lo haces, tus necesidades no serán atendidas”. Porque la mayoría de nosotros no hemos saboreado suficientemente la experiencia de sentir que nuestras necesidades sean atendidas sin esfuerzo alguno. Esta psicología del interés, en conjunto, forma el terreno de juego sobre el que los banqueros, los CEO’s y los gestores de fondos de pensión, los políticos e incluso los más pequeños ahorradores, actúan. Ciertamente, algunos de ellos llevan la codicia a extremos grotescos, pero incluso sin los chanchullos de JP Morgan y Goldman Sachs, el imperativo financiero de transformar todo el capital social y natural en dinero, continuaría vigente. Los grandes bancos y fondos de aseguradoras son los agentes más astutos y duros de pelar, pero el resultado (el ecocicio y empobrecimiento general) está escrito en las mismas reglas de juego. Cuando describo la experiencia de la infancia temprana, no me refiero a la atribución simplista de la codicia únicamente a esa causa. Todos los aspectos de nuestra cultura se coordinan para desnudarnos de nuestra interconexión con los demás y de pertenecer a un colectivo/comunidad. Permíteme enumerar algunos más: - El adoctrinamiento religioso del rechazo a uno mismo. - Escolarización que mantiene a los niños en edificios, alentando la competitividad, y acostumbrándoles a hacer cosas que no les interesan por el interés de recibir recompensas externas. - Ideología Higiénica que fomenta el miedo y el rechazo por el mundo. - Inmersión en entornos formados por productos, edificios, e imágenes estandarizados. - Los efectos alienantes de vivir entre formas inorgánicas y ángulos rectos. - Derechos de la propiedad que nos confinan la mayor parte del tiempo a nuestras casas, entornos comerciales, y unos pocos parques. - Imágenes en medios de comunicación que nos hacen sentir inferiores e indignos. - Un estado de vigilancia y una cultura policial que nos hacen sentir que no se fían de nosotros y a la vez inseguros. - Un sistema financiero, en el que el dinero es escaso de manera sistémica: nunca hay suficiente dinero para pagar las deudas. - Una cultura legal de responsabilidades en la que cualquier otro es considerado como un oponente. - Un sistema patriarcal asumido que supone una opresión al sentido femenino tanto de modo interior y exterior, recluye la intimidad, y convierte el amor en una transacción. - Chovinismo étnico, racial y nacional, que hace que veamos a algunos de nuestros hermanos humanos como a “los otros”. - La ideología de “la naturaleza como un recurso” que nos amputa de nuestra conexión con otros seres vivos y nos hace sentir solos en el universo. - Desmantelamiento de la Cultura que nos convierte en indefensos consumidores pasivos de experiencias. - Vivir inmersos en un mundo de extraños, cuyas caras no conocemos y cuyas historias ignoramos. - Quizá lo más importante, una metafísica que nos dice que somos individuos aislados distintos en un universo lleno de “otros”. Podría nombrar cien más como éstas. En unión componen el agua en el que hemos estado nadando, decolorando nuestra concepción básica sobre uno mismo y sobre el mundo, nuestra experiencia fundamental de ser humanos De ningún modo representan la totalidad de la experiencia de cada uno. La profunda verdad de interconectividad, de interrelación, siempre se abre camino de un modo u otro, desvelando la mentira que es ese espejismo de ser seres separados. Y esas brechas se abrirán camino más y más a medida que el mundo de la Separación se derrumba. Justo ahora mi mujer ha pasado a mi lado y me ha dado el beso más tierno del mundo. En ese momento me he sentido completamente en mi hogar. ¿Alguna vez has tenido una experiencia de conexión íntima y has sentido que tus necesidades se desvanecían? ¿Que la lógica del control se desintegraba? Podríamos declararle la guerra a la codicia, pero no resolveríamos nada. De hecho eso agravaría el problema, porque consolidaría el terreno de la Separación, que en esencia es una guerra contra el otro, una guerra contra la naturaleza, una guerra contra nosotros mismos, una guerra de cada uno contra el resto. En lugar de eso…¿cuál sería la versión sistémica de un tierno beso? ¿Qué transformará la atmósfera de escasez a la que tan acostumbrados estamos que parece real en sí misma? Como la “atmósfera de escasez” está en todas partes, todo debe cambiar. El libro “Economía Sagrada” describe la dimensión económica de ese “beso” en la forma de varias piezas de puzzle a modo de propuestas económicas: inversión de la usura, restaurar el bien común, la supresión de las rentas económicas, un sueldo mínimo universal, internalización de los costes, localización económica, y varios más. Lo que todos tienen en común es que han sido extraídos de un nuevo, y a la vez ancestral, relato sobre la vida, que no nos contempla como seres separados. Y contribuye a un mundo que ya no nos impulsa a la separación. Pero la codicia es el síntoma de una enfermedad que trasciende más allá de la economía. Como muestra el listado anterior, no hay aspecto de nuestra sociedad que no vaya a ser transformado en la revolución del amor que está en curso.

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